"Mi vida, con todos los problemas, las tragedias y los cruces de caminos que he tenido que superar, ha transcurrido de una forma de la que no me arrepiento". La frase con la que Bert Trautmann sintetiza su historia en el documental que publicó Fiebre Maldini deja un margen amplio para la polémica.
Su pasado como soldado nazi representó una cicatriz que el protagonista no ocultó hasta el día de su muerte. Desde pequeño, tal vez por la ignorancia propia que puede tener un niño de 10 años, se alistó en la juventud hitleriana con la esperanza de salir de la pobreza.
Envuelto en una Alemania en crisis, con más de 7 millones de desocupados, índices de inflación elevados y la constante preocupación por dónde conseguir algo de comer, el joven Trautmann se alineó al discurso de Hitler como si se tratara de una aventura en busca de una vida diferente.
Con la invasión a Polonia en septiembre de 1939 y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, se unió como voluntario a la Luftwaffe, donde se desempeñó como paracaidista tras fallar un examen como intérprete de código morse.
"Es erróneo pensar que te ofreces como voluntario para matar gente. Simplemente intentas defender tu tierra, no dices 'voy a matar a los de cierta nacionalidad'", se justificó tiempo después y argumentó: "Cuando atacas o defiendes ahí con el rifle, con la ametralladora o con lo que sea, solo ves en el horizonte sombras, figuras que corren, y tú te defiendes, porque si no lo haces, te disparan y te matan".
Sobreviviente en la zona rusa, fue ascendido a sargento y ganó 5 medallas por sus acciones en el frente de batalla, incluida la Cruz de Hierro. "Solo en Rusia murieron 20 millones de personas, supongo que soy un tipo afortunado. Cuando ves la sangre de gente que pierde un brazo, la cabeza o la pierna te preguntas '¿por qué me hice voluntario?'", analizó en el material del Canal+.
Sin embargo, antes de que finalice la Guerra fue capturado por tercera vez por el ejército aliado. Si bien en las dos ocasiones anteriores había conseguido escapar, la última vez sintió una especie de liberación. "Me llevaron a un campamento que estaba entre Manchester y Liverpool, donde había un general escocés que estaba un poco loco y formó un equipo de fútbol".
Pasó tres años como prisionero hasta que fue liberado. En esos días cambió su forma de ver el mundo y rechazó una oferta de repatriación. "No había estado con ninguna mujer hasta que cumplí los 23 años, fue un factor determinante para quedarme en Inglaterra", reconoció Trautmann, quien encontró en Gran Bretaña al amor de su vida.
Sin oficio ni beneficio, consiguió trabajo en una granja de Milnthorpe y más tarde como desactivador de explosivos en Huyton, hasta que en 1948 comenzó a jugar en un equipo regional: el St Helens Town.
Sus actuaciones motivaron al Manchester City a incorporarlo para que reemplazara al legendario Frank Swift, pero la contratación generó una ola de protestas para evitar su fichaje. Incluso los abonados amenazaron con boicotear al club, que "se reforzaba con un soldado nazi".
Con las heridas todavía abiertas por el conflicto bélico que había terminado cuatro años antes, tuvo que intervenir Eric Westwood, un veterano de guerra que había participado de la Invasión de Normandía, para conseguir que el nuevo jugador fuese bienvenido. "No hay ninguna guerra en el vestuario", fueron las palabras que utilizó para apoyar al arquero.
"Cuando llegué al City hubo 40.000 personas que salieron a las calles con pancartas que decían 'Si fichas a este alemán, vamos a boicotear al club'", recordó Trautmann, sin ignorar a la numerosa colectividad judía que vivía en Manchester: "Hubo un rabino llamado Altmann que me ayudó mucho al decir en los medios que no se puede culpar a una persona por lo que sucedió en la guerra".
Su destreza la permitió permanecer en la entidad británica durante 15 años, donde logró el histórico título que lo transformó en héroe en 1956. En la final de la FA Cup ante el Birmingham tuvo que terminar el partido con el cuello roto para defender el 3 a 1 que lo coronaría campeón. Tras un choque con un rival, se le quebró la segunda vértebra y perdió el conocimiento, lesión que podría haberle ocasionado la muerte.
Su recuperación le llevó 7 meses y a su regreso extendió su carrera hasta el 15 de abril de 1964, fecha en que decidió seguir ligado al fútbol como entrenador. Su primera experiencia fue en el Stockport County, pero con la llegada del Mundial a Inglaterra en 1966 optó por sumarse al cuerpo técnico alemán liderado por Helmut Schoen, en condición de asesor.
Sus consejos le permitieron al seleccionado alemán llegar hasta la final. Las victorias ante Suiza (5-0), España (2-1), Uruguay (4-0) y Unión Soviética (2-1), junto con el empate (0-0) con la Argentina en la fase de grupos, marcaron el camino del elenco germano al partido decisivo, donde esperaba el combinado local. La polémica derrota por 4 a 2 quedó enmarcada como uno de los acontecimientos más recordados de la historia de los mundiales.
Con el dolor que representó aquella frustración, Trautmann regresó a su país de origen para hacerse cargo del Preußen Münster, primero, y del Opel Rüsselsheim, después. Amante de los constantes desafíos, desde 1972 hasta 1983 dirigió a las selecciones de Birmania (hoy Myanmar), Tanzania, Liberia y Pakistán. Lo llamativo fue que en 2004 la reina Isabel le otorgó la Orden de Caballero del Imperio Británico por su contribución al entendimiento entre el Reino Unido y Alemania a través del deporte. Sus últimos días los pasó en un pueblo de Valencia, buscando la paz y la tranquilidad de las que careció a lo largo de su vida.
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