Varios litros de aceite hirviendo rociaron su cabeza cuando era un bebé de diez meses. Ese accidente le dejó cicatrices y a él se debe, según sus allegados, una timidez casi crónica que venció gracias al deporte. Entre piques y saltos, el brasileño Alison dos Santos hizo historia al subirse al podio en Tokio.
El atleta paulista de 21 años, se bañó en bronce en su primera participación olímpica, la cúspide gloriosa para una temporada en la que, desde mayo, quebró cinco veces la plusmarca sudamericana en los 400 metros vallas, una de las pruebas de mayor nivel del momento.
Fenómeno en alza del atletismo mundial, Dos Santos consolidó la fortaleza mostrada en las semifinales, en las que batió el récord sudamericano con un tiempo de 47.31 segundos, mejorando en tres centésimas su propia marca continental. Una cifra que volvería a rebajar en la final (46.72).
Allí, en la pista de la capital japonesa, se abrió espacio entre pesos pesados como el noruego Karsten Warholm, que se llevó el oro olímpico batiendo de paso el récord (45.94), el estadounidense Rai Benjamin, plata con 46.17, y el qatarí Abderrahman Samba, quinto en la final.
El bronce decorando su cuello es la cereza de un pastel ya adornado con el primer puesto en los Panamericanos de Lima y el Campeonato sudamericano de 2019, además de la obtención del tercer mejor registro de la actual temporada. Y es el premio para un hombre delgado y espigado, de dos metros de altura, que tuvo un comienzo de vida traumático.
Un accidente doméstico marcó el camino de Alison dos Santos, oriundo de Sao Joaquim da Barra, un municipio a 318 kilómetros de San Pablo. Él no lo recuerda, pero la historia cuenta que en el momento en que su abuela cocinaba pescado en un sartén, el bebé de diez meses movió el artefacto y el aceite hirviendo cayó sobre parte de su cabeza, brazos y pecho. La matrona, en un intento por protegerlo, también resultó herida. Y ambos estuvieron hospitalizados durante varios meses.
Desde entonces, para protegerse del sol u ocultar las huellas del infortunio, el corredor suele usar gorras que disimulan la cicatriz en la cabeza, confundida por muchos con una alopecia precoz. “Él era tan tímido por culpa de la quemada, que sólo salía con gorra. Se moría de vergüenza”, contó su primera entrenadora, Ana Fidélis, en diálogo con UOL Esporte.
Brasil por poco pierde a una joya del atletismo por culpa de esa timidez. Alison era tan retraído, que rechazó las primeras invitaciones para saltar a la pista, pero la insistencia de un amigo de infancia terminó por acercarlo al deporte.
En su primera competencia, en el Centro Olímpico de San Pablo, cuando aún era un adolescente, participó con una gorra amarilla que disimulaba sus costurones. Sus éxitos y el paso del tiempo fueron curando las heridas de un deportista que promete darle más alegrías a Brasil en una disciplina -400 metros con vallas- en la que hasta ahora no había alcanzado medallas.
“Yo mejoré y hoy soy Alison”, dijo sonriendo y orgulloso, sin gorra, en 2019, durante los Juegos Panamericanos, al narrar con detalle y naturalidad el accidente doméstico. Dos años después, en Tokio, grabó su nombre en los anales de las preseas olímpicas brasileñas. Aquellas cicatriz y esa postura retraída forman parte de un pasado que lo marcó para siempre. Hoy su presente es cargado de gloria. Y en el futuro seguramente consiga más hazañas en las futuras aventuras que protagonizará.
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