A medida que los futbolistas crecen, llegan a una edad donde comienzan a temer que el final de su carrera como profesional está a la vuelta de la esquina. Los miedos a colgar los botines y arrancar la vida por fuera del deporte representan una de las grandes problemáticas que afectan la salud mental de los jugadores. Pero un escalón más abajo aparecen aquellos que se vieron obligados a dejar por la fuerza la actividad que aman a causa de una recomendación médica, como fue el caso de Matt Bloomfield.
Una extraña conmoción cerebral puso fin a la trayectoria del histórico volante del Wycombe Wanderers, club del ascenso de Inglaterra. A sus 37 años de edad, calcula que sufrió unas cinco conmociones en los últimos cuatro años y lamenta que la última, la que lo hizo dejar de jugar al fútbol, no se produjo por un choque, sino por un compañero de equipo que ejecutó un tiro libre rápido en la mitad del campo, y el balón le golpeó en la parte posterior de la cabeza.
En agosto, Matt salió tambaleándose del terreno de juego del Exeter sin saber que sería su último partido como futbolista profesional. Los 191 seguidores que acompañaron al Wycombe aquella noche de niebla tampoco se dieron cuenta de que el inesperado golpe generó una conmoción cerebral y pondría fin de forma abrupta a una orgullosa carrera como jugador, con 558 partidos oficiales en la espalda con una misma camiseta.
“Intentaba ir hacia el túnel y me desviaba hacia la derecha, hacia la afición visitante, cuando intentaba ir recto”, recordó Bloomfield en charla con el medio inglés The Guardian. Y agregó al respecto de aquel fatídico momento: “Era un pasillo bastante estrecho en Exeter y yo iba rebotando contra las paredes para llegar al vestuario. Cuando llegué, me senté y el médico me dijo que estaba demasiado agitado. No podía enfocarme en nada. Todo se desmoronó esa noche”.
Llegó a su casa en Felixstowe, ciudad costera al este de Londres, justo cuando sus hijas Rosie, de cuatro años, y Mollie, de seis, se estaban levantando. Para entonces, Matt ya había sido advertido por el médico del club, Bob Sangar, de que no iba a volver a pisar un campo de juego. “Afectó muchísimo a mi estado de ánimo, influyó en mis niveles de energía y me costó ver la luz en las actividades cotidianas que normalmente me encantaban hacer con mis hijas”, reveló sobre el impacto directo que tuvo la noticia en su salud mental.
De un día para el otro, los pequeños momentos que debían hacerlo feliz eran todo lo contrario: “Las cosas que normalmente hacía con ellas me parecían un esfuerzo. Me leían sus cuentos por la noche y no podía concentrarme en lo que me contaban. Sentarme con mis hijas y que me den un abrazo suele ser un momento especial y yo no lo sentía así. Sabía que no estaba bien. Pensé que se me pasaría en uno o dos días, pero una semana después seguía sintiéndome igual. Ahí me di cuenta que era más grave que las otras conmociones cerebrales”.
Tras varias visitas a médicos y especialistas, Bloomfield se retiró por consejo médico y la confirmación escrita llegó hace un par de semanas. “La releí varias veces y luego me di cuenta. Le dije a todo el mundo que estaba bien y que si eso era todo, entonces estaba bien, pero realmente lidiar con ello en mi cabeza sabiendo que no iba a volver a vestir la camiseta del Wycombe Wanderers, que no iba a volver a llevar el número 10 y que no iba a volver a jugar al fútbol... fue algo bastante grande de afrontar”, describió en primera persona al borde del llanto.
El alcance de su última conmoción cerebral se puso de manifiesto un mes después, en una excursión al parque de diversiones Peppa Pig World. “Me subí a las tazas de té con mi hija y me mareé. Pensé: ‘Esto no está bien; he subido a las tazas de té con ellos un millón de veces’”. El incidente también afectó a su sistema vestibular y le genera un gran nerviosismo cuando las pelotas vuelan en los entrenamientos: “Me pongo muy inseguro. Salí de la escuela en julio de 2000 y durante 21 años y medio he estado en los campos de entrenamiento cinco días a la semana y nunca he pensado en ello, mientras que ahora, cada vez que hay balones alrededor, me pongo en guardia, lo cual es un problema continuo que espero que remita”.
Su memoria también se ha visto afectada. “Me olvido de palabras sencillas. Hay cosas que me pasaron en los últimos dos meses y no las recuerdo. Las implicaciones a largo plazo me asustan, por supuesto. Mi salud cerebral está bien en cuanto a la resonancia magnética, pero otras cosas pueden desarrollarse con el tiempo. Me asusta, me asusta al 100%”. Además, Matt reveló que ya tuvo conversaciones difíciles incluyendo la de explicar a sus hijas por qué “papá ya no juega en el campo y sólo se queda de pie a un lado gritando”, pero asegura que no lo toma como una historia triste.
Sin embargo, Matt encontró una nueva manera de vivir el fútbol sin ser jugador: asumió las funciones dentro del cuerpo técnico. Todas las mañanas se lo ve en los pasillos del humilde club inglés llevando dos bolsas de balones en su hombro y con una sonrisa en el rostro. Las emociones están a flor de piel y Bloomfield no duda en que hay dos momentos de su carrera que quedarán para siempre en su memoria más allá de los golpes: capitanear al Wycombe en el ascenso a la Championship en Wembley y que José Mourinho le diera la mano al salir del campo en un partido contra el Chelsea en 2014.
Tal es la mentalidad de Bloomfield, que todavía se pone a entrenar a las 7.30 de la mañana para hacer una sesión de gimnasio y, después, suele salir a correr. “Veo esto como un nuevo comienzo”, aseguró. Y concluyó con un mensaje esperanzador: “Tengo que intentar utilizarlo como algo positivo. No puedo sentarme y decir: ‘Esto es lo que acabó con mi carrera, el balón en la nuca, pobre de mí’. Quiero ayudar a los demás”.
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