Enrique Castro Quini había cumplido un sueño cuando el 23 de julio de 1980, y después de varias idas y vueltas con el Sporting de Gijón, se presentaba oficialmente como el nuevo refuerzo de lujo del Barcelona. Llegaba a la institución un experimentado goleador de casi 31 años por una cifra descomunal para aquella época: 82 millones de pesetas.
El Brujo, como lo apodaban, formó parte de la plantilla azulgrana durante cuatro años, de los cuales en tres se alzó como el máximo goleador de la liga. Sin embargo, fue en la primera temporada cuando le tocó vivir una traumática experiencia que lo marcó de por vida tanto a él como al fútbol español en general. Su secuestro.
Habían transcurrido 25 fechas del campeonato y ya tenía 15 goles en el torneo. Aquel domingo 1 de marzo de 1981, el español se levantó, desayunó, emprendió su viaje al Camp Nou, se enfundó su camiseta blaugrana Nº 9 y aportó un doblete más en la victoria por 6-0 frente al Hércules.
Su agenda apretada le marcaba que su siguiente compromiso era ir a buscar a su esposa y sus hijos al aeropuerto.
Feliz, después del gran partido que había disputado y tras haber quedado como el “pichichi” de la liga, se subió a su Ford Granada y se dirigió a su casa antes de emprender su viaje a El Prat para recibir a su familia que venía de Oviedo. Allí fue abordado por tres delincuentes y nada más se supo de él.
Mari Nieves, su pareja, lo esperó durante una hora al pie de la terminal. Él nunca se presentó y, preocupada, llegó a la casa y no dudó en llamar al club y posteriormente a la policía. Su marido estaba desaparecido.
El 2 de marzo se anunció oficialmente la desaparición y en las puertas de su casa se agolparon periodistas y fanáticos. “El ambiente era de una incertidumbre impresionante. No sabíamos dónde estaba ni qué había pasado, era un nerviosismo total”, recuerda Rafael El Torito Zuviría en diálogo con Infobae.
Al día siguiente se produjo la primera llamada por parte de los secuestradores cerca de las 11:30 de la mañana. Mari Nieves contestó y, gracias al operativo que se montó, la charla también la escuchó la policía desde la comisaría. La mujer recibió órdenes precisas: debía ir a una cabina telefónica ubicada en Hospitalet. Una vez allí se encontró con una carta firmada por Quini en la que decía que estaba bien y que los captores querían 70 millones de pesetas a cambio de su liberación.
Al escuchar la conversación, el grupo Omega de la Brigada Antinarcos que se montó para trabajar en su rescate llegó a la conclusión de que los delincuentes no eran profesionales y que, por el acento del interlocutor, no estaban en Barcelona.
El encargado de realizar los contactos con la familia, “llamaba todos los días a la misma hora y se tiraba hasta 20 minutos hablando… era de chiste gordo”, explicaba 32 años después (en 2013) Juan Martínez Ruiz, uno de los jóvenes policías que trabajó en el caso, a la revista Líbero. Según puntualizó el periódico catalán La Vanguardia, fueron 21 llamadas en total.
En paralelo, el campeonato español continuaba y con aquella goleada ante el Hércules el conjunto azulgrana quedó a dos puntos del líder, el Atlético de Madrid y en la siguiente fecha tenía que jugar ante los colchoneros en el Vicente Calderón sin su delantero estrella.
“Estoy dispuesto a dar mi vida por su libertad”, exigía públicamente el vicepresidente argentino del Barcelona, Nicolau Casaus, mientras la prensa ponía en duda dicho partido. “Si vienen a por mí, los espero con una escopeta”, exclamó Zuviría al mismo tiempo. Hoy, 40 años más tarde, el delantero le cuenta a Infobae que, “personalmente le dije eso al periodista porque a Quini le tenía un gran cariño. Con él siempre estábamos de broma en el campo y en el vestuario, éramos los que animábamos a todos. Me dolía saber lo que estaba pasando”.
Sin embargo, ante la negativa de la Federación al pedido de los futbolistas culés de que se suspendiera el partido, el encuentro se llevó a cabo el 8 de marzo en un estadio colmado. Como era de esperarse, el equipo del alemán Udo Lattek, totalmente desmoralizado, cayó ante los locales por 1 a 0. A partir de ese momento, los azulgranas comenzaban a despedirse del título.
Los llamados continuaban en casa de Quini. Los secuestradores y Mari Nieves (asesorada por la policía) habían llegado a un primer acuerdo para efectuar el pago. El defensor culé Alexanko iba a ser el encargado de llevar un maletín con 100 millones de pesetas (la cifra había aumentado con el transcurso de las comunicaciones) a la Junquera, municipio español situado en la frontera con Francia.
La intención de los delincuentes era que el futbolista cruzara al país vecino para que no pudiera actuar la policía local. Pero se negó, argumentando que le resultaría imposible cruzar con esa cantidad de dinero sin tener problemas. Las negociaciones se frustraron.
Las cosas en el campo de juego tampoco iban bien. Tras la derrota ante el Atlético, el Barcelona volvía a perder puntos ante la Unión Deportiva Salamanca al caer por 2 a 1 (equipo que descendería seis fechas más tarde).
Cinco días después de aquel resultado, y tras una nueva llamada telefónica, que terminaría siendo la última, Nieves les propuso a los captores que Alexanko les transfiriera la suma que ellos pretendían a través de una cuenta bancaria en Suiza. Ellos aceptaron, pero lo que no sabían era que ese movimiento financiero estaba dentro de un plan ideado por la policía.
El Barcelona debía cobrar ese monto de la empresa de relojes Omega, por lo que se organizó para que la cuantiosa cifra se depositara en la entidad financiera suiza Credit Suisse. Lo único que quedaba era esperar a que alguien retirara dinero de esa cuenta para tener un nombre.
En medio de la espera, Alexanko, Zuviria, Bernd Schuster y compañía iban a ceder puntos nuevamente al empatar 0-0 contra el Zaragoza por la fecha 29. La siguiente iba a ser contra el Real Madrid y desde el club veían con buenos ojos la posibilidad de que su goleador estrella ya estuviera en el campo.
Tras el partido, Casaus y un grupo de policías viajaron a Suiza para monitorear la situación. Finalmente a comienzos de esa semana se produjo un movimiento en la cuenta: alguien había retirado 3 millones de pesetas y, tras un acuerdo previo entre las autoridades españolas y suizas para que se levantara el secreto bancario de esa cuenta, obtuvieron lo que buscaban: Víctor Manuel Díaz Esteban, era uno de los secuestradores.
El 25 de marzo Víctor iba a abandonar el banco con el dinero en su poder para abordar un avión desde Ginebra con destino a París. Fue allí cuando la policía lo detuvo. El joven, sorprendido, no tardó en confesar todo y reveló dónde estaba secuestrado el carismático y querido futbolista.
El grupo antinarcos llegó a un taller mecánico ubicado en el número 13 de la calle Jerónimo Vicens en Zaragoza. Entraron cerca de las 10 de la noche y se encontraron con los otros dos delincuentes de la banda: Fernando y José Eduardo.
Junto a ellos, una puerta en el suelo que daba a un sótano. Bajando las escaleras, Quini cubriéndose con un colchón sin entender qué estaba sucediendo y pensando que era la hora de su muerte tras pasar 25 días allí encerrado. El goleador del Barcelona por fin era libre.
El 26 de marzo, a las 2.30 de la madrugada, Enrique Castro llegaba a Barcelona y fue recibido por los fanáticos, que aún soñaban con el título, y por su esposa, muy afectada emocionalmente. Las fotos de aquel entonces mostraban a un Quini demacrado, desalineado y muy agotado.
En la liga, en tanto, los azulgranas ya aliviados por la liberación de su jugador, golearon al Real Madrid por 3-0, aunque éste no participó del Clásico a pesar de las ganas que demostró tener desde un primer momento. Posteriormente, cosecharon un par de victorias más, pero no les alcanzó para hacerse con el campeonato, que finalmente, y para sorpresa de muchos, iba a quedar en manos de la Real Sociedad.
Aun así, El Brujo terminó siendo el máximo artillero del torneo con 20 dianas y levantó la Copa del Rey, en donde también se coronó como el goleador (con 11) marcando un doblete en la final.
EL SECUESTRO
Tal como detalló La Vanguardia en aquel entonces, el futbolista fue secuestrado por dos jóvenes el 1 de marzo de 1981, en el ínterin entre que llegó a su casa y se disponía a salir para el aeropuerto. Uno de ellos le mostró un arma y lo obligó a entrar a en su automóvil y él, atemorizado, acató inmediatamente.
En el vehículo estaban sus dos captores, uno manejando y otro sentado atrás junto a él, mientras que un tercero los seguía a bordo de una furgoneta DKW. Posteriormente, descartaron el coche, le taparon los ojos y lo metieron en un cajón de madera que estaba dentro de la otra camioneta. Allí permaneció durante las dos horas que duró el viaje desde Barcelona a Zaragoza.
Una vez dentro del sótano, los delincuentes se ocuparon de que su estadía fuera lo más cómoda posible: “Mis secuestradores eran gente sencilla, sin grandes posibilidades. Me alimentaban con bocadillos casi siempre, pues ellos mismos no eran de muchas disponibilidades y no les daba para más. Me han tenido siempre en el mismo piso. Yo creo que eran buena gente; equivocados, pero buena gente. Se portaron bien conmigo, nunca me amenazaron y siempre me decían que sabían que yo era una persona decente y un buen jugador”, explicaba horas después de su liberación a La Vanguardia.
Durante su secuestro, Quini se enteró de la situación en la que se encontraba su equipo: “Les pedí a los secuestradores que me bajaran un aparato de televisión. También me entregaron un ejemplar de Marca. Me enteré de que el Barcelona había perdido dos desplazamientos y empatado el último partido de casa”, explicó en conversación con Radio Gaceta de los Deportes, al día siguiente.
LOS SECUESTRADORES
El grupo que llevó a cabo el secuestro estaba formado por tres delincuentes sin antecedentes previos. Los informes de ese momento confirmaban que se trataba de tres electricistas de menos de 30 años de edad que estaban desempleados.
“Pasaban totalmente desapercibidos. Esa fue la causa principal de tardar en localizarlos. Nunca habían roto un plato, no tenían antecedentes, no se relacionaban con delincuentes… Eran absolutamente normales”, contó el comisario Martínez a Líbero en 2013 y explicó por qué se lo eligió a él como la víctima: “Según la prensa, era una gran persona, hogareño, de buen carácter. Y eso a ellos les motivó para que al tenerlo en cautiverio no les causara problemas. Y acertaron”.
Tal fue así que, tras su liberación, el jugador optó por no acusarlos judicialmente ni aceptar la indemnización económica por parte de los secuestradores, valuada en 5 millones de pesetas. Aún así, los delincuentes recibieron una pena de 10 años de prisión. Quién sí pidió que se le atribuyera un resarcimiento monetario fue el Barcelona, argumentando que el secuestro lo privó de sus opciones a ganar el título.
Incluso 30 años más tarde, Quini confesaba en una entrevista con El Mundo que se había reunido con uno de sus captores: “Lo saludé, le di la mano, nos hemos sentado. Él no paraba de disculparse, pero bueno. Le di mi número de teléfono y le dije: ‘Ya sabes que cuando quieras me puedes llamar perfectamente’”.
Enrique Castro Quini murió el 27 de febrero del 2018 a causa de un infarto a los 68 años mientras conducía por la ciudad de Gijón. Pese a que el personal médico logró reanimarlo en un primer intento, sufrió un segundo paro cardiorrespiratorio mientras se dirigía al hospital.
“Se fue Quini, El Brujo, un hombre excepcional y un delantero que le hizo goles a todos. La pelota lo buscaba siempre a él (...) Quini me ayudó muchísimo en mi llegada a Barcelona, jugábamos mucho al tenis en nuestro tiempo libre. Yo espero que descanses en paz, le mando un fuerte abrazo a toda tu familia”, escribía Diego Armando Maradona por aquel entonces en sus redes oficiales, tras haber compartido dos temporadas junto a él.
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