—Si tuvieras que hacer un balance del Mundial de 1990 desde la perspectiva de hoy, ¿qué dirías?
—A la distancia se me ocurre que, por distintos motivos, Argentina tuvo mucho más de lo que merecía, porque hubo un montón de problemas desde el inicio: jugadores que sufrían lesiones, pasando de ronda gracias a la tanda de los penales, en esa lotería que siempre nos favoreció, y después termina resolviendo la final por la misma vía en un partido en el que me queda la duda de qué hubiese pasado si no le hubieran faltado Caniggia, Batista, Giusti y Olarticoechea.
—¿Pensás que Argentina pudo haber sido campeón?
—Creo que otro gallo hubiera cantado, pero las cosas fueron como fueron. El otro día, casualmente, me llegó un video de la jugada de Calderón en la que el árbitro estaba de frente, a tres metros, y era imposible que no cobre penal. Me pregunto cómo hizo para ver la falta de Sensini, en el que estaba como a 20 metros y tapado, y no vio el de Calderón. Son cosas que quedan para siempre y que alimentan la duda acerca de la probidad o de la credibilidad que tienen algunos y el interés político que hay en el fútbol.
—¿Qué Maradona era el de Italia 90? Porque el de México 86 era un Diego imparable, pero a este Mundial llegó con algún problema físico: el dedo del pie, la rodilla…
—Sí, de hecho la preparación fue exactamente igual. Nosotros comenzamos casi tres meses antes, tal como había pasado en México, al viajar todos los lunes a Roma con el doctor Dal Monte para que él pudiera visibilizar y priorizar ese Mundial. Como el torneo lo organizó Italia, había un montón de connotaciones porque él estaba en el Napoli, donde generó mucho fastidio al poder y a la opulencia del norte. Llegaba en forma fantástica, pero a una semana del partido inaugural contra Camerún en Milán uno de los sparrings le metió un planchazo y le arrancó la uña del dedo gordo del pie izquierdo. Eso lo sumió en un estado de angustia, de desazón, porque tanto había hecho para llegar de la mejor manera, que el propio doctor Dal Monte le colocó una fibra de carbono para que pudiera defenderse del roce. Además, antes de cada partido era infiltrado.
—Y después, el tobillo.
—En el primer partido contra Camerún, le metieron un planchazo en el hombro que casi se lo arrancan. Después, un tremendo foul contra el tobillo izquierdo que lo dejó inflamado de una manera brutal. Justo ese tobillo que había padecido tanto con la lesión que le produjo años atrás Andoni Goicoetxea. Recuerdo haberle dicho un día que saliera en ojotas para que todo el periodismo internacional pudiera fotografiarlo y se diera cuenta de la agresividad con la que los adversarios lo iban a enfrentar. A pesar de los días y de la continuidad del Mundial, nunca más pudo recuperar esa frescura. Era como si a un gran pianista le hubieran dado un martillazo en la muñeca. Eso afectó su estado emocional y nos preocupó mucho. Y después se fueron sumando otras cuestiones.
—Cada vez más obstáculos.
—Claro, porque Argentina era un poco el equipo a vencer pero no “por culpa” de Argentina sino “por culpa” de Diego; y creo que el partido contra Italia en Nápoles fue la gota que rebalsó el vaso y colmó la paciencia del poder. Además le rompió un negocio estimado en más de 600 millones de dólares a la Federación Italiana por venta de merchandising y todas esas cuestiones. El mismo Ciro Ferrara, antes del partido estaba al lado de Fernando De Nápoli, compañero de Diego en su club, y le dijo: Dile al capitano de non scherzare, doviamo vincere noi (Decile al capitán que no joda, que tenemos que ganar nosotros). Ellos tenían seis trajes distintos para las distintas ceremonias que iban a tener después del Mundial y el último era todo blanco para presentarse en el Palacio del Quirinal (Casa de Gobierno). Ya eran campeones del mundo.
—Yo estaba del otro lado, cubriendo ese Mundial, y al día siguiente de la semifinal entre Argentina e Italia, en el primer entrenamiento de la Selección un periodista italiano dijo pobres estos muchachos, porque los que juegan en la liga italiana lo van a pagar en la temporada siguiente, y efectivamente, Maradona cayó con doping positivo y Caniggia tuvo muchos problemas también.
—Sí, pero yo creo que Diego lo pagó porque ya su limón tenía poco jugo. Si eso hubiera sido cuando él tenía 24 años, lo hubiera seguido soportando porque así también son de hipócritas. Lo querían matar desde siempre, pero lo que él generaba era mucho más importante para el poder que lo que él podía decir.
—Otra cosa que nos sorprendió después del partido en el que la Selección eliminó a Italia es que organizativamente, y aunque faltaba la final, el Mundial ya había terminado.
—Sí, sí, ahí claramente se terminó el Mundial para Italia. No te quepa la menor duda. Yo recuerdo también que cuando terminó el partido en el San Paolo, que entré a la cancha y nos abrazamos, yo mismo le dije a Diego que era esa la final que había que ganar y que la Copa se la lleva el que quiera (risas). Por eso también me sirvió como argumento para tratar de consolarlo cuando se perdió contra Alemania. Cuando bajó las escaleras llorando lo abracé, lo agarré y le pregunté por qué lloraba. Entre lágrimas me respondió que era el Mundial que les quería dedicar a Dalma y a Gianina. Entonces le dije que las nenas necesitaban su tiempo, que era lo que no tenían. Eso sirvió para que reaccionara inmediatamente y entrara al vestuario alentando a todos, felicitándolos. Recuerdo que me pidió que fuera al vestuario de Alemania para que le llevara la camiseta que cambió con Lothar Matthäus.
—¿Y cómo viviste ese partido entre Argentina e Italia en el San Paolo?
—Era como que querían, pero no podían. Muchos napolitanos querían alentar a Diego, pero también querían alentar a Italia. Había algo en el aire que no sé bien de qué se trataba, que no les permitía exteriorizarse ni para un lado ni para el otro. Creo que si ganaba Italia, habrían estado tristes por Diego. Era un sentimiento dual que era difícil resolver.
—¿Y el silencio posterior del estadio, cuando Italia queda eliminada?
—Recuerdo que cuando terminó el partido y fuimos al alargue, bajé con el Gringo Giusti al vestuario, porque él no podía permanecer en la cancha porque había sido expulsado. Vimos el alargue por TV y Julio Grondona, que estaba allí, dijo que no había que ser tan exigentes. Después de ese comentario nos fuimos a ver lo que quedaba en la oficina de la RAI y vimos los penales ahí. Cuando pateó Aldo Serena y el Vasco Goycochea se lo atajó, el Gringo pegó un salto y salió a festejar. A mí me dio mucha vergüenza porque vi a Giampiero Galeazzi de la RAI y a los otros dos cronistas con una tristeza que se les caía de los ojos. Creo que les pedí perdón y me fui caminando a festejar al césped. Fue impresionante. Eso sí que era un silencio que se escuchaba en todos lados.
— Diego llegó a ese Mundial con muchos problemas por la forma en que terminó Jorge Valdano fuera de la lista. También se enojó cuando Carlos Bilardo dio la alineación contra Camerún y sacó de los once a Caniggia ¿Era distinto que en México, verdad?
—Sí, sí. Yo creo que ahí Bilardo le dio más importancia al temor que le podía generar el adversario, que la seguridad que podía generar el mismo equipo. De hecho, contra Camerún entró Caniggia cuando había dos expulsados. Se generaron un montón de situaciones, pero también me acuerdo que en ese primer partido, cuando se hizo la entrada en calor en el gimnasio del San Siro, estaban los dos equipos a cinco metros de distancia. Eran como dos rectángulos. Cuando entró Diego con los cordones desatados y empezó a hacer jueguitos pasándose la pelota de un lado al otro, como hacía él, los rivales dejaron de correr y de elongar para verlo. Estaban impactados, hasta que su preparador físico les pegó un grito para hacerlos reaccionar. Después, todos querían sacarse fotos con él. Fue muy cómico, aunque el resultado fue muy inesperado y nadie imaginó que después de semejante derrota Argentina podría llegar tan lejos. El fútbol tiene esas cosas, porque Argentina no mereció llegar a la final, pero otras veces también tocó perder. El fútbol tiene esos misterios. Es como dice Marcelo Bielsa, que se premia lo que se logra y no lo que se merece.
—Yo recuerdo el partido contra Brasil en Turín, y con la clasificación a los cuartos de final, pocas veces lo vi a Maradona tan feliz. Lo recuerdo con una cintita roja y blanca en la cabeza, como vincha, en la conferencia de prensa.
—Pero eso no sólo era por ganar el clásico, sino que también era un triunfo sobre la mayoría de los italianos que querían que Argentina perdiera. Fue un triunfo doble, y entonces se festejó de otra manera. Y además, porque en términos reales, Diego sabía que Argentina tenía que haber perdido por cuatro goles, y eso generó también una cantidad de angustia durante el partido que se liberó con esa explosión de júbilo después.
—¿Cómo se vivió la previa cuando supieron que les tocaba Brasil en octavos de final? Porque Argentina llegaba sin paso firme, como uno de los terceros, mientras que Brasil llegaba como primero en el grupo…
—Pero ese equipo ya venía desde 1986. Era un grupo muy sólido desde lo anímico. Y además todos sabían que tenían esa carta, ese ancho de espada distinto. Yo recuerdo que esa mañana del partido estábamos alojados en un hotel. Era como a 15 kilómetros de la cancha, me parece, y llegó el hermano de Carlos Bilardo, creo que con el cuñado y el sobrino. Venían a buscar las entradas, pero Carlos estaba durmiendo, entonces ellos estaban preocupados porque temían no llegar a tiempo al partido. Les dije que esperaran que lo iba a despertar y no querían, me decían que eso lo iba a volver loco. Entonces fui, pero viste que él estaba lleno de cábalas (risas).
— Por ahí le alteraste una…
—Claro… Le golpeé la puerta y escucho del otro lado “¿Quién es?” (le imita la voz). “Yo, Carlos”. “Qué pasó?”, me dijo. Estaba recostado en la cama, con las piernas flexionadas, las manos cruzadas, y le dije lo que pasaba con sus familiares y las entradas. Entonces me dio el sobre y yo me fui. Cuando terminó el partido y Argentina termina ganándole a Brasil, cuando yo subo al autobús en los festejos, le dije a Bilardo “escuchame una cosa, a mí no me vengas ahora con la cábala porque no quiero saber nada” (risas)
—Claro, yo te iba a preguntar eso, porque pensé “sonaste”, conociendo a Bilardo…”ahora despertame en la mañana de cada partido y traeme el sobre”.
—No, no, no…. por eso yo me anticipé y le dije “despertate solo” (risas).
—¿Y lo aceptó o después volvió con el tema?
—Sí… Se reía porque estaba en medio de la euforia, porque yo recuerdo otro partido que estuvo al borde de la ruptura emocional, que fue el de los penales contra Yugoslavia, porque hay un momento en el que creo que es Diego el que falla, y entonces yo, lejos de tener algún optimismo, pensé que todo se terminaba. Y empezamos a bajar junto con Grondona y otro dirigente de la AFA, y un cameraman que andaba por ahí dice “Forza Yugoslavia” y yo le dije “Va fanculo” o algo así y resulta que ¡Pam! Lo ataja Goyco y entonces nos volvimos a quedar y después terminó ganando Argentina. Todo eso era una manera de cortar clavos. Yo creo que cada partido era un electrocardiograma bajo esfuerzo.
—Además, Argentina jugó como nunca en un terreno muy hostil prácticamente siempre, porque no recuerdo si tanto ante Yugoslavia en Florencia, pero en el partido inaugural, en Milán, todo San Siro insultando a Maradona, con Brasil en Turín…
—¡Todos!
—La final contra Alemania en Roma…
—No te olvides además que sobre llovido, mojado, porque tuvo la fractura de Nery Pumpido y ese penal brutal de Diego a la salida del córner contra la URSS, porque el árbitro se la come y no la ve, porque si no, ahí nos quedábamos afuera en la primera ronda.
—¡Qué momento el de la lesión de Pumpido! Porque en ese momento vine ese córner para la URSS y Goycochea, en el momento de su debut, tenía de frente la ambulancia en la que estaba Pumpido...
—Sí, sí, sí, hubo momentos tremendos… O el día de la final, cuando fue la expulsión de Pedro Monzón. Tiempo después, vamos con Menotti a la Sampdoria, y allí jugaba Jürgen Klinsmann, que tuvo una gran relación conmigo, y me decía que nunca en su vida le habían pegado una patada tan brutal como esa. Mirá cómo será que lo recordaba perfectamente.
—¿Todos esos obstáculos iba endureciendo al grupo, o ya era un grupo preparado para todo?
—Sin dudas estaba preparado, pero cada una de estas cosas servía para que estuvieran más unidos. En ese sentido, si algo faltaba, eso ayudaba.
—¿Y cómo fue eso de la bandera de la concentración en Trigoria, que dicen que la habían arrancado del mástil?
—Eso es como cuando estás en tu casa, hay un tarro de dulce de leche abierto y está tu nene de cuatro años y es el único que está en la casa y dice “se comieron el dulce de leche, ¿quién fue?” (risas). Era obvio. Carlos vino gritando como un desesperado que quemaron la bandera… ¿Quién te va a creer? (risas) Pero claro… Si eso estaba cerrado a cal y canto… Pero fue un recurso que él comentó también que usaron cuando Estudiantes jugó la final Intercontinental contra el Manchester United, y días antes del partido, Osvaldo Zubeldía, que era el DT, veía al plantel y estaba muy preocupado y se preguntaba qué le pasaba, que los jugadores estaban con miedo, y le dijo a Bilardo, “algo hay que hacer”, entonces fueron a la vereda, empezaron a romperla y tiraban ladrillazos a la ventana y entraron después y dijeron “estos degenerados, delincuentes, mañana los tenemos que pasar por arriba”. Sirvió para motivar. Es un recurso que se usa muchas veces y quién puede decir en definitiva si pueden tener algún beneficio. Si el resultado es favorable, van a decir que sirvió, y si perdés, que no sirvió para nada.
—Y después de la final, cuando no saludó en la premiación a Joao Havelange, el presidente de la FIFA, ¿Maradona dijo algo en el vestuario?
—Era obvio porque acordate que el problema con Havelange ya venía desde 1986, cuando él dijo que en esas condiciones no se podía jugar, y Havelange, como patrón de estancia, dijo que los jugadores se callen y jueguen, que yo le dije a Diego “ahí te equivocaste. No tenían que haber jugado, no te tenías que haber callado y tenían que parar de jugar en la mitad del Mundial”, a ver quién iba a jugar. ¿Van a jugar Havelange, Blatter, Grondona? ¿No iban a jugar, no? Pero los jugadores todavía no descubrieron el inmenso poder que tienen y siguen eligiendo ser parte del oprimido, y los opresores siguen siendo los mismos.
—Cuando la selección argentina perdió contra Camerún, fue un terremoto interno o no tanto? Porque si bien todavía faltaban los otros dos partidos del grupo, Bilardo ya decía aquello de volver disfrazados de árabes o que si perdían, mejor que el avión se cayera…
—Sí, me acuerdo que estábamos en Trigoria, en la concentración y hubo una reunión, que yo obviamente no presencié, pero estábamos tomando mate con Monzón y el Patón Bauza en la habitación de ellos y vino Burru (NdR: Jorge Burruchaga) y dijo “Este tipo está loco… Dijo que se caiga el avión cuando volvamos y yo tengo que ir con mi familia” (risas). No, los jugadores fundamentalmente se quejaban porque a la mayoría le había quedado el rastro porque había sido un partido muy violento y el árbitro no había actuado con el rigor necesario.
—¿Ustedes percibían algún clima hostil en Trigoria o estaban tan aislados que no llegaba nada?
—Estábamos absolutamente aislados. Ahí no te enterabas absolutamente de nada. Yo lo percibía en algún programa de televisión, que muchos tampoco veían porque estaban jugando al truco o si no, ocupaban su tiempo de otra manera, y llegaban muy pocos diarios, cosa que me parece bien. Y además la mayoría tampoco sabía leer el italiano.
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