Como si hubieran soltado a un perro enjaulado. O como si se tratara del pistoletazo de salida en una carrera de atletismo. Cuando el árbitro belga Frank De Bleeckere hizo sonar su silbato, José Mourinho salió eyectado hacia el campo de juego del Camp Nou y con un sprint vertiginoso llegó hacia el otro lado, donde estaba la grada que acuñaba a los aficionados del Inter de Milán, quienes eufóricos celebraban la clasificación a la final de la máxima competición europea de clubes tras 38 años. Corría con el brazo derecho extendido y el dedo índice apuntando al aire, con el rostro inmutable pero internamente en estado de éxtasis. Era su partido, su eliminatoria, su victoria, la que tanto había esperado. Lo interceptó Víctor Valdés, quien intentó amenizar sus festejos pero fue apartado por uno de los árbitros asistentes y algunos miembros del cuerpo técnico neroazzurro. Mourinho era abrazado por todos, pero él no quitaba su vista de las tribunas. La celebración no fue nada extensa porque los aspersores de esa zona del campo se prendieron de inmediato para aguar la fiesta a los futbolistas del equipo italiano. Son imágenes que han quedado para la posteridad, como también lo que táctica y estratégicamente ofrecieron esos duelos de las semifinales de la UEFA Champions League 2009/10.
Se cumplen 10 años de una velada en la que el Inter de Mourinho noqueó a uno de los mejores equipos de la historia del fútbol: el FC Barcelona de Pep Guardiola. El DT portugués logró vencer a un Barça que venía de ganar el ‘Sextete’, alzando cada trofeo que había disputado la temporada anterior, con un estilo de juego revolucionario, y con Lionel Messi galardonado con el Balón de Oro y rozando su plenitud. Lo hizo incluso jugando más de 60 minutos con un jugador menos. Toda una hazaña.
La rivalidad entre ambos entrenadores aún no se había recrudecido pero sus duelos ya eran especiales. Eran viejos conocidos. Habían compartido la intimidad del vestuario culé cuando José Mourinho fue asistente de Bobby Robson y Pep Guardiola era jugador del primer equipo. De aquellos años, algunos fanáticos del Barça todavía reconocían a Mourinho como “el traductor”, haciendo una referencia peyorativa al rol que ocupó en el cuerpo técnico del estratega inglés y que se extendería al ciclo de Louis Van Gaal. Pero la sangre en el ojo del DT portugués en realidad tenía otro trasfondo.
En 2008, cuando Frank Rijkaard perdió en control del vestuario y fue despedido por el presidente Joan Laporta, el gran candidato a reemplazarlo era el propio Mourinho, quien llegó a presentar su proyecto a la cúpula dirigencial azulgrana. Cuidó cada detalle de su presentación pero cometió el grave error de no acceder a una reunión de la que iba a participar Johan Cruyff, leyenda culé y por aquel entonces asesor del Barça. El estratega luso sabía que el holandés le bajaría el pulgar, más de una vez lo había criticado en sus columnas periodísticas. Prefirió entonces que Marc Ingla, vicepresidente deportivo del club en la etapa de Laporta, viaje a Lisboa. Allí Mourinho expuso su proyecto –que incluía a una persona del Can Barça como asistente, con Guardiola como candidato– y dejó en claro que no iba a modificar su postura prepotente ante la prensa. Todos estos factores hicieron que finalmente el elegido sea Pep, que con 37 años mostraba grandes cualidades en el equipo filial, conocía al club mejor que nadie, era un símbolo de Cataluña y del Barça, y tenía el apoyo de Txiki Begiristain y el propio Cruyff, un Dios en tierras catalanas pero solamente un respetable mortal para los ojos de un Mourinho que ya presumía de ser campeón europeo con el FC Porto y de la Premier League con el Chelsea FC.
Ya en la temporada 2009/10, el sorteo de la UEFA colocó en el Grupo H de la Liga de Campeones de Europa al Inter de Mourinho y al Barça de Guardiola, que tuvieron un par de duelos atractivos –0-0 en el Giuseppe Meazza y de 2-0 en el Camp Nou– antes de volver a cruzarse en las semifinales, donde la temperatura subió notablemente. “Para Mourinho y su cuerpo técnico haber jugado dos partidos ante el Barcelona en la fase de grupos fue importante para poder preparar los partidos. Ya todo el mundo conocía su estilo de juego pero sirvió para encontrar alguna debilidad y hacerles daño. Ese año habían llegado cuatro o cinco jugadores muy importantes, como Lucio, Diego Milito, Sneijder, Thiago Motta y Eto’o. Y con el correr del tiempo nos fuimos conociendo más todos, encontramos regularidad, se sumó Goran Pandev a mitad de la temporada, y ya tener un grupo sólido con esos jugadores se transformó una gran ventaja”, recuerda Walter Samuel en diálogo con Infobae.
En principio, José Mourinho sabía que tenía que triunfar a nivel europeo porque de lo contrario, tarde o temprano, iba a correr la misma suerte que su predecesor, Roberto Mancini, que había ganado tres Scudettos consecutivos pero pagó el precio de no ganar nada a nivel continental. En su primera campaña, el DT portugués obtuvo el cuarto campeonato de liga en fila y también ganó la Coppa Italia pero quedó eliminado en octavos de final de la Champions League ante el Manchester United. No podía volver a fallar.
LA ‘GABBIA’ A MESSI A LAS TRANSICIONES LETALES EN ITALIA
El 20 de abril de 2010 se jugó el partido de ida en territorio italiano, a donde al FC Barcelona le costó llegar con comodidad: la erupción del volcán islandés Eyjafjallajokul obligó a cerrar todo el espacio aéreo europeo y el equipo culé hizo un viaje de 14 horas en autobús para llegar a Milán. En su trayecto de 981 kilómetros pararon para dormir en Cannes (Francia) la noche anterior al partido.
Ese duelo en el estadio Giuseppe Meazza significó la primera estocada de la eliminatoria. El Inter de Mourinho plantó un 4-2-3-1 bien compacto, con una primera línea tradicional pero con una ocupación de espacios más flexible del mediocampo hacia adelante, a veces formando un rombo y juntando más a Samuel Eto’o con Diego Milito en ataque, aunque mayormente respetando el esquema del doble pivot y los tres mediapuntas. Cada jugador se hizo responsable de su zona de influencia a nivel defensivo y el despliegue fue exhaustivo ante un Barça que obedeció a su ya conocido guión. El cuadro italiano apostaba a recuperar el balón en su propio terreno y luego hacer daño con su juego directo, lanzando balones largos y siendo letal en sus transiciones de defensa-ataque.
Detener a Lionel Messi –que venía de marcarle cuatro goles al Arsenal FC en la vuelta de los cuartos de final– era quizás la tarea más compleja de aquel partido, pero Mourinho diseñó un marcaje grupal muy efectivo al que la prensa italiana bautizó ‘La Gabbia’ (‘La Jaula’).
“Tratamos de anticipar los problemas. Ibrahimovic fijaba a nuestros centrales y Messi partía desde la derecha pero tenía libertad para moverse por otra áreas, con Dani Alves yendo siempre hacia adelante para que él puede recibir por el centro, entre líneas. Hubo una combinación de ideas pero básicamente se trataba de no dejar jugar a Messi. No lo marcamos hombre a hombre, todos eran responsables”, explicó Mourinho en una entrevista a The Coaches Voice en mayo de 2019. Esto consistía en que Javier Zanetti como lateral izquierdo debía cubrir a Messi en el inicio de su recorrido, pero a su vez comunicarse con Esteban Cambiasso o Thiago Motta, incluso con Goran Pandev o Wesley Sneijder, para soltarlo en el momento justo y cederles el marcaje.
La segunda parte del plan, complementaria a esta fase de mantenerse mentalmente fuertes para ceder el balón y coordinar los marcajes para recuperarlo, consistió en romper el bloque y atacar los espacios expuestos. “Ellos eran muy fuertes en las transiciones defensivas en campo rival, sabíamos que al perder la pelota iban a presionar e intentar cerrar los espacios, pero también sabíamos que no era el tipo de desafío al que se enfrentaban en la Liga española y no eran buenos lidiando con los espacios atrás. Y nosotros teníamos gente muy rápida para que cuatro, cinco o seis jugadores pasen del bloque defensivo bajo a posiciones ofensivas”, explicó Mourinho.
Pedro marcó el primer gol del partido tras un desborde de Maxwell pero Sneijder, Maicon y Milito dieron vuelta el marcador, siendo el segundo y el tercer gol un reflejo perfecto de esa estrategia nerazzurra: recuperaciones de Thiago Motta en zonas defensivas, balones largos para los atacantes, y varios jugadores aprovechándose del déficit en el retroceso culé y llegando a posición de gol. Fue un gran triunfo por 3-1 para un Inter que cerró el partido con un 32% de posesión y solamente 158 pases completados (58% de efectividad) –contra 519 (82%) del Barça–, propinándole a Pep Guardiola la derrota más abultada en su incipiente ciclo, ya que hasta ese momento todavía no había perdido por más de un gol.
LA ROJA A MOTTA Y EL 6-3-0 EN EL CAMP NOU
Antes de disputarse el desquite, Mourinho utilizó los micrófonos para condicionar psicológicamente a sus rivales, haciendo hincapié en que el Barça anhelaba tener la posibilidad de ganar la Champions League en el Santiago Bernabéu, casa del Real Madrid, sede de la final. “No es un sueño para ellos, es una obsesión. La obsesión es llegar a la final en Madrid. Ya experimenté cómo son las cosas aquí. He ganado copas, contra el Betis en 1997, en el Bernabéu, donde todos estaban envueltos en banderas catalanas. Sé de lo que se trata: es anti-madridismo. Es una obsesión. Un sueño es más puro que una obsesión. La obsesión tiene más que ver con el orgullo”, disparó el estratega portugués. “Tengo una muy buena relación con Mourinho. No hemos intercambiado números de teléfono, pero lo considero el mejor y trataremos de vencerlo”, respondió de forma protocolar Pep Guardiola, quien todavía no perdía los estribos ante ‘Mou’. Recién al año siguiente lanzaría su famoso “es el puto amo”.
Pep insistió con Zlatan como referencia en la ofensiva para la revancha pese a que eso no había surtido efecto en Italia, aunque es cierto que estaba limitado por la lesión de un Andrés Iniesta que no jugó ninguno de los dos encuentros y llegó con lo justo al Mundial 2010, donde se convertiría en el héroe de España. Incluyó a Yaya Touré de zaguero para tener salidas desde atrás mucho más punzantes y controlar el balón por completo. En los primeros 15 minutos tuvo el 80% de posesión y llevaba 130 pases completados. El Inter, que inició con un posesión del 20% y solo completó 10 pases en el primer cuarto de hora, salió con una modificación: Christian Chivu, naturalmente defensor central al que Mourinho solía usar de lateral, jugó en lugar de Pandev por delante del ‘Pupi’ Zanetti para contener mejor a Dani Alves.
Corría el minuto 28, alrededor de 96.000 fanáticos azulgranas empujaban desde las tribunas, y Thiago Motta era expulsado por una segunda tarjeta amarilla muy dudosa por un supuesto manotazo a Sergio Busquets. “Lo sentimos como una injusticia, sabíamos que íbamos a estar en dificultad todo el partido, porque conocíamos cómo jugaba el Barcelona y su modo de atacar, con un jugador menos no iba a ser fácil siendo una semifinal de Champions de ese nivel. Después verlo en el entretiempo a Thiago (Motta) en el vestuario, que estaba muerto porque había dejado al equipo con uno menos, nos motivó para poder llegar a la final, porque él nos había dado mucho ese año y se lo merecía. No nos podíamos bajonear en ese momento”, rememora Samuel, quien jugó cada minuto que el cuadro italiano disputó ante el FC Barcelona en esa ‘Champions’.
Mourinho, que aplaudió sarcásticamente a los aficionados rivales cuando el árbitro mostró la roja, no hizo el movimiento lógico que cualquier técnico hubiera hecho: no quitó a ninguno de sus atacantes para incluir un jugador más defensivo. Simplemente movió las piezas que ya tenía en el tablero. Puso a todos sus hombres a jugar detrás de la pelota, a defender de la manera más profunda posible, con Chivu adentro haciendo tándem con Cambiasso, y con Milito (derecha) y Eto’o (izquierda) jugando prácticamente de laterales. “Creo que el sacrificio que había, ya sea en Eto’o, en Diego (Milito), o en Sneijder también, que son jugadores de construcción, de calidad y goleadores, para nosotros fue fundamental. Estaban todos comprometidos”, argumenta Samuel.
A partir de ese momento fue un 6-3-0 con Wesley Sneijder como hombre más adelantado. El Inter no controlaba la pelota, pero sí el espacio. Su primera línea cubría todo el ancho del campo en el borde del área y casi no dejaban huecos a explotar en sus espaldas. Por delante ellos, Cambiasso, Chivu y Sneijder ponían piedras al Barça en la gestación, a cargo de Xavi, Messi, Keita y Busquets. Eso les generaba a los pupilos de Guardiola el desafío constante de tener siempre 10 jugadores para superar, algo prácticamente imposible con los carriles de pase centrales congestionados. Fue por eso que el DT catalán quito a Zlatan y a Busquets para darle lugar a dos jóvenes regateadores como Jeffren Suárez y Bojan.
“En el entretiempo todavía veíamos algo de luz al final de camino. Recuerdo que Guardiola dijo que teníamos que seguir y le pidió a Leo (Messi) que nos ayudara a ganar ese partido. Cuando ingresé, Pep me dijo que me mantuviera abierto y que aprovechara mi velocidad para encarar a Maicon. Él estaba entre los mejores laterales del mundo, yo sabía que era fuerte y rápido, así que lo intenté. Pero no era fácil penetrar esa muralla de jugadores. Lo hicieron muy bien. No siempre se gana, hay veces que es necesario perder para volver más fuertes”, reflexiona el venezolano Jeffren, que en ese entonces tenía solo 22 años, en diálogo con Infobae.
Refugiado en el primer tercio, el Inter hizo correr el tiempo y su única fisura llegó a seis minutos del final, cuando Gerard Piqué –ya posicionado como centrodelantero– marcó el único gol del partido. La victoria por 1-0 del Barcelona, que completó 555 pases contra solamente los 67 del Inter en todo el partido y tuvo la posesión más alta en la Champions League de aquel año (86%), no fue suficiente ante una de las mejores actuación defensivas del fútbol moderno.
“Es la derrota más bonita de mi vida, aunque creo que mis jugadores merecían un 0-0, porque han hecho un partido espectacular desde el punto de vista de la organización defensiva. Yo respeto mucho al Barça, nunca olvidaré lo que me dio los cuatro años que estuve aquí, pero se ha creado alrededor mío algo que ya creo que es imposible de cambiar, que este odio se puede transformar en amor, y está claro que acabaré mi carrera sin entrenar al Barça”, dijo Mourinho al terminar el partido con el que logró clasificarse a la final de la UEFA Champions League 2009/10, donde vencería al FC Bayern Münich. Seis días más tarde sería oficializado como reemplazante de Manuel Pellegrini en el Real Madrid y sumaría más capítulos a su rivalidad con el equipo catalán.
Lo del Inter no sucedió ni por asomo gracias al destello de alguna de sus figuras. Tampoco por haber ganado gran parte de los duelos individuales en esos partidos. Hubo un entendimiento colectivo superior. Y en la retina de los fanáticos siempre estará José Mourinho gozando en su papel de verdugo durante la eliminatoria y su fogosa celebración en el Camp Nou, esa que ni los regadores del campo de juego lograron apagar. Pero ha pasado una década y, aunque con el tiempo la adulación al DT portugués se llenó de clichés, también es justo reconocer que esa vez superó a Guardiola y anuló a Messi y Xavi, lo que fue realmente brillante a nivel táctico. La “Jaula” y el 6-3-0 le recordaron al fútbol mundial una antigua lección: una buena estrategia colectiva es el antídoto más efectivo contra al talento individual y la cura contra la inferioridad numérica.
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