Formaban una dupla inquebrantable. Un binomio similar al de Tintín y Milú en las reconocidas aventuras de la historieta belga o al de Dorothy y Totó en la fábula del Mago de Oz. Incluso la película Marley y yo podría ejemplificar a la perfección el vínculo que tenían Emiliano Sala y su perra Nala. Donde iba uno, acompañaba el otro. Un acuerdo tácito en el que siempre estaban juntos a la par.
El destino los unió en Francia, cuando el delantero disfrutaba de su mejor momento en el Nantes. Aquel septiembre de 2015 se encontró con ella. Una morocha adulta que aceptó la adopción del futbolista de forma inmediata. Amor a primera vista.
Los paseos vespertinos, las peleas juguetonas después de cada entrenamiento o las escapadas al Loire River, Paimboeuf, Pornic, Saint Nazaire o Fromentine, donde él solía pescar, eran prácticas habituales en esa convivencia cargada de sentimiento. Durante el verano, cuando los compromisos de pretemporada no exigían extensos viajes, ambos emprendían las visitas al río para disfrutar de uno de los hobbies más atractivos para Emiliano. Así, mientras él tiraba la caña en busca de una buena presa, ella se divertía chapoteando en la orilla. Tal vez por ello, en la actualidad también sorprende con inesperados chapuzones a la pileta de la casa de Mercedes Taffarel, donde se hospeda desde la muerte del futbolista, ocurrida en enero, cuando el avión que lo trasladaba desde Cardiff hasta Francia se accidentó en el Canal de la Mancha. No importa el horario. El ruido de Nala sumergiéndose en la piscina puede escucharse por la mañana, la tarde o la noche. Algunos vecinos se aventuran a decir que es por la presencia espiritual de su antiguo amo. Otros, en cambio, optan por una explicación más racional y basan su actitud en los antecedentes en Europa. Una costumbre que no puede evitar.
Ella está refugiada en el hogar de la casa donde viven la mamá y Darío, el hermano de Emiliano. Son pocas las veces que la exhiben con paseos nocturnos. La vida de Nala es de las puertas hacia adentro. Aunque algunas veces le dan el gusto de salir a recorrer las calles de Progreso. Por ello, no fue de extrañar que su fiel compañera no haya estado presente en el velatorio o el último homenaje que le brindó San Martín al máximo ídolo local.
El hogar de los Sala está enmarcado con el recuerdo del futbolista. Cuadros, camisetas, fotos… en cada rincón hay una imagen que marca la presencia del goleador. Y Nala lo percibe. No pareciera sufrir el síndrome de hiperapego, cuyos síntomas más comunes son la falta de apetito e interés en realizar actividades habituales como pasear o morder su juguete favorito. Ella ahora se entrega al amor de Augusto, el integrante más pequeño de la familia. El hijo de Romina. El sobrino de Emiliano. El niño que disfruta de las tardes santafesinas con su Nalita. El chico que fue adoptado por la perra de su tío. El nene que heredó el tesoro más preciado que Emiliano construyó en Francia.
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