Racing Club y Boca Juniors protagonizaron uno de los mejores partidos de la fecha 13 de la Liga Profesional. Empataron 0 a 0, pero el clásico disputado en Avellaneda fue realmente electrizante, con un primer tiempo en el que la Academia fue muy superior y un complemento, sobre todo en el final, donde el Xeneize pudo haberse ido con los tres puntos.
Y en este contexto el árbitro Fernando Rapallini fue determinante porque cometió un grosero error al no sancionar un claro penal para Boca Juniors por mano de Jonathan Gómez, con el partido casi concluido. Si bien recibió el llamado del VAR y fue a observar la jugada, el juez desestimó el aviso de la tecnología y optó por dar por terminado el encuentro.
En las repeticiones se ve que hay una mano voluntaria de Jonathan Gómez, quien se había lanzado junto con Sebastián Villa en búsqueda de la pelota. Cuando el futbolista de Racing Club se cae al suelo, a priori se puede considerar como natural, pero luego el jugador hace un movimiento antinatural y con la palma de la mano izquierda contiene el balón. Por acción se debió considerar como infracción de mano.
En estos casos uno se pregunta qué pudo haber visto Fernando Rapallini para no cobrar el penal. Lo que percibo es que el árbitro no quiso ser culpable de definir el encuentro, porque fue la última jugada del partido. Es claro que si el VAR lo llama es porque considera que no es una mano natural, sino ni lo llama.
Por supuesto que el que la valoriza es Rapallini, pero nadie lo llamaría si no considerara que esa mano del último minuto es de infracción de penal. En el VAR estuvo a cargo Fernando Espinoza (y como asistente Andrés Merlos), dos árbitros internacionales que reciben las mismas indicaciones sobre cuándo y cómo deben considerarse las infracciones.
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