Nunca un fracaso mereció tanto la bandera de la dignidad. América quedó fuera, pero su sangre no mancha, distingue.
Nunca la temeridad y el estoicismo merecieron tanto la bandera de la victoria. Pachuca a Semifinales. Ante Cruz Azul. Tiene un mal hábito: exterminar a los supuestos grandes, como Chivas y América.
4-2. Gana el América. 5-5, el global. Pachuca es finalista por gol de visitante, un penalti de Gustavo Cabral.
¿Por qué izar en El Nido a todo lo alto la bandera de la dignidad aún entre la bruma del fracaso? Porque su horda honró el escudo, honró el nombre, honró su historia, honró su propia petulancia del #ÓdiameMás, y el blofeo mismo de “el más grande”. Hizo todo lo que sabía, quería, podía y debía para clasificar, excepto ese quinto gol, el que hubiera sido el sexto en el global. Fueron derrotados, pero no vencidos.
¿Por qué izar en Pachuca a todo lo alto la bandera de la temeridad y el estoicismo? Porque los Tuzos confrontaron la amenaza, pero nunca arredraron, nunca temieron, nunca renunciaron al derecho a la supervivencia. Cierto, clasifican con la calculadora, el rosario y una veladora en las manos, pero las reglas del juego son para todos. Fueron vencidos, pero no derrotados.
Y eso magnificó y engrandeció la guerra y a los guerreros mismos. La rabia del América hace más grande y estruendosa la clasificación de Pachuca a Semifinales. El heroísmo y resistencia gallarda del Pachuca, dignifica y canoniza totalmente la derrota del América.
Porque además, de nuevo, fue un juegazo en el Estadio Azteca. Espectacular. Desde el amanecer del partido, con Romario Ibarra asaltando el área y fusilando a Guillermo Ochoa. Era el rejón ardiendo que necesitaba el América.
América fue despertando a base de golazos. A base de testosterona. Se había dicho que El Nido estaba más vivo que nunca, a pesar del 3-1 en Pachuca, porque es el América, ése al que no basta matarlo, sino que es necesario rematarlo.
Tuvo un caudillo Coapa, ese que permaneció años dormido, inestable, rebelde, caprichoso; ese que tanto tiempo aguardó el americanismo; ese que despertó a tiempo, pero también despertó demasiado tarde. Roger Martínez puso la firma en los cuatro goles de las Águilas. Hizo dos, dio una asistencia a Luis Fuentes, y generó la falta en el brutal impacto de Leo Suárez.
Y Pachuca rindió un homenaje al estoicismo y a la temeridad. Cuando el Tsunami americanista amenazaba a tragárselo con el 3-1 en el Azteca, pasó por momento de desorden, de descontrol, de zozobra. El verdugo parecía resignarse a ser víctima ante el acoso brutal de que era objeto. América lo asfixiaba de manera despiadada.
Paulo Pezzolano empezó a hacer ajustes, más por desesperación, que con una idea clara, pero la orden era tratar de repeler y atacar. Parecía imposible. La marabunta americanista se tragaba la cancha, depredaba los espacios.
Y aquello era un goce fantástico sobre la cancha del Azteca, excepto sobre las porterías, especialmente la de un Óscar Ustari, quien hizo dos atajadas excepcionales, que reclamaban red de manera desquiciante.
El escopetazo de Leo Suárez, desde un sitio improbable, con una trayectoria aún más improbable, escribía ya el 4-2 y el 5-5 en el global. Y América bufaba, mordía, metía balones al área, mientras Sebastián Córdova tomaba el protagonismo de esas embestidas.
En el oleaje implacable, las Águilas serpenteaban balones en el área de Ustari, balones que reclaman un punterazo, un roce, un empujoncito, para enredarse de extravagantes festejos y treparse al marcador. La intensidad durante los últimos veintitantos minutos bramaba casi lo irremediable inmediatez de otro gol.
Al final, ese gol no llegó. Y América quedó eliminado. Fracasa, por definición, porque no se consigue un objetivo. Pero, semejante ímpetu, semejante rabia, semejante estatura de testosterona, se había perdido ya en los últimos torneos con Miguel Herrera.
El Nido ha recuperado la mayor de sus fuerzas, el espíritu. Y dejó un claro, comprometedor y descarado mensaje: puede jugar así, a ese ritmo, con esa intensidad, cada minuto, de cada juego, de cada torneo. El Indiecito Solari tiene el control de la tribu.
¿Pachuca? Su mejor futbol lo dio en el Juego de Ida. Su mejor lección para ambicionar la gloria, la recibió en el partido de vuelta.
Quede pues claro que nunca un fracaso mereció tanto la bandera de la dignidad como esta noche de domingo el América. Y nunca la temeridad y el estoicismo merecieron tanto la bandera de la victoria, como esta noche de domingo el Pachuca.
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