Diego Latorre irrumpió a pura gambeta en la Primera de Boca en el final de la década del 80 y el inicio de los 90 y se erigió como una gran figura, sobre todo cuando conformó la sociedad de alto impacto con Gabriel Omar Batistuta. Jugó 168 partidos y convirtió 52 goles para luego ser transferido a la Fiorentina.
Sin embargo, durante su participación en la segunda edición diaria del programa ESPN F90, confesó que el camino a afianzarse en la élite no fue precisamente sencillo o cómodo. “Boca estaba en una severa crisis, lo social influye también. Con planteles de 30 o 35 profesionales, tres jugadores por puesto, teníamos que esperar una oportunidad hasta para jugar en Reserva. Realmente te tenías que imponer, los entrenamientos eran salvajes, era un fútbol muy áspero”, reveló las dificultades que transitó tanto él como los jóvenes de entonces (como Walter Pico o Musladini) para ganarse un lugar en la alineación titular.
Tal era la competencia que una práctica común y corriente podía convertirse en un calvario para los juveniles y sus tobillos. “Cuando un pibe jugaba esos partidos de Reserva contra Primera, con suplentes como titulares, tenías que estar armado...”, describió Gambetita.
“(Miguel Ángel) Russo veía que un grande le pegaba a un chico y lo echaba de la práctica”, evocó el Ogro Fabiani, compañero de panel de Latorre, rememorando sus épocas en Lanús. “River dio históricamente más oportunidades que Boca”, subrayó el conductor Sebastián Vignolo.
Diego Fernando continuó con su relato: “El ascensor subía de a un pisito y bajaba tres; esperábamos jugar tres o cuatro partidos antes del cierre de libro de pases, porque Boca iba a traer tres o cuatro jugadores por mercado; si no era campeón, se tentaba con cualquiera”.
Latorre describió el paso a paso que lo depositó en la élite. Desde su irrupción en la Ribera, las cosas no le fueron simples. “Está instalado que soy de country, pero hice inferiores. Jugué al baby en Caballito Juniors, después fui a Ferro y como las calificaciones no eran buenas, me sacaron. Mis padres compraron con otros padres un terreno en el country Mapuche; justo Mario Zanabria compró casa en Mapuche y me lleva recomendado a Boca, porque me habían visto”, detalló.
“El primer entrenamiento en Boca hicimos físico, me volví a casa sin jugar y dije ‘no vuelvo más’. Yo vivía en La Paternal, esto era en Morón. El viaje era largo, en micros escolares. A veces llevaban a todos los pibes a un lugar que se llamaba ‘La Olla’, en Ezeiza, y era el peor enemigo. Era un camino arriba, un pozo. Te hacían series de 5 a 7 minutos, bajabas y subías; era un servicio militar. ‘No voy más’, dije; a los 20 minutos estaba acalambrado”, siguió con su narración.
“Yo jugaba al tenis y al fútbol al mismo tiempo; jugaba mejor el tenis que al fútbol. Y llegué con zapatillas Ellesse... Me rompieron la ropa, me robaron las cosas del canasto. Me cortaron con tijera la remera y me robaron las zapatillas que tenían polvo de ladrillo abajo. Me salvó mi manera de ser, no era un tipo con humos”, explicó el rasgo de su personalidad que lo empujó a adaptarse.
“Me llamaron por teléfono durante dos semanas y no quería volver. Me dieron la posibilidad de poder jugar sin entrenarme. Iba los jueves a hacer fútbol. En el primer partido jugamos con Huracán e hice dos goles. Fui segundo goleador nacional, detrás de (Pedro) Salaberry, de River. De Octava División salté a Sexta, después a Quinta. Casi no pasé por Cuarta y, de ahí Reserva. Fue una historia difícil”, concluyó el ahora analista.
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