Se buscaba una ciudad en el mundo que fuera aceptada por todas las partes involucradas. Los afectados eran muchos: la Federación Internacional, las federaciones locales, las ciudades propuestas y fundamentalmente, los jugadores. Se trataba de organizar el match eliminatorio entre los grandes maestros Tigran Vartánovich Petrosian –armenio- representante de la Unión Soviética y Robert James Bobby Fischer, norteamericano, nacido en Chicago. El ganador de ese match enfrentaría al año siguiente -1972- al invencible campeón mundial, el ruso Boris Spassky.
Fue así que Antonio Carrizo, un número uno como locutor comercial, conductor radial y televisivo, figura popular y prestigiosa de los medios y la cultura, en su rol de interventor de la Federación Argentina de Ajedrez, comenzó a gestionar a Buenos Aires como ciudad organizadora del encuentro.
Fischer amaba a Tony Carrizo, a quien había conocido en sus anteriores viajes y sentía a Buenos Aires como un espacio propio. El sí de Bobby a Carrizo fue inmediato. Y el de Petrosian demoró unos pocos meses. Faltaba lo más arduo: lograr la firma del decreto oficial solicitando que Buenos Aires sea la sede del Torneo de Candidatos –en competencia con Belgrado-, también el patrocinio económico del gobierno -12.000 dólares, de los cuales 7.000 serían para Fischer -, más todos los gastos de pasajes, estadías, la ocupación exclusiva del Teatro San Martín por 45 días, todos las extras y etcéteras. Es cierto que Petrosian no cobró cachet por jugar, pero a cambio de ello se acordó pagarle todos los gastos de un equipo de seis personas –todos alojados en un hotel de la calle Sarmiento al 1200- a cargo del ajedrecista Baturinsky. El ambiente del ajedrez mundial no dudaba en considerar a éste como un agente de la K.G.B, lo mismo que al resto del equipo. Eran jugadores, la mayoría maestros y analistas, pero a la vez todos trabajaban para el servicio secreto de Inteligencia soviético.
Aquel 1971 fue atípico pues la Argentina tuvo dos presidentes de facto: los generales Roberto Levinsgston y Alejandro Agustín Lanusse. Pero en ambos casos se sostuvo al mismo ministro de Bienestar Social, Francisco Paco Manrique, un ex capitán de navío, también periodista, más tarde político y creador del PRODE y del PAMI- quien a instancias del abogado Agricol de Bianchetti – un funcionario de admirada sabiduría y honestidad- lograron concretar tan dificultosa gestión. De tal manera se concretó el sueño de Carrizo, quien por entonces era interventor en la Federación Argentina de Ajedrez.
Bobby Fischer llegó muy resfriado a Buenos Aires y dispuesto a no repetir algunas de las experiencias nocturnas que más lo unían a la noche porteña. Flotaban en su memoria inolvidables veladas juveniles de la mano del maestro Larry Evans –cuádruple campeón norteamericano y periodista- quien conocía los boliches de Buenos Aires como las palmas de sus manos. Y en los 60 llevaba al joven y sorprendido Bobby a lugares de enorme glamour como Mau-Mau, Zum Zum (el dueño era el famoso dibujante Divito, creador de la revista Rico Tipo), Afrika, Jaque, Reviens… Bobby también fue invitado de otros personajes nocturnales de la ciudad como Tite Elizalde quien le presentó Christine Onassis y a un grupo de bellas amigas en el Regis del Alvear. Siempre se rumoreó que el maestro y periodista había iniciado sexualmente a Bobby en Buenos Aires apenas después de haber cumplido los 16 años.
Para este nuevo e importantísimo viaje, Bobby tenía muy claro lo que debía hacer para ganarle a Petrosian. Y ello era: estudiar las partidas y analizar las partidas todo el tiempo que hiciera falta, comer los bifes de chorizo a caballo y las frutillas con crema de Pepito, tomar solamente jugos de naranja o agua mineral, vivir en el hotel Claridge -lejos del San Martín para que nadie lo perturbara- , escuchar a Elvis Presley o de The Temptations cuando regresaba al hotel. En las noches que le quedaban libres solo quería alternar con unos pocos amigos como Tony Carrizo –antes que ninguno-, Miguel Ángel Quinteros – a quien Bobby respetaba y valoraba-, con el maestro Oscar Cuasnicú – actual vice ejecutivo y símbolo del Club Argentino de Ajedrez, socio de la Bolsa y asesor de inversores- y algo con Miguel Najdorf contra quienes, además, jugaba partidas de “ajedrez rápido “.
El maestro Cuaniscú recuerda una noche en la cual Quinteros le ganó tres partidas rápidas – 7 minutos- y Fischer “se volvió loco”. Sacaba dinero de su bolsillo y desafiaba a Quinteros a jugar por plata. Decía en esforzado castellano: “Por dinero, por dinero, juguemos por dinero Miguel…”. La juntada había sido en la casa de Tony cuando éste vivía en Ayacucho casi esquina Vicente López. Para bajar el clima de tensión pues Bobby no podía creer que había perdido tres partidas consecutivas y Quinteros no sabía qué decirle a ese nuevo y prodigioso amigo, Carrizo puso música. “Escuchá Bobby, escuchá”, le dijo. Y una vez que volvió el silencio le advirtió tomando el hombro del “Gallego” Héctor Muleiro, su productor estrella e inseparable amigo: “Te voy a hacer escuchar a dos artistas argentinos que van a ser figuras mundiales, escuchá…”. Y comenzaron a oír al Quinteto de Piazzolla haciendo “Adiós Nonino”… Después a Sandro cantando “Rosa, rosa…”. Fischer se mostró asombrado y Carrizo, después de repetirle " ¡Te gustó, eh, te gustó!!!”, le prometió presentarle a Sandro y llevárselo al Claridge “cualquier día de estos”. “A Piazzolla no podemos verlo porque está en los Estados Unidos…”, le aclaró. Fue desde ese día que cada vez que Bobby entraba a la habitación le pedía a su querido amigo Quinteros: “Miguel, por favor, poné a Piazzolla… escuchemos Adiós Nonino”.
Una semana o diez días después Carrizo se apareció con Sandro en el Claridge y tras las presentaciones de rigor Sandro, guitarra en mano, cantó tres temas: “Quiero llenarme de ti”, “Una muchacha y una guitarra” y “Rosa rosa”. Bobby lo felicitó y les dijo a todos: “Éste es mejor que Elvis Presley”. Y al rato lo retó: “Dejá ese cigarrillo de una vez… Si fumas no serás una estrella…”.
Fue tal el furor que generó el triunfo de Fischer sobre Petrosian (6 y ½ a 2/½) que el gobierno lo contrató para que hiciera simultáneas en 17 ciudades del Interior del país. El inigualable genio cobró 1.000 dólares por cada presentación y le cumplieron las dos condiciones exigidas en el contrato: ser acompañado por Quinteros y viajar en avión de una ciudad a otra. Después de haber iniciado la extensa gira en Rosario y Paraná y antes de continuar hacia Resistencia, Corrientes, Salta y Jujuy, el gran maestro internacional, convertido ya en rival de Spassky para disputar el campeonato del Mundo, llegó a Tucumán.
El primer inconveniente que debió resolver Quinteros fue evitarle a Bobby las aglomeraciones y la legítima “locura” de la gente por estar cerca de él para verlo, pedirle un autógrafo, tocarlo… Es así como eligieron el Hotel Cerro San Javier apenas a 24 km de la ciudad de San Miguel de Tucumán. Ideal para “no ver a nadie”, cenar tranquilos, escuchar a Piazzolla con los Long Play de 33 R.P.M que había llevado a Miguel y descansar para continuar.
La terraza del hotel se asemejaba al paraíso imaginado a juzgar por las estrellas bajas, el silencio tierno y un aroma de jazmines frescos transpirados de rocío. Todo el personal del hotel sabía que nadie podía acercarse a la mesa donde aquellos dos hombres jóvenes cenaban concentrados en una charla sin sonrisas. De pronto algo insólito ocurrió: una mujer joven, alta, esbelta, de largo cabello negro, vivaces ojos color almendra, tez de sincero brillo, labios desafiantes, frente amable, finos tobillos, dedos prolongados hasta un final de uñas perfectas y una sonrisa cautivante de blancas perlas alineadas, llegó hasta la mesa y pidió con firmeza: “Señor Fischer, ¿me podría firmar un autógrafo…?
El maitre se desesperó pidiéndole disculpas a Bobby al tiempo que los mozos la rodearon para evitar más molestias. Fischer miró a Quinteros y por lo bajo, dijo: “Que se vayan todos menos la chica…”. Era bella y también tenía hermosura pues había demostrado valentía, determinación e independencia de sus padres y hermanos que desde otra mesa se sonrojaban por la vergüenza de semejante osadía. Por cierto Fischer le firmó el autógrafo y aunque se negó a una foto –tenía terror a las fotos y huía de los fotógrafos- la invitó a sumarse a la gira, o a suspender la gira y quedarse en Tucumán o a invitarla a Buenos Aires tan pronto finalizara sus obligaciones. De todas las opciones, Yamila, que recién había cumplido los 22 años, logró convencer a sus padres y viajar a Buenos Aires a fines de noviembre de 1971.
Bobby y Yamila vivieron un amor tan dulce como intenso. Fischer se la presentó a Carrizo como su futura esposa y Tony, impresionado por su particular belleza, le propuso trabajar en su programa de Canal 9 en el cual Quinteros era asistente de producción. Los días en Buenos Aires fueron inolvidables para la pareja pues Sandro le dedicó un par de canciones personalmente, el Gato Dumas cocinó para ellos y el grupito de amigos íntimos les ofrecieron lo mejor de sus afectos. Bobby parecía otra persona y una noche en el Claridge le propuso casamiento inmediato. Le dijo que podría ser en Buenos Aires, en San Javier donde “escuchó su fantástico silencio”, en Nueva York, hacia dónde debía regresar o en el lugar del mundo que ella quisiera. Yamila no aceptó hacerlo de inmediato ante la recomendación de sus padres y prometieron hacerlo al año siguiente.
Fue así que ya concentrados en Grossinger preparándose para viajar a Reykiavik, Islandia, donde habría de celebrarse el match más esperado de la historia en plena guerra fría, Bobby le dijo un día a Quinteros que le mandaría un pasaje a Yamila para que estuvieran juntos en los Estados Unidos, que la extrañaba.
- Bobby, se acabó, hablemos en serio, tenés que elegir ahora: ¿Yamila o el campeonato del mundo? - le preguntó severamente Quinteros.
Fischer le ganó a Spassky el campeonato del mundo escribiendo la página más brillante del ajedrez mundial.
Nunca más volvió a ver a Yamila.
(La primera versión de esta nota fue publicada en 2021)
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