Siempre será una sorpresa que pierda Rafael Nadal. Así ocurrió con la caída de este miércoles ante el estadounidense Tommy Paul en su debut en el Masters 1000 de París, en el que por momentos jugó su mejor tenis pero por otro lado dejó una imagen extraña en el tercer set, cuando sucumbió por 6-1 con un cierre descolorido, sin siquiera cumplir con sus típicos rituales a la hora de comenzar los puntos. El lado B de este tropezón deja otra lectura: Rafa, que es esperado con ansiedad en la Argentina para el partido de exhibición que jugará el 23 de este mes contra el noruego Casper Ruud, seguirá teniendo en la capital francesa una asignatura pendiente dentro de su inmensa carrera. Y además hay malos indicios para que pueda llenar el casillero vacío más importante entre sus títulos.
Cabe una aclaración de entrada: es casi una falta de respeto hablar de “tareas incumplidas” cuando el análisis se centra en el protagonista de una de las mejores carreras individuales en la historia de cualquier deporte, que todavía puede aumentar aún más sus pergaminos. Pero a favor del juego periodístico vale consignar que el propio Nadal alimenta, en una temporada en la que se llevó la mitad de los torneos de Grand Slam en juego, con una ambición que no descansa y un nivel que lo mantiene nada menos que como número 2 del ranking a los 36 años, la ilusión de consagrarse allí donde no pudo hacerlo antes.
¿Volverá a tener Nadal chances de llevarse el título en el Masters 1000 de París? Si solo se consideraba el inestable momento de los otros aspirantes al título, el de este año podía ser un buen escenario para que apuntara a ese trofeo del que nunca estuvo tan cerca como en 2007, cuando llegó a la final pero se encontró con un rival en un momento mágico: el argentino David Nalbandian, que en esa semana no solo se cargó a Rafa por 6-4 y 6-0 sino que en el camino había vencido al suizo Roger Federer.
Pero el escenario externo no es todo, y Nadal llegó este año a París sin jugar oficialmente desde la caída del 5 de septiembre por los octavos de final del US Open ante el estadounidense Frances Tiafoe. Incluso para alguien que en enero de este año irrumpió en Australia con una reaparición milagrosa tras haberse perdido todo el tramo final de la temporada 2021, casi dos meses fuera de escena (más allá de que en el medio participó de la Copa Laver) pueden ser mucho. Sobre todo si en el medio se produjo un hecho que conmueve las estructuras de cualquier persona, como el nacimiento de un hijo: desde el 8 de octubre Rafa y su esposa Mery Perelló son padres de Rafael Nadal Junior. Como el mismo tenista se encargó de confesar en una reciente nota con Infobae, “ahora cuesta más irse de casa” y las rutinas de entrenamiento pueden verse alteradas. “Uno tiene que estar dispuesto a ser lo suficientemente flexible como para adaptar todas las cosas a la necesidad del niño”, explicó Nadal.
Claro que más allá de París -junto a Miami y a Shanghai, que no se disputa desde 2019, los tres Masters 1000 que todavía no pudo ganar-, la gran cuenta pendiente de la carrera de Rafa es el Masters, la gran cita del final de temporada, que comenzará el domingo 13 de noviembre en Turín, Italia. Y el rendimiento extrañamente irregular que Rafa ofreció ante Tommy Paul no permitiría hacerse demasiadas ilusiones con una victoria si no fuera porque se trata de alguien con un temperamento ganador que no parece doblegarse ante nada.
Nadal apenas pudo jugar dos veces la final del torneo que reúne a los ocho mejores jugadores del ranking y que en este caso incluirá al serbio Novak Djokovic, que se ganó el derecho a participar por su título en Wimbledon: en 2010 lo superó Roger Federer y en 2013 su verdugo fue Nole. Sus otras presentaciones incluyen caídas en semifinales e incluso en el grupo preliminar. Parece muy poco para un tenista de su talla.
Sería injusto de todas maneras no aclarar que detrás de esta supuesta “maldición” de Rafa con el Masters hay una desigualdad de base que él mismo se encargó de consignar en diferentes momentos de su carrera: el hecho de que el torneo, una suerte de medida patrón para consagrar al elegido entre los elegidos, se dispute sobre una cancha rápida y en estadio techado. Son condiciones adversas para el juego del español, que encuentra su mejor forma -y también tiene las mejores herramientas para complicar a sus rivales- en el más lento polvo de ladrillo, como demuestran de manera elocuente sus 14 títulos en Roland Garros.
No parece que las quejas de Nadal vayan a ser escuchadas, por lo que su carrera hacia el Masters seguirá siendo cuesta arriba. Aunque parezca una obviedad subrayarlo, los rivales también juegan. Y pese a que el juego de Rafa suele mantenerse como una constante cerca de la perfección, en el más alto nivel, ese en el que el manacorí se ha movido durante casi toda su carrera, a veces ni siquiera a él le alcanza con haber hecho todo lo posible para ganar. En Turín irá, con las armas a su alcance, en busca de una de las últimas oportunidades de alzarse con ese trofeo deseado.
Acaso la mejor definición para lo que vendrá es que el español ya no buscará las chances para seguir haciendo historia, sino que seguirá jugando el juego que mejor juega y que más le gusta para que esas oportunidades se den naturalmente. A juzgar por lo que cuenta la historia y su temperamento ganador, nunca se lo podrá dar por vencido antes de tiempo. Más allá de que sus prioridades de este tiempo, con toda lógica, ya no pasen solo por lo que ocurre dentro de esas canchas que tantas veces lo vieron consagrarse.
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