Ocurrió en la Copa del Mundo de 1966 que se llevó a cabo en Inglaterra. La historia que se rememora se dio en la instancia de cuartos de final, en el partido en el que Argentina y el local jugaron en el emblemático Estadio de Wembley, ante una concurrencia de 90 mil espectadores.
El juego parecía desarrollarse bajo las habituales circunstancias, pero no lo entendió así el defensor argentino Antonio Ubaldo Rattín, quien consideró que el árbitro alemán Rudolf Kreitlein cobraba todo en favor del local. “Hasta inventaba manos”, llegó a decir quien desarrollara toda su carrera futbolística a nivel clubes en Boca Juniors.
Contó el Rata en su momento que sólo tuvo la intención de hablar con la máxima autoridad para expresarle su disconformidad con los fallos. Los memoriosos, por su parte, aseguran que sólo tuvo la intención de demorar el juego, tanto que llegó al punto de pedir un intérprete; es que Rattín no hablaba alemán ni inglés, mientras que Kreitlein no entendía una palabra de castellano.
Como hasta entonces no existían las tarjetas amarilla ni roja, el colegiado decidió castigar con la expulsión la actitud del defensor del equipo nacional, que entonces dirigía el entrenador Juan Carlos Toto Lorenzo, pero… ¿Cómo? Con gestos que eran los códigos de señales de la época.
“¡Afuera!”, exclamaba Kreitlein y le señalaba el camino a los vestuarios pero Rattín, furioso, permaneció en el campo por los siguientes 10 minutos. Insistía por la presencia de un intérprete, ya para saber el por qué de la decisión del árbitro, pero esto finalmente no ocurrió. Todo fue muy desprolijo y colmado de polémicas.
El colegiado informaría después que la causal de expulsión fue porque “me miró con mala intención, por eso me di cuenta de que me había insultado”.
Este relato y algunas otras faltas polémicas en la comunicación durante el juego llevaron a la FIFA y a su presidente en ese momento, el inglés Sir Stanley Rous (un ex árbitro de fútbol), a estudiar cómo comunicar resoluciones disciplinarias universales, que pudiesen ser interpretadas por cualquier protagonista, sea cual fuera la nación, sin la necesidad de apelar a idiomas ni a gestos.
Poco tiempo después su amigo y miembro de la comisión de árbitros de FIFA, el ex árbitro ingles Ken Aston, propuso como solución el uso de dos tarjetas, una amarilla, que fuera sinónimo de calma y precaución, y otra roja, que implicara directamente la expulsión. Cuenta en su propuesta que esta inspiración nació cuando conducía su automóvil por la calle Kensington High, en momentos en que se detuvo ante un semáforo que lo obligó detenerse tras el cambio de luces.
Cuatro años después, en el Mundial de México 1970, se adoptó por primera vez el uso de las tarjetas y Aston fue nombrado Presidente del Comité de Árbitros de FIFA.
Unos días antes del inicio del Mundial se reunió en la Universidad Estatal de la ciudad de México a los 30 árbitros que participarían del evento, junto con los jefes de delegaciones participantes, directores técnicos y jugadores.
El presidente de la FIFA, Sir Stanley Rous, junto a sus miembros del Comité Arbitral, informó que con motivo de los hechos ocurridos en la anterior Copa del Mundo durante el recordado cruce entre Argentina e Inglaterra, se había dispuesto crear y poner en práctica el uso de las tarjetas disciplinarias con el fin de evitar dudas o solucionar todo tipo de problema idiomático. El protocolo pasaba a ser cero conversación y gestos.
Cuando un árbitro considerara que se había cometido un hecho causal de amonestación lo penaría con la tarjeta amarilla, mientras que mostraría la roja en causales de expulsión. En ambos casos los jugadores deberían acatar inmediatamente, sin ningún tipo de reacción.
El primer árbitro en utilizar la tarjeta fue el alemán Kurt Tschenscher en el encuentro inaugural de México 1970, disputado en el estadio Azteca, entre el seleccionado local y Bélgica, donde hubo 107 mil espectadores. El receptor de ese primer cartón histórico fue el capitán del Tri, Gustavo Peña, a los 30 minutos de juego.
No hubo en ese Mundial ningún expulsado, y no precisamente por la indolencia de los árbitros, sino por la buena predisposición de los jugadores hacia el ejercicio del juego limpio.
En la Copa del 70, cabe recordar, la selección argentina no participó pero tuvo el país un representante en la cita ecuménica: el árbitro Ángel Coerezza, quien llegó incluso a dirigir la final (fue uno de los jueces de línea) que disputaron Brasil e Italia, y que la Canarinha ganó por 4 a 1 con goles de Pelé, Gerson, Jairzinho y Carlos Alberto. Aquel certamen fue considerado el mejor en la historia de los Mundiales.
La experiencia dice que la nueva herramienta con la que contaron los árbitros del mundo resultó de gran ayuda para un buen control del juego. Y los libros cuentan que el artífice de la invención de las mismas, aunque sin intención, fue un argentino: Antonio Rattín. También los libros dicen que otro argentino también fue el encargado de estrenar las tarjetas rojas en una final del Mundial: Pedro Damián Monzón durante Italia 90 tras una dura entrada a Jürguen Klinsmann.
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