Todo él era potrero. Lo era su rostro, su cuerpo, su mirada y su sonrisa. Fue potrero a los 15 cuando jugaba en el Club Atlético Teatro Municipal de San Nicolás, su terruño. Y también lo fue a los 19 –transcurría 1954– cuando debutó frente a Lanús en la Primera de River como 8 porque el titular con la 10 era Angelito Labruna. Y entre ambos, como 9, Walter Gómez, el del inolvidable estribillo: “La gente ya no come/ por ver a Walter Gómez…”.
Qué maravilloso era ver jugar a Enrique Omar Sívori: medias caídas, amagues, control preciso, gambeta corta, pases filtrados y una prodigiosa lectura del juego que le permitía resolver la jugada antes que el balón le llegara.
Tuve el privilegio de hacerle muchas entrevistas, de convivir y hasta de compartir horas inolvidables. Recuerdo que una vez nos encontramos casualmente en Ezeiza. Yo iba a Roma con mi maleta, mi bolso de mano y mi máquina de escribir Olivetti, modelo Lettera 22. Después de saludarnos me preguntó adónde iba y le respondí a Roma para cubrir la pelea entre Víctor Emilio Galíndez y el norteamericano Yaqui López por el campeonato mundial de los mediopesados.
— Yo también voy a Roma, me comentó sonriente. Y de inmediato repreguntó: ¿en qué vuelo viajas?
— Ahora a las 5 en Aerolíneas, ¿y vos?
— No, yo voy con Alitalia a las 4 y media; soy un miembro VIP de la Alitalia, viajo en Primera a cambio de salir en la foto cada vez que llego a Fiumicino. Digamos que soy exclusivo.
— ¿Y ya despachaste tu equipaje?, le pregunté al verlo con un maletín de ejecutivo en la mano.
— No, no llevo ni maletas ni bolsos porque compraré todo allí; siempre viajo así a Italia.
Fue entonces cuando me propuso encontrarnos en el aeropuerto Leonardo Da Vinci pues él me esperaría la horita que mediaba entre el arribo de su vuelo con el mío.
Ya en mi asiento comencé a evocar grandes momentos ofrecidos por Enrique Omar Sívori al fútbol argentino e italiano. Y surgían con emoción los tres campeonatos al hilo ganados por River: 1955, 56 y 57. Y un inolvidable Campeonato Sudamericano del 57′ disputado en Lima en el cual también se consagraron el Bocha Humberto Maschio y Antonio Valentín Angelillo, los originales “Carasucias”. Qué delantera aquélla: Oreste Omar Corbatta (Racing) de wing derecho y Osvaldo Cruz (Independiente) en el extremo izquierdo. Esa Selección goleó por 3-0 a Brasil en la final. El Brasil de Garrincha, Djalma Santos, Didí, Vavá, Gilmar, Bellini, Zagallo, Pepe-, todos los cracks que habrían de obtener el Mundial del ‘58 en Suecia, luego de que se incorporara el maravilloso Pelé.
Fue tan brillante aquella actuación de la selección argentina que rápidamente llegaron ofertas desde Italia para comprar a Maschio (fue de Racing al Inter, después Fiorentina), Angelillo (fue de Boca al Inter e hizo 78 goles y después a la Roma) y Enrique Omar Sívori, premiado como el “mejor jugador de la Copa Sudamericana del 57“, por quien la Juventus le pagó a River 10 millones de pesos.
Iba recordando en el avión que con esos 10 millones de pesos de 1957, Don Antonio Vespucio Liberti pudo cerrar lo que se conocía como “Herradura Monumental” y que pasó a ser el Estadio Monumental construyendo la platea baja que lleva el nombre de Sívori. Esos 10 millones significaban 250.000 dólares de la época que hoy serían 2 millones y medio de dólares. Pero en el contexto de un fútbol sin sponsors, ni derechos de televisión, ni publicidad estática, ni multiplicación de partidos por copas internacionales, ni comercialización de imagen, ni merchandising, ni museo ni otros royalties. Si sumáramos esas fuentes de recursos a este mercado de hoy, el pase de Sívori resultaría impagable pues superaría largamente los 45 millones de dólares.
Y pensar que el entonces presidente de la AFA, Raul H. Colombo, se negó a pedirlos para la Selección del ‘58 porque decía que en el equipo argentino sólo debían jugar los jugadores que actuaban en el fútbol argentino. Qué final hubiese sido Brasil-Argentina con estos tres monstruos en la cancha. En cambio la eliminación fue un escándalo para todos y mucho más injustamente para Amadeo Carrizo después de los 7 goles de Checoslovaquia…
Luego de encontrarnos en Fiumicino, el Cabezón –como le llamábamos aquí– u Ómar con acento en la o como le decían en Italia, me preguntó en que hotel habría de alojarme pues había cambiado de planes y quería ver la pelea. Le respondí que en el Villa Pamphili donde estaban Galindez, Tito Lectoure, Carlos Cañete –técnico de Galíndez en esa pelea– y el resto de los muchachos.
— Muy bien -me respondió- en el mismo momento en que ya casi en el exterior del aeropuerto se le acercó un señor amable y emocionado que lo abrazó y le tomó su única pieza de equipaje, el maletín de cuero negro. Luego supe que se trataba de Eugenio Scarpitti el histórico chofer y asistente que Giovanni Agnelli, dueño de la FIAT y presidente de la Juve le había puesto a disposición cuando Sívori, 20 años atrás, en 1957, llegaba a Turín. Desde entonces tenía a su disposición un auto para manejarlo él o su chofer Scarpitti quien lo acompañó siempre con afecto y fidelidad. Sívori además podía elegir el hotel que quisiera pues de todos esos gastos se haría cargo la familia Agnelli para quienes Omar sería su eterno y más valorado huésped. Y no era para menos pues con él como líder, la Juve obtuvo los títulos de la Serie A de las temporadas 1957/1958, 1959/1960 y 1960/1961. Además también ganó 2 Copas Italia en los años 1959 y 1960 y recibió el Balón de Oro del año 1961. Fue así que cuando llegamos al Villa Pamphili que ya estaba sobrevendido, “apareció” una suite para Sivori quien prefirió vivir las horas previas a la pelea al lado de los protagonistas.
Era difícil caminar a su lado pues al reconocerlo la gente quería saludarlo, pedirle un autógrafo. Tanto era así que luego de elegir la ropa -desde la interior hasta el calzado- los dueños o gerentes de los elegantes negocios de Via del Corso o de Via Condotti no le querían cobrar. Apenas un autógrafo y una foto con alguna Kodak de la época. Yo vi la emoción de esos rostros al poder tocar a Sívori quien nunca jugó ni en la Lazio ni en la Roma, los equipos de la ciudad y sin embargo era amado. Ni hablar de Turín o de Nápoles, ciudades en las cuales fue un inolvidable ídolo.
Fue un mediodía cuando me invitó al famoso restaurante Alfredo de Vía della Scrofa, 104. Un lugar de artistas y de famosos cuya fotos autografiadas cubren gran parte de sus paredes. Alfredo Di Lelo fue quien sucedió a su padre y a su abuelo, los creadores del famoso plato “Fettuccine all’ Alfredo”. Este manjar tiene como secreto la manera de mezclar “il triplo burro” (triple manteca) con la crema, la pimienta y un toque de algo más. Los mozos lo aprenden y firman un contrato de confidencialidad para no llevar el secreto sobre la manera de mezclar. Y por cierto que el propio Alfredo, nieto del fundador, ya no hacía eso. Pero al enterarse que Sívori estaba comiendo en el lugar, apareció e hizo algo que solo realizaba para las celebridades: mezcló él mismo con tenedores de oro y una destreza única los fettuccine y se los sirvió a Sívori. Y por cierto no permitió que aquel almuerzo fuera abonado. Para todos, tener a Sívori resultaba un emocionante privilegio.
Escuchando, viendo o leyendo con atención a jóvenes periodistas – algunos brillantes- me preguntaba si alguna vez se habrían interesado por saber algo sobre Sívori, el nombre de una de las plateas del Monumental. Más aún, el predecesor de Diego casi en su misma ruta con final en el Napoli. Qué jugador fue este gran amigo de Pipo Rossi quienes en una mesa de la Cantina de David reivindicaban la amistad, el fútbol y la vida al conjuro de una partida de chinchón o un debate futbolístico interminable. Esa amistad se prolongó en los hijos que además, siguiendo el mandato filial tuvieron que estudiar y recibirse. Néstor, uno de los tres hijos de Enrique Omar, se recibió de abogado y después de haber sido representante de muchos y buenos jugadores se dedica al campo en el cual su padre invirtió gran parte de sus ganancias. La estancia se llama “Juventus” y está en Conesa, cerca de San Nicolás, ciudad en la cual Sívori nació en 1935 y murió en 2005, donde tiene una merecida estatua. Antonio La Regina, el hijo mayor de David, se recibió de médico y es además un distinguido comunicador radial del universo riverplastense ; enorme orgullo para el entrañable David que la yugó toda la vida. Parece mentira que aquellos chicos y sus hermanos – Miriam Sívori, Enzo La Regina y Fabiola Rossi,- hija de Pipo y esposa de Burruchaga- transiten la bendición del abuelazgo. Y obviamente dignifiquen su amistad como lo hacían sus padres.
Maldita tecnología que llegó tarde y no nos permitió ver el esplendor de Sívori, de Alfredo Di Stefano –el jugador que revolucionó tácticamente el fútbol de Europa- y de otros cracks que sin alcanzar estas dimensiones se convirtieron en los paradigmas de un fútbol que luego pariría a los Diego y a los Messi que afortunadamente podemos disfrutar.
La carrera de Sívori fue prodigiosa: tres campeonatos con River, tres con la Juventus, dos Copa Italia, un subcampeonato con el Nápoli, jugador de las selecciones de Argentina y de Italia en el Mundial de Chile 62. Su carrera como DT fue extensa: Rosario Central, River, Plate, Estudiantes de La Plata, Racing, Racing de Córdoba, Vélez Sarsfield y la Selección Argentina donde logró la clasificación para el mundial de Alemania 1974, pero renunció 7 meses antes por divergencias con dirigentes de la AFA. Mi compañero y amigo Emilio Lafferranderie, “El Veco” –una de las más brillantes plumas del periodismo- fue a entrevistar a Enrique Omar en Nápoles para El Gráfico en 1966. Extraigo un párrafo:
-” Nápoli y basta!. Los adjetivos se terminan en el clásico gesto del italiano que traza una circunferencia en el aire y en seguida cierra los ojos y junta las puntas de los dedos para dejar el ruidoso beso admirativo que repetirá frente a un plato de “spaghetti al dente…”o a un vaso de “vino-vino”. Es la gran leyenda de Italia. Es el gran cartelón que llama a través de la bota. Y nos dejamos sumergir en ese misterio. . . Nos dejamos llevar por esas calles, entregándonos enteros, sin el afán de desvirtuar la hermosa leyenda, sin penar en el análisis detallista de los amargos desmenuzadores de sueños. “Queremos ver a Sívori…”. El chofer tiene una N dorada sobre el fondo azul que le ilumina la solapa. El taxi nos lleva. ¿Para qué preocuparnos? Dijimos Sívori… y punto. ¿Para qué otra aclaración?.. El chofer habla del “Dios del fútbol…” habla “del más grande jugador de fútbol de la Italia”.-
Faltaban 18 años para que llegara Diego, el rey que lo sucedió.
Archivo: Maximiliano Roldan
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