El primer coach de Ginóbili cuenta las mejores historias de la infancia desde Springfield, a horas de la ceremonia para el Salón de la Fama

Huevo Sánchez fue invitado por el bahiense tras su gran aporte en la infancia y adolescencia. Desde USA, relata las anécdotas más jugosas, reflexiona sobre lo que lo hizo distinto a Manu y cuenta cómo están viviendo este momento único

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Huevo Sánchez junto a Manu
Huevo Sánchez junto a Manu Ginóbili en San Antonio

Bahía Blanca. Fines de los años 70. Cada mañana, sin importar el frío o el calor, o lo cargado del día, Oscar Sánchez tiene una rutina que no puede evadir: pasar por la casa de los Ginóbili, en el N° 14 del Pasaje Vergara -son 200 metros de una calle sin salida, en un barrio cercano al centro-, para tomar una larga ronda de mates con Raquel Maccari. Mientras su esposo Jorge trabaja en la tabacalera Nobleza Piccardo, Huevo entra, se para al lado de la pava ya caliente y con su amiga empiezan a desandar los temas, generalmente de básquet en una casa que lo respira en cada rincón, teniendo en cuenta que el hombre fuerte de la familia, Yuyo Ginóbili, ha sido jugador hasta 1973 y dos años después se convirtió en el primer presidente de un nuevo club, Bahiense del Norte, tras la fusión entre Bahiense Junior y Deportivo Norte. “Era la cocina de Moni Argento -arranca Huevo, entre risas, tratando de describirla- y yo siempre me hacía un lugar entre práctica y práctica. Con Raquel charlábamos de todo y me acuerdo que veíamos una novela mexicana llamada Rina. Fueron momentos muy especiales, cuando comenzó toda esta locura que sigue aquí…”. Huevo ya está emocionado. Por recordar aquella historia y por hacerlo desde Springfield, Massachusetts, donde ayer arribó junto a Leandro Ginóbili -hermano mayor de Manu- y Julio Lamas y en el sitio en el cual, en apenas horas, vivirá la ceremonia de inducción de Manu Ginóbili en el Salón de la Fama, invitado especialmente por su “pollo” como reconocimiento a su inestimable aporte hacia él y a su familia, en especial en los inicios del mejor deportista de nuestra historia.

Se trata del mismo Manu que, hace poco más de 40 años, aparecía cada mañana para romper la tranquilidad de la charla entre amigos. Aquel bebé que había pesado 3.6 kilos durante la mañana del 28 de julio de 1977 ya camina desde los 10 meses. Inquieto, aparece a los tumbos por la cocina. “Dormía poco y era muy llorón, hasta era difícil de alimentar”, cuenta mamá Raquel, quien a diferencia de su amigo prefirió no viajar a Estados Unidos para la ceremonia de su hijo, básicamente por dos motivos: primero porque no le gusta mucho -ni a los partidos le agradaba asistir por los nervios- y segundo, por la falta de su esposo, quien atraviesa un delicado problema de salud y era imposible que estuviera junto a su hijo en el momento que tanto había soñado y que tanto hubiese disfrutado, como buen amante del básquet que es...

Huevo fue desde muy chico un apasionado por este deporte y un alma voraz por saber cada día más. En 1980, luego de ser campeón del torneo de Bahía con el club de los Ginóbili, viajó a Estados Unidos para sumar conocimientos en el Seminario Mundial de Entrenadores, en Indianápolis. Allí, además de aprender cosas nuevas, como la zona combinada (match up) que trajo al país como pionero, se compró algunos implementos para enseñar mejor (ver foto). Y hubo dos puntualmente que probó en el menor de los Ginóbili. Claro, antes de usarlo como conejillo de indias, no pudo con su espíritu formador y le dio una pelota ni bien empezó a caminar. Luego le enseñó la técnica con dos órdenes básicas (“poné la mano así” y “abrí los dedos”) y después, cada mañana, cuando Manu aparecía en la cocina, le ponía las sillas como si fueran conos para que hiciera zigzag.

Huevo con los tres hermanos.
Huevo con los tres hermanos. Ha sido como un tío y, a la vez, su entrenador por años.

No conforme con eso, este coach que hoy es reconocido por su fanatismo -al punto que su oficina de su casa está ambiente como si fuera el Madison Square Garden y la piscina tiene un aro profesional y el fondo es pintado con logos de equipos NBA- dispuso que Manu probara unos anteojos especiales y unos guantes fabricados especialmente para aprender a picar la pelota con la técnica adecuada. “Con los lentes no veías la pelota, tenías que driblear sin mirarla. Una forma de mecanizar esa técnica… Y los guantes tenían un botón en el medio que te obligaba a picar la pelota con los dedos y las yemas”, explica. Una y otra vez le hacía repetir el ejercicio al pequeño Manu. Al punto que Raquel se apiadaba del nene. “Dejalo Huevo, todavía es chico…”, le repetía. Pero, obsesivo con el aprendizaje, no se detenía…

Está claro entonces que Manu no tuvo mucha elección. “Nací con una pelota de básquet en la mano”, graficó. Padre dirigente, hermanos jugadores (Leandro, siete años mayor que Manu, y Sebastián, cinco) y un contexto esencialmente de básquet, arrancando por una ciudad que es famosa por ser la Capital del Básquet, donde en las calles se ven más aros que arcos y existen 23 clubes que potencian la competencia interna y mantienen viva la enorme tradición que se iniciara cuando los primeros estadounidenses bajaron de los barcos y comenzaron a jugar en el puerto pegado a la ciudad. Bahiense del Norte, hoy una de las principales instituciones de esta metrópoli de 380.000 habitantes, está a nada menos que 100 metros de la casa de los Ginóbili. Por años, fue el segundo hogar de Manu y de tantos chicos más. “Luego del colegio, me pasaba horas y horas en el club. Jugábamos a todo, desde la escondida hasta al béisbol. Un día, bateando, rompimos un vidrio”, recuerda MG20. “Raquel lo tenía que ir a buscar a la noche porque no volvía a la casa. Incluso se escondía…”, agrega el Huevo.

1980. El primer viaje de
1980. El primer viaje de Oscar a USA, donde compró los anteojos y los guantes que usó con Manu de muy chico.

A edad temprana, Manu no brillaba, una historia conocida ya por muchos. “Era un chico más de Bahía, de club de barrio, que jugaba bien, sí, penetraba por izquierda, se arqueaba en el aire y sobre todo sentía cada posesión, cada ataque, cada defensa. Hacía cada cosa con mucha pasión… La sangre la tenía, el talento también, en esa época aún no lo acompañaba el físico”, aclara Sánchez. Y cuenta una historia que grafica lo apasionado que era. “A los 10 años, se anotó en mis dos campus de verano, en el de diciembre y el de enero. Fue el único. Y ganó dos torneos, el de 1 vs 1 y el de tiros libres. Todavía tengo el video en el que, en la entrega de premio, lo presento como el único chico que estuvo en ambas ediciones del campus”, precisa Huevo, quien hoy, con 63 años, ya no dirige profesionalmente y se dedica a organizar sus prestigiosos campus. Por caso, ya tiene todo listo para uno de bases en San Fernando en octubre mientras prepara la 35° edición para el que hace en verano, en Mar del Plata, ya un clásico nacional, en enero.

El menor de los Ginóbili tenía una obsesión con todo lo relacionado con el básquet. Todo arrancó con la altura, al ver que sus hermanos estaban en 1m90 y él no crecía. Aquella conocida historia de medirse en la cocina de su casa y preguntarle al padre si había crecido quedó para la historia. “El tema me traumatizaba mucho y me impacientaba hasta la locura. Me medía hasta dos veces por semana… Soñaba con vivir del básquet y con 1m75 sabía que las chances eran ínfimas”, admitió hace años en el libro El Señor de los Talentos. A tal punto que hacía visitas periódicas al pediatra, a quien le rogó que le hiciera un estudio para saber cuánto llegaría a medir de más grande. “Cuando le dijeron que llegaría sólo a 1m85, casi se clava un tenedor en el paladar”, reconoció Leandro, el hermano mayor, siempre chistoso.

Pileta de la casa de
Pileta de la casa de huevo

Justamente la otra obsesión era ser como ellos, sus hermanos y grandes espejos, quienes eran de lo mejor de Bahía y empezaban a jugar en la Liga Nacional. Su competitividad era tal que no podía ser menos que nadie. “Hasta se fijaba en mis boletines para ver si sacaba mejores notas que yo”, contó Leandro. Por eso, además de competir cada fin de semana, en verano se volvía a anotar en los campus del Huevo. “Hasta 1993 no faltó nunca, tengo todas las fotos. Yo no me acuerdo tanto de cómo fue su progresión año a año, sólo puedo decir que siempre jugó bien y que la gran diferencia la empezó a hacer cuando pegó el estirón. Juego y mentalidad siempre tuvo”, explica el bahiense desde USA.

En 1994 llegaría el hecho más marcante de su época en Bahía, el descenso con el club de sus amores, una situación que está narrada al detalle por dos protagonistas, el propio Ginóbili y Sergio Mézquer, el rival que le generó la peor deshonra de su carrera deportiva. Manu sintió que se había fallado a él mismo y, peor que nada, a toda su familia y a su club. Por días lloró en su habitación. Pero, claro, lo que no te mata, te hace más fuerte, dicen... Y el crack aprendió de eso, como aprendió de aquel corte del seleccionado bahiense de cadetes, un par de años antes. Como de cada partido importante que perdió con Olimpo o Estudiantes, los grandes de Bahía que siempre lo dejaban con las manos vacías en inferiores. “Hasta que llegué a Italia lo único que gané fue un torneo de handball”, admitió alguna vez, entre risas.

Por lo pronto, Huevo nunca dejó de confiar en su pollo y tomó la decisión que nadie quiso tomar en Bahía: jugársela por el pibe. Y así fue que el mejor deportista de la historia del país se tuvo que ir lejos de su casa para debutar como profesional. Fue en Andino de La Rioja, equipo fuerte que dirigía el Huevo en la Liga Nacional. Eso sí, antes tuvo que hacer un trabajo silencioso y titánico con su amiga Raquel para que lo dejara llevarse al tercero de sus nenes. Oscar ya se había llevado a los dos mayores para jugar en Quilmes de Mar del Plata, y la madre no podía permitir que la historia se repitiera. “A este no te lo llevás ni loco. Es chiquito, lo van a lastimar”, le avisó. Pero, claro, Huevo no aceptó esa derrota tempranera y, con la ayuda de Manu pero sobre todo de Yuyo, logró lo que parecía imposible: faltando 15 minutos para cerrar las listas de buena fe en la Asociación de Clubes, Manu era jugador de Andino…

Oscar dirigiendo a Andino, el
Oscar dirigiendo a Andino, el día que hizo debutar a Ginóbili, en Mar del Plata.

Lo demás es una historia más conocida. “En los entrenamientos me empecé a dar cuenta, de a poco, de lo que podía hacer. Era un zurdo que tiraba bien pero también atacaba bien el aro. El que hace una cosa, generalmente no hace la otra. Pero Manu ya pintaba muy completo. También era apasionado, ambicioso, tenía picardía, intuición y mucha valentía. Mirá que en aquel equipo jugaba Kenny Simpson, un estadounidense que había jugado en Barcelona y Manresa. Y eran duelos ásperos en las prácticas. También estaban con Braian Shorter y Carlos Amos como extranjeros. Lo cagaban a palos. Y el pibe seguía yendo. En los partidos de local, cada vez que entraba, sobresalía y la gente se volvía loca”, recuerda.

Sin embargo, Oscar evita colgarse una medalla que tal vez debería… “Yo no soy idiota, tuve la fortuna hacerlo debutar y empezar a trabajar con él en el profesionalismo, pero no mucho más. Recluté a Manu, como a (Rubén) Wolkowyski, (Junior) Cequeira, (Leo) Schattmann, Pancho Jasen o a los hermanos de Manu… Eso lo hice, porque le veía talento, pero no voy a ser hipócrita diciendo que yo lo descubrí, que ya le veía un futuro NBA. No creo que haya sido trascendente lo mío con él, como sí fue el caso de Ettore (Messina) o Pop. Todo aquello fue bastante circunstancial”, explica.

— ¿Pero algún mérito debés tener en esta historia para que Ginóbili te invite a la ceremonia?

— Podría decir lo que ayudé a la familia y como fui, por algún tiempo, un asesor, como cuando les dije quién tenía que representarlo y presenté a las partes, a Arturo Ortega (agente español) y a los padres de Manu. Pero no mucho más. Con él hice lo que conté, esa es mi historia, después, ya cuando estaba en Italia, más que nada, y en un principio en la NBA sí hablaba bastante con Manu. Recuerdo el día que nos pasamos una tarde analizando en un sillón cómo iba a marcar a Kobe Bryant en su primera temporada. Luego, con el status que tomó, ya fue otra cosa, tal vez era necesario que escuchara más a otros entrenadores. Mal no le fue (se ríe).

Yuyo, Huevo, Sepo y Manu.
Yuyo, Huevo, Sepo y Manu. El menor de los Ginóbili reconociendo a su formador.

Este sábado se viene un momento histórico para el deporte argentino y para los privilegiados que estarán allá será un momento aún más significativo y emotivo. “De entrada, cuando me enteré, lo tomé naturalmente, porque además es lo que veía en la familia… Pero, con el correr de los días, a todos nos empieza a caer la ficha de lo que pasará… A mí me comenzó a suceder cuando me metí a indagar sobre la ceremonia, cómo es el lugar, el sitio que tiene cada estrella en este impresionante nuevo edificio que costó 45 millones de dólares y, sobre todo, cómo han sido los distintos discursos de las leyendas que entraron. Y todos terminan llorando o muy emocionados. Es un momento que volvés para atrás, que te cae la ficha… A mí todavía me cuesta entenderlo, algunas cosas sigo sin entenderlas cómo pasaron…”, analiza.

Desde el entorno de un Manu siempre poco emocional comentan que en los días previos, cuando se puso a recapitular y a buscar fotos para hacer posteos en redes sociales que le permitieran agradecer a todos los que no podrá en la ceremonia -tiene sólo 10 minutos para hablar-, se lo notó “más nostálgico, como que le está cayendo la ficha…”. Creen que seguramente, durante la ceremonia, la emoción se apoderará de él. Primero porque les pasó a todos, segundo porque cuando mire para el frente y vea a tanta gente importante que lo ayudó se le vendrán recuerdos muy especiales a su cabeza y, en especial, a su corazón. Y, por último, no será fácil sobrellevar no ver a sus padres, en especial cuando Jorge, el líder de la familia, se le venga a su mente. La felicidad, sin ellos, no será completa… “Raquel ha sido incondicional y Yuyo, un padre muy especial. Estamos hablado de un tipo de básquet, de club, que prefiere hacerle unas hamburguesas para los cadetes B que ver a los Spurs contra los Lakers… Un padre atípico, que nunca emitió una opinión ante mí o un entrenador, si Manu tenía que jugar más o menos. Manejaba a la familia con una mirada, pero siempre fue muy ubicado. Será duro para todos que no esté”, explica, emocionado, desde Springfield.

Por suerte si estará su “segundo padre”, como Huevo llama a Gregg Popovich. “Lo adora, porque es un fuera de serie. Para él es mucho más que un entrenador, comparten muchas otras cosas más allá del básquet. Y, claro, tienen una increíble historia en común. Hay que recordar lo rígido, lo estructurado que era Pop cuando llegó desde Italia y cómo lo cambió él, de a poco, con su rebeldía… Ahí tenés otra virtud de Manu: cómo se bancó sin chistar a dos sargentos, como Ettore (Messina) en Italia y luego a Pop. Recuerdo cuando, saliendo de una práctica en diciembre de la primera temporada, Many me dijo ´hablale a Manu, explicale que no lo van a cortar del equipo´. Fueron días en que jugaba poco y tenía ese miedo… Pero ¿vos te creés que algún día me lo dijo o se quejó? Mirá que perdía una pelota y lo sacaban de la cancha eh... Y él venía de ser el mejor de Europa. Si te ponés a ver un video editado en Kinder y al protagonista lo pintás de negro, parece Jordan, no Emanuel. Pero él, cuando llegó a los Spurs y jugaba poco y nada, nunca objetó nada. Calladito trabajó… Nunca puso una excusa, o le echó la culpa a alguien, algo muy típico en los jugadores. Yo, realmente, nunca vi alguien así en mi carrera de cuatro décadas. En eso es como el padre. Muy ubicado, demasiado, algo muy extraño en un ambiente de egos enormes. Él siempre pensó primero en el equipo y luego en él. Pero siempre eh. Sin verso”, reflexiona.

Sánchez y Popovich, el día
Sánchez y Popovich, el día que se juntaron dos entrenadores que influyeron en la carrera de Manu.

Huevo cuenta que, en la ceremonia que comenzará cerca de las 19 (hora argentina), también estarán los compañeros más importantes en San Antonio (Tim Duncan será el encargado de presentarlo), al menos cuatro de la Generación Dorada (Scola, Oberto, Pepe Sánchez y Nocioni), un par de entrenadores (Julio Lamas y Messina) y, de la familia, sólo estará Leandro, el hermano mayor. El resto de los invitados, por distintos motivos, no pudieron asistir, aunque de alguna u otra manera estarán presentes para MG20.

El momento, se intuye, muy emocionante. “Hoy, pese a que ya está retirado hace cuatro años, yo todavía me sorprendo y me encuentro diciendo ´puta madre, qué grosso que fue este pibe’. Y, al pensarlo, lo que me impacta más es cómo lo hizo, respetando la esencia misma del básquet, la que nos gusta a nosotros. No es que llegó al Salón de la Fama con partidos de 30 o 40 puntos, agigantando números personales o ganando premios individuales. Manu es el básquet esencial en su máximo esplendor y entrar a este lugar, al lado de semejantes monstruos, siendo blanco, latino y habiendo nacido en un barrio de Bahía Blanca, es algo increíble. Y emocionante. Vamos a disfrutar mucho de esta ceremonia”. Que así sea Huevo. Manu, primero, todos los que lo ayudaron, después, se lo tienen bien merecido.

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