A 50 años del circo mediático entre Fischer y Spassky: el match del siglo que fue salvado por dos llamados telefónicos

En 1972, los soviéticos acumulaban 24 años de reinados ininterrumpidos en el mundo del ajedrez. Las febriles negociaciones hasta último momento y el papel de Kremlin en el Mundial disputado en Islandia que cambiaría la hegemonía que era un orgullo del comunismo

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 Boris Spassky durante la
Boris Spassky durante la serie de partidos con Bobby Fischer, en Reykjavik

Hace 50 años, a las 17 del martes 11 de julio de 1972, una abigarrada multitud de 2500 espectadores cómodamente sentados, que colmaban el Pabellón de Exposiciones Laugardalshöll, en Reikiavik (capital de Islandia), rompía el silencio con una explosión de júbilo para acompañar el ingreso del campeón mundial, el soviético Boris Spassky, de 35 años, que lucía un traje gris oscuro con corbata y pañuelo de bolsillo de tonos más claros, en su andar lento sobre la mullida alfombra blanca que cubría el centro del escenario. El rey Spassky, que ostentaba la corona desde hacía tres años, se dirigía hacia una silla recta con apoya brazos de madera y respaldo cubierto de pana color mostaza. Luego observaría el alineado de las 32 piezas de madera, del modelo Staunton fabricado por la firma inglesa John Jacques & Son, ubicadas sobre un tablero de mármol, con escaques de 5,5cm en colores verdes y blancos, encastrado en una mesa de caoba barnizada en mate y con dos parches de cuero blanco con forma irregular de cuadrilátero para evitar que el sudor de las manos dañase el brillo de la madera; un modelo único creado por Gunnar Magnusson y el ebanista Ragna Haraldsson, por un costo cercano a los 1.200 dólares.

Enfrente, del otro lado de la mesa, había un sillón giratorio de cuero negro con apoya brazos de metal fabricado por Herman Miller del Estado de Michigan, y diseñado por Charles Eames -una réplica exacta al asiento utilizado por Fischer contra Petrosian en Buenos Aires en 1971- por el que los organizadores islandeses había abonado 524 dólares; el sillón aún permanecía vacío. En tanto, el árbitro del duelo, el alemán Lothar Schmid cumplía su rol; avanzó hacia la mesa de juego y presionó uno de los dos pulsadores del reloj analógico de madera fabricado por la empresa alemana Garde, poniendo en marcha el tiempo de las piezas blancas y decretando el comienzo oficial del juego. El campeón no dudó y, de inmediato, desplazó su peón dama hasta la cuarta casilla y apuntó en su planilla el movimiento d4. Luego, tocó el pulsador de su reloj con el que detuvo el consumo de su tiempo y se puso en marcha el reloj de las piezas negras. A partir de entonces, una atmósfera de gran tensión se dispararía por toda la sala; más de 250 corresponsales de prensa acreditados seguirían atentamente la escena.

Fueron seis eternos minutos de impaciente espera. De pronto, por detrás de las cortinas blancas y de cinco enormes jarrones florales que completaban la escenografía del fondo del escenario, una figura alta rubia y desgarbada, se abría paso a las zancadas. Llevaba un traje color azul, corbata del mismo tono y camisa blanca. Se trataba del aspirante al título, un joven norteamericano de 29 años, Robert James Fischer. Sonriente, se detuvo frente al tablero y estrechó su mano derecha con la de su adversario. Noventa segundos le demandó la primera reflexión; luego tomó el caballo del rey el que depositó sobre la casilla f6, y completó la primera jugada…

De esta manera, el duelo ajedrecístico más famoso en el historial de este juego, bautizado “El Match del Siglo”, se ponía en marcha dejando atrás un tiempo de espantos; una andanada de acusaciones y reclamos que estuvieron a un tris de la suspensión del encuentro. Las tensas y egoístas negociaciones llevadas a cabo por dos grupos antagónicos, a los que los atravesaba los dislates de la Guerra Fría (cuando el mundo dividió sus lealtades políticas de Este a Oeste, entre capitalismo y comunismo) fueron la antesala de la disparada del circo mediático en Reikiavik; un sainete que expuso hasta el ridículo a los organizadores. Cuando ya nadie creía posible la realización del duelo, dos llamados telefónicos in extremis: uno desde Londres y otro desde Washington DC, destrabaron el conflicto y evitaron el escándalo deportivo.

El ajedrez arrastraba una frondosa tradición en la cultura rusa desde los tiempos del Imperio y los Zares, y lo fue especialmente durante la era soviética; el juego era un complemento más del accionar diplomático asociando su liderazgo y dominio con una actividad ligada a la habilidad y destreza para resolver problemas. Un método utilizado para demostrar la superioridad del ciudadano soviético sobre su par de occidente. Pero, ahora, un americano llegaba para desafiar ese orden. Y para la URSS preservarlo era lo prioritario.

El estadounidense Bobby Fischer
El estadounidense Bobby Fischer

En 1972, los soviéticos acumulaban 24 años de reinados ininterrumpidos en el mundo del ajedrez; el match Fischer y Spassky sería la primera final por el título mundial no disputada por dos jugadores soviéticos, desde 1948. Por primera vez su dirigencia participaría en una mesa de negociaciones con sus pares de occidente; en tiempos de la Guerra Fría, rusos y americanos acordarían la organización del campeonato mundial de ajedrez. Para la URSS la defensa del título se trataba de una cuestión de honor, en Norteamérica vencer a los soviéticos era la gloria.

La Fédération Internationale des Échecs (FIDE) dispuso que el primer paso del acuerdo entre las delegaciones de EE.UU. y la URSS sería establecer la sede de juego del Mundial; una larga lista de países interesados presentaron la propuesta antes de 31 de enero de 1972. Para comprender la magnitud de lo que sucedía, el mundial de 1969, entre Petrosian y Spassky había repartido 1400 u$s en premios. Ahora, Belgrado (capital de Yugoslavia) presentaba una oferta 100 veces superior: u$s 152.000. Le siguieron Reikiavik (125 mil), Sarajevo (120 mil), Buenos Aires (100 mil), y otras más como Río de Janeiro, Montreal, Ámsterdam, Zúrich, Atenas, Dortmund, París y Bogotá.

El presidente de la FIDE, el holandés Max Euwe trataba a diario con Ed Edmondson (director ejecutivo de la federación de ajedrez de EE.UU) y Paul Marshall (abogado) y con Alexandra Ivushkina (subdirectora del Comité de Deportes de la URSS) y Efim Geller -gran maestro-. Fischer y Spassky no presenciaban las negociaciones pero estaban al tanto de los detalles. Bobby sabía que era la oportunidad de ganar un buen premio, el más importante de su carrera. Creía que el tiempo de indefinición en la negociación jugaría a su favor.

Spassky, por el contrario, no se preocupó por el premio del Mundial, sabía que Fischer sacaría lo mejor; por eso se ocupó de su bienestar y el de su familia. Ya en marzo de 1971, cuando el match de Islandia ni siquiera era una utopía, y aún Fischer no había comenzado su avance arrollador en el Candidatura -con triunfos en Cuartos, por 6 a 0 ante el soviético Mark Taimanov, en Semis, por 6 a 0 frente al danés Bent Larsen, y en la final en Buenos Aires, por 6,5 a 2,5 ante el armenio Tigran Petrosian-, el campeón mundial junto a su entrenador Igor Bondarevski eludió los estamentos burocráticos del antiguo régimen y visitó al viceministro de Deportes, Víktor Ivonin.

- ¡Pero de qué planificación hablamos, si aún no tenemos rival! ¿O el camarada Spassky ya sabe quién ganará el Candidatura?, preguntó con tono socarrón el funcionario soviético. Spassky no soltó ni un mohín, y con firmeza dijo: “Lo ganará Fischer”. A veces en la vida como en el ajedrez, la amenaza es peor que la ejecución.

Spassky no era miembro del Partido Comunista pero aprendió a coquetear con el poder; sabía que su futuro y el de su familia estarían atados al éxito de la defensa del título. Acaso, motivado por ser el único ajedrecista soviético con score favorable ante Fischer (entre 1960 y 1970 se enfrentaron en 5 ocasiones, con 3 victorias y 2 empates), armó un plan de condiciones y necesidades para su preparación para el Mundial, y se lo acercó a Piotr Demichev -líder del Comité Central en el pináculo de las estructuras de poder en el Kremlin-. Como el salto de un caballo de ajedrez, Spassky con su jugada pasó por encima del Ministerio de Deportes (S. Pavlov y V. Ivonin), del Club Central de Ajedrez (V. Baturinski) y el Departamento de Ajedrez (M. Beilin).

Bobby Fischer jugando contra el
Bobby Fischer jugando contra el campeón del mundo Boris Spassky

Le concedieron todo lo pedido; lo más importante, su palabra pasó a ser la máxima autoridad en la toma de decisiones en la preparación del match. Su sueldo subió de 300 a 500 rublos (igual que el de un ministro), cambió su viejo departamento de Prospekt Mira por uno de cuatro ambientes en la calle Vesnin en barrio de elite diplomático, obtuvo una pensión para su ex esposa (Marina), el pago de la guardería de su hijo (de su segunda esposa Larisa), una dacha en Krásnaya Pajra, para entrenar junto a su equipo y bajó al ex fiscal militar Viktor Baturinski de la mesa de negociaciones con EE.UU. y la FIDE. Sorprendido con lo que sucedía o asustado ante un eventual fracaso deportivo, Igor Bondarevski, entrenador personal de Spassky desde 1961, dio un portazo, y se marchó.

Con la toma del liderazgo el campeón mundial había ganado la partida pero también a muchos enemigos; en el camino había perdido dos valiosas piezas: Baturinski (en cuestiones diplomáticas) y Bondarevski (preparación ajedrecística). Su equipo quedó conformado con Geller (entrenador y negociador), Krogius (psicólogo deportivo), Boleslavski y Nei (ayudantes). Contaba, además, con un ejército de colaboradores, que elaboraron un informe “el caso Fischer” que recopilaba más de 1000 páginas, con análisis del juego, partidas y estudio de la personalidad del norteamericano, en el que participaron Korchnoi, Smislov, Tal, Petrosian, Kotov y Taimanov, entre muchos más. Incluso, un joven Anatoly Karpov fue parte del entrenamiento hasta su partida de Moscú.

Por su parte, la Fundación de Ajedrez de EE.UU., le consiguió a Fischer una habitación en el Hotel Henry Hudson en Nueva York; en el mismo edificio funcionaba el Club de Ajedrez de Manhattan donde se reunía a diario con dos amigos, Sam Sloan (ajedrecista y abogado) y Bernard Zuckerman (maestro internacional y gran teórico en aperturas de ajedrez). Los últimos cuatro meses de entrenamiento, Fischer los pasó en el complejo hotelero Grossinger´s, en las montañas de Catskill, donde gran parte de la población judía de Nueva York veraneaba desde los comienzos del siglo XX. Estudiaba 12 horas diarias los 7 días de la semana, entrenaba cuerpo y mente con sesiones en el gimnasio, carreras en la piscina y juegos de tenis de mesa. Llevaba consigo un gran libro rojo, “Weltgeschichte des Schachs” que contenía 355 partidas jugadas por Spassky. Podía recitar de memoria, la fecha, el lugar y los 14.000 movimientos que había realizado el campeón mundial. Allí recibía las visitas de Robert Wade (ajedrecista británico que le acercaba novedades en las aperturas de las partidas de Spassky), y los maestros Larry Evans y William Lombardy. Además jugaba partida blitz con Jackie Beers y consultaba detalles de la negociación con el abogado Andrew Davis.

En febrero de 1972, EE.UU., la URSS y la FIDE aún no habían alcanzado un acuerdo. Los rusos proponían como sede a: Reikiavik, Ámsterdam, Dortmund, o París. Los americanos: Belgrado, Sarajevo, Buenos Aires o Montreal. A Spassky le preocupaba el clima del lugar de juego, a Fischer, quién ofrecía mayor dinero. La FIDE creyó mediar con una propuesta de 12 partidas en Belgrado y otras 12, en Reikiavik, y armó un encuentro para el 23 de marzo en Ámsterdam. Allí se firmaría el acuerdo. Soviéticos y norteamericanos acordaron los detalles y fue anunciado el comienzo del match para el 22 de junio en Belgrado y, a partir del 6 de agosto la reanudación en Reikiavik. Sin embargo, 72 horas después Fischer desconoció el acuerdo que no llevaba su firma y amenazó con no jugar. Los yugoslavos se retiraron de las negociaciones.

Bobby Fisher firmando un autógrafo
Bobby Fisher firmando un autógrafo tras convertirse en campeón del mundo

Ahora sólo los organizadores islandeses podrían salvar el match, con su propuesta de 78.125 dólares para el ganador, 46.875 para el perdedor, más un 30% de lo recaudado por derechos de TV y cine. Gudmundur Thorarinsson, presidente de la federación de ajedrez islandesa, miembro del partido Progresista y amigo del primer ministro Olafur Johannesson tomó las riendas y programó una nueva fecha para la firma de un acuerdo. La FIDE unilateralmente aceptó la propuesta de Islandia e intimó a Fischer a firmar el convenio antes del 4 de abril. Pero otra vez el Bobby rechazó el ofrecimiento; exigía que los islandeses además incluyeran un 30% de la recaudación de las entradas al lugar de juego. Cuando el 4 de abril venció el plazo, los soviéticos reclamaron que el campeonato mundial debían disputarlo, Spassky (campeón) y Petrosian (eliminado por Fischer en la final). Fue entonces cuando un telegrama enviado por Edmondson desde EE.UU. llegó a manos de la FIDE: “Fischer accede a jugar en Islandia… no sin protestar”. Era eso o nada. La FIDE aceptó el pedido y programó para el 1 de julio, la inauguración del Mundial en el Teatro Nacional de Reikiavik.

En junio Fischer abandonó el complejo en Grossinger´s y se instaló en el Club Yale en Manhattan, aguardando la aceptación de su pedido. En tanto, el 21 de junio llegaron los soviéticos a Islandia. Se alojaron en el hotel Saga; Spassky tomó la suite presidencial; la N° 730. Cuatro días después Fischer cancelaría su vuelo a Islandia. Pero, el 26, regresaría al aeropuerto Kennedy; mientras compraba un reloj despertador fue sorprendido por un grupo de periodistas y fotógrafos. Fischer salió espantado, y perdió el vuelo.

El 1 de julio, diez minutos antes de la inauguración del match, el abogado Andrew Davis llamó a Gudmundur Thorarinsson, y le dijo: “Olvídelo, Fischer no viajará y no habrá match”. La ceremonia se realizó de todos modos, incluso con la presencia del presidente del país; todos los asientos de la primera fila del teatro estaban ocupados, excepto uno, el de Fischer. El titular de la FIDE anunció que el 2 de julio, a las 12 se realizaría el sorteo del color de piezas de la primera partida. “Si, Fischer no se presenta perderá todos sus derechos como aspirante”. Pero Fischer seguía en Nueva York, ahora escondido -para eludir las guardias periodísticas- en la casa de un amigo, Anthony Saidy, en Queens.

Bobby Fischer bajando de un
Bobby Fischer bajando de un auto en Islandia para disputar su tercer partida con Boris Spassky

En ese momento el periodista británico, Leonard Barden le acercó a los organizadores un mensaje del financista inglés, James Derrick Slater, aficionado al ajedrez que ofrecía una donación de 125.000 dólares. “Quiero resolver el problema económico de Fischer”.

Mientras tanto, el líder islandés, Johannesson hizo un último intento para salvar la inversión de 7.000.000 de coronas islandesas; consiguió que Theodore Tremblay, Encargado de Negocios en la embajada norteamericana en Islandia, enviara un telegrama al secretario de Estado, William Rogers, con copia al Consejo de Seguridad Nacional y a la CIA, pidiendo la intervención de la Casa Blanca en el asunto. Fue entonces cuando el Consejero de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, tomó parte del asunto. Su secretaria marcó el número de la casa de Saidy, y un nuevo llamado telefónico le daba otra vida al match. “El peor jugador del mundo llamando al mejor jugador del mundo” fue la voz de presentación de político norteamericano. Y agregó: “considero que usted debe ir a Islandia y vencer a los rusos en su propio juego. El gobierno de Estados Unidos le desea lo mejor, y yo también”. Bobby respondió que jugaría sin importar lo que sucediera.

El clima en Reikiavik está enardecido, los soviéticos pedían la expulsión de Fischer, y culpaban a la FIDE por la nueva prórroga del match. El 4 de julio a las 7AM Fischer llegó a Islandia un vuelo de Loftleidir, acompañado por William Lombardy; cansado eligió el descanso y no concurrió al sorteo programado a las 12, en el hotel Esja. Con el nuevo desplante, Spassky se sintió ofendido y abandonó el acto. La Unión Soviética exigía a gritos más sanciones.

De pronto, Fischer ejecutó un movimiento inesperado; decidió hacer público un pedido de disculpas (el periodista del Life, Brad Darrach, lo asesoró en la redacción). Se excusó ante el árbitro, organizadores, la FIDE, los soviéticos, el campeón mundial, el pueblo islandés y la comunidad ajedrecística toda. Spassky, sorprendido, contradijo la orden del Kremlin, que le exigía su retiro de Islandia. Todavía creía que podía vencer a Fischer; aceptó las disculpas y se programó el 11 de julio como fecha de comienzo del Mundial.

Ese día, a las 17, Spassky ingresó al salón Laugardalshöll; seis minutos más tarde lo hizo Fischer. Durante 52 días disputarán 24 partidas y darán lugar a uno de los mejores capítulos en el historial de este juego. El 1 de septiembre, Robert James Fischer será proclamado en el undécimo campeón mundial oficial de ajedrez. Otro momento único; una nueva historia.

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