La historia de Guillermo Vilas como nunca antes se contó

La leyenda del tenis mundial tuvo una vida cargada de éxitos y frustraciones. Los detalles de sus viajes, los títulos que ganó y el constante sacrificio para alcanzar sus objetivos son algunos favores que marcaron la trayectoria de Willy

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Guillermo Vilas es una leyenda
Guillermo Vilas es una leyenda del tenis mundial

Antes de Maradona o Messi (o de Federer y Nadal), mucho antes de Internet y las redes sociales, cuando no existían esas comitivas en las que el deportista viaja rodeado de un séquito XXL, un hombre, solito su alma, recorrió el planeta ganando partidos y torneos y le dio a este país un regalo que no esperaba: un amor por el tenis que no se ha extinguido hasta hoy. De la mano de los recuerdos de un periodista que acompañó a Guillermo Vilas en sus años de gloria y sus mayores batallas, esta es la crónica de una vida de película, de una personalidad plena de aristas y del talento y la determinación que hicieron de El Gran Willy un ícono perfecto: el gran héroe deportivo nacional.

Sin dudas la obra de Luis Vinker es una invitación a conocer en profundidad la carrera de una de las leyendas internacionales que dejó su nombre en las páginas doradas del deporte mundial.

Como el propio autor le reveló a Infobae, sus días junto al legendario deportistas marcaron una época para ambos:

“Creo que -más allá de toda la rutina que me tocaba cubrir, en cuánto a las crónicas de los torneos o los reportajes- lo más interesante fue la experiencia del viaje compartido a Australia. Parte de esto lo cuento en el capítulo dedicado a los viajes de Vilas por allí, particularmente a fines del 78, en momentos especiales del país. Acá se vivía un clima tenebroso y, además, parecía inminente una guerra con Chile. Nosotros estábamos muy lejos y las comunicaciones -como también lo cuento allí- eran escasas: lo que podíamos hablar por teléfono a las apuradas... A pesar de que el Abierto de Australia era un torneo de Grand Slam, en aquel momento se trataba de un evento mucho menor que los otros y con escasa cobertura periodística (apenas éramos tres extranjeros: dos fotógrafos franceses y yo). Además, al jugarse en coincidencia con las fiestas de fin/principio de año, casi nadie quería ir. Más allá de que Vilas ya era una superestrella -y el jugador más convocante a nivel popular en Australia, donde el tenis también es un deporte de gran tradición y repercusión- tal vez se compadeció de verme tan joven y solitario, y tuvimos mucha cercanía. Me llevaba en el auto hasta el torneo -había una media hora desde el hotel en el Centro de Melbourne hasta el Kooyong, donde se jugaba, casi en un suburbio de esa ciudad- y también podía compartir algunos desayunos o comidas. Eso era imposible en cualquier otro torneo, además Vilas y Tiriac eran muy rigurosos en la concentración o en rehuir cualquier cosa que vulnerara su intimidad. Pero, en fin, por momentos me integraron como si fuera el equipo, así que yo -además de tener que cubrir periodísticamente- podía ayudar en algún trámite y hasta hacía de custodia del vestuario para ordenar a los (las) fans que venían a pedirle autógrafos. Eso lo recuerdo especialmente, era una especie de intermediario y me venían a pedir esos autógrafos, o cualquier cosa (la vincha, hasta las medias o lo que fuera). Ya había muchos argentinos, inmigrantes, así que había que armar algún momento para que Vilas los atendiera y en general, lo hacía con buena disposición. Todo eso, en cualquier otro lugar del mundo y en otro momento, hubiera sido imposible. Lo hicimos en los primeros días ya que, una vez que entró en semifinales y final, su concentración fue absoluta y ni yo pudo acceder a él, salvo a la conferencia de prensa obligatoria. Aunque, una vez que terminó el torneo, por supuesto que me dio la exclusiva. Creo que él estaba reconocido de que un argentino (un medio, un periodista) hubiera viajado hasta allá para cubrir algo a lo que él le daba mucha significación, como lo probaría con el tiempo. Como también creo que menciono en algún lado, él volvió varias décadas después a ese terreno en una producción de ESPN y se emocionó muchísimo, hasta las lágrimas, recordando aquella primera victoria en el Abierto de Australia en enero de 1979 (que repitió un año más tarde, cuando lo acompañó su padre). Aquellos desayunos, o cuando íbamos en auto (donde él y Tiriac hablaban de cuestiones muy técnicas, yo no metía ninguna frase) eran toda una experiencia. Y en vísperas de aquellos días de Melbourne, también tuvo un trato similar en Sídney (en el torneo previo) donde, además, también nos invitó junto a Clerc a compartir la Nochebuena en un lugar de ensueño junto a la bahía de Sídney. Fue una de las veladas más gratas que recuerdo. Hasta entonces yo tenía la imagen de un ídolo inalcanzable pero, aquella vez, era simplemente uno más, como volvería a serlo mucho después (o tal vez nunca), cuando ya el tenis se convirtiera en un recuerdo. En esa noche navideña Vilas dejó por un rato su obsesión tenística, recordó a sus familiares que estaban tan lejos y todos compartíamos el mismo sentimiento. Estaba relajado y sonriente. Pocas veces pude volver a verlo así mientras estuvo en campaña deportiva, lo cual ocurrió por casi una década más, donde la tensión siempre le acompañaba”.

Guillermo Vilas, considerado en forma unánime como el mejor tenista argentino de todos los tiempos con una colección de 62 títulos, entre ellos cuatro de Grand Slam, dejó un legado que merece ser transmitido de generación en generación. Instalado en Montecarlo, donde reside con su esposa, la tailandesa Phiangphathu Khumueang, y sus cuatro hijos, Willy permanece en la memoria colectiva de los argentinos.

Vilas nació el 17 de agosto de 1952 en la Capital Federal, pero a los pocos días sus padres, Maruxa y Roque, se mudaron con él a Mar del Plata, a la casa de la Avenida Colón que ocupó durante su infancia y adolescencia, hasta que salió a recorrer el mundo con una raqueta en la mano.

El ‘zurdo’ de la vincha deslumbró en el circuito con la conquista de cuatro torneos grandes’, Roland Garros, el US Open en 1977, más el de Australia en 1978 y 1979. También popularizó un golpe, la Gran Willy, que patentó para siempre y consiste en impactar la pelota por entre las piernas y de espaldas a la red.

Lo llamativo es que no fue reconocido jamás por la ATP como un número uno del mundo, a pesar de que en 1977 tuvo un año formidable en el que batió todos los récords, al conseguir 130 victorias en la temporada (ganó 57 partidos seguidos en polvo de ladrillo) y adueñarse de 16 títulos.

En la actualidad, la leyenda disfruta de la familia que formó con Khumueang, con quien tuvo a sus hijos Andanin, heredera de su pasión por el tenis, más otras dos nenas, Intila y Lalindao, y el pequeño Guillermo.

El ex notable singlista tomó la decisión a principios de 2017 de radicarse en Montecarlo, un lugar que le sienta bien puesto que ganó el torneo del Principado en dos ocasiones, en 1976 y 1982. Sin dudas, ,Vilas fue, es y será el número 1.

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