En la historia hay jugadores malos, mediocres, buenos, muy buenos y brillantes. Figuras, estrellas y superestrellas. Y hay otros que, directamente, son tan especiales que van más allá y cambian esa historia. Eso sí, son muy pocos. Un puñado. Y Stephen Curry, otra vez campeón y MVP con los Warriors, es uno de ellos. Y, en este caso, hay dos aspectos que le dan un plus. Primero, con qué altura (1m91) y físico lo hizo, siendo un base no tan alto, flaquito, lejos de tener la capacidad atlética de otros y con el agravante de contar con un cuerpo más frágil, que ha sufrido muchas lesiones durante su carrera. Y segundo, por cómo lo hizo y luego de cuántos obstáculos…
Porque, claro, cuando era chico, nadie pensaba que este muchacho sería capaz de semejante revolución. Ni mucho menos. No estaba predestinado a hacer esa historia. Las dudas, las críticas y los obstáculos fueron muchos, pero a la vez le sirvieron de combustible… Para ser, nada menos, que el mejor tirador de la historia, el más impactante y cautivante, el que más récords rompió, pero también, a la vez, un rebelde, un rupturista, que cambió el juego para siempre. El que modificó diseños de ataques y defensas; el que obligó a pensar nuevas estrategias; el que impuso una tendencia –o una moda, como le quieran llamar a la súper utilización del tiro de tres puntos y cada vez desde más lejos-; el que hizo posible lo que parecía imposible; el que hizo ordinario lo extraordinario; el que corta tickets como pocos -para verlo jugar y hasta para verlo calentar por su deslumbrante rutina de tiros y manejos de balón-; el que todavía hoy sorprende metiendo decenas de lanzamientos desde la mitad de la cancha; el que puede convertir –en partidos y situaciones calientes- lanzamientos desde distancias inverosímiles; el que hace ver hoy que los “malos tiros” de antes hoy sean normales; el que logra que LeBron James, nada menos, se derrita ante él y diga que es el jugador con el que le gustaría jugar, “al que hay que defender desde que sale de su casa”. El responsable de todo esto tiene una historia tan especial como su don y en esta nota te vas a enterar cómo llegó hasta este lugar de privilegio.
Todo comienza en sus padres, como casi todas las historias. En este caso, para bien. Dell Curry fue un valioso jugador NBA durante 16 temporadas, en 1986 y 2002. Un anotador y temible tirador. No tanto como su hijo, claro. Pero realmente muy bueno. Tirador se nace, dicen. Y con Dell, más que con Steph, es así, más allá del trabajo que ambos le han puesto a ese talento. Dell, un escolta de 1m93, llegó a Utah pero hizo gran parte de su carrera en Charlotte (10 temporadas), retirándose con 1134 partidos -51 de playoffs- y promedios de 11.5 puntos y 40% triples. Destacados números. La madre, Sonya, fue también una deportista interesante, en este caso a nivel universitario. En Virginia Tech, donde conoció a Dell, fue una importante jugadora de vóley y, más allá de su talento, impactó con algunos intangibles que luego heredaría su hijo: tenacidad, disciplina y determinación. En ese ambiente ultradeportivo nació Wardell Stephen Curry II, como reza el nombre completo en su ID oficial.
De entrada, en el mismísimo nacimiento, algo singular sucedería: Sonya dio a luz a su primer hijo en la misma ciudad (Akron, Ohio, de 200.000 habitantes) y mismo hospital (Akron City Hospital) que LeBron James, aunque cuatro años después, cuando Dell jugaba su única temporada (la segunda) en los Cavs de Cleveland. Pero hay más: también en el mismo piso y el mismo médico. Una casualidad casi insólita si tenemos en cuenta que hablamos de dos de los mejores 15 jugadores de la historia…
Desde que tenía meses, Steph estuvo en un ambiente NBA, yendo a los entrenamientos y partidos con su padre. Algo totalmente distinto a los de otros jugadores que cumplirían su sueño, llegando desde afuera. El mayor de los Curry –no olvidemos que el segundo, Seth, es otro de los muy buenos anotadores y tiradores que hoy tiene la NBA- lo hizo desde adentro. Luego, claro, nada le sorprendió. Su primer ídolo, además de su padre, fue nada menos que Drazen Petrovic, el croata que brilló en Europa antes de dar el salto a la NBA. Y todo nació a partir de aquella convivencia que tenía Steph con las estrellas. Su padre lo llevó, con casi cuatro años, al concurso de triples del All Star de 1992, en Orlando. De hecho en una foto se lo ve en el banco de suplente –mientras esperan el turno para lanzar- arriba de las piernas de su padre, al lado de Mitch Richmond y Petrovic. Y luego hay otra mirando fijamente a Drazen cuando le tocó su turno de tirar, llegando a semifinales. El niño quedó cautivado y comenzó a seguirlo… Hasta que Petrovic falleció trágicamente en un accidente, el 7 de junio de 1993. Curry se convirtió en quien es hoy pero nunca lo olvidó y, en 2015, envió a Zagreb la camiseta para el Museo de Petro. La recibió nada menos que Biserka Petrovic, la madre de Drazen que cuidó a aquel niño cuando a Dell le tocó lanzar en aquella primera ronda del mencionado torneo de triples.
El deseo de emulación comenzó a jugar su papel al ver de adentro un mundo distinto. “Tenía dos jugadores a los que idolatraba y cuyas características intenté fusionar para crear mi estilo: Reggie Miller y Steve Nash. Me encantaba lo que eran capaces de hacer. Obviamente, Steve por su manejo de balón, creatividad y el equilibrio que tenía entre el pase y la anotación. Y Reggie, por lo que podía hacer sin balón, su competitividad y gen para los finales de partido. De alguna manera yo aspiraba a mezclar a los dos en mi juego”, explicó ya de grande, sin dejar de sorprender al mencionar a un tercer jugador que le gustaba. “Por alguna razón también me encantaba Bryon Russell. No sé por qué pero era uno de mis jugadores favoritos. Hoy todavía no sé explicarlo”, confesó sobre aquel que se hizo famoso por no poder detener a Michael Jordan en la anotación que le dio el sexto título a los Bulls en la casa del Jazz.
Claro, de cualquier forma, el máximo ídolo estaba en casa. “Yo, cuando lo acompañaba, soñaba con ser como papá, con tirar en esos lugares, con jugar esos partidos…”, admitió Steph. El primer paso lo dio en la primaria Montessori, en Charlotte, mostrando que la puntería para el aro venía de herencia familiar. Ya en 1999, a los 11 años, cuando papá fue a jugar a Canadá, comenzó a asistir al Queensway Christian College en Ontario, formando parte del equipo de 7° y 8° grado que terminó invicto. Luego, cuando Dell se retiró en 2002 y volvió a Carolina del Norte, se alistó en el Instituto Charlotte Christian, donde logró tres veces consecutivas ser campeón de la conferencia. Pero, claro, allí alcanzó mucho más que eso…
Los Curry son una familia con valores profundos, una familia creyente, devota, que hizo mucho hincapié en la formación de la persona. Y allí, en aquel secundario, Steph encontró el lugar ideal para cimentar ese desarrollo, con Shonn Brown, el head coach, como líder del proyecto. “Es un colegio que te prepara para la vida. Te dan amor, educación y enseñanzas”, resumió Curry padre. “Lo importante pasa por el carácter, la integridad y en hacer honor a Cristo”, completó Brown, dejando claro otro pilar del proyecto, el religioso. “Una escuela es lo que soy, el lugar del que siempre seré parte”, admitió Steph cuando volvió, en 2017, para el retiro de su camiseta. También recordó lo que le costó, las dudas que tuvo y cómo superó lo que la mayoría creía viendo que era un chico de 1m73 y apenas 58 kilos… “Recuerdo que la camiseta (#30) me quedaba enorme. Y comenzar en el equipo B realmente me enseñó mucho, para desafiarme a mí mismo y demostrarle a la gente que podía jugar a pesar ser tan pequeño y flaco”, comentó. Desde aquel momento, comenzó a lidiar con que el enfoque estuviera en su físico y no en su juego…
El padre, cuando vio que el chico tenía talento, se concentró en lo que podía mejorar y en la familia todos recuerdan aquel verano en que tuvo a Steph durante muchas horas al día mejorando su lanzamiento. “Para poder jugar a nivel universitarios vas a tener que sacar el tiro desde más arriba de la cabeza”, le aclaró apuntando a que el hijo mayor lo sacaba más desde el pecho. “Fue un verano muy duro para él. Todos los días estaba con papá en la cancha. Muchas veces pensó en tirar la toalla. Había momentos en que tenía cansado los brazos y ya no quería tirar… Eran repeticiones interminables y, a veces, terminó llorando…”, recordó Seth, el hermano tres años menor que siguió sus pasos en el Instituto Charlotte Christian aunque luego eligió otras universidades (Liberty y Duke).
Claro, el esfuerzo tuvo sus resultados y la mecánica del lanzamiento mejoró, llegando a ser nombrado en el quinteto ideal del estado y de la conferencia y promediando 18 puntos y 48% en triples durante su último año, en el que el equipo ganó 33 de los 36 partidos. Progreso y números que no parecieron ser suficientes para muchas universidades. La gran mayoría lo ignoró, incluida Virginia Tech, alma mater de sus padres, que por los contactos de ambos le extendió una prueba pero sin garantía de que ingresara en el equipo. Ahí fue cuando apareció la pequeña Universidad de Davidson, en North Carolina, y un DT enamorado de su juego. “La mayoría de los técnicos creía que, por su físico, tenía un techo bajo, que sería un tirador más. Yo vi brillantez en él”, contó McKillop.
Extrañamente, el coach decidió tomar el “riesgo” luego de verlo en un “partido horrible”. Fue en Las Vegas en un torneo de la AAU, el verano anterior a su último año en el secundario. “Recuerdo que fuimos y él jugaba en una de las canchas alternativas. Había muy poca gente y menos técnicos. Eso me hizo sentir bien, porque pocos entonces lo estaban siguiendo. Pero, claro, lo que vi a continuación fue espantoso. Se le caía la pelota, a veces le picaba en el pie, lanzó unos pases a las tribunas y falló muchos tiros. Pero nunca, durante todo el juego, se la agarró con un árbitro y señaló a un compañero. Siempre estuvo alentando desde el banco, miró a los ojos del entrenador y nunca se inmutó. Eso quedó conmigo y me hizo tomar la decisión de ir por él”, relató. Nadie se arrepentiría… Curry lideró a los Wildcats a un récord total de 78-23 y con tres apariciones en torneos de la NCAA consecutivas, incluida una llegada hasta el Elite 8 por primera vez desde 1969. Se fue a la NBA siendo el goleador histórico y mejor jugador de la historia de la facultad.
Pero nada fue fácil en el camino… Ya en la primera temporada, ya con mayor altura (1m88) y un poco más de músculos, fue una sensación, quebrando el récord de puntos en la facultad para un rookie (730) y promediando 21.5 tantos, novena marca de todo el país y segunda entre los rookies detrás de Kevin Durant, nada menos. Cifra que le alanzó para ser el máximo anotador de la Conferencia Sur y a la que le agregó 122 triples –récord para un freshman en la NCAA-, con un 41%, además de 4.6 rebotes y 2.8 asistencias. Ya la apuesta había rendido y valido la pena.
En la segunda temporada no detendría su crecimiento, pasando a 25.9 puntos, con 43.3% triples, 4.6 rebotes y 2.9 asistencias. Fue el líder de un equipo que ganó 26 de los 32 juegos y tuvo récord de 20-0 en la conferencia, ganando el tercer título consecutivo. Sus actuaciones en playoffs resultaron memorables. Le metió 30 a Gonzaga para un triunfazo tras ir perdiendo por 11. Otros 40 a Georgetown, con 25 en el segundo tiempo. Y en el siguiente 33 a Wisconsin, con 22 en la segunda mitad. Los 25 no fueron suficientes ante Kansas en la final regional, pero lo pusieron definitivamente en el radar mediático. Su padre se dio cuenta cuando lo llevó a un juego NBA de los Bobcats en Charlotte. Le dijeron si quería llevar seguridad personal y él desistió. “Vamos siempre, no pasa nada, todos lo conocen”, les dijo. Cuando llegó, una marea de gente se la abalanzó. “Ahí me di cuenta de que todos había cambiado”, describió.
Hasta ese entonces Curry era más tirador que armador, pero en la tercera temporada, su última en la NCAA, maduró en su juego y le sumó visión de juego y conducción, duplicando la media de asistencias hasta llegar a 5.6. Claro, no dejó de anotar, convirtiéndose en el goleador de toda la NCAA con 28.6 puntos (39% triples). El 18 de noviembre, por caso, le metió 44 a Oklahoma, en medio de una racha de siete juegos seguidos anotando al menos 25. En enero ya superó los 3000 puntos a este nivel y en febrero se convirtió en el máximo anotador de siempre de la universidad. Fue duro para él, eso sí, que Davidson no obtuviera un lugar en el torneo principal de la NCAA y debiera conformarse con un sexto lugar en el NIT, competencia secundaria en esta parte final. Pero, lo más importante, era que Curry ya era una estrella nacional…
Cuando parecía que ya no se escucharían críticas, volvieron a surgir las dudas, cuando se acercó el draft. “Empezaron a decir que era muy pequeño para la NBA, que no era lo suficientemente fuerte, que no era atlético, que no jugaba defensa…”, recuerda Steph. Cuando llegó el momento, la famosa selección que los equipos NBA hacen para reforzarse, la especulación era quién elegiría al base. Él quería New York, que tenía el puesto N° 8. Hubo algunas sorpresas y, sobre todo, elecciones que hoy no se entienden, pero lo cierto es que Curry cayó séptimo ya que los Warriors se adelantaron a los Knicks y se quedaron con él. Menos mal: los neoyorquinos llevan dos décadas de mal en peor, eligiendo mal y gastando peor.
Desde la primera temporada, en especial la segunda parte, Curry mostró que estaba hecho para la NBA. Al equipo no le fue bien (26-56) pero él se destacó con 17.5 puntos, 6 asistencias y 4.5 rebotes. En la siguiente promedió 18.6 tantos, con 44% triples, anotando 20 en al menos 35 partidos y siendo el líder en eficacia en libres con 93%. En 2011, para la tercera, se sumó Klay Thompson, con quien formaría una dupla letal que se ganaría el famoso nombre de Splash Brothers. Steph tuvo que bancar otra temporada mala (23-43) hasta que asumió Mark Jackson como DT y el equipo ganó 47 de los 82 juegos, llegando hasta segunda ronda de playoffs. Curry superó otra lesión más –y una operación en el tobillo que le hizo perder 40 juegos- y firmó un contrato de 44 millones para terminar quebrando el récord de triples en una temporada con 272. Aquella temporada comenzó a verse realmente de lo que era capaz…
En la temporada siguiente fue nuevamente líder en triples, titular en el All Star y elegido para el segundo quinteto ideal, transformándose en líder del equipo y en un temible anotador. Los triples lejanos y los partidos de 40 puntos se hicieron una costumbre. Pero la rápida eliminación en primera ronda ante los Clippers decretó la llegada de la pieza que faltaba: Steve Kerr, el coach que desarrollaría un nuevo estilo de juego y llevaría a este equipo hasta la cima, ya con el Big 3 formado por Curry, Thompson y Draymond Green. Con Kerr y un juego aún más veloz y vertical, Curry se desató y explotó, promediando 24 puntos y 7.7 asistencias. Otra vez batió su propio récord en triples, con 286 y superó el 40% (42.4%) por quinta temporada seguida. Números y actuaciones que le merecieron su primer premio de MVP. El equipo fue campeón tras vencer 4-2 a Cleveland.
En la siguiente temporada GSW se convirtió en una máquina y terminó logrando lo que parecía improbable: romper el récord de triunfos de los Bulls en una temporada, aquellos famosos 72. Los Warriors llegaron a 73-9, con un Curry inconmensurable: 30.1 puntos, 50.4 % de campo, 45.4% en triples, 6.7 asistencias, 5.4 rebotes y 2.1 robos, anotando la friolera de 402 en la fase regular y uniéndose al exclusivo club de 50, 40 y 90 (libres). ¿El resultado? El primer MVP unánime en la historia NBA. Claro, faltó lo más importante, el título. Los Cavs de LeBron lo vencieron en la definición más épica que se recuerde: 4-3 luego de estar abajo 3-1. Nunca un equipo había logrado una remontada así y el golpe fue terrible. A Curry se lo acusó de no aparecer –como James- en los momentos más calientes y de volver a mostrar un físico endeble, tras lesiones en una rodilla.
Para la campaña venidera, en búsqueda de la revancha, al equipo se sumó Kevin Durant, lo que supuso un golpe para la NBA y hasta una crítica para Stephen. Uno de los tres mejores jugadores de la NBA llegaba al mejor equipo. “Es un robo, destruyeron la competencia”, sentenciaron los contras. En el caso de Curry dijeron que era un falso líder, que no hacía respetar su condición de jugador franquicia con tal de ganar, que había tomado el camino fácil al aceptar la llegada de KD… Pero Steph hizo oídos sordos, se portó como un caballero y aportó lo que necesitaba el equipo. Completó una racha de 157 partidos seguidos con al menos un triple y al otro día que se rompió, tras un 0-10 ante los Lakers, quebró el récord de bombas en un juego, con 13. Así es este muchacho, quien promedió 26.8 puntos, 9.4 pases gol, 8 recobres y 2.2 robos. En playoffs fue un paseo: 4-0 a Portland, 4-0 a Utah, 4-0 a Spurs y 4-1 a Cleveland. “Lo hicimos. No quería volver sentirme como la temporada pasada”, admitió tras levantar el trofeo, sin importarle que el MVP fuera a manos de Durant ni que fuera el cuarto jugador del campeón en cuanto a salario ganado…
Claro, GSW lo remedió enseguida, convirtiéndolo en el primer jugador en superar los 200 millones en un acuerdo (fueron 201 por cinco años). Steph lo pagó en el campo, siendo el jugador más joven en llegar a los 2000 triples. Y necesitando 227 partidos menos que Ray Allen, el dueño anterior. Nada lo detuvo. Ni siquiera dos lesiones menores en la campaña, que lo tuvo con números altísimos nuevamente (27.5, 6.8 y 6). La barrida a Cleveland, en la final, supuso otro alegrón, un bicampeonato que valió mucho más que el MVP terminara otra vez levantando por Durant. “Un MVP no va a definir mi carrera, sí los títulos y cómo juegue. Estoy feliz por todo esto”, contestó cuando lo vieron feliz como nene con chiche nuevo.
El sueño del Tri quedó trunco porque cuando todo parecía encaminado, en los playoffs aparecieron las graves lesiones de Durant y Klay y Curry no pudo ante los Raptors de Kawhi Leonard. Fue la despedida de Durant y el comienzo de la reconstrucción, en especial cuando apareció una nueva lesión, ante Phoenix, el 30 de octubre del 2019, que lo sacó de la temporada y desembocó, sin el Big 3, en un récord malo de 15-50. Pero perder, en la NBA, no siempre es tan malo. GSW eligió arriba en el draft y empezó a sumar chicos jóvenes que potenciaron el proyecto y empezaron a crecer, siempre bajo la batuta de Curry, quien la 20/21 volvió a ser un demonio, siendo goleador de la NBA, logrando su mayor media de puntos (32) y aportando 42% triples, 5.8 asistencias y 5.5 rebotes. Así se ganó ser el primer jugador en la historia en firmar dos contratos de más de 200 millones, en este caso 215 por cuatro temporadas.
En esta campaña, la 13° en el equipo, consiguió el récord de triples en la historia, quedándose hoy en día con todas las marcas: de fase regular, playoffs, All Star y finales, como para que nadie duda de que se trata del mejor tirador de todos los tiempos. Porque, a los números, le ha sumado conversiones inverosímiles, que desafían la lógica y lo ha hecho con consistencia, en distintos momentos de partidos y, en especial, cuando la presión es mayor. Dentro del equipo ha logrado ser el nuevo líder de un equipo que, con Green y habiendo recuperado a Thompson, potenció a nuevas figuras como Jordan Poole y volvió a ser un candidato y amenazar a los mejores.
Esto, claro, no es el fruto del talento. O no solamente. Curry, desde aquel verano con su padre, se ha convertido en un obsesivo, buscando mejorar cada detalle para ser el mejor jugador posible. O el tirador que se haya visto. No es casualidad que hoy, literalmente, nada sea imposible, que sea capaz de anotar en un ataque 1 vs 5, que lance entre tres marcadores, desde mitad de campo o desde un pasillo que conduce al vestuario; que tenga porcentajes altísimos desde 10/12 metros (arriba de 40%), donde antes sólo se tiraba por apuro, que pueda lanzar y darse vuelta, sin mirar el desenlace que ya conoce… Steph lanza 500 tiros en cada entrenamiento de pretemporada, 300 en una práctica de temporada y cerca de 100 antes de cada juego. Tiene rutinas específicas que practica hasta el hartazgo, sin aburrirse. Usa la mejor tecnología para mejorar reacciones, manejo de pelota y capacidad de decisión. Hace yoga, duerme al menos 8 horas, tiene una alimentación cuidada, un trabajo de gym especial (ambas le permitieron ganar 1.3 kilo de músculo para mantenerse sano y estar más fuerte) e invierte en los últimos aparatos en recuperación, lo mismo que en un entrenador personal.
Por caso, Curry adquirió una tecnología de seguimiento de tiros que determinó que no todos sus intentos eran iguales. Cada vez que lanzaba, el software rastreaba la pelota, su arco y la profundidad con la que entraba en el aro. Si no ingresaba por el centro, Curry y Brandon Payne, su coach personal, contaban ese intento como fallado. Lo mismo al lanzar en movimiento. “Si hago 10 tiros y están fuera de esa ventana y luego tengo que hacer 10 más se convierte en uno de acondicionamiento. Así que tenés que mantenerte concentrado. Se crea una situación similar a la del juego, con presión. No querés estar todo el día cansado porque no podés superar el desafío”. Eso lo hicieron cinco días a la semana en sesiones de tres horas durante la pretemporada. No hay dudas que, detrás del tirador más revolucionario de todos los tiempos y el basquetbolista más dominante de la actualidad, hay un trabajo incansable que no se detiene.
También está claro, al repasar su historia, que Curry no ha transitado el camino de muchas otras superestrellas. No estaba predestinado a vivir esta carrera, ni a revolucionar el juego y la NBA como lo ha hecho en esta última década. Ha sido, además, un ejemplo más de cómo usar las críticas y los obstáculos (lesiones) como combustible para seguir y cómo trabajar en los talentos hasta llevarlos a niveles inimaginables. Todo en búsqueda de cumplir los sueños mientras juega a un deporte que sus padres le enseñaron a amar.
SEGUIR LEYENDO: