Estamos transitando una sublime ilusión. La ilusión conduce a un sueño sin tiempo; es diferente a la esperanza pues esta se convierte en una exhortación, en un ruego, en una plegaria.
Cómo no ilusionarse con un equipo que tiene al mejor jugador de fútbol del mudo que hace mejores a todos sus compañeros y que disfruta ahora como nunca antes cuando puede cumplir todos los roles que hasta ahora no había logrado: el ídolo, el líder y el dueño. La ilusión no necesariamente consolida una realidad; antes bien, la conduce, la acerca, la torna imaginable. Para transmitir esa sensación que recibe la gente, primero los actores deben sentirlo de la misma manera. Se advierte con facilidad que, desde la Copa América, a esta selección nacional le da placer reencontrarse, convivir, compartir, jugar, ganar y festejar.
Después del triunfo frente a Italia quedaron varias conclusiones. Todas representan que iremos a disputar un campeonato mundial en unas condiciones que jamás se dieron anteriormente. Baste recordar que en el 78 había apoyo y esperanza pero no ilusión y que en el 86 no había ni ilusión ni esperanza. Y que en ambas circunstancias al fútbol argentino lo dividían las preferencias entre el fútbol estético de César Menotti o el fútbol pragmático de Carlos Bilardo.
Más aún habría que recordar que en el 2014 fuimos a Brasil discutiendo si los jugadores convocados eran todos los que debían estar o si no estaban otros que debieron integrar el plantel. Y que mucho antes cuando Marcelo Bielsa era el conductor las discusiones se centraban en el juego lírico y moderno que excluía a Batistuta o a Crespo y que no tenía en cuenta a Juan Román Riquelme. La selección argentina siempre sostuvo dilemas o conflictos; es esta la primera oportunidad en que no hay jugadores discutidos o que por lo menos hasta hoy están cuestionados.
Tener ilusión no implica ser el más firme candidato a ganar el campeonato mundial. Pues luego el juego, los arbitrajes, el VAR, o cualquier circunstancia puede cambiar el hoy pletórico que vive nuestro equipo nacional. No obstante, hay circunstancias favorables que tenemos que tener claramente en cuenta. La principal es que Messi soporta jugar en PSG con el único propósito de llegar a disputar el Mundial de Qatar, sólo vive, juega y transmite su vocación por darle una copa mundial a la camiseta que más quiere, la Argentina. Es un Messi que ya no le hace falta interlocutores para hacer conocer sus puntos de vista respecto de cómo consensuar el funcionamiento y los actores de la selección argentina, no necesita ni a Mascherano, ni a Biglia, ni a Heinze ni a Romero para que hablen por él; es él quien habla y tiene en Lionel Scaloni el interlocutor ideal por cuanto se trata de un generacional cercano, de un igual con experiencia reciente en la selección nacional.
La figura del director técnico consagrado con trayectoria campeón con equipos indiscutidos que requiere de pasos intermedios para expresar una idea ya no existe. No hay Bielsas, no hay Pekermans, no hay Basiles, no hay Sabellas, no hay alguien lejano que conduce, lidera y se responsabiliza; hay un igual. Y esto tranquiliza y le permite a Messi cumplir el rol de jugar y mandar. Y para hacerlo redobla su esfuerzo de talento, de inigualable magia, pero también de conmovedora prodigalidad. Solo basta recordar el gol de Lautaro Martínez y repasar la jugada para darse cuenta que hay algo más que un Messi gambeteador que sorprende modificando la velocidad de contragolpe o que le pega al balón detenido con una destreza incomparable. El Lionel que puso el cuerpo para ganar la posición codeando con Di Lorenzo para mandar el centro es el Messi que más se aproxima al espíritu de Maradona vistiendo la camiseta nacional. Esto es, jugar, correr para recuperar, leer el juego, hablar con los compañeros, reclamarle al árbitro, pedir siempre la pelota en lugares de espacios inventados y hacer que todos sean mejores.
Solo una línea comparativa con la historia: en el 86 actuaron jugadores que eran muy buenos en sus equipos y que siguieron siendo muy buenos después del campeonato mundial de México, pero que hoy al evocarlos saben que nunca jugaron como en aquel torneo. Esas actuaciones nunca fueron repetidas por ninguno del 86, porque Maradona los hacía mejores, los potenciaba y porque ellos se sentían respaldados sabiendo que en algún lugar de la cancha estaba él. Ha pasado lo mismo en la Copa América de Brasil y en la finalísima contra Italia: todos fueron mejores porque sabían que estaba Messi en el campo de juego. Ninguna de estas observaciones implican una opinión facilista pues no hemos ganado aún el campeonato mundial de Qatar, pero cómo no entusiasmarse y por tanto compartir el entusiasmo del universo futbolero de la argentina.
Estos actores no atienden a la prensa porque hicieron un curso de comunicación social; la atienden porque se sienten bien y porque no ven en los periodistas factores que profundicen heridas con preguntas incómodas ya que todo lo que le pasa a la Selección es confortable, es agradable, es de felicidad y, por tanto, es transmisible. Y cuando se está bien no se duda del otro.
No solo eso, el vestuario, los pasillos de transitabilidad y el ómnibus son un jolgorio, una fiesta, una prolongación del éxtasis. Cuando se disfruta en el campo de juego se disfruta en el post partido. Este fenómeno se multiplica, empieza a ser de todos y es por ello que cuando juega la selección de fútbol, los argentinos nos mostramos unidos, vamos en procura del mismo objetivo, queremos disfrutar del mismo resultado y en consecuencia podemos ser de la Sociedad Rural o de los movimientos sociales, de la U.I.A. o piqueteros, la Selección nos ha unido, nos ha arrancado una sonrisa, nos ha abierto una esperanza, ha hecho que nos abracemos, nos ha embarcado en una gran ilusión, es como un arcángel que nos acaricia a todos.
Ahora vendrá Qatar con su realidad y nosotros acompañaremos con nuestro respaldo. Lo mejor que podemos hacer es no exacerbar expectativas exageradas pues en la historia de los mundiales salvo algunas excepciones como Brasil en 1962 y 1970, Inglaterra en el 66 o España en el 2010, nunca ganó el gran favorito. No queremos ser favoritos, queremos ser respetados y transitar el camino que la AFA le ha devuelto a la selección nacional como potencia futbolística mundial. No estamos para generar polémicas con ninguna otra opinión que le quite mérito al triunfo frente a Italia ni que nos vea como un equipo de cuartos de final. Todo es factible y todas las opiniones son respetables; nosotros debemos seguir haciendo esto que se está realizando en Ezeiza: empatía, convicción entrenamiento, sueños y repetir la fórmula que nos permitió ganarle a Brasil en el Maracaná y recientemente a Italia -último campeón de Europa- en Wembley. Nosotros tenemos lo que nadie tiene, es Messi, el mejor del mundo, quien sigue jugando en alta competencia solo para alcanzar la última copa que le falta.
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