“Desde que salimos esta mañana del entrenamiento, 14 niños y un profesor -luego la cifra subió a 19 alumnos y dos docentes- fueron asesinados a 400 millas de acá. En los últimos 10 días hemos tenido ancianos negros asesinados en un supermercado de Búfalo, a feligreses asiáticos asesinados en el sur de California y ahora tenemos niños asesinados en una escuela… ¿Cuándo vamos a hacer algo? Estoy muy cansado de ofrecer condolencias a familias devastadas. Disculpen, lo siento. Estoy cansado de los minutos de silencio. Basta”.
Así, con determinación y evidentes signos de bronca y frustración que lo llevaron a golpear tres veces la mesa, Steve Kerr habló al borde de las lágrimas en la previa del Juego 4 de la final del Oeste, en Dallas. El coach de los Warriors usó ese momento, en el que habitualmente se responden cuestiones de equipo, para dar un fuerte mensaje a sus compatriotas y puntualmente a los senadores republicanos que están en contra de un proyecto de ley para reforzar el control de antecedentes a la hora de comprar un arma dentro de un país con un estadística preocupante (1.2 arma por persona). “Hay 50 senadores que rechazan votar la HR8. Y hay una razón: para mantener su poder… El 90% de los estadounidenses, más allá de su partido político, quieren antecedentes a la hora de comprar armas, pero 50 políticos en Washington nos mantienen de rehenes. Es patético, es suficiente”, fue lo último que gritó antes de levantarse e irse al vestuario.
Fue un discurso comprometido, muy fuerte, que se viralizó por las redes y levantaron muchos medios. Por ser de quién viene y por la claridad que lo expresó. Pero nada de lo que pasó en esa sala de conferencias del estadio American Airlines es casualidad. Lo que piensa, cómo lo dice, su actitud combativa –y hasta riesgosa para su carrera- y sus ideales de lucha vienen de familia y mucho tienen que ver con una tragedia que marcó la vida de los Kerr.
18 de enero de 1984. El Líbano.
Malcolm Kerr lleva un año y medio como rector de la Universidad Americana en Beirut. Se trata de un profesor de Historia árabe con amplia experiencia en Medio Oriente “que quería formar estudiantes que fueran tolerantes, liberales y humanitarios. Era su sueño… Pero no duró mucho”, según contó su esposa en la serie The Last Dance, cuando se trata el impacto de su hijo en aquellos Bulls campeones y cómo aquella tragedia marcó su vida para siempre.
Los padres de Malcolm también habían sido profesores e incluso habían dirigido ese mismo centro facultativo décadas antes. El catedrático había vivido en diversos países de la región y, de hecho, uno de sus tres hijos, Steve, había nacido en Beirut –luego creció entre El Cairo, París para luego radicarse en su país-, en 1965. Malcolm decidió instalarse ahí pese a que su familia vivía en USA. Y pese a que la región –y puntualmente Beirut- era un hervidero por aquellos meses. País ubicado en medio de Siria e Israel, la comunidad cristiana de ese país se encontraba en decadencia, mientras que aumentaba el número de infiltrados chiitas iraníes, todos ellos seguidores del Ayatola Khomeini. En Beirut, además, estaba la sede de la Organización para la Liberación de Palestina, la agrupación presidida por Yasser Arafat. Un año antes los atentados se habían sucedido contra objetivos estadounidenses, causando cientos de muertes. El primero había sido una bomba en la embajada de Estados Unidos que había dejado un saldo de 64 fallecidos. Y luego un coche bomba había destruido cuatro barracas de una base militar, con 241 muertes.
Kerr había perdido varios amigos y sabía el riesgo que corría. De hecho, el anterior presidente de la facultad había sido secuestrado, con paradero desconocido. No sorprendió entonces cuando dos miembros del Hezbollah ingresaron a la facultad, haciéndose pasar como alumnos, y le pegaron dos tiros en la nuca, cuando bajaba de un ascensor.
“En el campus recibí una llamada de un amigo de la familia en el medio de la noche. Y cuando un teléfono suena a las tres de la mañana no es para algo bueno. Me dijo que tenía una terrible noticia. Y bueno….”, cuenta Kerr en el capítulo 9 de la serie, sin poder seguir con su relato, por la emoción que le genera recordar aquel triste momento. También comenta la crianza que tuvieron en una familia “muy académica en la que, por ejemplo, no podíamos encender mucho tiempo la TV, salvo que fuera un partido muy importante” y lo importante que fue su padre, incentivándolo al deporte y específicamente al básquet. Se emociona cuando habla de lo que hubiese significado para él ver hasta donde llegó su hijo, que para los momentos de su muerte recién acababa de recibir una beca universitaria (Arizona) a último momento. Steve fue de menor a mayor en la NCAA, transformándose en un temible tirador, con promedios 12.6 puntos y 57% en triples en su última temporada. En 1986, tras su tercer año, fue parte del seleccionado de USA que fue campeón mundial en España.
Kerr fue recién elegido en el puesto #25 de la segunda ronda del draft por parte de Phoenix y duró apenas una temporada con los Suns. En Cleveland, su siguiente equipo, fue mejorando, aunque recién en Chicago encontró su casa, a partir de 1993. Lo mejor se produjo cuando Michael Jordan volvió del primer retiro y guió a todos, incluyendo a Kerr, hacia un épico tricampeonato entre 1996 y 1998. El rubiecito que parecía más un escribano que un basquetbolista (1m90 y 80 kilos) tuvo momentos importantes, en partidos y en las prácticas, ganándose el respeto de todos, público, entrenadores y compañeros, en especial de Jordan. A MJ, de hecho, lo enfrentó como nadie en un picado, durante un entrenamiento, y se llevó una trompada en la cara del 23. Pero, cuando la prensa se dio cuenta y preguntó, sólo dijo que había sido un golpe. Su Majestad respetó su competitividad y perfil bajo. Y se dio cuenta que podía confiar en él. Y el momento entre ambos llegó en el Juego 6 de las finales de 1997. Con el partido igualado y restando 25 segundos, Michael le dijo en el tiempo muerto que estuviera atento porque le daría el último tiro. Steve, con seguridad, le dijo que lo estaría. El 23 cumplió: atrajo la atención de la defensa de Utah y lo dejo solito. Kerr metió el doble largo y los Bulls se coronaron campeones. La frutilla del postre en esa relación, de un MJ que aprendió a confiar y de un SK que no falló ante la presión.
“Siempre, cuando sonaba el himno nacional, pensaba en mi papá y en cuánto le gustaría verme ahí… No lo hubiese podido creer”, admitió Kerr, quien pasó a los Spurs en 1998 y luego ganó dos títulos más en San Antonio, uno en 1999 y otro en 2003, siendo compañero de Manu Ginóbili. Justamente con el argentino tuvo una gran relación pese a compartir una sola temporada. Los dos tienen dos mentes brillantes, personalidades curiosas, que van más allá del básquet. Y por eso conectaron enseguida. Luego el respeto siguió cuando se enfrentaron como jugador y entrenador, a partir de que Steve asumió como coach de los Warriors en 2014. Tuvieron varias batallas y justamente Manu jugó su último partido ante GSW, en abril de 2018. “¿Por qué te vas (del básquet)? ¿Por qué no seguís? Si amas este juego, seguí, dale”, le dijo después de ser el último en abrazarlo camino al vestuario.
El compromiso de Kerr con los temas sociales importantes en la agenda de su país fue total. Lo trajo desde la cuna, desde su casa, de sus abuelos, de su padre… Y se potenció con los entrenadores que tuvo, como Phil Jackson en los Bulls y luego Gregg Popovich en los Spurs. Justamente dos maestros que nunca se callaron, en especial el segundo, y de quienes aprendió mucho en todo sentido. Kerr siempre dijo que habló mucho con ambos sobre los temas de actualidad en su país y en el mundo. Tres personas que tenían mucho más que una pelota de básquet en la casa, que sabían que esto es una profesión, pero que lo importante pasa por otro lado. Y, a diferencia de la superficialidad y de los miedos a represalias que existen en el deporte profesional, ellos siempre hablaron, con dureza cuando fue necesario. A tal punto que, hace un par de años, hubo una campaña popular para que la dupla presidencial fuera Pop-Kerr.
Kerr se ha pronunciado, entre otras cosas, ante las injusticias raciales y abusos policiales; el uso de la marihuana terapéutica para deportistas y hasta por el coronavirus. “Ha sido decepcionante que no hayamos recibido más orientación”, comentó sobre el COVID-19. Además, reconoció haber consumido marihuana para un problema de espalda que mantiene hace años y que “es una opción mucho mejor que algunos de los medicamentos recetados”. En la cancha dejó su huella, siendo el entrenador del mejor equipo de los últimos ocho años. Golden State, justamente, se acaba de convertir en finalista por sexta vez en este tiempo, habiendo logrado tres títulos (2015, 2016 y 2018) y un récord histórico como aquellas 73 victorias en 82 juegos en 2017.
Pero, más allá del éxito en hitos y anillos, revolucionó la competencia y quedó en la historia gracias a que aprovechó los jugadores que tuvo para desplegar un juego velocísimo, vertical, con mucho énfasis en el tiro de tres puntos, aunque sin dejar de jugar y, claro, de defender. Hay un antes y un después de este GSW. El trío Steph Curry-Klay Thompson-Draymond Green fue la base de todo, pero también pasó Kevin Durant y ahora hay un grupo de jóvenes (Jordan Poole, Andrew Wiggins, Kevon Looney y Gary Payton II, entre otros) que alimenta a ese tridente. Potenció deportivamente a equipos pero, a la vez, lidió con egos con la maestría que tomó de Pop y Phil. Gran conocedor de básquet y, a la vez, eximio conductor de grupos. “De Gregg y Phil tomé la necesidad de conectar con los jugadores desde una perspectiva sana, manteniendo la diversión, sin tomar todo con tanta seriedad”, contó. Steve siempre intentó ser un DT jugadorista. “El equipo es de los jugadores, y tienen que hacerse cargo de él. Nuestro trabajo es empujarlos en la dirección correcta, guiarlos, pero no los controlamos. Ellos determinan su propio destino, no yo”, aseguró, dejando claro su filosofía de conductor.
Así en el deporte como en la vida, Kerr tomó postura cuando sintió que debió. “Una cosa que he aprendido en mi vida es no creerle a nuestro gobierno cuando se trata de asuntos de guerra. Johnson y Nixon mintieron sobre Vietnam. Bush y Cheney sobre las armas de destrucción masiva en Irak. Ahora lo hacen sobre la supuesta participación de Irán en el 11/9″, escribió. Y él siempre dio el ejemplo con sus actos. Como cuando habló, sin rencores, sobre los asesinos de su padre. O cuando dio una mirada superadora tras el 11-S. “Es muy fácil demonizar a los musulmanes por los ataques, pero es todo más complejo. La gran mayoría son personas de bien”, dijo.
Ahora está en la cruzada contra la venta indiscriminada de armas en la sociedad estadounidense y les apunta a los políticos. “Necesitamos líderes elegidos que estén dispuestos a valorar la vida humana sobre sus propios trabajos y sus contribuciones a la NRA (Asociación Nacional del Rifle). Sin ese cambio de inercia y de realidad no es posible avanzar en la dirección correcta de la solución de un problema grave”, dijo sin miedos, incluso hablándole a senadores con nombre y apellido, como hizo en este mensaje antes de la cuarta final del Este. “Le pregunto a Mitch McConnell y a sus senadores si pueden hacer algo para frenar las matanzas…”, puntualizó. Dejando claro que esto le puede pasar a cualquiera. “Pienso todo el tiempo que alguien podría entrar a un gimnasio nuestro y comenzar a rociarnos balas con un AR-15. Podría pasar porque todos somos vulnerables, en un concierto, en una iglesia, en un centro comercial, un cine o una escuela. Depende de nosotros como estadounidenses exigir el cambio del liderazgo despiadado que sigue permitiendo que esto suceda”, agregó.
Está claro el compromiso de Steve. El mismo que tenía su padre. Sin miedos, sin medir riesgos. Involucrándose porque, además de realizar una profesión renombrada, es un ciudadano que quiere lo mejor para su país y el mundo.
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