Llega a un café ubicado en la Avenida Asamblea después de caminar por la pista de atletismo del Parque Chacabuco y se sienta en una de las mesas sintiéndose local. Es un barrio que frecuentó prácticamente toda su vida, aunque haya nacido en Viel y Avelino Díaz, pleno Boedo. En la iglesia Medalla Milagrosa fue bautizado, tomó la comunión, se confirmó, se casó y completó todos sus estudios. Como la mañana está fresca, trae puesto un buzo de San Martín de Tucumán y una campera del Panionios de Grecia, obsequios de la profesión que atesora. Se pide un agua para mojar la garganta y se larga a hablar de fútbol a gusto, con naturalidad. Da la sensación de que puede estar así por horas, pero por la tarde tendrá que relatar y cantar los goles del Manchester United en televisión. Casi nadie lo conoce por Juan Manuel, su nombre de pila. Si alguno quiere llamar a Pons, conviene decirle Bambino. A sus 67 años, físicamente luce intacto. En su agenda no negocia los martes y jueves de fútbol con amigos en una cancha situada en la calle Del Barco Centenera. “Hasta que me dé el cuero, voy a seguir jugando”, infla el pecho.
El hombre que hace años rompió los esquemas en el periodismo deportivo con sus goles cantados repasó su diario íntimo junto a Infobae. Desde su paso frustrado como futbolista en Peñarol de Montevideo a su transformación y declinación por el bilardismo. Sus anécdotas íntimas con Diego Maradona en los Mundiales de México 86 (donde fue testigo presencial en el vestuario ganador y hasta vio en vivo una pelea entre jugadores) e Italia 90, y el desprecio por Daniel Passarella, por quien no titubea al tildarlo de “vigilante”. El Bambino Pons, el relator con más rock del medio.
—¿Cuándo nació tu pasión por el fútbol, el periodismo deportivo y el relato?
—Mi infancia fue jugar a la pelota con los pibes del barrio. Mi viejo, un mallorquín que estuvo en la Guerra Civil Española y perdió con Franco, se vino a los 49 años a Argentina. No le gustaba el fútbol porque lo llevaron a un Gimnasia-Boca en La Plata y casi se quema con unos papeles que prendieron fuego, lo mearon de arriba... un desastre. Falleció a los 105 años, una cosa insólita. Yo a la cancha iba con mi tío a ver a Ferro, Español, San Lorenzo o River. Todavía me acuerdo del Español de Toti Veglio, Valledor y Rudzky, el River de Matosas en el 63, el de Hermindo Onega en el 66, el San Lorenzo de Sanfilippo en el 61, el Ferro de Antonio Garabal en el 64 o el Independiente de Pavoni y Toriani. Quería ser jugador de fútbol, pero en el 75 empecé con el periodismo.
—¿Te probaste en algún club para antes de dedicarte al periodismo?
—Jugué tres meses en Peñarol de Montevideo. Me probé con 19 años en el año 72. Acá en Argentina había uno que era Bochini y el resto éramos todos japoneses. Y como veraneaba desde chico en Montevideo, que es mi segunda patria, fui allá. No es por fanfarronear, pero conozco las calles, pizzerías, bondis. Soy más local allá que acá. Si tuviera menos edad me iría a vivir a Montevideo. Era un 10 clásico con calidad, zurdo, pelo largo, muy canchero para jugar. Me entrené en la Reserva con Jorge Fossati y Víctor Diogo, padre del lateral que jugó en River hace unos años. Los pozos de las canchas más chicos eran como los cráteres que dejan los aviones de guerra. Yo quería tirar caños y mis compañeros me querían matar, eran asesinos a sueldo. A los argentinos nos tenían un odio ancestral. Me decían “porteño baboso, cagón”. Ellos eran los guapos y nosotros los cagones, hasta que en los 80 los jugadores de los seleccionados empezaron a viajar juntos y se hizo una mancomunión. Los uruguayos venían a Buenos Aires y se compraban ropa que allá no había. Sin ofender, ellos son más campechanos para vestirse, andan en alpargatas y te caen a un casamiento de jetra con un termo y mate abajo del brazo. Los argentinos somos coquetos y cancheros. Yo andaba con tapados, gamulanes, botines nuevos y me miraban con unas caras...
—¿Cómo terminó esa aventura en Peñarol?
—Fui al lugar equivocado, con la forma equivocada y la pilcha equivocada. Mientras nos cambiábamos en el vestuario, mis compañeros me pasaban por al lado y me pisaban. Si hubiera ido de otra manera, a lo mejor me aceptaban. El entrenador, Néstor Tito Gonçalves, uno de los tres mejores número 5 de la historia de Uruguay junto al papá de Paolo Montero y Obdulio Varela, me dijo “porteño, usted juega muy bien, pero tiene un problema: corre menos que un ciempiés y acá lo van a matar a patadas; vuélvase, hágame caso, me lo va a agradecer de por vida”. Y tenía razón. Fui a joder, no me dediqué. Me creía ganador de mujeres, un pelotudo, algo propio de la edad. Lo conocí tarde a Bilardo. Si hubiera sido más rudimentario, tal vez hubiera jugado en la B sin tanta progresión. Fui en un buque de carrera y me volví en un aliscafo, solo, el día de mi cumpleaños.
—¿Quién y por qué te puso Bambino de apodo?
—A mí de chico me decían Gallego en el barrio. Hasta que Roberto Leto, con el que entré a la escuela de periodismo, me puso Bambino por Veira. Yo tenía pelo largo y patillas. Y tenía devoción por él, igual que por el Beto Alonso. Obvio, antes de conocer a Diego. Me gustaba cómo hablaba el Bambino, era atorrante y del barrio. El apodo Bambino me benefició porque es más amigable con mi apellido. Es mejor decir Bambino Pons que Juan Manuel Pons. Si lo sabés usar y no te la creés, es un buen agregado. A los periodistas más jóvenes que trabajan conmigo siempre les digo que me llamen por el apodo, que nos olvidemos de los apellidos. Me gustan las transmisiones intimistas.
—¿Por qué te inclinaste por la carrera de periodismo deportivo?
—Yo en el barrio relataba a los pibes cuando jugábamos, los boludeaba, les ponía apodos. Imitaba a García Blanco (NdeR: lanza alguna frase célebre del periodista), a algunos dibujitos animados como el Oso Yogui o algún personaje del momento y se reían conmigo. Hablaba mucho, soy un incontinente verbal. Me voltearon del Círculo de Periodistas por poner en una planilla de ingreso que era peronista y no radical y terminamos con Leto en el Instituto de Ciencias de la Información. Empecé en una revista de Ascenso, me daban un viático nada más. Después pasé al Diario Popular, que estaba en La Plata pero tenía oficina en el centro, desde donde pasaba por teléfono el comentario de los partidos. De ahí a La Razón. Y empecé fuerte en el 81 con Víctor Hugo, al que había conocido en Uruguay. Radialmente el mejor relator. Hoy perdí contacto, más allá de que piense distinto en lo político.
—¿Es cierto que hasta que conociste a Carlos Bilardo eras contra de Estudiantes y de él?
—Yo insultaba al Estudiantes del 68 porque había un guacho llamado Dante Panzeri que tenía una columna en el noticiero de Canal 11 y defenestraba a ese equipo de Zubeldía, Bilardo y compañía. Decía “señora, señor, Estudiantes es un equipo tramposo, usa alfileres, ensucia el partido, pega de atrás, descuartiza el fútbol. Son campeones de América y la vergüenza nacional”. Con 12 años, me quedaba con la opinión del tipo porque era prácticamente lo único que había para ver. Entonces pensaba que en Estudiantes jugaban Rasputín, Maquiavelo, Robledo Puch, el Gordo Valor y la Garza Sosa. Creía que el fútbol era inspiración pura. Hablaba de la “dinámica de lo impensado”, una frase ambigua según interpreto desde mi mediocridad intelectual. Si vas por la calle y te vienen a chorear con una pistola, podés darle todo, eso haría un tipo racional. O podés salir corriendo o pelearte. Eso también sería dinámica de lo impensado. En el 80 conocí a Bilardo en Estudiantes y cambié de parecer. Terminó siendo un segundo padre para mí.
—¿Cómo hizo Bilardo para cambiarte la mentalidad y transformarte en un bilardista más?
—No me metió nada en la cabeza, pero me explicaba los entrenamientos de Estudiantes y después de la selección argentina. Vivía cerca de mi casa, en Bilbao y Pedernera (Flores). Iba caminando a buscarlo para ir al Country de City Bell en el 82 con Estudiantes y después al predio de Empleados de Comercio con la selección argentina. Ahí empezó mi transformación. Me contaba de Zubeldía en el 68, los métodos, las formas... Un día Bilardo le preguntó a Constancio Vigil, de El Gráfico, por qué le pegaban tanto. Y le explicó que cuando ganaba Estudiantes vendían 20 mil ejemplares, pero cuando lo hacían Boca y River vendían un millón. Era una cuestión de negocios. Pelearon contra todo el sistema. Y lo de los alfileres es mentira. Sí sabían todo sobre los rivales, eran como el FBI. Tenían los nombres de las esposas, del panadero de al lado de su casa y lo usaban en la cancha como recurso. Jugaban con algunos ases en la manga. Con Bilardo fui en auto a los entrenamientos durante siete años, cubrí desde el 83 al 90 de martes a jueves a la Selección. Estuve adentro de la concentración en los Mundiales de México e Italia junto con el Ruso (Ramenzoni), Leto y Tití (Fernández). Bilardo hasta fue padrino postizo de mi hijo: en su bautismo en la Iglesia de Flores tuvo la vela él porque mi hermano estaba de viaje.
—¿Y con César Luis Menotti qué relación tenías?
—Me odiaba. Había tenido una pelea enorme con Víctor Hugo. En España 82 el único que hablaba con nosotros era Diego, junto a algunos jugadores que eran suplentes. Un día Passarella, que es un terrible vigilante, me dice que llame a Niembro y Araujo para decirles que no iban a hablar más con nosotros. Niembro lo fue a ver en la cancha de River. “No van a tener una sola nota con nosotros en el Mundial”, le dijo Daniel. Y Niembro le respondió: “No importa, hablamos con Maradona”. Menotti lo mandó al bombo. No tengo nada contra el Flaco, difiero en su filosofía y su forma de actuar. Te denosta. Enseguida te dice “vos no sabés nada” y se va. Esa es la diferencia con Bilardo, espiritual, humana. Que uno viva de noche y otro de día no me calienta. Y había prensa que lo protegía, como pasa hoy con Guardiola. Hay una prensa española que lo apadrina, aunque si lo apadrinara el Cartonero Báez también sería Gardel porque ganó todo en Barcelona. Gallardo es un excelentísimo entrenador, tengo muy buena relación y ganó todo, pero está protegido. Alguno que otro habla del Ruso Zielinski... A Rodolfo Motta en Ferro y Chicago lo mataban. ¿Querían que atacara a los equipos de Maradona y el Beto Alonso? Se comía cuatro. Si jugaba con un panadero y un fletero. Yo soy fanático de Simeone, que es más bilardista que Bilardo, y lo matan. Tiene un equipo importante, pero no los nombres del City, Liverpool y Madrid. Griezmann volvió mal, Joao Felix está sobrevalorado, Luis Suárez está grande... Tiene a Hermoso, Felipe, Renan Lodi y Reinildo, ¡que nació en Mozambique!
La clave de la metamorfosis del Bambino Pons fue Bilardo, aunque no se olvida de mencionar a otros importantes entrenadores como Carlos Timoteo Griguol o Juan Carlos Toto Lorenzo, que hizo escuela con el creador del Catenaccio Helenio Herrera. Respeta a Guardiola en el Manchester City, pero prefiere a Jürgen Klopp en Liverpool, Simeone en Atlético Madrid y el River de Gallardo. Equipos avasalladores que arrollan a su rival.
“Soy un tipo resultadista en todo”, confiesa. Por eso resalta cualidades de la Alemania de Franz Beckenbauer que fue campeona en el 74 y no a la vistosa Holanda recordada como la Naranja Mecánica que quedó segunda. Y como se considera una especie de Robin Hood por hacer fuerza por los equipos débiles, reivindica a la Grecia que se consagró en la Eurocopa 2004 y que relató junto a Juan Pablo Varsky en vivo. “‘El fútbol se muere, Grecia campeón de Europa’, tituló Santiago Segurola, que es fanático de Valdano y Cappa, en el diario español El País. No reconocieron a un equipo que sin pegar patadas salió campeón. Grecia aguantaba, iba fuerte sin juego brusco y tiraba pelotazos. Y los hinchas son fanáticos como los sudamericanos. Encima le ganaron la final a un bilardista como Scolari”.
Los capítulos más importantes de su historia profesional y de vida los escribió junto a Diego Armando Maradona y Carlos Salvador Bilardo en la conquista de México 86 y el subcampeonato de Italia 90. Hay detalles inéditos, confesiones, sensaciones que fueron a la par de las de los protagonistas e intimidades que pocos conocen. Pons, de memoria prodigiosa, recuerda todo con lujo de detalles. Hasta enumera cómo estaban compuestos los dúos de futbolistas en la concentración argentina.
—¿Cómo fue convivir con el plantel de Bilardo que había sido muy criticado por todos antes de salir a la cancha en México?
—Se fue formando todo de a poco. Nosotros llegábamos a las 10 de la mañana a la precaria concentración de América de México, que tenía habitaciones con ladrillos a la vista y habitaciones para dos muy pequeñas. Entraba un equipo de música y dos camitas, el baño estaba afuera. Era un hostel de lo peor. Bilardo abría la práctica a la mañana para toda la prensa y había 300 tipos mirando cómo boludeaban los jugadores con la pelota. A la tarde, cuando hacían fútbol, éramos pocos los que estábamos. Y no informábamos nada del equipo: ¡nosotros queríamos salir campeones también! Después de los partidos nos dábamos vuelta la credencial, nos poníamos camisetas de Argentina, jogging y hacíamos de cuenta que éramos jugadores. Leto, el Ruso y yo. Tití no iba a engrupir a nadie con su físico, pero hacía de masajista. Nos disfrazábamos para que los mexicanos nos dejaran pasar al vestuario. Hicimos notas desde ahí luego de cada partido, desde un teléfono en la pared. Entrevistábamos en vivo con Maradona paseando en bolas por el vestuario, una locura. Y desde el departamento en el que nos alojábamos los periodistas, conectábamos la comunicación de los jugadores para que hablaran por teléfono gratis a Argentina. No debíamos, pero escuchábamos todas sus conversaciones. Ese grupo tenía al Profe Echeverría, un crack total. Era guapo y paraba todos los quilombos. Un nexo ideal para el loco de Bilardo.
—¿Cómo era su trato con Maradona?
—No nos dábamos cuenta de que a dos días de la final del mundo contra Alemania lo entrevistamos tres horas para Sólo Fútbol mientras se daba un baño de inmersión en un jacuzzi. Le digo “la gente pagaría dos palos verdes para estar acá y sacarse una foto y vos no nos cobrás un sope...”; y Diego nos respondía “¡no sean boludos!”. Teníamos confianza, pero no de la intimidad, las minas y salidas. Algunos periodistas que no nombraré por ética sí salían con él, pero nosotros cuatro teníamos ese límite. Estaba ese respeto y Diego lo sabía. Individualmente, en la casa, en la quinta, nos recibía e invitaba cuando quisiéramos. Creo que con Niembro, Víctor Hugo, Araujo y Paenza se manejaba igual, conocía cuál era el límite. A nosotros nos daba vergüenza ver al ídolo en condiciones deplorables, no queríamos verlo así.
—¿A Passarella lo intoxicaron o se intoxicó solo?
—Fue un tipo que nos condenó y por suerte se fue. Junto a Leto teníamos una relación normal con Passarella, el Ruso y Tití se llevaban mejor. Nos tenía acá (se señala la garganta) por ser bilardistas. A cuatro días del debut, en la primera nota que le hago, le pedí una comparación con el arranque del Mundial 82. Él iba a ser titular. Me dijo “no, Bambino, no me podés preguntar eso”. Le contesté “bueno, listo, gracias” y me fui. Con los mejores jugadores que había tenido una selección, en el 82 habían salido en el puesto 11. Respecto a su intoxicación, a todo extranjero que va a México y toma agua, le agarra el mal de Moctezuma, un dios azteca que te tira una maldición si vos tomás agua de la canilla o le ponés hielo a la bebida. Él le puso hielo y terminó un día en el ñoba con una descompostura terrible. A Passarella le agarró con sangre y lo internaron. Después, antes de Bulgaria, se desgarró. Cuando vimos que se lesionó, nosotros festejamos, así nomás te lo cuento. No lo queríamos como tipo y aparte estaba lento. El Tata (Brown) estaba bien y más rápido.
—¿Ocultaste algunas cosas para el beneficio de esa selección argentina?
—Éramos obsecuentes y consecuentes de ese equipo, no tengo empacho en decirlo. Éramos alcahuetes de los jugadores y el técnico. Nos sentíamos parte sin haber ganado un carajo. Defendimos la posición en el 83 y 84. Tengo grabadas todas las notas que hice con Bilardo, hasta cuando llamó “rabanito” a Menotti, porque dijo que era rojo por fuera y blanco por dentro: se hacía ver como un comunista pero andaba en Mercedes Benz y vivía como un burgués. Hoy te puedo contar que Bilardo sacó a Borghi del equipo porque en medio del partido contra Italia le pidió que corriera a Vialli y a Cabrini. El Bichi le respondió “correlo vos” y no jugó más (NdeR: también fue titular contra Bulgaria). Y hubo una pelea en el vestuario entre Valdano y Garré que no muchos conocen.
—¿Qué pasó?
—Lo voy a contar porque ya prescribió. Los muchachos eran muy criticados por Clarín y Carlos Juvenal, de La Nación. Y después de una victoria cantaron “llora Constancio Vigil, llora también Juvenal, la vuelta vamo’ a dar, somos campeón mundial”. Valdano, que estaba medio desenfocado en ese grupo pero se terminó acomodando, pidió que pararan de cantar eso y gritó que eran unos “retrógrados”. Ahí saltó Garré y le contestó “vos y tus palabras raras, filósofo de mierda”. Y se tiraron un par de manos ahí arriba de los banquitos del vestuario que se ven en la película Héroes. Los paró Pachame, Diego siguió festejando y no pasó a mayores. Esa perla hoy sería una explosión. Yo al Mago, al Ciruja, lo adoro.
—¿Y a Valdano?
—Me había hecho amigo, pero me tachó por efecto dominó por ser amigo de Bilardo. A Valdano no lo sacó Bilardo del Mundial 90, lo sacó la FIFA. Él trabajaba como comentarista y criticaba a Joao Havelange. Bilardo lo fue a buscar en el 89 para la Copa América y le dijo que tenía que volver. Vino a Buenos Aires y se entrenó de forma particular en un gimnasio y con el Doctor en Ezeiza. Cuando fueron a la gira de Israel, Grondona le pidió a Bilardo que lo bajara de la lista. Maradona no quería jugar el Mundial cuando se enteró. Carlos, para no desoír a Grondona, lo borró. Esa fue la verdadera historia.
—¿Qué apostillas se pueden contar de la cobertura de Italia 90 y la intimidad con Maradona y Bilardo?
—Tuve la suerte de ir a todos los partidos. En Nápoles, Argentina fue local por Diego. Los napolitanos hacían callar a los italianos que silbaban. Diego era más que el Papa ahí. Jugó siempre con dolor porque tenía el tobillo como una pelota de golf y la Tota Fabbri lo había pisado sin querer en un entrenamiento y le rompió la uña de un dedo gordo. Por cábala, hicimos una nota antes de cada partido. Nos recibía en su habitación en la concentración de Trigoria. Antes de jugar contra Brasil, nos dijo: “Mañana con los brasileros nos comemos tres. Nos agarran Careca y Alemao y nos matan”. Todavía no habíamos prendido el grabador. Previo a poner play, nos avisó que iba a tratar de dar ánimo y cambió el discurso: “Este equipo está para dar el golpe”. Ese vestuario fue como si hubieran ganado un título. Cuando eliminaron a Italia fue menos, porque tenían respeto por los napolitanos.
—¿Con Bilardo también hablaste durante esa Copa del Mundo?
—Argentina ya estaba en la final y antes de entrevistarlo, Carlos me dijo “somos Chacarita contra Manchester, no tenemos ninguna posibilidad”. Nos contó que Ruggeri y Burruchaga iban a jugar lesionados, que Diego seguía con el tobillo mal... Y se dio lo que se dio. Faltaron cinco minutos y los alemanes ganaron con un penal que hasta hoy deja dudas. Sensini fue al piso por instinto del jugador, como Caniggia cuando metió la mano para la amarilla que lo dejó afuera de la final. Por pedido de Bilardo, volví en el avión con los jugadores en clase turista. “A estos metelos en el avión porque son nuestros”, dijo Carlos. En Plaza de Mayo había más gente que tras la final del 86. Para mí, que soy resultadista, hay cuatro o cinco países que no pueden perder una final. Italia, Alemania, Brasil y Argentina, con respeto para el resto. Para mí perder esa final fue un fracaso.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a Maradona? ¿Qué opinás de su entorno y su final?
—Con Diego nunca puedo ser imparcial. Yo a Messi no lo conozco, pero Diego nació en otro lugar, tuvo otros genes, son incomparables. Pelé fue grandioso, pero yo con Diego fui a tres Mundiales. Me regaló camisetas, que hoy puteo porque no sé a quién se las di. Sería ingrato no elegirlo. Tuve la suerte de cruzarlo antes de un Gimnasia-Banfield en La Plata, cuando era técnico del Lobo. Ese día me vio entre la gente e hizo abrir a la seguridad para venir a abrazarme. El tipo murió en las peores condiciones. Lo cercaron para matarlo, en lugar de revivirlo. El corazón le falló porque estaba muy contaminado por cosas que él mismo contó, pero no lo dejaban hablar con Ruggeri, el Vasco Olarticoechea, el Gringo Giusti. Ni la familia le podía llegar. La gente sabe quiénes son los que provocaron ese final.
EL BAMBINO, UN PERIODISTA SHOWMAN
En su foto de perfil en las redes sociales y su WhatsApp figura una imagen de Mick Jagger y Keith Richards, líderes de los Rolling Stones. Hasta no hace mucho, Pons se atrevió a imitar algunos pasos del reconocido cantante británico en vivo en un programa de televisión. Su faceta como relator lo llevó a unir sus dos pasiones: el fútbol y el roncanrol.
“Qué Ink ni ocho cuartos, el boliche era Bamboche, en Flores. Rivadavia al 7000, donde ahora hay un templo de pastores”, vocifera el Bambi, quien se autodefine como roncanrolero de la vieja época. Rock del nacional e internacional. Fue un Jueves Santo de 1974 cuando presenció un show de Vox Dei en Parque Chacabuco. Con 20 años, se enloqueció. Fue su banda predilecta junto a otras como Almendra, Pescado Rabioso e Invisible (fiel seguidor del Flaco Spinetta). Luego se deleitó con los Ratones Paranoicos y Divididos. De afuera, además de los Stones, solía y suele escuchar Led Zeppelin, Deep Purple, The Who y Duran Duran.
Quien lo inspiró para recitar canciones de rock tras los goles de los partidos que relataba fue Michael Owen. En realidad, los fanáticos del equipo, que entonaban la melodía de la canción Guantanamera con el nombre y apellido del delantero inglés. Fue entonces que a principios de los 2000, con Juan Sebastián Verón en Manchester United, se animó a cantar a capela un tanto de la Brujita al que le modificó la letra de un tema: en lugar de “come on” dijo “Verón” para emular un pegadizo estribillo.
Como el Bambino solía jugar algunos picados con personajes del rock nacional, hizo buenas migas con los hermanos Ruiz Díaz de Catupecu Machu y consiguió que Gabriel, hermano del vocalista Fernando, le armara las pistas de algunas canciones sin las letras, para que él las modificara al aire y cantara los goles de la Premier League. Se inclinaba por las de Los Beatles, por sus rimas fáciles, pero también por las de los Ramones, los Who y Duran Duran. Los primeros goleadores que se le vienen a la cabeza son el marfileño del Chelsea Didier Drogba, el colombiano del Aston Villa Juan Pablo Ángel y el neerlandés del United Ruud van Nistelrooy, a quien se atreve a sentar en la mesa de los grandes futbolistas de la historia como Maradona, Pelé, Beckenbauer, Cantoná y Messi: “Para mí fue un ídolo, un delantero con pinta, goleador. Heinze, Verón y Forlán me contaron que el tipo era letal”.
Junto a Carlos Bilardo y su ídolo el Bambino Veira conformó un trío de locos en las transmisiones de los partidos por TV que no se televisaban: “Era una radio con ventana. Como en ese momento la gente no pagaba tanto el codificado, relatábamos mientras ponchaban imágenes de las tribunas, algo que se volvió a hacer hoy. Era una cabina de locos. El Bambino con sus frases a Walter Safarian y Bilardo que contaba los goles con fichas en una pizarra. Llegamos a hacer 10 puntos de rating en cable con un minuto a minuto de un Boca-River”. Hoy por hoy mantiene ese sello propio, aunque desde la Premier no autorizan ningún tipo de canción, melodía o jingle más allá de la voz del relator y un comentarista. Así y todo, se las ingenia para hacerlo a capela.
Para el Bambino Pons hubo una pregunta final: ¿preferiría relatar la final de un Mundial o compartir un camarín con Mick Jagger? Él argumentó: “Si el técnico es argentino y amigo, un tipo de confianza, voy por la final. Pero no soy un tipo nacionalista así que, si no es así, prefiero la charla con Mick Jagger. Con el inglés me la rebusco, como los indios”.
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