Fue una de las noches más gloriosas del boxeo mundial a través de todos los tiempos. Dmitry Bivol no solo ganó por sus cualidades técnicas sino que también supo imponer una condición física impecable como pocas veces se vio en un deportista de actividad individual. Sostuvo un equilibrio emocional casi imposible en el boxeo -quién no se prende, quién no reacciona, quién no comete un error cuando advierte una posibilidad-, y siempre tuvo la clara noción de hacer todo aquello que le convenía y negarse a la tentación del prenderse en cambios de golpes a corta distancia. En ningún momento se salió del libreto, con claro sostenimiento del dominio a través de sus impecables golpes rectos, especialmente el jab de izquierda.
Es innegable la ventaja física que el campeón tuvo sobre Canelo toda vez que al momento del combate sus 76 kilos estaban mejor distribuidos que los 75.900 del mexicano. Pero más aún, los diez centímetros de diferencia en la estatura permiten admitir una ventaja inicial que Bivol hizo prevalecer a lo largo de los doce asaltos. Eran claramente hombres de diferentes categorías.
No obstante, Canelo ya había peleado con otros mediopesados, como Sergey Kovalev, a quien derrotó por nocaut en el décimo primer round. El ataque del mexicano, sus ganchos al cuerpo, su paso sin transición de defensa a ataque siempre compensaron su talla menor y su natural kilaje inferior. Pero éste no fue el caso del enfrentamiento con Bivol, pues el ruso tuvo tres virtudes fundamentales: 1) su traslado de piernas rápido 2) su iniciativa en apertura con el recto izquierdo y 3) las descargas con repeticiones de golpes sin tiempos para que Canelo buscara salidas laterales o en retroceso.
Lo más llamativo para quienes vieron combates anteriores del mexicano fue su insuficiencia técnica que obraron psicológicamente quebrando de a poco su conocida actitud de fortaleza mental para asumir los combates.
Según nuestra tarjeta, el ruso ganó por diez puntos: 119-109. O sea que solo lo vimos perder -con buena voluntad- en el sexto asalto, vuelta en la cual Canelo pasó cuatro veces de defensa a ataque intentando encontrar un golpe salvador, un gancho, un upper o un cross que le diera la posibilidad de transferirle a Bivol una preocupación que minara su entereza. Hecho que no ocurrió. Llama la atención que los jurados solo lo vieron ganar por dos puntos 115-113.
Es así como Canelo a partir del séptimo asalto peleaba sabiendo que no podía ganar y Bivol aceleraba el ritmo sintiéndose ganador. El estado T-mobile fue acallando el aliento con el cual había querido levantar tres asaltos antes al grito de “¡México, México!” a su inmaculado ídolo. No es fácil encontrarse con un hombre de hierro como Bivol, quien en el gimnasio de Indio, California, se preparó resolviendo todas las adversidades de confort. Fue conocido el hecho, como ejemplo, que el segundo día de los últimos dos meses de entrenamiento y concentración, el dueño del gimnasio, Joel Días, que dada las circunstancias de las flamantes instalaciones no había ducha. A lo que Bivol respondió que con un balde de agua él podía higienizarse después del entrenamiento. No obstante, al día siguiente, el dueño del gimnasio le mostró con orgullo que habían comprado una ducha, pero que no había agua caliente por falta de gas y obtuvo como respuesta “siempre me baño con agua fría, no se haga problemas”. Y durante los sesenta días de adiestramiento el ruso se bañó con agua fría, sin reclamar ni camilla, ni hielo, ni masajes posteriores. La frase del último entrenamiento fue toda una definición respecto de su actitud frente al combate: “Para ser campeón y ganarle a Canelo Álvarez hay que sufrir y sobreponerse a todas las necesidades”. En el ring ese espíritu de esfuerzo, necesidad y hambre de gloria quedaron palmariamente demostrados. La fórmula para ganar esta pelea estuvo sustentada en mantener desde el primero hasta el último asalto esa actitud de esfuerzo.
No fue éste un combate para disminuir las cualidades aceptadas de un campeón brillante como Canelo Álvarez, a quien se lo vio preparado, como siempre, de manera irreprochable. La diferencia estuvo en el plan de pelea, la potencia de Bivol y la frialdad para consumar la hazaña.
Había cumplido su más grande sueño. Tenía la fresca ingenuidad del niño de 6 años que veía de manera infalible las películas de Michael Chan o las de Claude Van Damme. Más aún, le había pedido a sus padres que le permitieran ir a aprender karate, cosa que de hecho hicieron. Transcurrían los comienzos de los ‘90 y sus padres habían dejado la ciudad de Tokmok, perteneciente a Kirguistán, país en la “ruta de la seda” en el Asia Menor y ya independizado de la URSS, para ir a radicarse a Rusia. Dmitry era un niño que desde la escuela inicial hasta el campeonato del mundo, se desarrolló en Rusia, se siente como tal y por primera vez su cuerpo no se vio envuelto en su bandera al momento de subir o de bajar del cuadrilátero.
Su madre es de ascendencia coreana y es desde allí que se explican los ojos rasgados de su particular rostro. Luego de tres años de aprender karate sus padres aceptaron los resultados de un test vocacional deportivo y admitieron que mutara el karate por el boxeo. Los maestros le veían un gran futuro como pugilista sin negar que había sido la práctica de ese arte marcial lo que había tenido una gran influencia en el manejo temperamental, con el cual consumaría su corta pero exitosa carrera pugilística. Es así como Dmitry Bivol ganó una medalla de bronce en el Mundial Juvenil de 2008 y dos títulos mundiales juveniles sub 17 bajo la organización de la AIBA ( Asociación Internacional de Boxeo Amateur). En tales acontecimientos, Bivol se mostró siempre orgulloso de representar a Rusia, país al que llegó a los 11 años.
Luego del combate, Bivol no hizo ninguna referencia que imprudentemente pusiera una mancha a su actuación y a su triunfo mencionando a Rusia, sino que por el contrario agradeció al público que estuvo en el estadio, refirió a la importancia de haber ganado un 5 de mayo, fecha cara al sentimiento de los mexicanos, ponderó a Canelo definiéndolo como un gran campeón y aceptó públicamente concederle la revancha.
En el contrato original del combate, la claúsula 12 refiere a una revancha automática, solo en el caso de un triunfo de Bivol, cosa que habrá que ver en los próximos días si Canelo acepta, toda vez que Gennady Golovkin estaba primero en la fila para realizar el tercer combate con el mexicano.
Una pelea puede tener un ganador estoico; o también al triunfador que la revirtió inesperadamente. Se han dado muchos casos de triunfadores de menor mérito, pero difícilmente se den las tres cosas en un mismo evento. El combate que Bivol le ganó a Canelo resultó emocionante para todos. Pero esta pelea adquirió un tono emocional que alcanzó a los decepcionados hinchas de Canelo, a los pocos apostadores por Bivol y, fundamentalmente, al gran universo de aficionados independientes de todo el mundo.
Para quienes hemos visto boxeo por muchos años nos ofreció todas las sensaciones de un match inolvidable, pasando por los sentimientos de la incredulidad, la admiración, la angustia y la justicia final. Este pelea quedó a la altura de los enfrentamientos entre grandes protagonistas registrados por la historia. Sólo por mencionar aquellos que asaltan la memoria inmediata es comparable a la tercera de Alí-Frazer, la de Hagler con Sugar Ray Leonard o la de Galíndez y Richie Kates en Sudáfrica.
Difícilmente Canelo quiera realizar una revancha con Bivol, pero el boxeo la merece.