Ayer: depresión, intento de suicidio, drogas y alcohol; hoy, el indestructible campeón de los pesados

La historia de Tyson Fury parece un cuento. Aprendió a pelear en la calle, se hizo boxeador, ganó la corona, lo sancionaron por consumir cocaína. Durante los tres años de inactividad llegó a pesar 180 kilos y a tomar 190 pintas de cerveza por semana. Volvió gracias a su esposa, se consagró campeón y hoy es el ídolo de los ingleses, el nuevo Gypsy King

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Tyson Fury protagonizó una histórica
Tyson Fury protagonizó una histórica pelea ante Dillian Whyte (Foto: Reuters)

Ante aquella humanidad imponente de 120 kilos y 2 metros seis, el ring parecía más chico. Y cada paso del gigante al salir de su camarín hasta alcanzar el cuadrilátero bajo el haz de luz de un potente reflector iba siendo subrayado con gritos jolgoriosos. Las 92.000 almas que gritaban y saltaban convirtieron al estadio de Wembley en un moderno Teatro de Flavio o Coliseo Romano, como se lo conoció en la Era Moderna.

Esa figura calva de rostro desprolijo y sonrisa aniñada mostraba su ancha espalda sin cintura, detrás de un abdomen prominente con rollos movedizos, en el inicio de sus piernas finitas e interminables. La multitud tenía razones para delirar por él pues su historia, mayormente conocida, valía mucho más que sus aptitudes pugilísticas, que de hecho las tiene. Pero un gitano irlandés pobre, peleador callejero, cuarto hijo de un obrero de la pavimentación de caminos –algo así como un integrante secundario de los Peaky Blinders– había llegado a campeón mundial de peso completo tras ganarle en el 2015 al gigante ucraniano Vladimir Klitschko de 1.97 y 120 kilos –hermano de Vitali, actual alcalde de Kiev– seduciendo tras ello a los empresarios de los Estados Unidos.

Pero antes de llegar a Los Ángeles y triunfar en Las Vegas frente a Deontay Wilder –dos victorias y un empate– en memorables combates, Tyson Fury atravesó su momento más tenebroso: depresión, bipolaridad, drogas –mucha cocaína–, alcohol –hasta 190 vasos grandes de cerveza por semana–, un carácter irascible, 180 kilos de peso y un día hasta intentó suicidarse manejando su Ferrari a 300 kilómetros por hora, hecho que no pudo consumar pues la lujosa maquina quedó colgando de una columna de un puente y él fue rescatado en estado agonizante.

Aquella multitud que bramaba en el histórico Wembley como si esperara ver a Freddie Mercury, no aguardaba por ver la actuación de un boxeador de época, de un héroe del ring. Antes bien, amaba al antihéroe, al gigante obeso, al peleador callejero, al caminante que retornaba de la oscuridad, al hincha del Manchester United que llegó a tomar 10 pintas de cerveza en un clásico contra el City y destrozó la pantalla del televisor y se peleó con todos los que estaban en la taberna tras una derrota…Tyson era o podría ser cualquiera de esos 92.000 espectadores; un luchador de la vida que creyó –y aún cree– que las cuestiones litigiosas se arreglan de hombre a hombre, sin abogados ni declaraciones mediáticas.

Tyson Fury está casado con
Tyson Fury está casado con Paris (Foto: Reuters)

Cuando le quitaron la corona que le había ganado a Klitschko por consumo de cocaína no fue a ningún tribunal, ni se quejó. Prefirió retirarse y sucumbir a la oscuridad. Fueron casi tres años de locura aquellos que abarcaron entre el 2015 y el 2018. Por suerte para él, su mujer Paris con quien se casó en el 2008 a la manera gitana –él tenía 17 y ella 15– lo salvó. Fue ella una vez más, quien con dulzura y sensatez le hizo comprender en aquellos días de droga y alcohol, el valor de la vida y el sentido de la existencia de los seis hijos del matrimonio: tres varones –Prince Tyson Fury 11, Prince Adonis Amaziah y Prince John James– y tres mujeres: Venezuela, Valencia Amber y Athena.

El público no estaba allí para ver una acabada demostración académica de pugilismo. Por el contrario, pudo intuirse que la mayoría de ellos no sabían ni les interesaba el boxeo como tal. No fueron a deleitarse con los desplazamientos elegantes e irrepetibles de un Muhammad Alí. Tampoco a ver a una bestia como George Foreman, ni a peleadores de irrefrenables ataques como lo eran Sonny Liston o Joe Frazier. No fueron a admirar la esbeltez de anatomías bestiales con cuellos tubulares, músculos esculpidos, espaldas anchas nacidas de una fina cintura cual pirámide invertida, bíceps dibujados o gemelos y cuádriceps acerados por el brillo de la piel luminosa.

Tampoco fueron a ver como Fury sería capaz de resolver un jeroglífico planteado por las mañas de un Evander Holyfield –el de la oreja mordida precisamente por Tyson– ni por la potencia incomparable del propio Mike, el admirado campeón mundial de su padre John. El papá de Fury, quien también fue un boxeador pero intrascendente, era tan fanático de Tyson que después de ver la pelea que éste le ganara a Michael Spinks en 91 segundos, decidió que su próximo hijo –el 4° del matrimonio– se llamaría Tyson. El señor Fury ganó dinero al apostar por un nocaut en el primer asalto de aquel combate celebrado el 27 de junio del 88, pero ignoraba que el niño habría de nacer tres meses antes de lo previsto: el 12 de agosto de ese mismo 88. Aquel bebe prematuro nacido con apenas medio kilo y tras diez embarazos frustrados por su madre Amber, sobrevivió de milagro según todos los diagnósticos del Departamento de Neonatologia de la clínica de Manchester. Ahora era este moderno Goliath, tan corajudo como indestructible.

Tyson Fury estuvo varios años
Tyson Fury estuvo varios años alejado de los cuadriláteros

El lleno de Wembley no desconocía los trazos más conocidos de esta historia. Por cierto que valoraba al boxeador que le ganó dos veces y empató una vez frente a Deontay Wilder, un moderno adonis de 103 kilos distribuidos en un cuerpo perfecto. Más aún, la última pelea entre ambos, la del año pasado Wilder derribó a Fury en el 4° asalto quien cayó horizontal boca arriba y se mantuvo inmóvil por un instante. Parecía inerte. Para todo el estadio T-Mobile de Las Vegas “por fin un boxeador atlético, bien estructurado técnicamente, ortodoxo, con estéticos desplazamientos y golpes de perfecto lanzamiento había noqueado a ese “impresentable gordo” a quien se le caían los pantaloncitos pues la adiposidad de su cintura no le permitía ajustar la superficie del protector genital”. Grande fue la sorpresa de los aficionados y apostadores del boxeo de todo el mundo cuando Fury comenzó a reincorporar su torso hacia adelante, luego giró sobre si mismo apoyando los guantes contra la lona en la parte donde van los puños y se fue poniendo vertical con el sustento de sus rodillas hasta quedar increíblemente de pie.

La cuenta del árbitro Russell Mora pareció lenta y contemplativa descreyendo, tal vez, que el inglés podría recuperarse y cuando llegó a un tardío 8, la campana marcó el sosiego que salvaba a Fury presagiando un final apoteótico. Milagrosamente fue al revés: Fury salió de su esquina alentado por su nuevo técnico Sugarhill Steward -sobrino del recordado Emanuel quien dirigió entre tantos a Tommy Hearns- llevándose por delante al prolijo Wilder a quien finalmente volvió a ganarle por KOT en el 11° asalto. Aquel, el último que se recordaba, había sido un triunfo épico de Tyson Fury consolidado en todo el mundo no solo como campeón de los pesados del CMB sino como el Gypsy King, el “Rey de los gitanos”, adorado por su condición de heroico antihéroe…

Tyson Fury cayó ante Deontay
Tyson Fury cayó ante Deontay Wilder y se levantó (Foto: Reuters)

Resulta aún un misterio en el mundo empresarial del boxeo de donde salieron los 38 millones de dólares que Fury cobró por esta pelea, toda vez que contra Wilder en Las Vegas, hace 7 meses, sus ganancias fijas fueron de 5 millones de dólares y otros 2 millones que podrían imputarse al porcentaje por la venta del “pay per view”. En los mentideros de los colegas británicos no ha sido aún desmentida la versión del advenimiento de un nuevo promotor árabe que reside en Dubai y aspira a organizar una pelea de Tyson Fury en los Emiratos o en la propia Qatar durante la disputa del próximo Mundial de Futbol.

Dillian Whyte, el rival de aquella noche en Wembley, estuvo muy bien elegido como partenaire de la inolvidable velada. Se trataba de un respetable “obrero del ring” de 34 años, 115 kilos, 1.93 de estatura y hasta esa noche solo 2 derrotas contra ex campeones mundiales: el ruso Alexander Pavetkin –KO en el 5°- y el inglés Antony Joshua, KO en el 7°. Era pues de lógica pura que perdiera este combate: Fury le ganó en el 6° con un gancho lento pero profundo que impactó su barbilla y aunque intentó continuar tras la cuenta de 8, el árbitro Mark Lyson estuvo acertado al declarar el KOT.

Fue así que amantes o no del boxeo pudieron apreciar algunas cualidades técnicas de Fury. Entre esas virtudes está el cambio de guardia, la utilización de su larguísimo jab de izquierda y cierta madurez para aprovechar la media distancia sin premuras. El KO frente a White fue fruto de la paciencia pues supo esperar el momento para achicar la distancia y fabricar el espacio para su mortífero gancho de derecha. No es torpe para desplazarse pues sabe elegir los lugares del cuadrilátero para lograr la distancia buscada. Pega muy fuerte y sabe manejar su equilibrio emocional. Y esto potencia su aguante, transfiriéndole a los rivales –Wilder, por ejemplo– cierta resignación a admitir, con el transcurso de los rounds, que jamás noqueará a ese peleador callejero, gigante y gitano que está enfrente.

Las chicas y los muchachos que fueron mayoría en las tribunas de Wermbley se sintieron felices de este nuevo triunfo de Tyson Fury. Acaso pocos o ninguno de ellos supo de los Joe Louis, Rocky Marciano, Joe Frazier, George Foreman, Mike Tyson o Muhammad Alí… No fue el boxeador quien los atrajo si no la historia del hombre pobre, marginado por su origen, subestimado por su estética, sancionado por su rebeldía y confesor sincero de su oscuro pasado.

¿Cuántos Tyson Fury’s ocultos y anónimos, mezclados entre los 92.000 espectadores exultantes que llenaron el mítico Wembley, se habrán visto representados por el nuevo Gypsy King…?

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