Inspiró a Michael Jordan y llevó a la volcada a otro nivel: la apasionante historia del Doctor J

Julius Erving dotó de espectacularidad a la NBA tras ser una mítica figura callejera que convocaba multitudes en el potrero más famoso del mundo, en New York

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Julius Erving, un mito popular que se trasladó de las calles a las ligas profesionales (Mark Junge/Getty Images)
Julius Erving, un mito popular que se trasladó de las calles a las ligas profesionales (Mark Junge/Getty Images)

7 de febrero de 1987. Seattle. Julius Erving transita su última temporada y, en el All Star, se realiza un homenaje. Dos de los mejores bases de la historia están parados en un escenario, micrófono de por medio, y Magic Johnson le hace una pregunta a Isiah Thomas, con su sonrisa de siempre.

-¿Cuál es la jugada o el momento más increíble que tenés del Doctor J?

Isiah sonríe, hace una pausa y se dispone a contestar. “Estábamos en un campus juvenil en Lansing (Michigan) cuando Julius tomó una pelota y fue al otro lado de la cancha. Pidió que todos, de pie, aplaudiéramos y al compás de las palmas empezó a correr. Juro que no miento (sonríe): saltó desde la línea de libres, eso me pareció a mí (ríe), se sostuvo en el aire y ahí, detenido, pareció que nos dijo ‘vamos, aplaudan, que voy en el aire’ y siguió hasta volcarla…”.

Ante la exageración, Thomas no puede evitar las carcajadas que retumban en el lugar y contagian a Magic mientras el público aplaude. La historia resume lo cautivante que era el talento de Erving pero, a la vez, lo que generaba, con su estilo y carisma. De esas personas que, con el paso del tiempo, han logrado que sus historias se hayan agigantado hasta parecer (inverosímiles) cuentos infantiles. Hablamos de una superestrella mundial, de un grandísimo jugador que ganó en dos ligas distintas (dos títulos en la ABA y otro en la NBA), pero sobre todo de un mito popular, de un entertainer puro, de una leyenda que se trasladó de las calles a las ligas profesionales, capaz de abarrotar de gente el playground más famoso del mundo (Rucker Park) y, a la vez, llenar estadios y llevar a otro nivel de popularidad a competencias de élite, primero la ABA y luego la NBA. Un jugador que cambió el juego como pocos, el responsable de llevar una jugada (la volcada) a otra dimensión, un verdadero showman del básquet y dueño de uno de los mejores apodos de la historia. Alguien que dejó semejante huella que terminó siendo responsable de que muchos otros chicos, luego superestrellas que siguieron su legado, se decidieran por el básquet. “Si no hubiera existido el Doctor J, probablemente tampoco Michael Jordan. Y, por consiguiente, yo no hubiese sido basquetbolista”, resumió LeBron James. Esa es la importancia de este alero de 2m01 cuya leyenda es increíble, aunque su historia real es todavía mejor.

Julius Winfield Erving II nació el 22 de febrero de 1950, en Nueva York. En el seno de una familia de clase media-baja y tres hijos. Julius padre y Callie Mae se divorciaron cuando Julius tenía tres años y el difícil escenario se completó a los siete, cuando el papá murió en un accidente de tránsito. Épocas duras en la que Julius se aferró a su hermano menor (Marvin), a sus amigos y al deporte, puntualmente al básquet. Los Erving vivían en Long Island, frente a Campbell Park, un lugar abierto que tenía canchas de básquet que Julius podía ver desde la ventana de su habitación. “Era el patio de nuestras casas. Íbamos todos los días, incluso si llovía o nevaba”, recordó hace cuatro años, cuando volvió para su documental y volvió a caminar las amados lugares que solía frecuentar.

Hasta que un día de invierno de 1962, él y su mejor amigo, Archie Rogers, no aguantaron el frío, agarraron las bicicletas y salieron en búsqueda de algún gimnasio –bajo techo- para jugar. “Recuerdo que, de repente, veo dos chicos negros que ingresan y piden permiso para jugar. Tenían 12 años. Así empezaron con nosotros…”, contó Don Ryan, el primer coach del Doctor J en el cortometraje. “El tema es que eran todos blancos, menos nosotros. Pero, claro, éramos chicos, todos amábamos el básquet y no sentimos el racismo en ningún momento. Nos sumamos al equipo y empezamos a jugar”, rememoró Julius, quien dividía su tiempo entre el deporte, la escuela y la ayuda a su madre en la casa, en especial con Marvin. “Era muy inteligente, le encantaba estudiar y se devoraba los libros, pero siempre estaba enfermo. Tenía asmas, permanentes sarpullidos y había que cuidarlo. Tuve que asumir un rol más de padre que de hermano mayor”, explicó.

Si hay una jugada que lo define, ésa es la volcada (Getty Images)
Si hay una jugada que lo define, ésa es la volcada (Getty Images)

A los 13, cuando la familia se mudó a Roosevelt, otro barrio de Long Island, buscando una vida más segura, Julius ingresó al secundario Roosevelt, donde empezó a destacarse y nació el apodo que, con el tiempo, terminó siendo más conocido que su nombre completo. Leon Saunders, un compañero, fue el responsable. “Recuerdo que en un entrenamiento discutimos por un jugada y como él siempre se quejaba, decía que yo lo agarraba, le hacía foules, esto y el otro, yo le dije ‘vos siempre las sabés todas, ¿qué sos, el profesor?’, y él me respondió. ‘¿Y vos qué, quién sos el doctor, entonces?’”, relató Julius. Con una sonrisa, Saunders completó la anécdota de aquella broma interna que dejó sellado a fuego el sobrenombre de ambos: “Desde ese día cada vez que nos veíamos, yo le decía Profesor y él, Doctor”.

Para su último año, Julius era un base-escolta de 1m90 que se destacaba a nivel de secundario, pero como era un colegio pequeño de la zona, sólo un scout fue a presenciar los partidos. “Lo fui a ver y lo califiqué con un 4, lo cual no es malo para alguien que no tenía ninguna nota anterior. Pero está claro que nadie pensaba en ese momento que sería tan bueno”, aseguró Howard Garfinkel, coach del Five Star Basketball Camp. Pero Julius tenía una particularidad distintiva: en el playground, en el básquet callejero tan típico de NY, era mucho mejor que en el básquet organizado. Cada vez que iba a los potreros parecía desatarse y sacaba todos los trucos que tenía. Además, en otro ritmo de juego y en cancha abierta, empezaba a mostrar esas condiciones atléticas que lo harían distinto. De a poco comenzó a trasladar ese talento con jugadas que mostraban lo distinto que sería. “Un día recuerdo que atacó la defensa, vio espacio y saltó la línea de libres. Yo cerré los ojos, porque pensé que no iba a llegar, pero él simplemente se deslizó en el aire y la volcó, por encima de todos. Julius actuó como si fuera algo normal, nada grandioso, y fue cuando hablé con un amigo que tenía en la Universidad de Massachusetts para que lo becaran”, admitió Ray Wilson, su coach en Roosevelt High School.

A UMass llegó en 1968 y, rápidamente, en el primer año, cuando Julius ya estaba teniendo un impacto importante en la NCAA (promedió 18.2 puntos y 14.3 rebotes en su temporada debut), recibió un llamado que lo consternó. “Marvin no está bien, debés venir para casa”, le dijo la madre. Al hermano menor le habían diagnosticado Lupus –enfermedad que ataca el sistema inmunológico- hacía un tiempo y había empeorado en las últimas horas. Leon Saunders, su compañero, manejó lo más rápido que pudo y Erving llegó para escuchar las últimas palabras de su hermano. “Estoy cansado…”, le dijo y se fue... “Fue desolador, saber que no lo tendría más a mi lado, que ya no haríamos las cosas hermosas que solíamos hacer juntos”, contó. De aquella tragedia sólo puede destacarse algo positivo: la motivación que le generó. “Desde ese día, cada vez que volví a jugar al básquet, traté de llevar su espíritu conmigo”, comentó.

Ese espíritu lo llevo a los gimnasios y a los potreros. Porque, en su sentir, en su esencia, estaba el competir pero también el divertirse. El ganar pero, además, el dejar algo, entretener, divertir, convertir al juego en un arte. Y eso fue lo que hizo cada vez que visitó Rucker Park, el playground más famoso de NY, ubicado en la esquina de las calles 155 y 8, en el barrio de Harlem. Allí el espectáculo era tan importante como el resultado. O aún más. Y, de a poco, con Julius empezó a forjar la leyenda. “Se hablaba mucho de él. ‘Ya vas a ver cuando venga Julius’, me decían y yo preguntaba ‘¿Quién es?’ Si yo juego en la NBA y no lo conozco”, contó Tom Hoover. Pero este ala pivote de 2m06, quien entre 1963 y 1968 jugó en la NBA y la ABA, experimentó en carne propia quien era aquel animal que cautivaba a todo NY. “Yo estaba parado bajo el aro cuando penetró y volcó la pelota sobre mí. Tan fuerte que la pelota me golpeó mi cabeza y un diente se me cayó. Recuerdo el rugido de la gente mientras yo me agachaba a buscar el diente…”, contó entre risas.

En cada jugada, Erving dejaba su sello, haciendo cosas que nadie había visto y nadie ha podido olvidar desde entonces. Hablamos de finalizar alley oops lanzados desde mitad de cancha, de penetraciones por línea final terminadas en volcadas, de contraataques finalizados con hundidas que dejaban moviendo el tablero… Inmediatamente comenzaron a ponerle apodos. Primero le dijeron el Pequeño Halcón, luego la Garra (The Claw), incluso Houdini y el Moisés Negro, pero un día Erving se cansó y fue al anunciador para decirle lo que él quería. “Si van a nombrarme de alguna manera, díganme el Doctor”, contó Irving. Un apodo ideal que se completó cuando al presentador se le ocurrió la frase ideal para vender cualquier función de Julius Erving: “El Doctor operará esta noche”.

Doctor J con la 6 de Philadelphia 76ers (Photo by Mark Junge/Getty Images)
Doctor J con la 6 de Philadelphia 76ers (Photo by Mark Junge/Getty Images)

Cada presentación suya era, realmente, una verdadera obra de arte y la popularidad creció hasta generar una expectativa nunca más vista. “Como el lugar no tenía tanta capacidad para semejante boom, la gente se subía al techo del colegio que está al lado, a los árboles o al puente que está enfrente. Todo para verlo a él. Erving reunió la mayor cantidad de público en la historia de este playground durante la Rucker Pro League. Había gente que no veía bien pero quería estar en el mismo lugar que él”, contó nada menos que Nate Archibald, neoyorquino de pura cepa, habitué de Rucker y, desde 1970, una superestrella de la NBA –campeón en 1981-. Así se construyó la leyenda del Doctor J, también en las calles…

Esos veranos intensos, en NY, lo prepararon para el básquet organizado, desde 1968 en la NCAA. Tres temporadas estuvo en UMass, donde se convirtió en figura, siendo hoy uno de los seis jugadores en la historia que promediaron al menos 20 puntos (26 en su caso) y 20 rebotes en su carrera universitaria. Pero, claro, el mundo del básquet todavía no sabía lo que esperaba… En aquella época, la NCAA todavía tenía prohibida la volcada, el arma secreta que el Doctor desempolvaría en breve... Pero no sería en la NBA, que en ese momento había prohibido elegir jugadores en el draft que no habían completado los cuatro años universitarios. Como la ABA decidió autorizarlo, justamente para robarle los mejores talentos jóvenes a su competidora, Julius tomó la decisión de firmar un contrato por cuatro años y 500.000 dólares con Virgina Squires. En ese equipo y, sobre todo, en ese torneo, el alero todoterreno encontraría el ámbito ideal para desplegar su juego espectacular.

La ABA fue creada en 1967 para competir con la NBA y rápidamente encontró su identidad. El juego era muy diferente, más rápido y “callejero”. Se priorizaba el entretenimiento en todo sentido, con la incorporación de mujeres porristas y hasta de una pelota tricolor (roja, azul y blanca) que quedó en la memoria colectiva del fanático. Por eso eran bienvenidos –y buscados- aquellos jugadores desfachatados, capaces de crear y hacer jugadas llamativas. El objetivo era divertir a la gente y, durante algunos años –siete duró la ABA-, el objetivo se logró, incluso permitiendo que jugadores universitarios o del secundario llegaran a la liga. Todo por el show. Y el abanderado de ese juego fue Erving, quien desplegó todo su repertorio. Cada jugada suya levantaba a la gente de los asientos y si bien ya tenía apodo, algunos le llamaban Thomas Edison, en honor al científico, porque “cada noche inventa algo nuevo en la cancha”.

Desde la primera temporada, cuando promedió 27.3 puntos, 15.7 rebotes y 4 asistencias, dejó boquiabiertos a todos. No eran épocas de videos viralizables, como hoy en día. Pero, de a poco, el comentario “acá hay un chico que es lo más increíble que vi en mi vida” comenzó a ganar fama nacional, llegando hasta las oficinas de la NBA, cuyos directivos hicieron un intento (sin suerte) por sacárselo a la ABA. “Mi hermano estaba en la Marina, en Virginia, y me vivía diciendo eso”, recordó Darryl Dawkins, pivote que luego sería compañero de Erving en la NBA.

Doctor J llevó la volcada a otra dimensión, convirtiéndola en un arte, en un recurso hermoso que era aplaudido por todos y levantaba al hincha de su asiento. (Getty Images)
Doctor J llevó la volcada a otra dimensión, convirtiéndola en un arte, en un recurso hermoso que era aplaudido por todos y levantaba al hincha de su asiento. (Getty Images)

Si hay una jugada que lo define, ésa es la volcada. Claro, Erving no fue el primero en hacerla, ni muchos menos. No hablamos del inventor, pero sí de quién, con su plasticidad, creatividad y potencia, llevó esta acción a otro nivel. Y hablamos de la jugada que simboliza el juego estadounidense y, podríamos decir, el básquet en sí. La más espectacular e icónica, la que todos aman, la que atrae al público que no es puramente de ese deporte. Esta terminación nació como algo de pocos. O de los pivotes, una acción bruta y muchas veces no bien vista, reservada a los hombres más altos.

Pero el Doctor J la llevó a otra dimensión, convirtiéndola en un arte, en un recurso hermoso que era aplaudido por todos y levantaba al hincha de su asiento. Erving la hizo estética. Y popular. Y, en el camino, permitiendo términos nuevos, como posterizar (dejar a alguien en el poster, en la foto), que se inventó para definir las volcadas que hacía en la cara de los rivales, incluso terminando por encima de ellos. Su calentamiento previo a los juegos en Virgina, con ingresos al canasto terminados en volcadas, se convirtieron en un must see –”no te lo podés perder”-, como ahora pasa con Stephen Curry, sus ejercicios de manejo de pelota y lanzamientos kilométricos. Más de una vez algún entrenador le preguntó cómo se la había ocurrido una volcada y Julius contestó que lo había soñado la noche anterior y que esa era la primera vez que la hacía. Así nació, también, la palabra slam, cuando la prensa de la época tuvo que usar un término para adaptarse a este alero que marcaba una época. Algo que ratificaría en 1976, ganando un épico torneo de volcadas, antes de la desaparición de la ABA y su partida a la NBA.

En Virginia estuvo sólo dos años porque en 1972 se vio envuelto en una disputa legal entre varios equipos, a partir de que fue declarado elegible por la NBA y Milwaukee Bucks lo eligió en el draft para formar un trío que podría haber sido épico, con Kareem Abdul Jabbar y Oscar Robertson, quien venían de lograr el campeonato. Atlanta Hawks, el otro involucrado, le había firmado un contrato previo al draft y de hecho Erving fue a su campamento de pretemporada y jugó tres amistosos. La NBA multó a los Hawks y les dio el derecho de incorporar a los Bucks, pero una sentencia de un juez federal de USA lo obligó a volver a la ABA. Como Virginia no podía pagar lo que Erving demandaba, fue transferido a los Nets de NY a cambio de 750.000 dólares y dos jugadores. Para él, fue el regreso a su casa. “Estoy encantado de seguir mi carrera en mi ciudad”, declaró en la presentación en el Colliseum Nassau, en Long Island, a cuadras de donde había vivido y que, de repente, se convertiría en el teatro al que todos querían ir para ver al gran Doctor Erving.

Desde su debut, en octubre de 1973, el alero fue la gran atracción del equipo y se convirtió en la imagen de la competencia. Por su estilo y estética. En los años 70, el Doctor J era el paradigma de lo cool. Por su pelo afro, por su juego y hasta por sus manos, tan grandes que parecía que llevaba una naranja –en vez de una pelota- y eso agregaba espectacularidad a cada acción… Podía hacer lo que quisiera, la movía de un lado al otro, la corría cuando iba a volcar… “Julius se convirtió en una figura de culto, todos querían verlo”, recuerda Rod Thorn, asistente de los Nets hasta 1975.

Erving, además, ganó. Todo tipo de premios y títulos, desde su primera campaña en los Nets: máximo anotador (27.4), MVP –lo logró tres años seguidos- y campeón –repetiría en 1976-. “Lo veías jugar y te ibas meneando la cabeza, no pudieron creer lo que veías”, asegura George Gervin, otra estrella de la ABA, quien participó de aquel memorable torneo de volcadas que Erving ganó en 1976, antes de la desaparición de la competencia y el pasaje de ambos a la NBA. Larry Kenon, Artis Gilmore y David Thompson, todos volcadores que quedaron en la historia, estuvieron en ese concurso en el que Doctor J desplegó todo su arsenal, arrancando con una volcada con dos pelotas y terminando con la mítica acción que luego perfeccionaría –y populariza globalmente- Michael Jordan en 1988: la volcada saltando desde la línea de tiros libres.

Con Erving ya convertido en un ídolo popular que iba a camino a tener su propio modelo de zapatillas y anuncios publicitarios, se dio la unión entre la ABA y la NBA, generando una nueva disputa legal alrededor del jugador. Cuatro equipos pasaron de una competencia a la otra, incluidos los Nets de New York, pero los Knicks sintieron que era una invasión a su territorio comercial y demandaron a los Nets por 4.8 millones. La franquicia nueva, además, incumplió la promesa de suba salarial para su estrella, quien se declaró en rebeldía y avisó que no jugaría más. Los Nets, para no perderlo por nada, se lo ofrecieron a los Knicks. ¿Qué hizo una franquicia experta en cometer errores? Cometió el peor de su historia: rechazó la oferta y así dejó pasar a un talento generacional, que era ídolo local y todavía estaba en el mejor momento de su carrera. El que aprovechó fue Philadelphia 76ers, que compró el contrato e indemnizó a los Nets, una erogación de seis millones que se amortizó absolutamente en los años siguientes… El Doctor J jugaría la próximas 11 temporadas en Filadelfia, transformándose en ídolo de la ciudad y en una pieza esencial de un equipo que peleó siempre arriba y terminó alcanzando la gloria –y el título, claro- en 1983, luego de haber perdido tres finales.

Doctor J con 72 años en el partido de las estrellas de la NBA
Doctor J con 72 años en el partido de las estrellas de la NBA

Justamente, en la primera definición suya, en 1977, ante Portland, hizo una jugada que tantas veces había hecho antes y que resumió la joya que la NBA había conseguido: en un contraataque fue directamente hacia el aro, sin importar que Bill Walton, el gigante rojo de 2m11 que se especializaba en tapas, lo estaba midiendo. Salto y la volcó por encima suyo, generando una de las volcadas para recordadas de la historia. Fue en el primer juego de una final que Philadelphia empezó ganando 2-0 y perdió 4-2. Aquella no fue la única jugada mítica que se le recuerda. En las finales de 1980, contra los Lakers, hizo una acción que hoy se sigue calificando como “imposible”: el llamado Baseline Move, jugada en la que recorre la línea de fondo en el aire, con la pelota en su mano derecha y, para evitar la tapa de Kareem Abdul-Jabbar, llega a poner la mano y pelota detrás del tablero para, a último momento, hacer un movimiento y dejar la bandeja con tablero. Las fotos de Erving con gran parte de su cuerpo detrás del aro ratifican la dificultad de la jugada. Una final que los 76ers volverían a perder, pero que dejarían varios highlights del Doctor J, como dos volcadas en la cara de Kareem, de 2m18.

La revancha llegaría tres años después, nuevamente en un duelo ante los Lakers. Julius tenía 33 años pero sus piernas seguían siendo prodigiosas. En aquella definición, el legendario locutor Chick Hearn bautizó como Rock the Baby (Acunando al Bebé) aquella histórica volcada sobre Michael Cooper. El alero robó una pelota y corrió la cancha. Cuando estaba por llegar al aro, sacó la pelota de la cintura, la tomó entre la mano y el antebrazo, y despegó. Cooper saltó para intentar tapar pero en el aire se dio cuenta que sería imposible y escondió las manos cuando la enterrada explotaba en la red para el delirio de un abarrotado estadio Spectrum. En esa temporada, los Sixers ganaron 67 de 82 partidos en la fase regular y apenas perdieron un juego en playoffs (12-1), con un Erving aún brillante, siendo un jugador más integral (21.4 puntos, 6.8 rebotes, 3.7 rebotes y 1.6 robo), y recibiendo más ayuda que nunca, de Maurice Cheeks (base), Moses Malone (pivote) y Andrew Toney (escolta).

En el camino, además de su padre y hermano menor, perdió a su hermana mayor –de cáncer a los 37, cuando él tenía 34-, más tarde a su madre y a su hijo, Cory, de 19, en un accidente automovilístico, uno de los cuatro vástagos que tuvo con su primera esposa, Turquoise, con quien estuvo casado durante 31 años (1972-2003). En 1999 admitió haber tenido una hija, la famosa tenista Alexandra Stevenson, con la periodista deportiva, Samantha, la cual reconoció de forma privada desde su nacimiento pero recién públicamente 19 años después. En 2003 tuvo otro hijo extramatrimonial con una mujer llamada Dorys Madden, nuevo conflicto que derivó en el divorcio con Turquoise. Con Madden, luego, tuvo otros dos descendientes y se ambos se casaron en 2008. El mismo admitió tener una adicción por el sexo opuesto. “Perdí la cabeza por las mujeres y he llegado a apostar con cuántas podía tener sexo en noches consecutivas”, contó en un ejercicio de sinceridad brutal. Ya retirado, también le cumplió una promesa a su madre, recibiéndose en la universidad. Luego manejó negocios en la NASCAR, Orlando Magic y hasta Coca Cola.

Erving jugó cuatro temporadas más, siempre en los 76ers, hasta su retiro, en 1987, a los 37 años, en una última temporada en la que cada estadio se llenó para ver la última función del gran Doctor J. Así cerró una trayectoria épica que incluyó 11 elecciones al All Star (16 contando la ABA) y promedios de 24.2 puntos (8° máximo anotador si sumamos ambas competencias), 8.5 recobres y 4.5 pases gol. “Yo quería ser cómo él”, admitió Jordan. “Todos queríamos ser como él”, fue más allá Dominique Wilkins, otro de los grandes volcadores que vinieron detrás del Doctor J. “Muchas veces me pregunté cómo hacía lo que hacía”, aportó George Gervin. “Lo veíamos como un alien, como un extraterrestre”, admitió Pat Riley. Tal vez por ser otra era, sin redes sociales, claro, con poca TV y competencias sin llegada mediática, como el básquet callejero, o con muy poca, como la ABA, Julius Erving no recibe el crédito suficiente. O el que merece. Pero los que lo vieron, los que pagaron una entrada, los que fueron a los playgrounds, los compañeros y los rivales, saben de lo que hablamos. Fue el que voló antes que Jordan, el que hacía ponerse de pie a los hinchas, el que erizaba los pelos, el que dejaba boquiabiertos a rivales, el que hacía anotaciones que nadie creía posibles, el tipo con onda y carisma. Todo eso fue Julius Erving. El inolvidable Doctor J.

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