El mismo espíritu aventurero que lo llevó a explorar Nueva Zelanda, Australia y Dinamarca motivó a Franco San Juan a embarcarse en una experiencia premundialista en Qatar. Allí se celebrará la próxima Copa del Mundo y allí le abrieron las puertas para trabajar como bartender, una profesión que forjó estando a miles de kilómetros de Argentina. Llegó hace algunas semanas a territorio qatarí y, a siete meses de que la pelota ruede entre selecciones, tomó la decisión de marcharse. “No vine por la plata acá. Me falta el ocio, eso no me lo da Qatar”, le cuenta a Infobae.
Franco tiene 29 años, nació en Pérez, localidad situada en las afueras de Rosario. En el año 2016, cuando le quedaban aprobar tres materias para terminar la carrera de radiología, guardó los libros y armó la valija para probar suerte junto a su pareja en Nueva Zelanda. Tras dos años ahí, vivió un semestre en Australia antes de quemar sus ahorros en un viaje por el sudeste asiático, volver a Argentina para reorganizarse y volar a Dinamarca con una working holiday (visa que permite trabajar y recorrer el país elegido durante un año).
“Me fui a Nueva Zelanda sin saber nada, ni siquiera tenía visa de trabajo. Fui a ver qué pasaba. ¿Inglés? Cero. Mi pareja era profesora y le pedía siempre a ella que hablara hasta que me solté y aprendí hablando con la gente. En un año ya hablaba fluido el idioma”, es la introducción de un trotamundos que hizo de todo para solventar sus gastos diarios y guardarse un resto para poder viajar por el mundo.
Arrancó en una plantación de pepinos, pero también fue lavaplatos, cleaning (limpieza en restaurantes en turno de madrugada), recolector de fruta, jardinero, lavaautos y hasta actor de cine: fue convocado para Misión Imposible 6. “Una chica en la ciudad reclutaba talentos y buscaba gente morena para la película. Como a mí me dicen Negro, unos amigos mandaron mi foto y me llamaron para entrevistarme. Me contrató una agencia de modelos que después mandó mi perfil para hacer propagandas, películas y cosas así”, describe su fugaz paso hollywoodense.
A la hora de repasar los trabajos y evaluar los pro y contra, más el costo de vida, aclara: “Afuera no te sirve mucho ser abogado o arquitecto, es mejor ser chef, barista, trabajar en hotelería u hospitality, que es en lo que hay más demanda. Haciendo el laburo que hagas, en estos países vas a laburar fuerte, pero vas a ahorrar seguro”. Las labores pesadas consistían en altas cargas horarias (9 ó 10 horas) con enormes esfuerzos físicos como levantar bolsas con escombros y basura o recolectar frutas y verduras en posiciones incómodas debajo del sol. Su paso por Oceanía le dejó una marca en una pierna por los 11 puntos de sutura que le dieron tras un corte con una chapa, evidencia de que las condiciones de seguridad tampoco son las ideales.
En Dinamarca le fue tan bien como bartender y barista que profundizó en esa carrera y terminó siendo manager de un bar. El plan era saltar a Noruega o Suecia, pero en ese lugar le ofrecieron oficiar de “sponsor” para adquirir un permiso laboral y trabajar con exclusividad por tiempo indefinido. La pandemia trastocó todos los planes. Se produjo un rechazo masivo de visas y terminó haciendo un voluntariado en un hostel de Zagreb, Croacia, con alojamiento, una comida por día y quehaceres atendiendo la barra y limpieza del hospedaje. El coronavirus impidió su mudanza a Suecia y lo devolvió a Argentina, donde transitó todo el 2021 antes de aplicar para el trabajo que le surgió en Qatar.
Superó siete etapas de entrevistas (arrancaron en agosto del año pasado y acabaron a principios de 2022) y voló a Doha, donde se encontró con un mundo que no esperaba.
“Es lujo o la nada. O tenés plata o no tenés. Qatar es un país nuevo, armado por extranjeros. Más de la mitad está en construcción todavía, por eso se ve mucho polvillo y arena en todos lados. En el centro están acumulados todos los edificios que se ven en fotos, pero cuando salís de ahí es otra la realidad”, es la postal de bienvenida que guardó en su arribo. Franco trabaja en un hotel 5 estrellas de 7 a 9 horas diarias, seis días a la semana. Le dan las comidas, transporte gratuito y alojamiento (vive en un departamento junto a otro argentino, dos indios, un nepalés y un filipino en habitaciones dobles con un baño cada una).
Por su trabajo percibe 1.600 riyales por mes (unos 440 dólares), suma que es escasa para ahorrar comparada a la de otros países: “En la calle podés comer algo por 60 riyales y en un restaurante podés gastar de 120 a 150. Me mandaron un precontrato antes de viajar, pero no sabía de qué se trataba el país. Ni las distancias ni las condiciones del departamento en el que estamos, que es cómodo. El transporte funciona muy bien, el metro y Uber son baratos. El costo de vida es caro. Ir al shopping, supermercado o todo lo que implique gastar dinero, cuesta”.
Otra de las cosas que le llamó la atención al rosarino que es fanático de Newell’s es la diversidad de nacionalidades en cada rincón de Qatar, contrastada con la poca cantidad de gente local: “En el hotel no hay ni un qatarí, somos 68 empleados de distintas nacionalidades. Los qataríes que se ven andan en autos de alta gama. Estoy seguro de que la clase baja es la que viene de afuera. Me comentaron que murieron unas 300 personas durante las construcciones de los estadios para el Mundial y ninguno de ellos era local”.
Las obras para hospedar al público internacional que viajará desde todas partes del mundo para presenciar la Copa del Mundo continúan: “Los estadios están terminados, pero siguen construyendo hoteles y departamentos. Estoy seguro de que van a llegar a hacer todo porque son rápidos y están todo el tiempo trabajando en eso”. Sin embargo, tienen falencias en algunas cuestiones administrativas: lleva casi dos meses trabajando y todavía no le dieron el uniforme, son desprolijos para la distribución de tareas y lentos para trámites burocráticos simples.
“En la calle se empezaron a ver más decoraciones del Mundial y ya pusieron un reloj con la cuenta regresiva, aunque la gente no es futbolera. El hotel fue una locura cuando se hizo el sorteo, estuvo lleno. Y dio la casualidad que fue justo un día antes de que empezara el Ramadán”, cuenta. Este rito musulmán invita a los practicantes a no comer, beber ni fumar desde que sale hasta que se pone el sol cada día durante un mes para “mantener la pureza del alma”. Por este motivo, muchos negocios cierran en esta época y se ve poco movimiento en las calles. Por ley, los musulmanes trabajan solo 6 horas en este período, mientras que quienes no lo son deben consumir alimentos y bebidas a escondidas por respeto a los otros.
Son realmente estrictos: “No me dejan tomar mate en la calle. El primer día de Ramadán me subí al colectivo para ir al trabajo con el mate y se dieron vuelta todos para mirarme. Te llaman la atención porque es un tema importante para ellos”.
El entretenimiento escasea para propios y ajenos. En general, la gente se amucha en los bares o shoppings para escaparle a los 35 grados de calor que suelen registrarse pese a que aún no es verano. “Acá no toman mucho alcohol por su religión y sí fuman mucha shisha (una pipa con diferentes sabores) . Se meten siempre bajo techo con aire acondicionado porque el calor es insoportable. El otro día salí a caminar en mi día libre, pero me volví al departamento porque era insostenible”, menciona Franco, que es fotógrafo aficionado y no puede ejercer su hobbie desde que llegó a Qatar: “Para tomar imágenes urbanas y callejeras necesito una licencia; cada vez que saco una foto aparece un seguridad que me dice que no puedo fotografiar”.
EL CONSUMO DE ALCOHOL, LA COMUNIDAD LGBT Y EL TRATO PARA LAS MUJERES
A diferencia de lo que sucede en otros países como Arabia Saudita, el consumo de alcohol está permitido en Qatar, aunque restringido. La oferta aparece en las barras de los hoteles internacionales, bares y locales nocturnos. No dejan que la gente lo beba en las calles y para comprarlo en kioscos y supermercados es necesario portar una licencia especial, a la que solamente tienen acceso los más adinerados.
“Hay cosas que no están del todo explicadas o reguladas pensando en lo que va a ser el Mundial, como por ejemplo si un extranjero podrá comprar alcohol en un supermercado. Acá podés tomar todo lo que quieras, pero en lugares determinados. Hay boliches y bares con todo tipo de música que venden alcohol y duran hasta las 2 ó 3 de la mañana. Todo cierra bastante temprano. Está muy de moda ir al bar de un hotel que tenga terraza. Y shisha tienen en todos lados”, fue el reporte sobre el tema del argentino en Doha.
Respecto a la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgénero) trasladó lo que informaron los medios locales en los últimos días: “Acá no está aceptada la relación homosexual. Se dice que los miembros de la comunidad serán aceptados durante el Mundial, pero pedirán que no muestren cariño o afecto públicamente ni tampoco que porten su bandera porque se las quitarán y probablemente sufran algún tipo de sanción”.
Como en cada cita mundialista, el choque cultural será evidente. Y en esta oportunidad todo se potenciará por las costumbres del país anfitrión. Al lugar que las mujeres tienen dentro de la sociedad qatarí y el supuesto machismo también hizo referencia Franco San Juan: “Se ven chicas trabajando con turbantes y tapadas. Para trabajar en el bar del hotel nos recomendaron que a las mujeres que solo se les ven los ojos y vienen acompañadas por un hombre, tratemos de no mirarlas porque se sentirán invadidas y acosadas. Además, el hombre también puede ofenderse. Un día yo estaba filmando el panorama en un lugar público y una mujer se acercó para decirme que no lo hiciera”.
En las playas aledañas al centro turístico de Doha, con agua cristalina y arena no tan pura ni blanca, es común ver que las mujeres se refrescan con sus túnicas puestas, mientras que la mayoría de los hombres queda en paños menores para mojarse. “Ellas están cómodas vistiéndose como lo hacen porque las han criado así. Los hombres acá tienen permitido tener más de una mujer y deciden todo. ‘Vení acá, sentate allá, hacé esto o lo otro’. En la calle se nota. Es raro de explicarlo, pero se nota que hay un machismo que está presente”, añadió.
Con la guía turística de Qatar bajo el brazo y decenas de experiencias vividas desde que pisó suelo árabe, el rosarino sorprende al decir que ya presentó la renuncia a su trabajo y tiene fecha de regreso para el 22 de abril. Al margen de que extraña mucho jugar al fútbol, ir a la cancha de Newell’s, comer un asado con amigos o tomar una cerveza o un vino sin que le saquen un ojo de la cara, enumeró otras cuestiones que lo invitaron a sellar el pasaporte otra vez.
“El clima no está bueno (por el excesivo calor) y hay desorganización en el hotel, más allá de que me encanta mi trabajo y me llevo bárbaro con la gente que estoy. Estamos lejísimos de todo lo que se puede hacer por la ubicación. Las playas están a 40 minutos en metro, pero los horarios laborales no me permiten llegar a disfrutarlas. Voy del departamento al hotel, no tengo un parque para ir a caminar ni nada de ocio. Vine por la experiencia y está el Mundial, pero no me está gustando nada y siento que pierdo el tiempo. Es la primera vez que me pasa estando en otro país”, fue su descargo vía Zoom.
A la espera de que la empresa que lo contrató le pague el pasaje de vuelta a Argentina como estaba estipulado en el contrato, ya tiene en la cabeza la idea de asentarse en Rosario para colaborar en la empresa familiar de transporte. Como muchas visas son hasta los 30 años, empezó a soltar el plan de seguir viajando por el mundo en modalidad working holiday, pero tiene claro que reunirá dinero para seguir conociendo países y culturas por placer y para vacacionar.
“Si faltara menos para el Mundial, me quedaba. Pero si está todo desorganizado en temporada baja, imaginate lo que va a ser en la Copa del Mundo”, fue la reflexión final.
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