Nació en Lomas de Zamora, pero nunca se consideró un Bicho de Ciudad. Su pasión por la naturaleza y el deseo de tener una vida cargada de adrenalina lo llevaron a ser un Ciudadano del Mundo. Antes de cumplir los 23 años ya se había recibido en la UBA como licenciado en administración, pero sus constantes vacaciones a Bariloche le despertaron un sentimiento profundo con La Patagonia. “La cigüeña se equivocó conmigo, me dejó en un lugar que no me gustaba. Desde chico sabía que mi vida iba a estar lejos de Buenos Aires, y el rafting fue el disparador para dar el primer paso”, le dijo Mariano Bianchi a Infobae luego de una regata por el río Chimehuin, a pocos kilómetros de San Martín de los Andes.
Él se define como hincha, socio y vitalicio de Racing, pero también tiene un fanatismo especial por la Selección. El Mundial de Estados Unidos, en 1994, le despertó una chispa en su interior que pronto se convertiría en su fuego sagrado. Durante su adolescencia se lamentó no haber podido estar en la última función de Diego Maradona con la camiseta albiceleste; y Pomelo, como le dicen sus amigos, entendió que a él también le habían cortado las piernas.
Fue entonces cuando decidió estar presente en todas las ediciones de la Copa del Mundo para seguir al representativo nacional. Y su primer objetivo fue Francia ‘98. En una época en la que la convertibilidad todavía estaba afianzada, y en el país aún no se mencionaban los problemas relacionados con la inflación, abrió junto a un colega un plazo fijo en el que depositó durante 4 años 100 dólares por mes. “Fue un Chancho Mundialista, con el que juntamos 5.000 dólares para cada uno para poder viajar a París”, recordó el simpatizante que vivió su primera experiencia en Europa con el equipo conducido por Daniel Passarella.
“Éramos jóvenes, aventureros y con ganas de conocer el mundo. Habíamos alquilado un auto y seguimos a la Selección por Toulouse, Burdeos, Saint-Étienne y Marsella. Cuando quedamos eliminados me fui para el País Vasco a ver a unos familiares y justo enganchamos las Fiestas de San Fermín. Recién ahí me di cuenta de lo que había pasado. Cuando todos estaban de joda y borrachos, a mí me pegó un pedo melancólico con el que no paré de llorar. No podía entender el tiro de Bati en el palo. Estaban todos de gira y yo no daba más ¡En Pamplona me cayó la ficha!”, reveló el fanático con una nostalgia perceptible.
La gesta por obtener entradas en la reventa fue una de las adversidades que debió afrontar durante sus días en Francia. “En el debut con Japón fue imposible conseguir, porque los japoneses estaban mejor económicamente. Si nosotros estábamos dispuestos a pagar 300 dólares por un ticket, ellos gatillaban 1.500. Fue una desilusión, porque habíamos hecho un esfuerzo enorme para poder estar y terminamos viendo el partido en un bar cerca de la cancha”, subrayó.
Todavía con el dolor que le había provocado el gol de Dennis Bergkamp y sin dinero en el bolsillo, Pomelo no tuvo más alternativa que apelar a la supervivencia para comenzar su regreso a casa. “Como un amigo tenía un vuelo desde Londres, lo acompañé hasta Inglaterra y en un pueblo que se llama Canterbury terminé trabajando juntando manzanas para un tipo de un mercado local. Como era la época de la cosecha, el hombre me llevó a su granja y me albergó en una casilla rodante”.
Su experiencia duró varios meses. Como cuando llovía no se podían recolectar las frutas, aprendió a usar el tractor y desarrollar jugos para la venta. Y cuando reunió el dinero que necesitaba, se subió a una bicicleta para pedalear hasta Londres, donde tomó un vuelo hacia Grecia. Después de tantas exigencias (y frustraciones), necesitaba vacaciones.
Si el dinero se presentaba como un conflicto en 1998, para la edición que se desarrolló en Asia las cosas fueron mucho más complejas. La crisis que estalló en diciembre del 2001, la devaluación y el Corralito pusieron en aprietos a Mariano. “Durante esos años laburaba en España con el rafting y pude juntar plata desde ahí. Fue la única vez que teníamos entradas para todos los partidos y lamentablemente duramos poco”, continuó sobre la expedición del combinado a cargo de Marcelo Bielsa que se volvió en la primera ronda.
Más allá del fracaso deportivo, Pomelo disfrutó del destino asiático de una manera sorprendente. “En Osaka nos hicimos pasar por jugadores de la Selección y terminamos firmando autógrafos en un Starbucks durante horas”, reveló entre risas. “También hicimos muchas amistades. Hasta el día de hoy mantengo contacto con una chica que había conocido en la cancha y era fanática del Ratón Ayala. Como habíamos llevado una Orca inflable para joder en las tribunas, cuando nos volvimos se la queríamos mandar a Tokio para que le quedara como recuerdo; pero enviarla nos salía una fortuna. Entonces, la dejamos en el sector de objetos perdidos y le dijimos que la reclamara para que se la enviaran de forma gratuita”, continuó.
Para vivir sus aventuras en Japón también trabajó como instructor de rafting en el país del sol naciente, porque los ahorros no alcanzaban. “En Sapporo fue donde más disfruté del Mundial. Fue muy intenso. Antes del partido con Inglaterra desafiamos a unos hinchas británicos a un picadito y lo jugamos a muerte. Para nosotros fue una final y por suerte se la pudimos ganar”, recordó.
Más allá de la felicidad que le provocó aquella incursión asiática, su estadía también le permitió entender el fenómeno de los barras. “Como había pocos argentinos que habían viajado por sus propios medios (muchos que vivían en Estados Unidos o Europa), nos cruzamos con un montón de hinchas que llegaron financiados por sus propios clubes. Y una vez vivimos una situación complicada...”
La pausa que mantuvo en su relato fue una muestra de lo que le representa el recuerdo. “Nosotros somos pibes normales que buscamos evitar los conflictos, no nos criaron para agarrarnos a trompadas porque la vida pasa por otro lado. Sin embargo, con una de las banderas que llevamos tuvimos problemas. Era una que decía Las Malvinas fueron, son y serán argentinas, pero la FIFA no nos la dejaba entrar a los estadios. Entonces colgábamos otra que decía Los Sueños Nunca tendrán Corralito. Pero como los barras querían poner sus trapos, nos la tapaban. Lo mismo les pasó a unos chicos de Mercedes, que empezaron a discutir con el jefe de la barrabrava de Vélez, al que le decían Marquitos. Por suerte, cuando apareció la policía no pasó nada, pero cuando volvimos en el tren después de la derrota se pudrió todo...”.
El temor se instaló en los simpatizantes argentinos. Aquel Marquitos confundió a un amigo de Mariano con el joven de Mercedes con el que había tenido el altercado en las gradas. Después de varias discusiones y algunas patadas, el hincha velezano continuó buscando al que sería su víctima hasta que dio con él en la mitad del vagón. “Cuando cerraron las puertas el flaco cobró para el campeonato. Armaron como una especie de ring, en un mano a mano y le dejó la cara a la miseria. El pibe de Mercedes llegó desfigurado. Y mi amigo quedó aterrado porque pudo haber sido él por el parecido físico”.
Durante la Copa del Mundo que organizó Alemania en 2006 vivió todo lo contrario a lo que le había dejado su incursión por Asia. Por aquel entonces había conseguido un trabajo en Tirol, una región del norte de Italia que fue anexada al país de la bota después de la Segunda Guerra Mundial, y viajaba al estado germano para presenciar los compromisos del combinado albiceleste. “Tomaba un trencito desde Bolzano, recorría la parte más finita de Austria y llegaba a Múnich, donde agarraba los trenes de alta velocidad para ir a los destinos donde jugaba el equipo de Pekerman”, subrayó.
Hamburgo, Gelsenkirchen, Fráncfort del Meno, Leipzig y Berlín fueron los lugares en los que además de llevar su pasión, también disfrutó de alguna que otra cerveza local. “Varias veces tuve que dormir en el tren para ir a laburar al otro día al río de Italia”, confesó.
En cambio, cuando organizó su expedición hacia Sudáfrica había conseguido un empleo en Escocia, donde conoció a un sudafricano que lo albergó durante la edición del 2010. “Trato de hacerme siempre el Chancho Mundialista, aunque en el último tiempo no me servía ningún plazo fijo”, reconoció. Su análisis sobre el primer certamen en el continente negro no le dejó un buen sabor de boca. “Fue un fracaso desde la organización, porque fueron pocos turistas y los tickets para los partidos estaban más baratos que el precio oficial. Me acuerdo que para llegar a Durban desde Ciudad del Cabo tuve que tomarme un tren del año sesenta que tardó 36 horas”.
Cuando concluyó la participación del conjunto que lideró Diego Maradona con una aplastante goleada adversa frente a Alemania en los cuartos de final, otra vez se había quedado sin recursos. “Después del Mundial me quedé sin un mango y me fui a España a terminar la temporada de verano a trabajar en una confitería”, reconoció.
La edición de Brasil 2014 Bianchi la catalogó como “una locura”, porque no podía entender “la cantidad de coches que se trasladaron para seguir a la Selección”. “No podía creer cómo un 147 todo destartalado con patente argentina había llegado hasta ahí. Fue todo el mundo y éramos locales en serio”.
En Brasilia, antes del partido con Bélgica, tuvo que dormir en “un telo”, por la cantidad de demanda hotelera que había en la región. “Nos cruzamos con unos correntinos que se habían mamado en un asado y en esa cena decidieron ir a ver los cuartos de final en su auto”, recordó con la cuota de humor que le provocó el recuerdo. “Habían llegado sin entradas y como a nosotros nos sobraban dos, los ayudamos para que pudieran entrar a ver el partido”, deslizó. Y agregó: “Nunca vi tantos argentinos en Río de Janeiro. Copamos Copacabana. Todos con fernet en mano haciendo asados. Una fiesta que lamentablemente terminó mal”. La cicatriz por la final que perdió el elenco de Alejandro Sabella aún no sanó en el corazón de Pomelo.
En Rusia tuvo su última experiencia. Fue un viaje que hizo en soledad, porque sus amigos no lo pudieron acompañar por inconvenientes laborales. Después de meditarlo durante días en la previa, aprovechó para visitar a familiares en Italia y llegó a San Petersburgo para explotar con el gol agónico de Marcos Rojo frente a Nigeria. “Conseguí la entrada en la cola del aeropuerto en Catania gracias a unos argentinos. Una casualidad. Sentí que había llevado la clasificación porque nadie daba dos mangos por el equipo de Sampaoli”, reveló.
Del mismo modo, para los octavos de final volvió a deshojar las margaritas porque la distancia con Kazán no era para nada accesible. “Muchos creen que Rusia está desarrollado, pero salvo por Moscú, San Petersburgo y Sochi, el resto de las ciudades dejan mucho que desear. Las rutas están hechas mierda y el bondi tardó más de 16 horas hasta el lugar donde se jugaba contra Francia. La gente tampoco me entendía, porque nadie habla inglés. No fue un país fácil. Y noté que era un lugar muy subdesarrollado”, completó.
En la actualidad se desempeña como instructor de rafting en San Martín de los Andes con Pomelos Tour. Junto a su socio Alejandro Klapp realiza excursiones a través de Pireco Turismo. Y durante el verano pasado tuvo el placer de acompañar al plantel de River durante una actividad que había diseñado Marcelo Gallardo para sus jugadores. “Primero vino el Muñeco solo para hacer la regata y conocer bien de qué se trataba. Está tan vinculado al club que no quiso agarrar los remos azules y amarillos que tenemos e hizo todo el recorrido con uno para chiquitos porque tenían otro color”, aseguró con la admiración que le despiertan los intérpretes del Millonario.
Al otro día volvió a recibir a la delegación de La Banda completa, y en su bote trasladó a Javier Pinola, Franco Armani, Enzo Pérez, Milton Casco, Jonathan Maidana y tres juveniles. A pesar de su fanatismo por la Academia, vivió una jornada inolvidable junto a las estrellas de Núñez. “Fue una alegría enorme, porque pude conocer la faceta más humana del futbolista. Se divirtieron mucho: se pasaban de un bote a otro, se empujaban y se amenazaban con humor. Igualmente era un arma de doble filo, porque si alguno hubiera tenido alguna lesión fea, nos iba a comprometer mucho. Por suerte salió todo bien y disfrutaron como chicos en un viaje de egresados”.
A meses de lo que será una nueva edición de la Copa del Mundo en Qatar, Mariano Bianchi todavía no se decidió si continuará con la tradición de alentar a la Selección desde cerca. “Los ahorros ya los generé, pero entiendo que es un destino muy caro. El problema será el hospedaje y la vida diaria, porque para los vuelos no habría problemas por las combinaciones aéreas. Es una ciudad chiquita, que dudo de que tenga el ambiente de los bares por los alrededores de los estadios. Aún no me decidí, pero seguramente termine yendo”, cerró. Su historia es la de una pasión sin fronteras.
SEGUIR LEYENDO