Kobe Bryant es uno de esos deportistas que trascienden su deporte. Y el deporte en sí. Y no sólo por su talento, casi tan cautivante como el del mismísimo Michael Jordan, a quien copió movimientos, gestos y jugadas hasta sacarlos casi idénticos. Pero, además, por sus intangibles, por aquellos valores que hacen realmente diferente a una persona: un mentalidad a prueba de balas –y excusas-, una extrema competitividad, una ética de trabajo pocas veces conocida, una curiosidad muy extendida por conocer todo y de todos, y además una calidez humana que contrastaba con esa voracidad “asesina” que mostraba en la cancha.
Todo esto se conocía cuando jugaba (20 temporadas en la NBA, ganando cinco anillos, logrando tres premios MVP y cerrando con promedios 25 puntos, 5.2 rebotes y 4.7 asistencias) y luego de su retiro, en 2016. Pero su estatura como deportista y persona cobró otro nivel desde su trágico fallecimiento, junto a su hija Gigi, el 26 de enero del 2020. Pero no por la clásica frase “todos somos más buenos y mejores cuando morimos”, sino por la cantidad de anécdotas que se conocieron de él, narradas por otros protagonistas, casi tan importantes como él, que marcan lo realmente especial que este era este chico que nos abandonó demasiado pronto (41 años), dejando un legado gigantesco –en especial para los más jóvenes-, pero también una vacío difícil de llenar. En esta nota, para intentarlo, elegimos las 10 mejores historias de la Mamba Negra para realmente saber por qué fue único.
¿Record hoy mañana? El día que avisó cuándo lo alcanzaría…
El 22 de enero del 2006, Kobe tuvo una de las mejores actuaciones individuales de la historia: 81 puntos ante los Raptors, la segunda marca de siempre, tras los míticos 100 de Chamberlain. “Muchos jugadores muy buenos creen que pueden anotar 50 puntos. O 60. Pero yo nunca me puse límites. Creía que podía llegar a 80. Y también a 90. O a 100, ¿por qué no?”, admitió. Así era él, voraz y con una autoconfianza enorme, que se apoyaba en su talento y en lo que trabajaba para dominar en la cancha.
Un mes antes de aquel partido histórico, Kobe venció por sí solo a los Mavericks –serían los subcampeones- en los primeros tres cuartos, anotando un punto más (62 a 61) que todo el equipo rival (los Lakers ganaban 95-61). Phil Jackson, entonces, lo sacó para descansar pero, conociendo la ferocidad de su pupilo, mandó a su asistente, Brian Shaw, a consultar si quería volver a ingresar para conseguir algún récord.
-Pregunta Phil si quieres volver a entrar en estos primeros minutos del último cuarto, tal vez para sumar 70 y luego salir.-No, no me interesa, en otro momento.-¿En serio? Tienes la chance de llegar a 70, eh. ¿Cuántos jugadores han anotado esa cantidad. Puedas quedarte unos minutos, meter ocho tantos más y luego descansar…-No, gracias, lo haré cuando realmente lo necesitemos, cuando realmente importe.
“Brian estaba molesto. Me decía que estaba loco, que podía entrar en la historia. Y, la verdad, creo que podría haber llegado hasta los 80. Pero simplemente sentía que no era esa noche, que volvería a tener otro partido así”, reconoció el escolta. Shaw no era el único que quería más. “Me enojé con Phil porque lo sacó”, admitió Jeanie Buss, directiva top de la franquicia y hija del entonces propietario del equipo. Muchos querían seguir disfrutando del show y que superara el récord de franquicia que ostentaba Elgin Baylor (71). Pero, una vez más, Kobe había tenido razón… Un mes después llegaría el momento de seguir disfrutando. Y del récord.
Kobe, su brillantez individual y cómo construir un equipo
Bryant se hizo famoso por ser un anotador devastador, tal vez uno de los mejores de la historia, junto a Jordan y Kevin Durant. Lo llevaba en la sangre y tenía tantos recursos y semejante competitividad y mentalidad que era casi imposible detenerlo. Pero lo que pasó inadvertido, tal vez por esa brillantez individual, fue la construcción de equipo que fue desarrollando en su carrera, sobre todo a partir de la llegada de Phi Jackson a los Lakers, quien lo convenció de confiar más en los compañeros, sobre todo en Shaq, con quien tendría, igualmente, sus idas y vueltas por cuestiones de ego y protagonismo. Sin embargo, aquella noche del 25 de febrero del 2003, el 24 demostró que podía ceder…
Kobe venía en la mejor racha anotadora de su carrera, con nueve partidos seguidos con más de 40 puntos (46, 42, 51, 44, 40, 52, 40, 40 y 41, en aquel furioso mes de febrero). “Shaq se había lesionado el pie y Phil me dijo que me encargara de la ofensiva. Lo hice. Y, cuando Shaq volvió, yo mantuve ese ritmo. Pero el coach me llamó a su oficina y me pidió que bajara un poco, porque estábamos perdiendo a Shaq, su confianza y lo necesitábamos para junio. Yo le dije que sí y aquella noche recuerdo que llevaba más de 30 y dejé pasar varios tiros para dársela a él. Así terminó la racha”, contó. En los siguientes juegos, Bryant se estableció más cerca de los 30 para permitir que O’Neal volviera a su mejor forma. Tomando una actitud distinta a la de años anteriores, cuando Shaq llegó a idear una seña para que los compañeros no le pasaran la pelota a Kobe, si estaba lanzando mucho, según contó Raja Bell, compañero del pivote en los Suns.
Shaq tuvo más de un enfrentamiento con él. De hecho las peleas entre ambos rompieron aquella dupla fantástica que logró el tricampeonato, cuando O’Neal se fue a Miami en 2004. Fue otra época. Con el tiempo, esas diferencias fueron zanjadas. Durante el funeral de despedida en el Staples Center, el pivote contó una anécdota que resumió parte de la relación que tuvieron y que generó una risotada generalizada en la multitud. “El día que Kobe se ganó mi confianza fue cuando lo enfrenté luego de que los chicos del equipo se me quejaran, diciendo que no pasaba la pelota… Le dije ‘Kobe, no hay una I (yo) en (la palabra) team. Y él me respondió ‘lo sé, pero hay una M-E (yo) ahí, hijo de puta…”.
La dureza de Kobe con sus compañeros si no estaban a la altura
Los standares de exigencia siempre fueron muy altos en Kobe. Con todos. Comenzando con Shaq, el jugador más dominante de la NBA por años, de quien dijo que “si hubiese tenido más ética de trabajo, habría ganado 12 títulos más y quedado en la historia como el mejor jugador de todos los tiempos”… Hay que sólo imaginarse cómo reaccionaba entonces con los “mortales”. Lou Williams, anotador puro que se convirtió en uno de los mejores suplentes de la historia, contó una anécdota que refleja lo duro que era. “Un día nos regaló a todos los jugadores del equipo (Lakers) un modelo de sus zapatillas, pero a las pocas horas perdimos por paliza frente a Portland y él se enojó tanto que nos sacó las zapas y las tiró a la basura, diciendo que éramos unos blandos para llevar cosas de su marca”. Esa, de alguna manera, se popularizo como Mamba Mentality. La mentalidad de un jugador que no aceptaba noches libres. Ni excusas.
Luke Walton, otro obrero, contó lo que sufrió en una sesión matutina de entrenamiento a la que no arribó en las mejores condiciones. “Llegué a la práctica y, como seguramente había bebido demasiado la noche anterior, debía oler un poco a alcohol... Kobe, entonces, informó al resto del equipo de mi situación y les pidió a todos que no les dieran ninguna ayuda defensiva cuando me toca marcarlo a él. Cuando comenzó, yo pedía ayuda y ninguno de mis compañeros aparecía. Yo me reía al principio como diciendo ‘esto es divertido’, pero en la mente de Kobe sólo había una cosa: destruirme. Así fue que me enseñó una lección. Probablemente anotó 70 puntos en ese entrenamiento. Su instinto asesino y ética de trabajo se quedaron grabadas en mí para siempre”, relató al alero.
De admirarlo a querer humillarlo: la especial relación con Jordan
La relación entre Jordan y Kobe siempre fue única. Bryant creció admirando a Su Majestad, queriendo ser como él, en todo. Con su habitual obsesión siguió cada paso e imitó cada acción y gesto técnico. Hasta el punto de existir un video que impacta por las similitudes entre ambos: la forma de correr, cómo postearse, el lanzar tirándose hacia atrás, la manera de atacar línea final y dejar la bandeja pasada, el tic de sacar la lengua, el amagar y usar movimientos de pies, la acción de pararse y tirar, el estilo tan particular de cómo atacar el aro y volcarla, y hasta el abrir los brazos en señal de “estoy imparable”…
Cuando Bryant llegó a la NBA, en 1996, MJ se dio cuenta rápidamente de que era distinto, que estaba en su camino para hacer historia. “En mi mente, pese a que tenía 18 años, estaba la idea de que podía destruirlo”, admitió KB. Lo notó el 23 y le marcó los límites, sobre todo cuando escuchó “este chico es el nuevo Michael Jordan”. Hasta el punto de querer humillarlo en la cancha, para demostrarle básicamente quién era el rey de la selva. Así se vio en cada uno de los primeros enfrentamientos, incluido el All Star del 98, el primero de Kobe, durante la última temporada del 23. Kobe recuerda que en la primera jugada MJ lo hizo ver mal con un amago y conversión. “Sonreí y me dije ‘esto lo vi miles de veces, no puedo creer que caí en su trampa’. Ahí entendí que debía trabajar mucho más...”, aceptó. Así empezó un ida y vuelta entre ellos, que incluso consejos que MJ le dio, cuando su adversario lo consultó, por caso, cómo hacía para realizar la clásica jugada de poste bajo en la que se alejaba con su famoso fadeaway (tiro hacia atrás, en suspensión) ni bien sentía el contacto físico. “Primero tenés que sentir al defensor con tus piernas. En ese momento sabrás hacia dónde girar”, fue el tip que le dio. Kobe, entonces, no paró de entrenar el movimiento hasta hacerlo propio y perfeccionarlo.
Cuando Jordan regresó a la NBA, tras su segundo retiro, para jugar a los 38 años en Washington, el 24 iba camino a la cima de su carrera. Pero, igualmente, Mike quiso demostrarle que seguía vigente, a la altura de los mejores, justamente uno de sus objetivos del retono en 2001. En la segunda temporada en los Wizards, en el primer duelo entre ambos, MJ jugó muy bien, saliendo del banco, y terminó con 25 puntos (9-14 de campo) en apenas 30 minutos, siendo decisivo en el sorprendente triunfo ante los Lakers por 100-99. Bryant, con 24 años , casi 16 menos que MJ, jugó mal y terminó con 8-21 de campo para 27 puntos que no evitaron la derrota. Cuando se iban de la cancha, cuenta Gilbert Arenas, quien se convertiría desde 2003 en la estrella de Washington, MJ le regaló sus zapatillas (Jordan 8) a Kobe y le dio una palmada en la cola mientras le dejó una frase repleta de burla. “Puedes usarlas, pero nunca las llenarás”. Pareció un chiste, pero le pegó tan fuerte a Bryant que, por días, no les habló ni a sus propios compañeros. “No es con ustedes el problema. Es que Jordan le dijo que ‘puede imitarlo todo lo que quiera, pero nunca podrá igualarlo”, los tranquilizó Phil Jackson, según relató Arenas.
Todos, entonces, miraron el fixture y cuando volverían a cruzarse con los Wizards. Sería casi cinco meses después, en Los Angeles. Kobe marcó ese partido en el calendario. En rojo. “Ellos me dijeron que ya sabían lo que pasaría cuando volvieran a enfrentarse”, relató Gilbert. Como era de esperar, cuando llegó ese momento, el 24 se encendió. Fueron 55 puntos, ¡42 en el primer tiempo!, con 15-29 de campo y 9-13 en triples. Un verdadero recital en la cara de un Jordan que ya había cumplido 40 años. MJ sumó 23 tantos, con 10-20 de campo, y jugando la friolera de 41 minutos. La revancha se había consumado. Una vez más. Y hasta el 23 la había sufrido. “Kobe era un psicópata, así de simple”, resumió Arenas.
No es casualidad que un mes antes, el 9 de febrero, Kobe arruinara el último All Star de MJ. Fue en Atlanta, cuando Jordan anotó un golazo sobre Shawn Marion, uno de los mejores defensores del momento, para darle la ventaja al Este, faltando tres segundos en el suplementario. Ese tiro ganador, en suspensión, a días de cumplir 40 años, parecía ser un nuevo capítulo hollywodesco en una historia llena de momentos épicos, pero una jugada final de Kobe, con falta, le permitió meter dos libres y forzar un nuevo tiempo extra, en el que Bryant completaría la faena para quitarle el triunfo y el MVP a su maestro –quedaría para Kevin Garnett, del Oeste-. Aquel partido también es recordado por los duelos que tuvieron en cancha. Y el diálogo, entre risas, que pudo escucharse por los micrófonos de la NBA.
MJ: “Eso fue falta, todo el día…”KB: “Oh, sé que no hablás en serio, sé que no lo hacés”MJ: “Eh, ojo, vos sólo tenés tres (anillos), yo tengo seis. Esa es falta, la voy a tener. No te olvides que hoy tenés tres…”-KB: “Sé lo que estás haciendo… La próxima tenés que tirar más rápido”.-MJ: “Si sabías lo que iba a hacer, ¿por qué te comiste la finta?”.-KB: “Mike, después de amagar, ¿adónde vas a ir?-MJ: “Levantaste tus pies, los olvidaste”-KB: “¿Pero yo me di vuelta (en la jugada)? En serio, ¿adónde vas a ir?”-MJ: “Por vos voy a ir. Voy a ir por tus costillas”
Así era en la cancha, pero afuera fue distinta la historia. Incluso, en noviembre del 99, se reunieron para que MJ le diera consejos. Por pedido de Phil Jackson, quien creía que Kobe estaba pasando por un momento que Jordan había superado antes de empezar a ganar campeonatos. Fiel a su personalidad, competitiva hasta en las palabras, Bryant rompió el hielo con una frase de su estilo. “Hey Mike, ¿cómo estás?¿Vos sabés que yo podría patearte el trasero en un 1 vs 1, ¿no?”. El mejor de todos los tiempos sólo atinó a sonreír. Ya retirado, con nada por demostrar, prefirió dejar de lado su ego. “Seguramente así sería. No estoy jugando hace un tiempo…Pero acá lo importante es que podemos charlar para que aprendas de los errores que cometí”, le dijo Su Majestad, quien se sentía identificado en muchas cosas suyas que veía en Bryant. Así lo contó Phil Jackson en su libro Once Anillos.
“Crecí viéndolo jugar, admirándolo y desde aquel día tuvimos una relación muy especial”, admitió Bryant, ya siendo un ganador consumado, agradeciendo el legado. MJ lució devastado tras su muerte. “No puedo describir mi dolor. Amaba a Kobe, era como un hermano menor. Solíamos hablar seguido, lo voy a extrañar. Era un competidor feroz, uno de los más grandes, una fuerza creativa y un papá increíble”, escribió Michael tras la noticia. En el homenaje que se realizó tiempo después en el Staples Center, fue el más emocionado, el que más lloró. Seguramente porque admiraba su pasión, que su pupilo lo amara tanto y tuviera semejante devoción por ser como él. Valoraba que le hubiese copiado cada cosa de su juego y hasta ese desafío de querer hasta superarlo... “Kobe era apasionado como nadie. Y quiso ser el mejor jugador que podía ser... Solía mandarme mensajes a las 3 de la mañana. Una locura. Pero aprendí a quererlo y traté de ser el mejor hermano mayor que pude ser. Todos querían hablar de las comparaciones conmigo, yo sólo quería hablar con él”. Así, con el corazón en la mano, cerró un discurso hermoso que, más allá de Bryant, dejó de moraleja para tantos jóvenes: aprovechen cada día, cada hora, para ser mejores en lo que aman, para ser mejores en la vida, para pasar momentos con los seres que aman. Así lo hicieron Michael y Kobe. Y eso los unió siempre.
La lección a Shumpert: cómo meterse en la cabeza del rival
Bryant fue famoso, también, por su trash talk, el “diálogo basura” que le permitía sacar de quicio a los rivales. Hay muchas historias en ese sentido, pero Iman Shumpert contó una épica, con detalles. El escolta llegó a la NBA como un gran talento de la NCAA, tras ser elegido con el N° 17 del draft, en 2011, y de a poco comenzó a hacerse un lugar como un muy buen defensor. Pero todavía tenía mucho que aprender y Bryant se lo enseñó. “Recuerdo un partido en el Madison en que lo estaba defendiendo muy bien. Se la había robado varias veces y en ese momento lo único que pasaba por mi cabeza era lo que le iba a contar a mi hermano luego del partido, que se la había robado, que se la había sacado de la mano cuando iba a tirar, que había logrado penetrar y volcarla… Pensaba en todo eso, estaba muy emocionado, teniendo una experiencia extracorporal”, relató en la primera parte de la anécdota.
Pero, claro, faltaban 12 minutos… “Cuando estaba por comenzar el último cuarto, Kobe se acercó y me dijo: ‘Has jugado un gran partido, joven’. Yo miré el reloj, vi que faltaba mucho y dije ‘todavía falta, ¿por qué me dice esto?’”, continuó con la historia. Lo que vino después explicó todo… “Me atacaba una y otra vez, me amagaba para acá, para allá, la pasaba a los costados, se frenaba a diez metros y lanzaba sobre mí a lo Steph Curry… Venía teniendo un partido normal y de repente, boom… Fue cuando se pidió un tiempo muerto y mi entrenador, Mike D’Antoni, me mira y le hago como diciendo ‘es Kobe Bryant’”, completó. Una experiencia que vivió decenas de rivales. Los partidos se hacen largos en el básquet y más cuando enfrente tenés a The Black Mamba…
Las enseñanzas para compañeros que se propagaron en equipos
Julius Randle llegó a los Lakers en 2014, luego de ser elegido como el pick N° 7 del draft y, como siempre pasó en el equipo, Kobe se transformó en su maestro, su mentor… Dos temporadas enteras compartieron hasta que Bryant se retiró pero este ala pivote contó cómo le quedaron marcadas las enseñanzas, en especial en el plano del trabajo, uno de sus mayores legados. Uno de los consejos que le dio era que, cada vez que llegara a una ciudad, sin importar la duración del vuelo, el cansancio o el horario, fuera a entrenar a alguna cancha antes de irse a descansar al hotel. Julius lo puso en práctica pero una situación que vivió en Detroit le dejó claro que no eran sólo palabras de Kobe… Era el otoño del 2020 cuando, antes de viajar a la ciudad de los Pistons, junto a los Knicks –los Lakers lo canjearon a New Orleans en 2018 y luego terminó en NY, en julio del 2019-, Randle consiguió autorización para que una escuela le permitiera ir a entrenarse de noche. Cuando el jugador llegó a la cancha, lo estaba esperando el director del colegio.
-Qué bueno verte por acá. Los jugadores profesionales ya no vienen a entrenar como vos. Es más, te cuento que el último jugador que anduvo por aquí fue Kobe.
Randle sintió una emoción especial y aseguró que esa historia le cambió su perspectiva sobre el entrenamiento. Incluso se la contó a sus compañeros de los Knicks, quienes desde ese día comenzaron acompañar a Julius en esas sesiones extra. Una forma de entender el deporte. Y la vida. Dando todo, sin excusas. Preparándose como nadie para ganar. Esto, Kobe, lo hizo una y otra vez, de distintas maneras, en cada equipo y con los compañeros que querían aprender y ser mejores.
Con Pau Gasol, por caso, tuvo una relación muy especial que ayudó al potenciar al español. Kobe sabía lo importante que era el pivote, en especial si quería ganar sin Shaq. Entonces buscó moldear al catalán y, en el camino, lo empujó hacia la excelencia. Como muestra vale un botón… En la final olímpica del 2008, que enfrentó a USA ante España, en uno de los mejores partidos FIBA de la historia, Bryant no tuvo piedad con Gasol, incluso al punto de romper una cortina y tirarlo al piso. Cuando volvió a Los Angeles, en el primer día de pretemporada, Gasol encontró la medalla de oro en su asiento del vestuario. Pau no dudó en recriminarle su actitud pero Kobe, muy tranquilo, le explicó el motivo del detalle, que lejos estaba de querer ser una cargada. “La temporada pasada perdimos la final NBA y fue muy doloroso. Vos, además, perdiste la final olímpica. No permitas que pase una tercera vez, esta temporada tenemos que ganar el anillo”, le dijo. Estaba claro: quería pincharlo, motivarlo. Como hizo alguna vez, cuando dijo que era “un cisne blanco, necesitamos que sea negro”, diciendo que no era lo suficientemente agresivo y dando a entender que, como algunos blancos, Pau era un tanto blando. A los pocos meses, en junio, Pau brilló en los playoffs y los Lakers se tomaron revancha de los Celtics en la final de la NBA. Kobe, de esta forma, se sacó una mochila: ganar sin Shaq y lograr el cuarto título de su colección más amada.
Desde ahí, ambos tuvieron una relación de hermandad. “No hay un solo día en el que no te tenga presente. Tu espíritu, tu determinación, tu cariño... continúan brillando en mi vida. Soy un afortunado por haber compartido alguno de los grandes momentos junto a ti”, fueron las palabras, emocionadas, que le dedicó Pau tras el fallecimiento.
Historias de una obsesión: mirar, copiar y hasta leer sobre tiburones
Las historias sobre el sacrificio que Kobe estuvo dispuesto a hacer para progresar como jugador se apilan. Una arriba de la otra. Como papeles en un juzgado judicial argentino. Comienzan en un consejo, como aquel a Randle, y terminar en anécdotas que impactan. Por esa obsesión que Bryant tenía por ganar. Y ser su mejor versión.
Idin Ravin, ex entrenador y agente de jugadores, contó que se cruzó a Kobe en un hotel, en 2010, y luego estuvieron intercambiando mensajes sobre una mejora técnica que el astro buscaba: potenciar su crossover, el cambio de dirección en la penetración. Le contó que estaba viendo videos de Tim Hardaway, lo que era obvio, tal vez el mejor en esa acción en la historia. Pero le pidió que adivinará el segundo nombre. Ravin mencionó al menos 20 nombres, sin suerte. Podía haber estado todo el día. Bryant se lo dijo: Dejan Bodiroga. El alero serbio, a pesar de que no era un jugador rápido, tenía pulidos fundamentos y efectuaba a la perfección una jugada que fue su sello, el látigo, que venía a ser como una especie de crossover a una mano. Kobe, queda claro, era muy curioso, alguien que no tenía límites en su búsqueda de mejorar sus habilidades.
Se trataba de un estudioso del juego y un analista compulsivo que no escatimaba recursos y tiempo para seguir aprendiendo. Otro ejemplo se dio con Allen Iverson. Luego del 19 de marzo de 1999, cuando ese terrible anotador que fue AI lo dejó en ridículo, anotándole 41 puntos y repartiendo 10 asistencias, se obsesionó con encontrar la forma de enfrentar a aquel escolta pequeño (1m84) que tenía una terrible capacidad anotadora, gracias a sus cambios de dirección, velocidad y caradurez. “Me la pasé leyendo artículos y libros sobre él. Vi las repeticiones de sus partidos. Estudié sus éxitos y sus luchas. Busqué como un maníaco cada debilidad que pudiera encontrar. Incluso llegué a estudiar cómo los tiburones blancos cazan focas en la costa de Sudáfrica para intentar detenerlo”, contó Bryant en el sitio The Players Tribune. Un detallista obsesivo que siempre buscó acercarse a la perfección.
Una ética de trabajo nunca vista: lecciones que cambiaron carreras
En búsqueda de esa perfección, Kobe era capaz de cualquier cosa, de esfuerzos que casi nadie pudo hacer, al menos con su consistencia. Así lo demuestran las decenas de relatos que hay en ese sentido. Phil Jackson asegura que, un día llegó temprano al entrenamiento, y Kobe estaba durmiendo en su auto, en el estacionamiento. Se había quedado hasta altas horas de la noche en una rutina personal, no incluida dentro del plan del equipo, y como sabía que al otro día, a primera hora, tenía que volver a practicar con sus compañeros, prefirió quedarse, reclinar el asiento y dormir ahí. Phil lo invitó a desayunar antes del entrenamiento. “Tenía que admirar su dedicación y ganas. Momentos así nos unieron mucho. Kobe estaba antes que todos y por eso nos gustaba desayunar juntos, antes que llegaran los demás”, contó en el New York Post quien sería el maestro que terminó de darle las herramientas para llegar al máximo nivel.
Estas epopeyas se repiten en boca de sus compañeros. “Se levantaba a las cinco de la mañana, se pasaba cuatro horas trabajando en sus movimientos y practicando lanzamientos en la cancha, y después levantaba pesas en el gimnasio durante dos horas. Después se iba a su casa a comer y descansar un rato para luego volver a seguir tirando otro largo rato. Así cada día”, recordó Horace Grant, quien también compartió equipo con Jordan pero se vio sorprendido por el profesionalismo de Kobe. “A veces llegaba y estaba haciendo movimiento sin balón, cortando o haciendo que driblaba o tiraba. Yo pensaba que era absurdo, pero no tengo dudas que a él lo ayudaba”, agregó Shaq, quien justamente estaba lejos de Bryant en el sacrificio diario que se ponía en el trabajo.
Jason Williams, un base que fue el pick #2 del draft 2002, fue testigo en persona de esa incansable ética de trabajo. “Yo, en mi carrera, siempre traté de trabajar más que los otros, era mi forma de diferenciarme o dejar mi huella. Recuerdo que un día enfrentábamos a los Lakers en LA y el partido era a las 7. Entonces, dije, voy a ir a las 3 y me voy a asegurar que voy a meter 400 lanzamientos. Claro, enfrentábamos nada menos que a los Lakers campeones de Kobe y Shaq. Llegué al estadio y ¿a quién vi? A Kobe. Estaba trabajando hacía un rato. Pero no así no más, para calentar, o de forma vaga. Estaba practicando a velocidad de juego, haciendo uno y otro movimiento. Me senté, desaté los cordones y dije ‘voy a ver cuánto dura esto’. Me quedé mirando y a los 25 minutos terminó… Me fui, me senté en el sauna y me preparé para el partido. Kobe nos metió 40 puntos en aquel juego y cuando me lo crucé tuve que preguntarle”, contó.
-¿Por qué entrenaste tanto antes del partido?
-Porque te vi entrar y quería demostrarte que, no importa lo que tu entrenes, yo estoy dispuesto a entrenar más que vos”.
Así fue que Kobe, con su ejemplo, sentó las bases de muchos, conocidos y no tanto, compañeros y rivales, obreros y hasta estrellas. Como hizo con Dwyane Wade, por caso. “Cuando llegué a la NBA (en 2003), Kobe era la vara más alta, el mejor jugador del momento. Lo pensaba cuando estaba por llegar y lo ratifiqué cuando comencé a jugar. Tenía 24 años y ya tenía tres títulos. Como competidor sabía que era él, que si lo quería ser grande, tenía que llegar a ese nivel”, recordó en una nota que le dio a JJ Redick, otro veterano jugador que tiene un podcast (The Old Man & The Three), para luego meterse de lleno en la experiencia vivida en 2008 que potenció su carrera. “No hablamos mucho durante los primeros años en la liga, pero eso cambió en aquellos Juegos Olímpicos. Y todo nació a partir de los entrenamientos. Uno a veces no sabe de qué están hecho los jugadores con los que compite, pero cuando uno pasa tiempo con ellos y ve sus rutinas, se da cuenta de qué es lo que se necesita para llegar a otro nivel. Y yo, en aquellas semanas, estuve entrenando mucho con él, varias veces nosotros solos. Ahí creo que me gané su respeto y me convertí en su hermano menor. Recibí todo tipo de consejos, en especial del juego, porque él tenía un enorme conocimiento del básquet. Me habló de lo que sería no ser titular para mí y me explicó qué haría él y qué podía hacer yo, cuando compartiéramos el campo. Con detalles. Así fue que logré muchos robos y volcadas en esos partidos. Y así, además, construimos una relación muy especial, una hermandad, con charlas de cosas muy íntimas que la gente no sabe, claro, y que luego también se trasladaba a la cancha. Terminaba preguntándome a mí cómo hacía tal o cuál cosa, y yo no podía creer que Kobe Bryant estuviera haciendo eso conmigo. Tal vez por todo esto, cuando él se retiró, perdí algo en mi interior. Ya no tenía a quien seguir, con quién desafiarme, con quién motivarme… Había otros, pero me faltaba él, su grandeza y competitividad”, completó.
Wade, además, contó una anécdota puntual, de una mañana, que grafica lo que era la Mamba Negra y cómo impactó en su vida. “Yo había escuchado que Kobe era un monstruo (del trabajo), pero en las Olimpíadas lo confirmé. Porque uno cree lo que se dice, pero no lo confirma hasta que uno lo ve… Una noche fuimos al entrenamiento, terminamos tarde, cerca de la medianoche y acordamos, con él y Carmelo, volver a entrenar temprano en la mañana. Dormimos tres horas y nos encontramos en el comedor para desayunar y volver a practicar. Y ahí lo encontramos a Kobe, sentado, con hielo en sus rodillas. Entonces le decimos ‘eh, Kob, ¿qué pasa’’. Y él nos dice ‘terminé un entrenamiento y ahora voy por el otro’. Entonces ahí pensé: ‘finalizamos hace tres horas una práctica, pero él ya hizo otra y va por la siguiente. Tengo que repensar todo lo mío, porque este muchacho esté en otro nivel, en el que yo no estoy y supuestamente soy grandioso’. Esa clase de profesional era él, y me empujó a hacer más, a intentar ser mejor… Era un bestia Kobe”, contó. Una historia que se popularizó en el Dream Team y dejó la vara bien alta.
Redick tomó la posta en la charla. “Sí, era así, maníaco con el entrenamiento. En esa preparación, en Vegas, cuando yo fui de sparring, recuerdo que llegué al gimnasio y me encontré con el asistente Johnny Dawkins, quien estaba maldiciendo a Kobe porque lo había hecho ir a las seis de la mañana para un entrenamiento en el que sólo había practicado un movimiento. Por tres horas. Un solo movimiento”, comentó. El concepto lo cerró Dwyane con una nueva situación que se le vino a la mente: “La gente cree que estas historias no son reales, pero lo son. Un día, en la previa de un partido ante los Lakers, llegué a verlo calentar y estuvo todo el tiempo practicando un movimiento. Dije ‘bueno, ahora sé qué hará en el partido’. Bueno, pese a que tenía esa información, no pude parar ese movimiento en toda la noche. Porque él lo perfeccionaba hasta que era indetenible”.
Bryant no lo hacía para mostrárselo a nadie, pero no impedía que otros lo vieran, de alguna forma para dejar su legado y otros copiarán lo que tanto le servía a él. Así lo entendió Alan Stein Jr, coach de fundamentos que lleva más de 20 años trabajando con los mejores jugadores y quien se topó con Kobe en la primera edición del Kobe Skill Academy, un mini camp intensivo, de tres días, con los mejores prospectos jóvenes de la nación que se hizo en Los Angeles, en 2007. “Kobe era el mejor jugador del momento y yo, claro, había escuchado cuán locos e intensos eran sus entrenamientos. Entonces, cuando tuve la chance, le pregunté si podía presenciar uno de ellos. El fue increíblemente amable y me dijo que no había problemas, que nos encontraríamos a las 4. Yo pensé y pensé ‘¿cómo hará?, si la actividad del campus comienza a las 3.30′. El vio mi expresión de confusión y me aclaró: ‘4 de la mañana’, arrancó.
Como decir que no era una opción, “no hay una legítima excusa, al menos para alguien como Kobe, le contesté que ahí estaría –siguió Stein-. Pensé, además, que debía impresionarlo, dejar mi marca, dejarle claro lo serio que era como coach… La forma era estar ahí bien temprano. Entonces puse el despertador a las 3, cuando sonó, salté de la cama, tomé un taxi y estuve ahí a las 3.30. Pero, cuando me bajé del auto, estaba todo oscuro y vi luces en el gimnasio. Mientras me acercaba también escuché el sonido de los botes de la pelota. Ya cuando entré, lo vi. Estaba él trabajando. Y todo transpirado. Estaba haciendo un trabajo, antes de lo que tenía pautado con su entrenador… Yo no dije nada, me senté a mirar. En los 45 minutos que siguieron quedé en shock. Vi al mejor jugador del planeta hacer lo más básicos fundamentos en ataque. Kobe hizo los movimientos que les vivo enseñando a los chicos de secundario. Pero, claro, con un nivel de intensidad y ejecución que nunca vi, con una precisión quirúrgica… Luego de dos horas, todo terminó, yo no dije nada y me fui, pero mi curiosidad me pudo. Tenía que saber por qué y cuando lo crucé en el camp, le pregunté...”, reconoció.
-Kobe, no entiendo. Tu eres el mejor jugador del mundo, por qué hacés driles tan básicos
Con una sonrisa y la amabilidad que lo caracterizaba, aunque con la seriedad que la respuesta ameritaba, Bryant contestó.
-¿Por qué creés que soy el mejor jugador del mundo?
Segundos después, aclaró. “Porque nunca me aburro de hacer lo básico”.
Para Stein fue un momento bisagra en su carrera, uno que le ratificaba su camino. “Para un entrenador joven como yo fue una lección que me cambió. Porque algo sea básico, no quiere decir que sea fácil. Si fuera sencillo, todos lo harían. Vivimos en un mundo que nos dice que estoy okey saltarse pasos, que nos hace ir detrás de lo que es sexy, divertido o llamativo pero ignorar lo que es básico. Pero lo básico funciona. Siempre lo fue y siempre lo será. Lo primero para mejorar, en cualquier área, del trabajo o de la vida, individualmente o en equipo, es hacer lo básico. Y tener la humildad de saber que implementarlo cada día no es fácil”, concluyó.
El Kobe más humano: regalos y atenciones de un pibe generoso
Bryant también se hizo famoso en el ambiente por algunos gestos fuera del campo que sorprendieron a muchos y que la gran mayoría nos enteramos luego de su muerte, cuando los protagonistas de las historias comenzaron a relatarlas. Tenían que ver con regalos que dio o atenciones que tuvo, mostrando su lado más humano, más de pibe con mundo, un muchacho empático al que le importaban las relaciones sociales mucho más de lo que parece. Claro, uno lo venía en la cancha, como una máquina de competir –y ganar-, pero en los momentos en que los árbitros no sonaban el silbato o, antes y después de los juegos, se encendía otro Kobe. El más humano. Anécdotas hay varias pero la contada por Chandler Parsons hace días refleja esta faceta menos conocida del astro.
Cuenta el alero, hoy retirado tras una seguidilla de lesiones que lo sacaron de las canchas, que en el primer partido que lo enfrentó, con los Rockets, los compañeros y, sobre todo el entrenador (Kevin McHale), le avisó lo difícil que era defender a Kobe para un rookie, sobre todo en términos mentales y en un partido en el Staples Center. “Habrá mucho show, celebridades en primera fila y él estará ofendido porque lo vas a marcar vos. Puede ser que te hable y quiera meterse en tu cabeza, me avisó. Cuando comenzó el partido vi a todos los famosos, esto y el otro, y ya estaba distraído. Cuando comenzó el último cuarto, Kobe se acercó y me dijo ‘¿se quedan esta noche en la ciudad?’. Yo miré para todos lados, sobre todo a McHale, y cuando no me vio, le dije que sí. Entonces me dijo ‘te voy a pasar un número para que tengas todo arreglado en algún lugar para esta noche’. Yo me sonreí y le dije ‘sí, sí, claro, sé lo que estás tratando de hacer’. Vi entonces que McHale me está mirando, como diciendo ‘no hables con ese hijo de puta’ y el juego siguió. Kobe metió más de 40 y perdimos, recuerdo”, arrancó con el relato.
“Después del juego, yo estaba con los veteranos del equipo debatiendo dónde ir, cuando recibí un mensaje de texto que decía ‘está todo arreglado en Supper Club. Firmado: Mamba’. Lo primero que pensé fue ‘imposible, alguien me está cargando’. Le pregunté a un compañero y le respondía, preguntando si él venía. Me dijo que no podía, pero me aclaró que estaba todo listo y que, cualquier cosa más, le avisara. Fue cuando tomé coraje y conté en la mesa lo de la invitación… Terminamos yendo todos, pasamos la mejor noche, la más loca, en un lugar increíble, donde las mesas son camas de dos metros…”, continuó, aunque dejando abierta la historia para un final épico. “Eran las dos de mañana cuando veo a la camarera viniendo directo hacia mí con lo que sabía era la cuenta. Estaba con todos veteranos millonarios pero venía hacia mí y yo estaba transpirando, pensando de cuándo será la suma que gastamos. La abrí y decía 22.000 dólares. En ese momento me sentí mal, casi descompuesto. Dije ‘esto no puedo, la tarjeta me la rechazarán’. Entonces la persona me pasó una lapicera y me dijo ‘firme, por favor, por el señor Bryant’. Yo, imagínate, no lo podía creer: Kobe estaba pagando la cuenta de un club nocturno a jugadores rivales y yo firmando por él. Fue una locura, pensé ‘este tipo es increíble, tal vez lo haga con todos’” Recuerdo que le saqué una foto a la cuenta y aún lo guardo”, completó.
Así era con todos y no sólo con los famosos o más conocidos. Era capaz de tener este tipo de atenciones con personas que veía por primera vez. Como le pasó a Sergio Hernández, cuando dirigía a la Selección argentina. “En 2007, en el Preolímpico de Las Vegas, jugamos la final contra Estados Unidos. Perdimos y en la conferencia de prensa me encuentro con Kobe. Y él era un chico siempre curioso, que quería conocer a todo el mundo, saber de sus vidas. Entonces me pregunta por la mía… Le dije que tenía dos gemelos de 13 años, que juegan al básquet y son fanas tuyo… Nos fuimos y un año después, un par de días antes de cruzarnos en semifinales, en Beijing, me pregunta “¿coach, puedo enviarles algo a sus hijos?”. Lo cierto es que jugamos el partido, yo volví al vestuario casi una hora después y, cuando llegó, quedaba sólo Nocioni, que me dice ‘Sergio, entró Kobe, buscándote y como no te encontró, dejó esto para vos’. Eran las zapatillas con las que había jugado el partido, firmadas… Lo había visto una sola vez y, un año después, él se acuerda y tuvo ese gesto. No tuve ídolos, la verdad, pero lo más parecido a eso fue este tipo”, relató Oveja.
Su conexión argentina: el fútbol y la selección de básquet
La relación de Bryant con nuestro país comenzó de muy chico. A los 10 años, para ser más exactos, cuando vivía en Italia, junto a su familia, por el pasado que su padre, Jellybean, tuvo como jugador. Hernán Montenegro jugaba como extranjero en otro equipo, el Anabella Pavia, y enfrentaba seguido al Pistoia del viejo Bryant. Y, claro, siempre con él estaba Kobe. No sólo con una pelota de básquet sino también con una de fútbol, siempre al costado de la cancha, en los pasillos, por todos lados. Y el Loco, como buen argento futbolero, era el único que se prendía a jugarle un poco. “El viejo me odiaba porque decía que tenía que jugar al básquet pero él prefería estar con la de fútbol y yo lo incentivaba. Era fana del Milan de Arrigo Sachi, que tenía a Van Baster, Gullit, Rijkaard… Yo le decía que tenía que hinchar por Maradona”, recordó el pivote bahiense, quien precisó cómo llamaba al purrete. “Le decía pendejo del orto, que él repetía diciendo ‘io sono un pendejo del orto’ y todos nos reíamos”.
No sabemos si le hizo caso a Montenegro o no, pero Maradona fue uno de sus primeros ídolos futbolísticos de Bryant. Cuando Diego brillaba en el Napoli, él vivía en Italia. Siempre quiso conocerlo, pero recién lo logró en los Juegos Olímpicos 2008. “Fuimos a ver Argentina-Brasil. Ese día conocí a Pelé y a Diego Armando Maradona”. Así arrancó la anécdota, con una sonrisa y una forma de contarla que revive lo especial que fue aquel momento. “En ese momento volví a ser chico, aquel chico que sentía que Maradona era el hombre. Por eso, conocerlo luego de tantos años, poder sacarme una foto, que me firme un autógrafo y poder charlar un poco, fue ese momento que tal vez algunos chicos viven conmigo... Aún tengo la foto en un cuadro en mi oficina”, comentó durante el Mundial de fútbol de Sudáfrica, en 2010, al cual asistió a ver varios partidos.
Antes también se había dado el lujo de interactuar con otras estrellas de su otro gran deporte, el fútbol. “Conocí a Ronaldinho cuando venía a Los Angeles con el Barcelona y recuerdo que un año me dijo ‘te voy a presentar al jugador que va a ser el mejor de todos los tiempos’. Yo le dije pero si ese sos vos y me dijo ‘no, no, es un chico de 17 años que será mejor que yo’. Bueno, era Messi. Y tenía razón. Tranquilamente es el mejor de siempre”, comentó con una sonrisa y un gesto de admiración.
Con el tiempo, en especial cuando Kobe empezó a ser el líder de una selección estadounidense que quería retomar el reinado mundial, el astro comenzó a tener relación con nuestros basquetbolistas, los mismos que justamente habían puesto de rodillas al imperio deportivo que él ahora representaba. Tras los fracasos del 2002 y 2004, cuando Argentina les ganó en partidos claves –siendo el primer en vencer a un Dream Team y luego eliminarlo en la semifinal olímpica-, Bryant entendió que, primero, había recuperar una identidad, imponer un standard de calidad, y segundo, detener a ese equipo del que escuchaba historias tan especiales. Aquella refundación la encabezó Mike Krzyzewski, un coach muy prestigioso que venía de un éxito prolongado en la NCAA y logró convencer a los mejores para que volvieran a un equipo que se dio en llamar el Redeem Team (Equipo de la Redención). Y la historia que el entrenador contó -en el podcast del jugador JJ Redick- de cómo cambió esa historia está directamente relacionada con Kobe, Manu Ginóbili y nuestra mítica Generación Dorada. “Fue un momento en el que estábamos tratando de crear una cultura en la Selección. Kobe, Chauncey Billups y Jason Kidd fueron convocados para darnos liderazgo sobre los LeBron y Carmelo. Estábamos preparándonos para Beijing y yo estaba en Las Vegas con mi staff, antes que llegara el equipo. Escucho que golpean la puerta, abro y era Kobe. Me pide hablar y fuimos a una sala privada. Ahí me dijo: ‘Tengo que pedirle un favor. Quiero defender al mejor perimetral de cada rival que enfrentemos’. Yo me sorprendí. Kobe era el máximo anotador de la NBA y el mejor jugador de la liga en ese momento, pero sentía que debía cambiar un poco y ser un líder en todo aspecto”, comenzó Coack K, dejando en claro la ambición que tenía The Black Mamba. Y trazando una similitud con MJ. “Me vio con esos ojos, esa mirada asesina que compartía con Jordan y me dijo “coach, prometo que los voy a destruir”. En la primera práctica, Bryant no tomo ni un tiro y Coach K se lo recriminó. “Le dije que los voy a destruir”, repitió. “Yo te vi destruir equipos con tu ataque, lanza el maldito balón”, argumentó, sacándole una sonrisa a todos.
Pero, claro, el plan de KB iba más allá y tenía como principal enemigo a la Selección argentina. “Kobe había visualizado que para ganar el oro tendríamos que vencer a Argentina, sí o sí, ya sea en las semifinales o en la final, y él quería marcar a Ginóbili. Él ya tenía eso, claro. Se iba a preparar para defenderlo y no era simplemente para darles un ejemplo a sus compañeros. En ese duelo recuerdo que ganábamos por 20 cuando Manu se lesionó. Pensé entonces que ganaríamos por 40, pero no fue así porque que a Kobe ya no le interesaba el partido… Se había puesto un objetivo y lo había cumplido. Así fue todo el torneo. Así era él, Dios lo bendiga. Lo amo”, resaltó el mítico técnico.
Pero, claro, más allá de esa actitud ganadora cuasi asesina, el astro tenía tiempo para ser distinto, para mostrar otra faceta, aunque sea por segundos. Algo de eso contó Paolo Quinteros sobre su experiencia con Bryant en el Preolímpico 2007 disputado en Las Vegas. Kobe lo sorprendió cuando el escolta entró en la cancha. “Cuando ingreso, Oveja me dice ‘hacé lo que puedas’ y Kobe me recibe con un saludo y una pregunta ‘Hola Quinteros, ¿cómo anda tu muñeca hoy?”, relató a pura sonrisa. Paolo quedó en silencio y sólo atinó a hacerle otra pregunta…-¿Hablás castellano?
-Sí, mi mujer (Vanessa) tiene raíces latinas y siempre me insiste que practique.
Fue apenas eso, pero se trata de un detalle que marca su forma de ser. Como le pasó a Oveja Hernández. Está claro que de esas historias tienen varias los Ginóbili o Scola, pero es muy difícil tenerlas en estrellas de elite y jugadores más obreros. Algo similar vivió Gabriel Deck durante el Mundial 2019. Bryant y Manu vieron juntos el partido de semifinales y ahí Kobe admitió que le encantaba Tortuga. “Me preguntó todo. El era un enfermito del básquet, un apasionado total y un estudiante del juego. Quedó enamorado de Tortuga y se lo quería llevar a los Lakers”, contó. Consultado el santiagueño sobre aquel encuentro, aportó un dato de color que despierta sonrisas en todos y deja claro que Kobe sabía todo. De todos. “No me pidió camiseta ni nada. Me dijo que quería conocer Colonia Dora -su ciudad natal-. ¿Te imaginás? Revolucionamos todo. Con el calor que hace no sé si va a poder dormir”, contestó, sonriente.
Curioso, interesado, carismático, empático, generoso. Kobe también era así. Más allá del genio que veíamos en la cancha y del trabajador incansable que era en el gimnasio. Así, cada minuto de su vida.
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