El jugador, valioso obrero del equipo, estaba pasando un mal momento personal. Básicamente, no andaba bien con su mujer. Andaba bajoneado, triste, quizá en vías de separarse. Ella se había ido de la casa, estaba en otro país, con su hijo, escapando de los desencuentros maritales... La situación no pasó inadvertida para Gregg Popovich, siempre atento a cómo están sus dirigidos, sobre todo como seres humanos. Entonces, pidió el número de teléfono de la mujer y la llamó.
-Perdón, no me quiero entrometer en sus vidas, pero acá cuidamos a cada familia. Y no me parece que irte así sea la mejor forma. Tu lugar está al lado de tu marido, que se está ganando el dinero de la familia. Tenés que volver y hablar con él. Está sufriendo. Creo que lo merece…
La mujer se quedó sorprendida, más allá de cierto enojo por recibir ese pedido del entrenador de su marido. Pero, claro, a la vez, supo que Popovich era más que el técnico, que ese consejo también se parecía a una orden… Y volvió. Con su marido hubo acuerdo, al menos temporal, y el jugador regresó a su mejor nivel.
La anécdota resume lo que ha sido Pop en los Spurs durante más de 40 años. Desde que llegó para ser asistente de Larry Brown en 1988, Gregg ha cumplido casi todas las funciones posibles: ayudante, directivo, entrenador, padre, amigo, maestro y confidente. The Boss, en realidad. Un entrenador transformado en Jefe. Un líder con dos caras, capaz de ser tan duro y exigente como un sargento del ejército, y a la vez, cuando se necesita, cálido, cercano y reflexivo con sus soldados. Un personaje ecléctico, con una impactante riqueza de matices, con principios y valores inalterables que han marcado un camino y una filosofía que le ha permitido construir una de las grandes dinastías de la historia del deporte estadounidense (5 títulos en 15 años y 22 temporadas seguidas clasificando a playoffs) y una de las tres organizaciones deportivas más exitosas del mundo en los últimos 25 años. O quizá la más, si se miden todos los rubros, sobre todo la durabilidad del proyecto y la consistencia para mantenerlo en la elite, incluso perdiendo a superestrellas como David Robinson, Duncan, Parker, Ginóbili y Kawhi Leonard. Todos pasaron, menos él. Pop es el constructor. El que logró lo impensado con un mercado chico que recibió (en 1973) una franquicia que no había tenido aceptación en Dallas y que casi se extingue en los 80, por sus pésimos resultados en la cancha y en convocatoria. Hoy los Spurs son una marca mundial y el denominador común es este hombre capaz de tallar una estructura como un orfebre. No por nada alcanzó las 1.335 victorias en la liga, igualando el récord de Don Nelson, a quien conoció en la década del 90 en los Golden State Warriors y a quien, seguramente, dejará en el camino en los próximos días.
Familia. Esa la palabra elegida si hay que elegir una sola para describir la base de este éxito. Es increíble que lo sea, en un mundo donde sólo parece predominar los millones, las estrellas, los egos, lo superficial. Pero es así es. La familia Spurs es la esencia de la filosofía Pop. Y para entenderlo es necesario volver 60 años atrás, cuando Greggy nació (el 28 de enero de 1949) en East Chicago, un pueblo de 29.000 habitantes del estado de Indiana. Hijo de padre serbio (Raymond) y madre croata (Katherine), sufrió mucho cuando ambos se separaron cuando él tenía 10 años y tuvo que mudarse a Merrilvine, otra pequeña ciudad (más rural) ubicada a 30 kilómetros de East Chicago. “Recuerdo que estaba triste y no salía de casa. Mi mamá se enojaba y literalmente me sacaba a escobazos”, recuerda. En esos años se le hizo carne la importancia de la familia, desde aquel día se juramentó formarla donde fuera. Y para empezar, se refugió en el básquet, su gran pasión. “Fui siempre un jugador mediocre”, describe quien incluso fue cortado en el secundario de la ciudad cuando estaba en su segundo año. Pero, claro, fiel a su carácter, perseveró. Pop pidió la llave del gimnasio durante todo el verano y se la pasó entrenando. Así volvió al equipo, se graduó en 1966 y dio el salto hacia la universidad gracias a una beca en la Academia de las Fuerzas Armadas (Air Force Academy).
Técnica y físicamente limitado, como jugador era combativo, buen defensor y, sobre todo, poseedor de una fuerte personalidad y dotes de liderazgo. Por eso, en el último año, terminó como capitán, además de máximo anotador del equipo. Claro, como sería una constante en su camino, el básquet era sólo una parte de su vida. Inteligente e inquieto, decidió estudiar Licenciatura en Estudios Soviéticos, en medio de la Guerra Fría, transformándose en un experto de este duelo político, económico, social, militar, informativo y científico que enfrentó a su país y la URSS tras finalizar la Segunda Guerra Mundial. Pop realizó cinco años de servicio militar, tiempo que usó para viajar por toda la Europa Oriental y puntualmente por la vieja Unión Soviética, como parte de las FFAA estadounidenses. Dicen que contó con un entrenamiento sobre inteligencia y llegó a trasportar armas entre la frontera de Irán y Siria, aunque él nunca lo ha confirmado, evitando el tema cada vez que fue consultado. Podría parecer que aquellos conocimientos adquiridos no se relacionan con el básquet, pero seguramente el hacer prevalecer a lo grupal sobre lo individual, el saber adaptarse al enemigo (rival) y el conocer cómo manejar a la tropa (grupo) pueden provenir de aquellos comienzos militares…
Retirado como jugador, Pop volvió en 1973 a la Air Force Academy para ser asistente del gurú Hank Egan. Durante esa época, Pop se volcó mucho a su formación. No sólo aprendió de este maestro que le inculcaría la devoción por la defensa sino que además asistió a la Universidad de Denver, devoró libros y se transformó, como él mismo admite, “en un sabelotodo”. Así consiguió un master en Educación Física y Ciencias del Deporte. Tras seis años, en 1979 dio el salto y se transformó en entrenador principal: Pomona-Pitzer College, California. A esa altura ya estaba casado y tenía dos hijos. Con su familia se instaló en los típicos dormitorios de estudiantes y empezó una carrera que lo convertiría en leyenda. De modo austero, casi sin dinero y con pocas becas para ofrecer, enfrentó el desafío de armar equipos competitivos. No fue fácil. La primera temporada terminó con 22 derrotas en 24 partidos. Pero Pop mantuvo su paciencia y confianza, pensando en un proyecto a largo plazo que terminaría con el título intercolegial de Southern California tras 68 años de frustraciones. Allí decidió que le vendría bien tomarse un año sabático y sumarse al cuerpo técnico de Larry Brown en Kansas State, una universidad de prestigio nacional. Una experiencia de apenas una temporada que le abriría un camino... Sucedió que Pop regresó, como prometió, a Pomona-Pitzer, pero sólo por una campaña porque Brown volvió a convocarlo, esta vez para ser su ayudante nada menos que en la NBA, puntualmente en los Spurs.
En San Antonio fue asistente entre 1988 y 1992 hasta que se fue a Golden State, llamado por Don Nelson, el hombre con quien ya comparte el récord de entrenador con más victorias en la NBA con 1.335. Pero en Texas había dejado una gran imagen y, en 1994, lo convocó Peter Holt, el veterano de Vietnam y dueño de Caterpillar que había comprado los Spurs. Quería que fuera su nuevo general manager. Rápidamente Pop demostró que no le temblaría el pulso y en una de sus primeras decisiones se sacó de encima a Dennis Rodman, quien –desmotivado- era una bomba de tiempo y conspiraba contra el orden y disciplina que quería imponer. Fue GM durante casi dos años hasta que en la temporada 1996/97 despidió a Bob Hill y él mismo asumió el cargo que ostenta hasta hoy. Como le pasó en Pomona, arrancó con muchas más derrotas (47) que victorias (17), pero a veces, sobre todo en la NBA, perder así no es tan mal noticia. Los texanos ganaron la lotería del draft y eligieron a Tim Duncan, el mejor ala pivote de la historia, un líder silencioso que lo ayudaría mucho a armar una dinastía. El primer gran equipo lo diseñó alrededor de Duncan y David Robinson, una reedición de las Torres Gemelas. El equipo, muy estructurado en su juego, giró en torno a sus dos mejores jugadores en las primeras cinco temporadas. Fue campeón en 1999 y repitió en 2003, ya con Tony Parker y Manu Ginóbili en el equipo, gracias al equipo de cazatalentos que Pop armó a través de la sagacidad de RC Buford, su mano derecha en todo el proceso. Una gran virtud del entrenador fue cómo flexibilizó su sistema cuando el francés y el argentino empezaron a tomar vuelo. Entendió que debía dejarlos volar, primero a Manu y luego a Tony. Y el equipo encontró otra identidad. Se hizo menos predecible y desarrolló un juego lucido, de pases, que quedó en la historia, sobre todo para ganar aquel título en 2014 ante el Heat de LeBron.
Además del juego, el coach flexibilizó su carácter. Durante largos años, fue un sargento de hierro. Un profesional duro, obsesivo, casi tiránico, que se imponía día a día, con valores innegociables, como la disciplina, el compromiso, la ética del trabajo y la idea de equipo por sobre todo. “Yo soy quién soy gracias al Ejército. Allí me descompusieron y me pusieron en caja. Me construyeron de nuevo para supiera lo que podía y no podía hacer”, admitió alguna vez. Pero, claro, ese era el sentir de un Pop joven. La experiencia le demostró que había otra forma de llegarles a sus dirigidos. Por eso, más allá de que mantuvo su exigencia inalterable, supo ser mucho más que un entrenador. Hablamos de una persona sensible por sobre todo, capaz de escuchar y aconsejar, alguien que cada día predicaba que el básquet sólo era lo más importante de todo lo secundario que hay en la vida…
Pero, claro, esa no es la imagen que ha proyectado al exterior. Seguramente la sangre eslava que corre por sus venas y su formación militar sean en parte las causantes de un carácter hosco y un semblante serio, de difícil sonrisa. Para el afuera generalmente se mostró frío, distante y sin pelos en lengua. Un hombre que construyó un muro a su alrededor, casi inexpugnable, salvo en los pocos momentos que decidía abrir una puertita. Salvo excepciones, cada día que pasó, a Pop le gustó menos hablar de él, de su intimidad o la de su equipo. Quien suscribe esta nota ha sido parte de un grupo selecto de beneficiados, más que nada por haber llegado desde Argentina para cubrir cada paso de Manu, su hijo pródigo. Por eso siempre ha estado predispuesto para notas, incluso en momentos fuera de protocolo, como en la previa de un partido contra los Bulls en el United Center, donde dispuso una atención improvisada y quedó impactado cuando recibió un vino argentino de regalo. Siempre que era por Manu, estaba abierto y dejaba las mejores respuestas.
Sin embargo, los periodistas estadounidenses lo han sufrido, en especial los reporteros de campo de juego que trabajan para la TV y tenían que entrevistarlo en los descansos entre cuartos, una disposición que la NBA definió como obligatoria para los coaches y que Popovich siempre combatió. Seguramente por el desgano que le causa hablar en esos momentos, ha exhibido su lado más rígido e irritante, al borde de faltarles el respeto a los periodistas. Ese personaje que construyó se hizo viral y, más que rechazo, generó sonrisas, por las pocas y medidas palabras que aún hoy usa en cada nota realizada en el descanso entre cuartos.
-¿Qué les falta para mejorar en el próximo cuarto?
-Encestar más.
Algo así, breve, cortante y sin profundidad, podía responder, con cara de pocos amigos, mientras se daba vuelta y volvía al banco de suplentes. Un mal genio que no caía bien a su familia, admitido por él mismo. “Cuando volvía a casa, mi esposa (NdeR: Erin, fallecida en 2018) me preguntaba por qué era tan malo. ‘Sos un completo imbécil y la gente te odia’, me decía. Yo le respondía ‘perdón, mi amor. La próxima vez lo haré mejor. Pero ¿vos lo viste lo que me preguntó…?’. Y ella se enojaba más. ‘No hay excusa. Sos un hombre grande. Mostrá madurez’, gritaba. No le gustaba nada que le dijera ‘no puedo, simplemente no puedo’”, admite el coach. Su hija Jill iba todavía más al hueso. “Okey, padre, déjame ser directa con vos. Ganaste cinco títulos y fuiste a seis finales. Otros entrenadores, en cambio, pierden todo el tiempo. Pero, claro, todos tenemos que entender y decir ‘pobre Greggy, él no puede perder porque es especial’. ¿Podés por favor superar este tema?’”, le decía, claramente mostrando los mismos genes que su padre. Pop, entonces, la miraba y se largaba a reír. Sabía que ella le estaba diciendo lo mismo que él les había dicho tantas veces a otros. “Eso me metió en el camino del cambio”, admitió quien, en los últimos años, ha mostrado una mejor actitud con los reporteros.
Esas formas, sin embargo, han contrastado con los ejemplos que ha dado día a día, mostrando ser un persona muy humana y repleta de valores. Se vio, por ejemplo, con Craig Sager, el famoso periodista de campo de juego que murió de cáncer en 2016. Durante años fue su blanco preferido en esas notas que odiaba dar, pero cuando Craig estaba convaleciente y la nota se la hizo el hijo, Popovich emocionó a todos mandándole un mensaje al padre mientras miraba con seriedad a la cámara. “Vuelve, por favor, prometo tratarte bien”, tiró. O cuando, al año siguiente, Sager regresó a su trabajo, tras el invasivo tratamiento contra la enfermedad. “Es la primera que disfruto estas ridículas entrevistas, es porque estás acá con nosotros”, lo sorprendió, además de darle un abrazo. Así también es Pop, un dulce de leche cuando se lo propone. No han sido los únicos momentos en que dejó la ropa de ogro... Ha pasado, sobre todo, en los momentos de la verdad, cuando ha probado –con hechos- ser un buen perdedor, un hombre íntegro y preocupado por el otro. Y ese lado, mucho más humano que muestra más en la intimidad, es el que disfrutan mucho sus dirigidos. Lo dicen ellos: además de ser una persona muy inteligente e instruida, Gregg es alguien muy divertido, altruista y afectuoso. También un tipo humilde en un mundo de egocéntricos. Por eso no sacó un libro de autobombo del estilo “Te enseño cómo ganar en el básquet y en la vida”. Lo suyo es el perfil bajo, lejos del avasallante estilo de Pat Riley o del aura zen de Phil Jackson.
A Popovich no le interesa que se conozcan sus métodos ni que lo reconozcan, por caso, como el mejor de la historia. Lo suyo ha sido construir una forma de pensar y actuar, una fórmula para ganar que se apoya en una filosofía que va más allá de un estilo de juego, que tiene bases sólidas, valores, que refleja un trabajo colectivo, que busca siempre el bien común y muestra una línea de comportamiento, incluso en la derrota. Por eso, más allá de buenos jugadores, intenta forjar buenas personas, chicos que entiendan la importancia del nos sobre el yo, que piensen en el compañero, que se dejen entrenar, que quieran mejorar… Los Spurs, cuando lo conocieron, se lo permitieron y así Pop construyó una dinastía, pero una dinastía que va más allá de los triunfos, los récords y los títulos. Una era que deja un legado.
The Spurs Way. Una manera que puede resumirse en una frase de Jacob Riis, un periodista de origen danés que, por intermedio de fotos, ayudaba a mostrar las condiciones en las que vivían los inmigrantes que llegaban a Nueva York a fin del siglo XIX. A Pop le llamó la atención su trabajo, leyó su historia y encontró una frase que le serviría para resumir la idea que tenía para sus Spurs.
“Cuando nada parece ayudar, miro a un picapedrero golpeando una roca, tal vez hasta cien veces sin que aparezca una sola grieta. Sin embargo, al golpe 101 la rompe en dos. Sé que no fue ese último golpe el que la partió, sino todos los anteriores”.
Pop mandó a armar cuadros con esa frase traducida en los distintos idiomas que hablan sus jugadores. Y los ubicó en el vestuario, para recordarles a todos la importancia de la persistencia, de la paciencia, de cómo el éxito es una roca que se rompe luego de muchos golpes… “Jacob era incansable y Pounding the Rock es obviamente su frase. Pensé que simbolizaba muy bien cualquier esfuerzo. No necesariamente tiene que ser básquet, puede ser aprender matemáticas, a tocar un instrumento o descubrir cómo cerrar la canilla en caso de que seas idiota... Si no lo descubres, lo sigues intentando. Y pensé que era lo que yo quería transmitir. Estoy cansado de las frases basura ‘los ganadores nunca se rinden’, ‘no hay un yo (I) en la palabra equipo’… Quería buscar una manera distinta de llegar a mis muchachos”, explicó Pop alguna vez. Un forma de que todos sepan la filosofía del lugar, de que entiendan el proceso. “Seguramente ya están cansados de escucharme, pero es lo que ha funcionado. Lo importante que, a este punto, ya tienen sus cerebros lavados”, aceptó con su especial sentido del humor.
En realidad, Pop es más que una frase, más que teoría. Es un maestro que predica con el ejemplo. Con un liderazgo que te mueve el piso. Hace unos años llegó a un entrenamiento y notó que sus jugadores estaban molestos y quejosos. Entonces, no les dio ni tiempo para que se cambiaran: ordenó que se dirigieran al micro que estaba fuera del centro de entrenamientos. En el viaje les contó a sus jugadores que estaban yendo a un hospital infantil de enfermedades terminales. Les precisó qué sector debía visitar cada uno y a qué chico tenía asignado para mantener una charla. De regreso en el centro, mientras los jugadores se preparaban para comenzar el entrenamiento, Pop los detuvo y les dijo. "No se cambien. Vayan a sus casas. Vengan mañana y acuérdense que a veces todos los millones que ustedes tienen no sirven para una mierda". Estas acciones, estas formas de liderazgo, lo definen. Mucho más que una nota luego de un cuarto. Pero ojo, no siempre han sido lecciones o aprendizajes. Muchas veces es compartir cosas más importantes que el básquet, que ganar o perder… “Lo que más ayuda, en temporadas tan largas y lejos de tu familia y amigos, es pasar buenas momentos. Y por eso, a veces, trato de ser divertido, un poco loco. Me gusta, además, hacerles sentir que hay una vida fuera del básquet”, explica Pop, quien ha sido un maestro en mantener con ellos una relación cercana y, a la vez, profesional.
Ginóbili, por caso, ha siempre uno de sus preferidos. Porque, además de ser un talentoso, era un esforzado, porque podía brillar y tirarse al piso, porque era súper competitivo, porque entregaba todo en la cancha, pensando en el equipo, “siempre haciendo esa pequeña gran cosa que ganaba partidos”, según su DT. Pero, además, Pop conectó con MG fuera de la cancha. Luego de un comienzo difícil, con chispazos, en el que el DT no entendía la forma de jugar del bahiense. Pero cedió. Rígido, casi tiránico, Pop cedió. Lo que no es poco. “Me di cuenta que él era alguien con quien necesitaba relajarme, sólo dejarlo jugar y darle algún consejo de vez en cuando. Pero tenía que ser Manu”, reconoció el técnico en un video dedicado al bahiense en la previa al retiro de su camiseta. El mismo aceptó que Gino lo hizo mejor entrenador. Fue el argentino, con un estilo impredecible, quien le fue quitando esa rigidez táctica, el que le hizo modificar el esquema de juego. Hace poco, Duncan lo puso en blanco sobre negro. “Manu rompió su sistema. Fue impresionante ver que lo opuesto sucediera, que en lugar de Pop cambiara a la gente, quitándole sus hábitos y formándola de acuerdo a lo que hacían los Spurs, fuera Manu el que iba en la dirección opuesta. Pop es uno de los mejores de la historia, pero con Manu tuvo que entender cómo y cuándo soltar las riendas. Hoy, en gran parte, él es así por Manu”, razonó Tim.
Lo grandioso fue que, además, la relación fue más que una habitual entre coach y jugador. En 2005, luego del título ante Detroit que elevó a Manu al estrellato de la NBA, Pop decidió volver a la Argentina con él. Para conocer de dónde había salido su pupilo, de qué país, de qué ciudad, de qué barrio, de qué casa, de qué familia... Classic Pop. Un tipo especial, que tuvo (y tiene) una relación entrañable con Manu. Sergio Hernández contó que, hace unos años, se encontró con su colega y le habló de la hermosa relación que habían construido. “Manu nunca regala un elogio y cuando habla de vos, le brillan los ojos”, le aclaró el DT de la Selección. Entonces vio cómo su colega agachaba la cabeza y le pedía que parara… “Me di cuenta que estaba llorando, se había emocionado por lo que yo le decía... Está claro que construyeron una mutua relación de respeto, admiración y cariño”, analizó. Esto, ojo, nunca le impidió ser un duro. “Pop siempre te escucha pero si está realmente enojado o convencido, no había forma. Mejor que le hagas caso”, aceptó MG.
Pop siempre aseguró ser primero una persona, un ciudadano, y luego un entrenador. “El básquet no es mi vida. Es mi forma de ganar dinero y sostener a mi familia, pero seguramente no es la parte más interesante de mi vida”, dijo más de un vez. Por eso nunca ocultó sus convicciones y pensamientos fuera del deporte. “Hay cosas más importantes que suceden en el país en el que vivimos”, comentó después de entregarles a sus jugadores un DVD con uno de los debates electorales entre los candidatos a presidente, Barack Obama y Mitt Romney. Comprometido políticamente, desde la asunción de Donald Trump ha sido un crítico acérrimo a su gestión, a su forma de ser, gestionar y hacer política. “Su triunfo me da náuseas. No porque hayan ganado los Republicanos, sino por el tono xenófobo, homofóbico, racista y misógino (de Trump)...”, dijo pocas horas después de la elección.
De hecho, su mayor pasión está lejos de ser la pelota naranja. “¿Cuál es mi mayor legado? La comida y el vino”, tiró en tono de broma, aunque su respuesta esconde algo de verdad y, además, resume una forma de relacionarse con sus dirigidos. “Sabe más de vinos que de básquet”, admitió PJ Carlesimo, DT que fuera su asistente. Y quizá no exagere… Pop es un verdadero experto. Recorrió todo el Valle de Napa en California, hizo varios cursos de enología, construyó en su casa una cava donde aloja más de 3.000 botellas y es uno de los dueños de la empresa A to Z Wineworks. En la intimidad, es famoso por evaluar los restaurantes (y, por ende, su comida y vinos) de forma tan obsesiva como lo hace con cualquiera de los rivales de los Spurs. Lee libros, ve programas y frecuenta blogs y páginas especializadas en Internet. Kevin Love contó que, cuando va a su restó preferido en San Francisco, sólo le hablan de Popovich. Lo mismo cuenta el coach Larry Brown cuando va a dos de los restaurantes más emblemáticos de Nueva York. “’¿Has visto al Entrenador?’, me preguntan los mozos. Ni siquiera su nombre mencionan, porque todos sabemos a quién se refieren”, dice. Un ritual de Pop, cuando visita cada ciudad con el equipo, es definir a qué lugar irán a cenar. Quizás incluso antes de la estrategia de juego… Así, en secreto, Pop ha forjado una pasión culinaria por todo el país. Pero ojo, además se ha transformado en una herramienta de conducción porque, todos aseguran, una velada con Pop es algo atrayente, fascinante, seductor...
Una rutina que empezó en Pomona-Pitzer. “Para él era importante que comiéramos juntos”, recuerda Tim Dignan, uno de sus jugadores de aquella época. La comida es un momento social que Pop siempre valoró, independientemente de sus ingresos. Cuando vivía en el campus de Pomona, su esposa y él ambos solían invitar y cocinar para todos en fechas especiales como Acción de Gracias o Navidad. “Nos hacían sentir como en familia”, rememora otro de sus dirigidos. Esa costumbre la mantuvo en el tiempo. "Las cenas nos ayudaban a comprender mejor a cada persona, nos acercaba más a los demás y luego, en la cancha, nos entendíamos mejor", explicó Danny Green, un soldado de los Spurs. "Puede sonar exagerado, pero me hice amigo de todos los compañeros que tuve en los Spurs. Y esas comidas de equipo fueron una de las razones más importantes. Tomarte un tiempo para bajar revoluciones y estar dos o tres horas cenando con alguien te permite conectar de una forma diferente que en la cancha o el vestuario. Parece una forma obvia de desarrollar la química del equipo, pero lo difícil era hacer que todos lo consideren importante y deseen ir. Pero ahí estaba la magia de Pop, que combinaba restaurantes increíbles con un grupo interesante de compañeros de diferentes países. El resultado es algunos de los mejores recuerdos que tengo de mi carrera", cuenta un ex jugador, que sabe que en la NBA cada uno hace sus planes. No es extraño, entonces, creer que lo más impactante de Pop no haya sido cómo armó una máquina defensiva trituradora de rivales, capaz de atacar con falta de egoísmos y el pase como arma principal, sino cómo sus líderes han dado también el ejemplo. Superestrellas humildes, silenciosas, alejadas del histrionismo, de las polémicas y los conflictos típicos de este mundo de excentricidades que es la NBA.
Puramente como entrenador de básquet, no hay mucho que descubrir. Ganó títulos en tres décadas distintas, con diferencias estrellas, distintos esquemas y formas de juego. En todos dejó su sello. LeBron dijo que se trata del mejor entrenador de la historia y lo fundamentó. “Dominó la NBA en tres etapas distintas: la de los hombres altos, la del pick and roll y la del triple”, opinó. Una reflexión que no es del todo absoluta porque en los últimos tiempos a Popovich le costó adaptarse a este nuevo juego, mucho más atlético, con jugadores menos inteligentes y más polifuncionales, y sobre todo a una era sin juego interior y con un abuso del tiro de tres puntos. “No hay más básquet, no hay más belleza en el juego. Es muy aburrido. Pero es lo que es y tenés que trabajar con eso”, analizó Pop, a modo de crítica resignada. Pero lo que nunca abandonó fue su pasión. Siguió tratando de descubrir, formar y desarrollar jugadores que tuvieran algo que probar. Siempre buscó reinventarse, algunas veces volviendo a empezar, como DT y líder de grupo, intentando que los más jóvenes no lo vieran como un señor mayor, teniendo en cuenta que, cuando él empezó a dirigir a los Spurs (1996), ocho de sus actuales jugadores ni siquiera habían nacido… Así fue que se mantuvo como el sargento de la tropa, siendo capaz de motivar o retar con una mirada, con una palabra. “Da la impresión de que no está cansado y no parece que vaya a parar pronto. Es muy impresionante ser entrenador por tanto tiempo y mantener motivado al equipo con el mismo mensaje”, destacó Tony Parker.
Sin embargo, claro, todo llega a su fin. A los 73 años, sin su sostén (esposa) y con la responsabilidad de dirigir a Estados Unidos, no parece que seguirá mucho más tiempo al frente de los Spurs. Por lo pronto, el creador de uno de los equipos más exitosos del básquet moderno ha logrado que sus métodos, ideas y comportamiento hayan sido estudiados y replicados. Gregg Popovich ya está en la historia. Por sus logros y sus formas. Un legado para la posteridad.
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