Viajeros, turistas y hombres de negocios. Todos salían con paso decidido del hall de llegadas del aeropuerto de Barcelona. Algunos eran recibidos por sus familiares, otros por choferes que levantaban bien arriba carteles donde aparecían escritos sus nombres. Pero Jorge Messi, Lionel Messi y Fabián Soldini quedan librados a sí mismos.
Era la primera vez que Leo y su padre pisaban suelo europeo. Afortunadamente Soldini, su guía y agente, se hizo cargo de todo. “Tras recoger nuestro equipaje tomamos un taxi para ir directamente a las oficinas de Minguella. Nos dijo que nos preparáramos, porque a las seis de la tarde Leo iba a entrenarse por primera vez con el Barça.” Antes de dirigirse a los campos de entrenamiento del Barcelona, el inseparable trío pasó por el Hotel Plaza para dejar las valijas. Se trataba de un edificio de muchos pisos situado en la Plaza de España. Desde su habitación Leo tenía una vista impresionante de la elevación de Montjüic, así como de la antigua plaza de toros, de las Torres Venecianas y de la fuente monumental en torno a la cual transitan coches y autobuses desde la mañana hasta la noche. “Después tomamos el metro para ir al entrenamiento —afirma Soldini—. Antes de jugar nos reunimos con Joaquim Rifé, director técnico de las categorías inferiores del club. Nos presentamos y Rifé nos explicó que sería Carlos Rexach quien tomaría la decisión de quedarse o no con Leo. El problema era que, en ese momento, estaba en la otra punta del mundo, en Sydney, para los Juegos Olímpicos.” El viaje empezaba mal: Leo tenía que esperar antes de hacer la prueba oficial. No estaba previsto, pero se necesita algo más que eso para conseguir desestabilizarlo.
Desde el primer entrenamiento, el diminuto argentino demostró que no era un jugador como el resto. Juan Mateo estaba al borde del terreno de juego aquel día: “El primer ejercicio consistía en un pase transversal desde el centro del campo hacia un jugador en un lateral. Tenía que controlar la pelota, llevarla hasta el córner y centrar a un tercer jugador, que debía controlarla con un toque. Por lo general, no son gestos fáciles de realizar con trece años; pero Leo, que ya contaba con unas excepcionales cualidades técnicas, pasó la prueba con gran facilidad. Lo hizo todo a la perfección; había que estar ciego para no darse cuenta de que estaba muy por encima del resto. Aquel día también estaba José Ramón Alexanko, ex defensa del club, que llamó de inmediato a otro entrenador para que viera al pequeño. Junto a Rifé, decidieron organizar una prueba cuando Rexach regresara de Australia”. Tres días por semana, lunes, miércoles y jueves, Rifé le daba permiso a Messi para entrenarse con los jugadores del Barça de su edad. Una y otra vez se repetía el mismo ritual. Leo preparaba él solo sus cosas, siempre estaba listo cuando llegaba la hora. Después, Fabián, Jorge y Leo bajaban a la estación de metro Plaza de España y volvían a la superficie en la de Collblanc, la más cercana al Camp Nou. Mientras Leo se cambiaba, Jorge y Fabián se colocaban junto al terreno de juego. No hablaban ni animaban ruidosamente a la Pulga.
Ambos destacaban por su discreción. Sobre el césped, Leo sobrepasaba a sus contrincantes. Mateo y Soldini no tardaron en comprender que su jugador tenía muchas posibilidades de pasar la prueba. “Al cabo de una decena de días —explicó Soldini— le pedimos a Horacio Gaggioli que se uniera a nosotros y comenzara a ocuparse del chico. Sabíamos que íbamos a necesitar a alguien de confianza en Barcelona para que se ocupara de los Messi. A partir de ese momento fuimos al centro de entrenamiento en coche con Horacio. Ya no teníamos que tomar el metro.” Un día Gaggioli llegó acompañado de Gabriel Calderón (ex jugador del PSG y ex internacional argentino, que por entonces jugaba en el Betis) y por Migueli, el jugador que había disputado 549 partidos con la camiseta del Barça. “Migueli me dijo que le mostrara al pequeño argentino del que hablaba todo el mundo —recuerda Gaggioli—. Cuando le señalo a Messi me dice: ‘No hace falta hacerle una prueba, ¡viendo cómo anda puedo asegurarte que es un crack!’.”
Todo se desarrolla a la perfección, pero los Messi empiezan a notar el paso de los días. La culpa es de “Charly” Rexach, que se entretiene en Sydney. Se vio obligado a quedarse más tiempo porque la España de Xavi y Puyol llega a la final del torneo olímpico de fútbol contra el Camerún de un tal Samuel Eto’o. Tras la final, que tuvo lugar el 30 de septiembre, y la derrota por penales de la selección española, Rexach comienza su largo viaje de vuelta. Rifé avisó entonces a Soldini y Jorge Messi que el niño podía prepararse, porque le iban a hacer la prueba. Había llegado la hora.
Al día siguiente, Leo se levanta tras haber dormido plácidamente. No hay ni una nube en el cielo, Barcelona disfruta de un perfecto verano tardío. El joven Lionel está tranquilo, no se siente angustiado. La prueba estaba prevista para las cinco de la tarde, y durante todo el día Jorge y Fabián le repetirían que debía jugar como sabe, que debía jugar como siempre jugaba. Desde la víspera sabían que el Barça había decidido juzgar a Leo en el campo número 3 del Miniestadi del Camp Nou y que se enfrentaría a jugadores uno o dos años mayores que él, mucho más grandes y fuertes.
Cuando el pequeño Messi plantó sus tapones en el césped, al costado del campo lo observaba un buen ramillete de grandes estrellas de la historia del club. Estaban Migueli, Juan Manuel Asensi (396 partidos como el jugador del Barcelona), Rifé (401) y Rexach (449).
Entre los cuatro habían jugado 1.798 partidos para el Barça. Eran parte de la historia del club, de modo que se encontraban perfectamente preparados para distinguir a un potencial jugador blaugrana. “En cuanto tocó la pelota por primera vez —recuerda Rifé— nos dimos cuenta de que esa pequeña ‘pulga’ tenía algo especial. Marcó un gol excepcional, a lo Maradona, tras haber regateado prácticamente a todo el equipo contrario. Migueli, Asensi, Rexach y yo nos mirábamos sin creernos lo que veían nuestros ojos.” “Giré hacia Rifé y Migueli —dijo Rexach en las páginas de Mundo Deportivo— y les dije: ‘¡Lo fichamos ahora mismo!’.
“Hay jugadores que necesitan ser muy arropados para marcar la diferencia. Messi no, y menos aún con trece años. Tenía un arranque terrible, era técnico, hábil y nunca había visto a un jugador correr tan rápido con la pelota. Ese día, incluso un marciano se hubiera dado cuenta de que Leo era especial, de que era un jugador diferente”.
Messi ya había conquistado a las viejas leyendas del Barça. Fabián Soldini y Jorge Messi podían estar tranquilos. Al día siguiente los tres regresaron a Rosario. Si todo iba bien, sabían que no tardarían en volver a Barcelona, pero ya para instalarse definitivamente.
En Rosario, Carlos Morales, el entrenador de “la máquina 87″ de Newell’s, el equipo de Leo, no sospecha lo que se viene. “Durante su primer viaje a Barcelona, Celia, la madre de Lionel, me dijo que su hijo sufría una neumonía y luego Leo se reincorporó como si nada.”
Termina el año 2000 en su casa, a la espera de buenas noticias de Barcelona, que tardan en llegar. No se daba cuenta de que quizás estaba pasando su última Navidad en Rosario junto a sus primos, tíos y abuelos. A comienzos de 2001, tras haber empezado la temporada con su club, Leo tuvo que partir de repente a Barcelona. La situación se había descongelado. “Me llamó un domingo a mi casa para avisarme que se iba”, recuerda Lucas Scaglia, su compañero de equipo, su mejor amigo. “Yo todavía sigo esperando que la madre venga a decirme que se va —afirma Almirón—. Siempre me había dicho que yo sería el primero en saberlo.” En 2008, Almirón salió por la puerta de atrás de Newell’s, tras haber sido acusado de intento de extorsión por la madre de un jugador de veintiún años. Carlos Morales sigue encargándose de los niños y continúa entrenando en el club. “No tengo noticias de Leo desde que se fue, en febrero de 2001. ¿Cómo supe que se había ido? Uno de los entrenadores de club tiene taxis. Me dijo que uno de los sobrinos de su mujer había acompañado a Leo y a su familia al aeropuerto y que volaban hacia España. Los agentes llevan veinte años destrozando el fútbol argentino, y Leo es la prueba, porque habría podido continuar su formación con nosotros. ¿Se hubiera convertido en lo que es hoy? No lo sé, porque en esa época yo tenía miedo de que su físico frenara su carrera. Pensaba que jugaría en primera división, eso seguro; pero no que se convertiría en el mejor jugador del mundo.”
La familia Messi estaba lista para viajar, lista para cambiar de vida. El 1° de febrero de 2001, Celia, Jorge, Rodrigo, Matías, Leo y Marisol embarcaron en el aeropuerto de Rosario para un largo viaje con dirección a Barcelona. “Durante el corto vuelo entre Rosario y Buenos Aires, Leo lloró con toda su alma. Le caían lagrimones, no podía parar —cuenta Fabián Soldini—. Sabía que no regresaría nunca. Abandonar Rosario le rompió el corazón.” “Es cierto que lloré mucho ese día —reconoció Messi durante una entrevista para El Gráfico—. Dejaba atrás muchas cosas, mis amigos, mi casa, una parte de mi familia, mis compañeros de equipo... Pero, al mismo tiempo, sabía que Barcelona podía permitirme realizar mis sueños.” Al principio los Messi pasaron varias semanas en el Hotel Rallye. Un establecimiento cómodo que desde su azotea ofrece una gran vista sobre el Camp Nou. Después se mudaron a un departamento, bastante agradable, de 110 metros cuadrados y cuatro habitaciones en la Gran Vía de Carlos III, en el mismo barrio, a pocas manzanas del Camp Nou. Un lugar cercano a todas las necesidades de Leo: el colegio Juan XXIII, donde continuaría sus estudios, y La Masía, el centro de formación del FC Barcelona. Pero había algo que no terminaba de encajar, una especie de malestar. Las partidas nunca son fáciles. Las llegadas a una ciudad nueva tampoco. “Daba la impresión de que ciertos miembros de la familia lo hacían responsable de la situación —recuerda Juan Mateo—. Su hermano mayor, Rodrigo, había tenido que dejar a su novia. Junto a Matías, su otro hermano, se pasaba el día mirando la tele. No salían de casa. Cuando Celia visitó el departamento, de un cierto nivel, nos hizo comprender que esperaba lo mejor. En el momento de distribuir las habitaciones le dio las más espaciosas a Rodrigo y Matías. Leo terminó en una habitación muy pequeña. Nos vimos obligados a intervenir porque nos preocupaba, pero él sólo pensaba en el fútbol. Cuando el Barça jugaba en casa, en el Camp Nou, no nos dejaba tranquilos, se pasaba la semana pidiéndonos que le consiguiéramos entradas.”
Los Messi no estaban en Cataluña para visitar la Sagrada Familia, el parque Güell o las maravillas de Gaudí. Habían decidido asentarse en Barcelona también por razones médicas. El Barça se había comprometido a pagar el costoso tratamiento de Lionel y los Messi llevaban en su equipaje la historia clínica de Leo, que les había entregado el doctor Schwarzstein en Rosario. De todos los datos contenidos en el dossier, el que reclamaba toda la atención era la curva de crecimiento. Allí aparece, por ejemplo, que en julio de 1998 Leo, quien por entonces tenía once años, medía 1,32 metros y pesaba 30 kilos. En enero de 2000, con doce años, medía 1,41 metros y pesaba 34,5 kilos. Por último, en enero de 2001, con trece años, su altura era de 1,48 metros y su peso de 39 kilos. “Desde su llegada —asegura Horacio Gaggioli—, Leo estuvo visitando médico tras médico. Fuimos a ver a un reputado endocrinólogo [Martí Henenberg], pero por desgracia falleció al poco tiempo. Fue el servicio médico del club quien se ocupó de él a partir de ese momento.” El jefe de los servicios médicos del club era por entonces el doctor Josep Borrell, fallecido en 2013. En una visita a su consultorio demostró recordar bien la llegada de Messi: “Sufría un déficit de hormonas de crecimiento, lo cual no es grave; pero tenía una constitución bastante frágil. Le hicimos seguir un régimen alimentario especial y sesiones para reforzar los cartílagos de sus rodillas”. Hasta ahí nada raro. “En efecto, la hormona del crecimiento hace que crezcan los cartílagos y los huesos, pero no los tendones ni los ligamentos. Éstos tardan más en crecer. Durante el tratamiento hay que cuidar los tendones, adaptar los entrenamientos, masajear y volver a masajear para que el crecimiento vaya bien. El tratamiento debe interrumpirse cuando los cartílagos están soldados porque, sino, el paciente corre el riesgo de sufrir acromegalia. Un problema hormonal que provoca un crecimiento anormal de las manos, los pies y la mandíbula.”
Leo estaba en buenas manos. Si bien Joaquim Rifé cree recordar que el tratamiento duró apenas unos meses, Borrell y Gaggioli coinciden al decir que Messi continuó inyectándose hormonas de crecimiento hasta unos dos años después de su llegada. La Pulga no era el primer jugador en seguir semejante tratamiento en Barcelona. “Pep Guardiola y Jordi Cruyff también tomaron hormonas de crecimiento”, confirmó Borrell. Pero, a diferencia de Messi, no sufrían un déficit hormonal. En su caso, el tratamiento pretendía dotarlos de algo más de fortaleza. ¿Cambió Messi de tratamiento al llegar a Barcelona? La cuestión es espinosa. Borrell asegura que “hubo una pequeña diferencia, pero para saber cuál exactamente hay que preguntarle al doctor Ramón Segura Cardona”. Éste prefirió guardar silencio a ultranza: “Siento comunicarles que la política del FC Barcelona relativa a la información concerniente a los jugadores me impide proporcionarles la información que me solicitan”, fue su respuesta. Juan Lacueva, un dirigente del FC Barcelona que insistió para que Leo fuera al club, también aseguró que hubo un pequeño cambio en el tratamiento de Messi. ¿Cuál? Resulta difícil saberlo. Soldini se acuerda de que el club “pidió a Leo que siguiera un régimen alimentario especial. Tenía que acostumbrarse, por ejemplo, a tomar un buen desayuno, cuando él solía comer poco por las mañanas. También le pidieron que dejara de beber Coca-Cola, que consumía en enormes dosis. De modo que hicimos un pacto: los dos dejaríamos de tomarla hasta que fuera convocado para la selección argentina”.
El Barça modificó su tratamiento; pero no podría decirles exactamente cómo. Me acuerdo de que tenía que tomarse cinco pastillas al día. ¿De qué? No tengo ni idea”. El misterio queda por develar... Una cosa está clara: debido a los problemas para alcanzar un acuerdo y firmar un contrato, Lacueva pagó de su bolsillo algunas semanas de tratamiento. Algo que ni siquiera Leo y su familia saben, porque Lacueva no es el tipo de persona al que le guste pregonarlo. Otra cosa también está clara: el tratamiento dio sus frutos. En Barcelona Messi creció 29 centímetros en treinta meses. Sea el que fuera, lo cierto es que el tratamiento no traumatizó al pequeño argentino, acostumbrado a inyectarse una vez al día hormonas del crecimiento. No le cambia nada la vida; pero sabe perfectamente que sin esas inyecciones quizás no hubiera llegado nunca al más alto nivel. El Barça no sólo le permitió crecer, sino también convertirse en un futbolista profesional.
Los primeros meses de los Messi en Barcelona fueron difíciles. Les costaba mucho adaptarse a la nueva vida. Leo, que había llegado para jugar al fútbol, no podía entregarse por completo a su pasión, y el 21 de abril se lesionó de gravedad: fisura en el peroné de la pierna izquierda. Fue un primer parate. La herida lo tuvo alejado de los terrenos de juego durante demasiadas semanas. Una vida sin la pelota era la peor de las pesadillas para él. De todos modos, y aunque eso no lo consuela, todavía no tenía derecho a llevar oficialmente la camiseta blaugrana. La culpa la tenía Newell’s Old Boys, que se negaba a aceptar el pase. En la Argentina, la ley es clara: cuando un jugador menor de edad se va a jugar al extranjero, el padre o la madre tienen que demostrar que se marcharon para trabajar. Leo se encontraba en un callejón sin salida y fue finalmente la FIFA la que decidió en favor de un jugador de trece años.
La Federación Internacional de Fútbol Asociado aceptó el pase y Messi fue autorizado a cambiar de club y pasar de Newell’s Old Boys al Barça. Quizás se diera cuenta entonces de que el mundo del fútbol es implacable y despiadado. Cuando se recuperó se entrenó con normalidad, pero los días de partido se veía obligado a sentarse en las tribunas para ver jugar a sus compañeros de equipo. Resultaba duro de aceptar, y tampoco facilitaba su integración. Pero nunca se quejó; en cualquier caso, nunca delante de sus entrenadores o sus compañeros de equipo. Compartía el día a día con Cesc Fábregas, Gerard Piqué o Víctor Vázquez, las otras estrellas de su equipo. Todos tienen ya su pequeño apodo. Cesc era llamado “Chisca”, Piqué, “Largo” y Vázquez, “el Gitano” (”porque tengo la piel morena y por entonces llevaba el pelo largo”, aclaró en el diario deportivo español Sport). “Era muy tímido, no muy locuaz —añadió el delantero—. Se sentaba al fondo del vestuario, se preparaba, nos miraba, nos escuchaba, pero jamás abría la boca. Y, después del entrenamiento, se cambiaba y se iba.” “Creíamos que era mudo”, dijo divertido Cesc en El País. Messi vivía en su propio mundo. Imperturbable. “Es cierto que no hablaba mucho —confirmó Joaquim Rifé—; pero cuando entraba en un terreno de juego se transformaba. Se convertía en un líder, silencioso, qué duda cabe, pero era un verdadero líder sobre el terreno de juego.”
Leo explotó durante su segunda temporada (2002-2003) en La Masía, marcó la nada desdeñable cantidad de 37 goles en treinta partidos y se relajó un poco con sus compañeros de equipo. Algunos lo llamaban afectuosamente “el Enano”. No se lo tomaba a mal, porque en Rosario muchos de sus compañeros del fútbol lo conocían por ese apodo. Esa temporada sus camaradas lo descubrieron un poco. “Fue gracias a la PlayStation que descubrimos que hablaba —afirma Vázquez—. Durante un torneo en Italia se abrió al fin, empezó a hablar mientras jugábamos a la consola. Hay que reconocer que era muy bueno jugando.”
Durante esos años, los de formación de Leo, el nombre de Messi comenzó a parecer en los periódicos; pero su reserva y la discreción de los padres no lo ayudaron a darse a conocer. La primera mención de Messi en Mundo Deportivo data del 17 de marzo de 2001. Es un pequeño recuadro de 75 palabras escrito por el periodista Manuel Segura. Aparece como “Lionel Messi Pérez” (sic), un jugador “venido de River Plate” y definido como un “jugador rápido y vertical a pesar de su escaso tamaño”. Siete meses después, el 14 de octubre, a Messi, siempre desconocido, el mismo periódico lo presenta como “el pibito de Vélez”. El 14 de abril de 2002, el Mundo Deportivo, con firma de Roberto Martínez, se muestra entusiasmado. El título del artículo es elocuente: “El fantástico equipo de los Cadetes B puede tener al ‘nuevo Maradona’”. Un poco más adelante, hay un párrafo premonitorio: “Si el Barça hace todo lo que debe, y se ocupa bien de este equipo, los Messi, Cesc y Piqué van a hacerle ganar muchos títulos al club”.
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