“El mejor es Víctor Vázquez”.
Le sobraba ante sus rivales, por eso la competencia mayor estaba puertas adentro del vestuario, casi como un juego. Por eso, se peleaba por ver quién marcaba más goles año a año con el futbolista más influyente de los últimos 15 años, el argentinito que regateaba a velocidad supersónica y había firmado su compromiso con el Barcelona en una servilleta.
Sin embargo, ya en el umbral de su prematuro salto a la élite, antes de que lo descubrieran los ojos del mundo, un Lionel Messi en edad de cadetes (14, 15 años), no dudó cuando le preguntaron quién era el mayor exponente de la mítica categoría 87 de la Masía: “El mejor es Víctor Vázquez”.
Sí, era el mejor al lado de la Pulga, de Gerard Piqué, de Cesc Fabregas. “El mejor del equipo era Víctor, un jugador que era el líder natural del grupo”, llegó a subrayar el hoy todavía defensor del Barcelona. “Era uno de los jugadores más talentosos que he visto”, supo definirlo Pep Guardiola. Delantero devenido centrocampista, a los 35 años, continúa en actividad y con buen suceso en la MLS, con la casaca de Los Ángeles Galaxy, aunque lejos del sitial en el trono que le auguraban, incluso en competencia con Messi.
¿Qué sucedió en el camino para que no cumpliera con los augurios alrededor de su talento? Vázquez llegó al Barcelona con apenas nueve años y fue subiendo peldaño a peldaño en las divisiones formativas. “Jugaba de delantero. Los primeros años siempre era el “Pichichi” y marcaba muchos goles. Era con lo que nací, me gustaba marcar goles”, contó en una entrevista con El Periódico. Hasta que en el 2000 Lionel Messi aterrizó en Barcelona. Y con sus fintas frenéticas y botines inspirados le hizo un aporte distinto a la clase 87.
“Messi y Víctor eran los mejores del equipo, por lejos. A veces se picaban para ver quién metía más goles en un partido. Si en la primera parte Víctor hacía tres, en la segunda Leo no paraba hasta meter tres más, era alucinante”, supo evocar Fàbregas, quien luego se convertiría en uno de los amigos más cercanos del argentino.
“Eran piques sanos siempre. Todo el mundo pensaba que eran piques como una competición para ver quién acababa como máximo goleador, pero no era así. Siempre han sido muy sanos y con el objetivo de divertirse y disfrutar. Nunca desde el egoísmo o diciendo ‘yo quiero marcar más que Víctor, o yo más que Leo’. No, en ningún momento ha sido así y en ningún momento nosotros lo sentimos así”, describió Vázquez aquella puja silenciosa, lúdica, con el astro del fútbol mundial.
La diferencia en las personalidades condimentaba esa competencia. “Víctor era muy extrovertido. Leo sólo jugaba a la máquina y no hablaba, pero cuando saltaba al campo, las diferencias se reducían, nunca vi un mejor pique que el que mantuvieron ese año Víctor y Messi, eran dos fueras de serie”, semblanteó Piqué. De todos modos, como prueba de la ausencia de egoísmos, supieron acoplarse y complementarse por el bien colectivo. “Cuando llegó Leo, nos íbamos cambiando y también jugaba de mediapunta. Ahí me sentía mucho más cómodo, porque colaboraba más en el juego del equipo, ya que en esa época, siendo delantero, debía estar siempre en el área para finalizar. Y con ese cambio de posición yo me sentía mejor, más involucrado a la hora de combinar, de hacer jugadas bonitas. Y luego si las podía acabar, pues mucho mejor” explicó en la misma entrevista con El Periódico.
Aquel dream team arrasaba con lo que se le ponía enfrente. Estuvo cinco años sin perder un partido. Alcanzó resultados inverosímiles, 25-0, 17-0, 32-0... “Tengo un recuerdo espectacular de haber coincidido con todos esos jugadorazos, y alguno que se ha quedado por el camino, porque claro, no podemos llegar todos... Es muy difícil, pero lo recuerdo con orgullo. Ganábamos los partidos muy fácil, siempre ganábamos todas las ligas y copas... Y todo eso con un ambiente increíble; el de niños disfrutando del fútbol, que era de lo que se trataba. No de competir para ganar, sino de disfrutar. Íbamos creciendo y cada año éramos mejores. Hasta que llega un punto que uno pega un salto antes que el otro, o necesitan a un defensa antes que a un delantero, y ya nos fuimos separando”, narró el hombre que hoy se destaca en la liga de Estados Unidos.
Las lesiones representaron la barrera que no le permitieron dar el salto. Fueron dos, que le pusieron la carrera en pausa, y a su regreso ya había perdido terreno. Primero, un luxación de una rótula, que le inyectó temor a la hora de jugar, porque no la sentía firme tras la recuperación. Luego, la rotura de ligamento cruzado anterior de una de sus rodillas. Entre uno y otro problema físico le consumieron casi dos años. Demasiado para un futbolista en una etapa determinante en su trayectoria.
“No pensé se fuesen a olvidar de mí, pero sí que me iba a pasar gente por encima. Ahí sentí que mi tren del fútbol pasaba, porque en el Barça hay mucho talento y jugadores increíbles. Entonces tu oportunidad seguramente pase debido a tanto tiempo que iba a estar de baja y que sabes que otros jugador es obvio que lo van a aprovechar. Y de hecho, pues así pasó y así lo aprovecharon”, comentó las consecuencias que los problemas físicos tuvieron en su despegue.
Llegó a jugar un puñado de partidos oficiales en el conjunto blaugrana, con Guardiola al comando. Y anotó un gol, por Champions, ante Rubin Kazan. Uno de los que lo abrazaron en el festejo fue... Lionel Messi. Sin presunción de continuidad, aceptó con optimismo su destino de trotamundos. Se mudó al Brujas de Bélgica (cinco temporadas), tuvo un tránsito por el Cruz Azul de México, Toronto, el fútbol de Qatar, Eupen (también de Bélgica) y Los Ángeles Galaxy.
Al arribar al fútbol azteca, lo consultaron por aquellos antecedentes que lo colocaban como una promesa rutilante. “Salvador no soy para nada, yo no soy Messi, yo no soy Cristiano, soy un jugador normal. Vengo a aportar lo máximo, calidad, fútbol. Aportaré buen juego, trabajo en equipo y goles, porque sería importante para el equipo”, aclaró.
Tuvo sus momentos de éxtasis. En 2015 fue seleccionado mejor futbolista del año en Bélgica. En Toronto quedó como candidato a MVP de la temporada de la MLS (allí obtuvo una Supporter’s Sheld y una MLS Cup, además de dos certámenes canadienses). Y fue Messi en un gol emblemático. En una definición ante Seattle, anotó, se quitó la camiseta y la puso en exhibición ante las tribunas, imitando la ya mítica celebración de la Pulga ante el Real Madrid, que había ocurrido apenas unos meses antes.
“Tenemos un grupo de WhatsApp de la Generación del 87 y estamos ahí todos metidos. Hemos hablado alguna vez todos y alguna yo con Leo por privado, pero poquito. A mí no me gusta molestar. Prefiero no meterme, ni estar escribiéndole. Si alguna vez nos escribimos, genial. Siempre estaremos ahí, pero obviamente no tenemos esa relación que teníamos hace años”, detalló sobre el vínculo en la actualidad y el ecosistema en el que se desarrolla.
¿Se habrá enterado Messi de aquel homenaje en el festejo? “Sé que le llegó, porque con Piqué sí que hablo más a menudo y me dijo: ‘Cómo te has copiado de Leo, ¿eh?’. Era una apuesta que yo tenía con mi familia y amigos, que me dijeron que si marcaba en la final un gol decisivo que lo celebrara al estilo Leo. Y bueno, yo no soy de hacer estas cosas, pero como era una final, sabía que también tenía repercusión y me hacía feliz, lo hice”, argumentó el plagio bienintencionado.
No sólo Messi le sigue las andanzas. También Pep, quien en su momento quedó prendado de su talento, que no llegó al máximo potencial por los problemas físicos, pero jamás se rindió. “Tuvo muchas lesiones, pero estoy muy feliz de que todavía esté jugando. La generación de Messi, Cesc, Piqué… Víctor Vázquez estaba con ellos. No sabía que estaba haciéndolo muy bien en Estados Unidos, así que me alegro mucho”, señaló en honor a aquella versión infantil-adolescente que era capaz de eclipsar al mismísimo Messi.
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