Tito Borjas sabía que en la decisión sobre lo que haría ese 19 de diciembre de 1931 podía irle la vida. El consejo del doctor no dejaba lugar a dudas: tenía que evitar los grandes esfuerzos y las emociones intensas. Y no solo ya no podía jugar al fútbol, sino que bajo ningún aspecto podía ir a ese partido en el que Wanderers tenía chances de ser campeón, porque había altas posibilidades de que su corazón maltrecho no aguantara. Pensó en la vida después del retiro y en lo cerca que estaba el olvido de sus hazañas. Entrevió cómo empezaba a alejarse la gloria conseguida en Amsterdam y adivinó la ingratitud de los que alguna vez lo habían idolatrado. Pensó también, como todos los días, en ese hermano al que parecía haberse tragado la tierra en Buenos Aires. En lo efímero que podía ser todo. Cada vez se sentía más seguro de que estaba obligado a correr el riesgo para ver en la cancha a sus compañeros ganar el título en 1931. Aunque eso pudiera costarle la vida. Faltaban apenas cuatro días para que cumpliera 34 años.
René Tito Borjas había nacido en 1897 en Minas, en el departamento de Lavalleja, en el seno de una familia típica de clase media uruguaya de esos años. Desde muy chico se destacó por sus condiciones para jugar a la pelota, en un país que empezaba a dominar la escena del fútbol mundial.
Llegó así a Uruguay Onward, equipo que en los años 20, cuando todavía reinaba el amateurismo, alcanzó a participar en la Primera División. No tardó en destacarse como uno de los grandes futbolistas del campeonato, pero todavía le faltaba dar otro salto en su carrera.
“Él era el mejor en Uruguay Onward, que tuvo una actuación preponderante, pero en 1922 se produce un cisma en el fútbol uruguayo. Al año siguiente Wanderers lo trae con otros jugadores y de entrada, sale campeón”, le cuenta Manuel Paredes, abogado especializado en violencia doméstica y a la vez historiador del equipo del tradicional barrio del Prado de Montevideo, a Infobae.
La división en el fútbol charrúa implicó que hubiera dos asociaciones: por un lado la Asociación Uruguaya de Football (AUF), que existe hasta nuestros días, y por otro la Federación Uruguaya de Football (FUF). Wanderers presentaba equipos en los dos campeonatos que se celebraban a la par, aunque en el de la FUF su denominación era la de Atlético Wanderers, donde militaba Borjas.
Dentro de un fútbol de estrellas, Tito era “el delantero más completo de la época”, según define Paredes. En 1925 se destacó además en una extensísima gira que realizó Nacional por Europa, insólita desde los parámetros actuales: abarcó a nueve países y duró 190 días, en los que se jugaron 38 partidos.
Borjas fue convocado para reforzar el equipo, algo usual por aquellos años: llegó en el medio del periplo para reemplazar a Pedro Petrone, campeón con Uruguay en los Juegos Olímpicos de París en 1924, que se había roto los meniscos en un amistoso contra el Barcelona. En los 12 partidos que jugó, Tito convirtió nada menos que 16 goles.
Desde 1923 integraba la selección, aunque por la situación institucional en el fútbol de su país representaba al equipo de la Federación Uruguaya de Fútbol. A partir de 1926, cuando solo quedó la AUF, de entrada pegó con la Celeste el grito de campeón en el Sudamericano de Chile.
Sin embargo, dos años después, cuando se formó el plantel que iba a defender en Amsterdam el título olímpico en fútbol, los dirigentes no estaban seguros sobre a qué centrodelantero llevar y tomaron una medida curiosa. “Decidieron -cuenta Paredes- que fuera la gente la que lo eligiera con una encuesta en la revista Mundo Uruguayo, que era de consumo masivo porque traía todo para hombres, mujeres y niños”.
Los números son asombrosos: en un Uruguay que tenía una población cercana a los dos millones de habitantes, se registraron más de 140 mil votos y el ganador fue Borjas, con 52.134, seguido por 47.037 de Pedro Cea, luego campeón en el Mundial de su país.
Tito tenía espíritu bromista y fue uno de los que sostuvo el ánimo de sus compañeros en el largo viaje en barco a Europa. A Roberto Figueroa, que también jugaba con él en Wanderers, le hizo creer que el barco iba a dar un salto cuando atravesara la línea del Ecuador. “Figueroa trató de aguantar despierto para saber si era cierto, pero en cierto momento se quedó dormido. Después Borjas le decía que se había perdido el saltito”, comenta Paredes.
En Amsterdam se construyó una nueva coronación uruguaya, en la que Borjas tuvo un papel clave por partida doble. Por un lado, porque le dio la asistencia a Héctor Scarone para lograr el 2-1 definitivo en la final contra Argentina. Por otro, por la frase que pronunció al momento de dar el pase decisivo.
“Tito Borjas salta, le gana a Paternoster y peina la pelota mientras grita ‘¡Tuya, Héctor!’, sabiendo que a su espalda llega Scarone. El relato de esa jugada se mantuvo por generaciones y es una demostración de cómo el fútbol, sobre todo en el Río de la Plata, construye idioma a partir de ciertas expresiones. Es como decir ‘ahora te toca a vos’ o cuando se le pasa una responsabilidad a otra persona en cualquier orden de la vida”, comenta a Infobae el escritor uruguayo Sebastián Chittadini.
Aquel “Tuya, Héctor”, algo en desuso en la actualidad, se utilizó durante años en diferentes situaciones y aparece por ejemplo en “Cuando juega Uruguay”, la canción de Jaime Roos para alentar a la Celeste. “En el momento de darles paso a los músicos, Jaime dice ‘Tuya, Héctor’ y es un guiño futbolero también”, explica Chittadini, que remarca: “Es curioso que esa frase que usó Tito Borjas y que de algún modo opacó su enorme carrera, se dio en el que terminó siendo su último partido oficial con la Celeste”.
Al volver de Amsterdam, los campeones se encontraron con un recibimiento multitudinario en el puerto de Montevideo. Borjas atravesaba los que debían ser sus días más felices, pero el panorama de su vida se empezó a volver cada vez más sombrío.
Una situación personal lo aquejaba e hizo que su carácter se volviera tristón, a pesar de su tendencia bromista. Llevaba un tiempo largo sin tener noticias de uno de sus hermanos, que había viajado a Argentina. “Él estaba obsesionado con eso y lo afectó toda su vida. El hermano con el que tenía más vínculo se fue hacia Buenos Aires en un emprendimiento personal con un socio y ninguno de los dos regresó. Nunca se supo nada más de ellos. Posiblemente fueron asesinados los dos”, comenta Paredes.
Al mismo tiempo, empezó a sufrir recurrentes dolores en el pecho. Pese a que, según recuerda Paredes, Tito tenía una muy buena conducta para una época en la que era habitual que los jugadores fumaran y tomaran alcohol sin demasiadas restricciones, el físico lo abandonó cada vez más y su nivel decayó, tanto que se quedó afuera de la Celeste que ganó el Mundial de 1930 en el Estadio Centenario de Montevideo.
Llegó todavía en 1931 a jugar algunos amistosos con la selección ante equipos húngaros, pero en una práctica antes de un partido frente a Nacional los médicos de Wanderers finalmente diagnosticaron que Borjas sufría un problema cardíaco y le informaron una noticia durísima: debía abandonar el fútbol.
Mientras Tito descansaba, la vida seguía y la buena marcha de Wanderers en el campeonato también. El Bohemio estaba cerca de conseguir su cuarto título e iba a visitar en la última fecha a Defensor en Parque Rodó. Necesitaba un triunfo para asegurar la consagración, ya que el escolta Nacional estaba a apenas un punto de distancia.
Por su problema de salud, Tito tenía prohibido asistir al estadio. Pero en un telegrama a sus compañeros antes del partido hizo una advertencia contundente: “Solo muerto” se perdería de ver ese encuentro en el que podía consumarse ese logro por el que tanto había hecho.
Conocedora de la voluntad de Borjas, su familia decidió encerrarlo en una casa y vigilarlo para evitar que se escapara. Pero en una distracción, uno de los guardianes improvisados no advirtió una ventana abierta y Tito marchó hacia Parque Rodó, “quizás buscando la vida o buscando la muerte”, como canta Silvio Rodríguez.
Ya en la cancha, Borjas vivió como uno más el choque ante Defensor. Sobre el final del primer tiempo, vio venir la conquista cuando Figueroa remató desde una posición inmejorable. Creyó que había sido gol y hasta lo gritó, pero la pelota se perdió desviada. Su corazón no pudo soportarlo.
Borjas se descompuso y abandonó el estadio en busca de atención médica, pero cayó desplomado en una esquina. Los esfuerzos por reanimarlo fueron inútiles. Con apenas 33 años, se moría un pedazo de la historia del fútbol uruguayo.
La noticia infausta llegó enseguida al estadio, pero el partido no se suspendió. Los futbolistas de Wanderers tuvieron que afrontar el segundo tiempo a sabiendas de la muerte de quien había sido su compañero y, aun en esas condiciones, consiguieron la victoria 1-0 que les dio el título.
“Parte de la prensa en ese momento aseguró que lo que le pasó tenía que ver con una vida desordenada. Pero el problema fue netamente cardíaco. Si se ven las imágenes de la época, Borjas tenía un físico impecable, sin un gramo de grasa”, apunta Paredes.
Los lectores del escritor Roberto Fontanarrosa tal vez hayan reconocido en la historia de Borjas unas cuantas coincidencias con uno de sus cuentos más famosos: “19 de diciembre de 1971″.
El protagonista de ese relato es también un enfermo cardíaco que por recomendación médica no debería asistir a un partido trascendental y que sin embargo termina en el estadio, en contra de las prohibiciones. El desenlace, en ambos casos, es similar.
El detalle de que la muerte de Borjas haya sido exactamente 40 años antes ya parece entrar en el terreno de lo mágico. De esa magia que Borjas regaló a montones en una vida demasiado corta.
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