Ya no está aquel de pelo largo, camperas de cuero desgastadas, pose bromista constante y provocador. El Germán Adrián Ramón Burgos que se sienta del otro lado es un hombre que transmite seriedad con un corte prolijo al ras, anteojos de lectura, traje y que persigue minuciosamente los términos que quiere expresar. A los 52 años, el Mono está apostado en su casa de España con los seis perros, dos gatos y el loro que lo acompañan. “¡Y el más complicado soy yo!”, lanza con una carcajada ante Infobae, dejando en claro que el nuevo perfil que lo acompaña desde lo estético no eliminó por completo aquella esencia jocosa que siempre lo distinguió.
El ex arquero, símbolo del cuerpo técnico de Diego Simeone que marcó una era indeleble en el Atlético de Madrid, saltó a la soledad del entrenador principal en Newell’s de Rosario pero su paso duró apenas tres meses. Trastabilló su proyecto –que defenderá a capa y espada– pero no sus convicciones: tiene montada una oficina con dos asistentes que lo acompañan unas cuatro horas diarias a la espera de que surja otra oferta laboral.
— Al final, vivís con los seis perros, dos gatos, el loro y dos ayudantes...
— ¡Y yo...!
— Y los dos asistentes, que están todo el día metidos...
— Están tres o cuatro horitas. ¡Después les digo váyanse, pero aléjense de mí!
Burgos otra vez lanza esa carcajada que tiene sembrada ya en su personalidad, pero no se permite demasiado tiempo para las bromas y detalla su mecanismo: “He montado en mi casa una oficina con dos ayudantes que están permanentemente adelantando situaciones y buscando datos o cosas para cuando nos llame algún equipo: en dos días tenés que saber todo. En dos días tenés que saber quiénes son los que te van a ayudar en inferiores, cuánto jugadores tienen en la selecciones, cuántos han debutado en primera, cuántos han tenido minutos en primera, empezás desde las inferiores hacia arriba”.
— Muchas veces un jugador del estilo “Mono Burgos”, pelo largo, que hacía rock, puede representar un riesgo para un entrenador, un temor. ¿Vos cómo sos con un futbolista que sobresale del molde ya prefabricado?
— Ahí te respaldan los campeonatos... La fuerza que te da, más allá de lo que uno se ponga para jugar o cómo viva su vida, son los campeonatos. Los campeonatos no son cuando vos jugás en primera eh, los campeonatos tenés que encontrarlos desde el primer momento que jugaste. Yo debuté a los 7 años y salí campeón ese día. Pero salí campeón a los 10 con la selección juvenil marplatense, a los 12, a los 13, en quinta división, en tercera, en primera... Guardo todas las medallas que tengo desde los 7 años. Eso es lo que te va respaldando tu carrera para después para decirle al entrenador: yo vengo con todo esto. Él ya lo sabe.
— Alguna vez Daniel Osvaldo dijo “que me gusta el rock no quiere decir que no sea profesional”. ¿Por qué termina haciendo ruido o llamando la atención un futbolista que le gusta hacer música si después cumple en la cancha?
— Ahora se ve cada vez menos (el ruido), porque hay mucha gente que tiende a estudiar instrumentos o a pintar; o a hacer cosas diferentes. El tema es hacerlo compatible. No es fácil hacer compatible la noche con el día. El fútbol es de día y la música es de noche... Es difícil hacerlo profesionalmente. O hacés una y la otra tiene que estar al lado. Pero si te vas a dedicar de lleno, te tenés que dedicar de lleno a una de las dos. Las dos juntas no se puede.
— ¿Te costó matar al rockero que hay adentro?
— Está guardado, pero soy un ser musical.
— ¿Cómo convive hoy en día ese ser musical con la sobre exigencia del fútbol?
— Sólo escuchar...
— ¿No extrañás?
— No, porque la tarea del entrenador lo abarca todo. El futbolista son dos horas por día, ponele tres si hacés doble turno. El entrenador te lleva 24 horas. No podés apagar el teléfono, no podés irte a dormir sin arreglar una situación. Tenés que atender todo. Desde un chico que no pudo venir porque había tráfico, hasta ahora que con el tema del COVID-19 se han expandido todas nuevas situaciones; por ahí los chicos tienen que quedarse a dormir en el hotel, no pueden ir a la casa. Tenés que estar con todas las antenas bien puestas.
— ¿Esto de estar las 24 horas también incluye el look? ¿Sería imposible pensar un entrenador de pelo largo, campera de cuero, como vos estabas vestido cuando convivías con tu banda?
— Creo que es otra etapa...
— Más allá de esa otra etapa, si lo quisieras sostener ese look porque te gusta, ¿creés que sería aceptado en el mundo del futbol?
— Veo entrenadores con pelo largo. No creo que haya problemas en ese sentido. Sobre todo en los momentos que se viven de aceptar a la otra persona como es. Va en eso. En eso siempre he creído yo. ¿Por qué hablo de otra etapa? Yo me dejé el pelo largo, tan largo, porque mi viejo me lo cortaba. Que era peluquero y me lo cortaba así, pasaba por atrás y me lo cortaba. Un día le dije: no me lo cortás más. Entonces lo tuve hasta acá, podrido estaba de que me hacía siempre lo mismo.
Burgos fue un personaje único de su época. Una especie extraña en ese fútbol de los 90 que lentamente se dirigía a formatear planteles enteros con jugadores vestidos con firmas europeas de diseño, perfumes franceses y autos exportados último modelo. O al menos hacerles creer en ese aspiracional. El Mono era un rockero vestido de arquero. Podía bromear con un rival o provocarlo. También con los hinchas. Era una bocanada de aire fresco en un ambiente que asfixia al distinto. “Me iba a la pieza de él porque estaba todo el día tomando mate para no fumar tanto y para no comer tanto. Estaba en su mejor momento. El Mono estaba hecho una rana en ese momento. Se puso en forma y era una bestia. Estábamos con el arte de tapa del disco que estaba por sacar. Estaba copado por eso: yo no tocaba un puto instrumento en ese momento, pero me llamaba la atención. Escuchábamos un tema, otro, fumábamos un pucho, qué se yo...”, lo recordó con mucho cariño el Rifle Pandolfi tiempo atrás al repasar años de Selección.
Germán Adrián Ramón –leído en cantito como lo inmortalizó Araujo en los 90– era un hombre que podía brillar debajo de los tres palos y al otro día aparecer en un recital televisivo para liderar a su banda The Garb con un sombrero, botas, pantalón ajustado y un gamulán de cuero que minutos más tarde volaría para lucir la mítica lengua de los Stones que tiene tatuada en el brazo izquierdo. Ese mismo hombre mutó de look y de objetivos, pero no de espíritu y compromiso con las causas que abraza. Su carácter disruptivo siempre brota (propuso un nuevo método de puntuación para combatir los 0-0). Sobre su espalda, detrás de ese hombre trajeado y prolijamente peinado ante una cámara de computadora para dar una entrevista por Zoom, se repite un Chelsea-Tottenham jugado 24 horas antes.
“Cuando miro, miro cuatro partidos. Cuando analizo, analizo uno. ¿Sabés qué me gusta? Y esto algún día lo voy a hacer realidad: ¿Viste cuando vas al aeropuerto y ves los horarios de llegada, que hay 20 monitores? Me gusta siempre que haya un partido. Acá atrás tengo un partido, siempre tiene que haber en la TV un partido porque te puede dar alguna idea. Pero una cosa es mirar y otra analizar”, aclara.
— El análisis excesivo del fútbol, la constante inclusión de métricas, el detalle constante, ¿En cuánto restringió a la creatividad del jugador?
— Creo que en nada. Todas estas situaciones son para nosotros. Después al jugador tenés que decirle dos o tres cosas.
Alguna vez en su vestimenta de futbolista, todavía lejos de ser el DT minucioso que es hoy en día, Germán lanzó al aire como frase risueña que la “muerte del jugador de fútbol llega cuando te convertís en técnico”. Hoy, de traje y con miles de horas de estudio de rivales o posibles trabajos, la recuerda: “Claro, la muerte del jugador de fútbol es biológica, por eso me refería a esa situación. Hay un sketch de Porcel, que siempre hacía sketchs de fútbol, donde decía: ‘Yo lo tengo todo acá (se toca la cabeza) pero no lo puedo trasladar a los pies, pero acá hago unas jugadas brillantes’. En ese sentido, el fútbol te abandona”.
Amado en River Plate, donde consiguió seis títulos, admirado en el Ferro Carril Oeste que lo vio nacer, y respetado en Mallorca, Burgos es un ídolo absoluto del Atlético de Madrid. Fue pilar del retorno a primera del club colchonero a mediados de los 2000, al mismo tiempo que sacaba su cuarto y último disco de rock. Pero se subió definitivamente al pedestal glorioso después de pasar casi una década como asistente principal del Cholo Simeone. Hace dos años fue despedido con un homenaje jamás visto para un ayudante de campo. ¿Qué hay detrás de eso? ¿Qué fue lo que lo transformó en una entidad con nombre y apellido a pesar de estar detrás de un técnico que puede llenar un estadio él solo con su personalidad? Al fin y al cabo, Mono, ¿qué aprendiste vos del Cholo y qué le aportabas vos al cuerpo técnico?
Piensa varios segundos antes de responder esta última pregunta y grafica con precisión: “Lo que yo aprendí es la situación de llegar al entrenamiento sabiendo que desde ahí es donde vas a ganar el partido. Si el entrenamiento no sale bien, complicado... Y no retirarse hasta que salga bien. Es una condescendencia con el trabajo, no podés dejar de hacerlo hasta que consigas el resultado. Y después, ¿lo que yo di? Equilibrio”.
— ¿Qué sería equilibrio?
— El equilibrio de estar tendiendo puentes siempre en todos los estamentos. Que es lo que hacía de jugador también.
— ¿Cómo se maneja un vestuario hoy en día?
— Nosotros, cuando llegamos a Newell’s, recibimos al equipo que tenía 1 punto en cinco partidos. Nosotros estuvimos seis partidos invictos. Si vas a todo lo que había hecho Newell’s atrás, hacía bastante que no conseguía seis partidos invictos. Cortamos esa racha negativa y le dimos un impulso al equipo. Tanto al equipo como a las divisiones menores. Sacamos diez jugadores con debut y goles, por ejemplo. Hay varias cosas positivas. Pero esas energías negativas las cortamos desde el momento que llegamos.
— ¿Y por qué crees que no se valoró esto que planteás desde las estadísticas? ¿Qué no se vio del proyecto para que no te den continuidad?
— Creo que hay que tener paciencia porque los números están. Nosotros de 15 partidos sacamos 18 puntos. Es una campaña de mitad de tabla para arriba en cualquier campeonato del mundo. Esos son los números y ante eso no hay movimiento, porque es veraz. Es un dato veraz. Después de todo eso, que los números están, tenés que tener la paciencia para sostener los proyectos. Yo sé que los dirigentes del fútbol en todos los escalafones que haya –equipos de arriba, de mitad de tabla, los que luchan el descenso– necesitan inmediatez. Eso nosotros lo habíamos conseguido, cortar una racha negativa y darle al equipo un impulso. Después está la paciencia. Ahí es donde se mueve un poco el barco y todos los estamentos del club. No es solo la parte directiva.
En la casa de Marcelo Bielsa, un fanático del Loco Bielsa, decidió pasar todas sus horas en el Complejo que tiene un hotel que se construyó con el aporte de dinero del propio Marcelo y, como si esto fuese poco, optó por aplicar métodos de trabajo bien cercanos a los del actual DT del Leeds: “Yo vivía en el complejo. Veía las categorías menores, los entrenamientos. ¿Por qué hacía esto yo? Porque los agarraba a los chicos, les señalaba ese hotel maravilloso que hay ahí que donó Bielsa y les decía: ‘Ustedes les tienen que romper el ojete a aquellos que están jugando ahí, los quiero ver viviendo ahí’. También he hecho reuniones con 35 empleados del club para establecer dinámicas. Cómo me gusta esto, esto es por acá...”.
Tan distintos pero tan iguales, Germán y Marcelo supieron construir un vínculo de respeto durante la estadía jugador-entrenador en la selección argentina. El Loco confiaba en ese Mono rockero. En el 2003, luego de recuperarse del cáncer de riñón, lo llamó desde su habitual “lejanía” y no le permitió decir una palabra: “Quiero decirle que estuve muy cerca siguiendo lo de su operación, me alegra lo de su operación, siga para adelante...”. Y le cortó.
También lo contactó tiempo después cuando se enteró que iba a comenzar a entrenar en el Alcorcón, el paso previo a su largo camino junto con el Cholo: “Me alegro que haya tomado la decisión de asumir la carrera de entrenador, lo felicito. ¿Y usted qué les va a enseñar?”, lo cuestionó. “Ayudarlo al jugador para que pueda resolver en milésimas de segundos. Ayudarlo a pensar. Resolver es pensar”, contragolpeó Germán, según lo revive hoy.
— ¿Por qué la gran mayoría de los jugadores hablan bien de Bielsa en un ambiente tan complejo para que suceda eso?
— Por la honestidad. Los que admiramos a Bielsa siempre hemos resaltado su honestidad. El tipo va y te taladra. No hay vuelta atrás. Te taladra en el buen sentido, eh. Te hace pensar y te hace decir y sí, yo tengo que mejorar. ¿Por qué dudo en esta situación si le mostramos diez jugadas que lo hizo bien? ¿Por qué duda en esta situación de meter un pase entre líneas? En eso el jugador se va a la casa y dice: tiene razón.
— ¿A vos puntualmente hay alguna enseñanza que Marcelo te haya dejado y que te transformó la cabeza?
— Sí, claro. Montones. Pero sobre todo cómo él pone el sentimiento del amateur. Ese sentimiento del amateur te lo recuerda permanentemente. “Usted antes jugaba por nada, ahora va a jugar por algo. Está toda su familia mirándolo, ¿se lo va a dedicar a su familia? ¿A quién se lo va a dedicar el triunfo? Lo va a conseguir si no olvida quién fue cuando jugaba en esos campos de tierra, de arena, ese es usted”. Eso es Bielsa...
— ¿Cómo se maneja un vestuario con la generación que está hoy en día? ¿Cómo vivís esa distancia en la edad?
— Es lo mismo que tratar a tus hijos... No somos amigos. Nos respetamos, pero amigos, no. Yo te voy a cuidar, te voy a proteger, te voy a dar todo de mi parte, pero amigos no. Soy tu papá, vos sos mi hijo. Yo soy el entrenador, vos sos el jugador. Compromiso individual con nadie. Eso es lo que me llevo yo y que me agradecen los jugadores: con la honestidad con la que les hablé desde el primer momento. Compromiso con nadie, solo con el club y qué es lo que necesita el club.
— ¿Y se trata a todos igual o hay que saber identificar a cada uno?
— No. A todos igual mediante la honestidad. Después tenés estamentos y gente del club que tiene años y trayectorias. Eso hay que evaluarlo también. Desde mi parte, siempre con la honestidad. Pero a un chico que hicimos debutar no es lo mismo que otro que está finalizando su carrera o tiene una trayectoria importantísima internacional como lo hemos tenido.
— Sos parte del ambiente del fútbol desde que naciste, pero también la música te permitió pararte a un costado para poder mirarlo desde otro lado, ¿cómo ves al ambiente? Hoy el jugador va con auto de alta gama, la mejor ropa, etc. ¿Se analiza eso o se deja a un costado?
— No, te tenés que que adaptar a todas las situaciones. Si lo tienen es porque se lo han ganado, primero. A nosotros, cuando empecé en Ferro, Carlos Griguol nos decía: “Tengan cuidado con la ruta, cuando les damos libre dos días, al ir y venir”. Pero acá me encontré en Europa que tienen aviones. ¿Entendés? No es el auto, ya manejan aviones. Terminan de jugar partidos y se van a ver NBA a Estados Unidos. Después te vienen a entrenar.
— Pero al fin y al cabo estás a cargo de una élite que viaja en jet privados, ¿Cómo se maneja a un grupo que vive en una situación de privilegio y cómo se trata al chico que recién empieza?
— Es sencillo para mí. Primero es cómo viene cada uno. Ahí entra la parte social del club y atender los aspectos de cómo manejarse adentro de esa sociedad. Lo que he hecho yo, con el ejemplo mío, es que ves un nene que te saluda y hay que parar. Se para, se firma, se saca autógrafo... Ahora por la pandemia es más difícil, pero eso va mancomunado con las directrices del club. Nosotros lo hemos hecho siempre en el Atlético de Madrid. Tienen que ir jugadores a hospitales, a centros sociales, así equilibra esa élite que vos decís. Tenés que llevar a los jugadores a ver trabajar y hacerlos trabajar. Por ejemplo, tenés que hacerlos cocinar. ¿Qué sabe hacer usted? Yo pescado. ¿Vos? Pizza. Hágalo para los compañeros. Hay montones de cosas que se pueden hacer para que esa élite no esté caminando por algo que es irreal. También uno los baja metiéndole juveniles. Que le pierdan el respeto futbolístico a los tipos experimentados. Siempre hay aspectos para bajar a tierra a esa élite.
— ¿Te pasó que algún joven haya tenido un cambio drástico de personalidad? Porque es fácil marearse...
— No lo he visto, pero la única forma de que suceda ese cambio en el juvenil es cuando uno deja de hablar con el jugador; de guiarlo y tenerlo bajo tu manto. Esto sucede cuando empieza a recibir mensajes encontrados, que lo hacen atravesar etapas que aún no ha cumplido en el campo. Uno como entrenador, o los ayudantes, tiene que estar rápido para intervenir.
Un caso de manejo exitoso de grupo bien podría posicionarse sobre la espalda de Lionel Scaloni, el hombre que comandó a la selección argentina en el título de la Copa América. Burgos hace hincapié en un detalle que para él es trascendente para entender la dinámica interna: “En la Selección sos seleccionador. Debe ser insoportable no tenerlos día a día. Para eso tenés que viajar, estar al lado de los jugadores, ver partidos en directo. Un montón de situaciones que te acercan al jugador. Eso lo ha conseguido Scaloni de una manera brillante. Se ve enseguida cómo los jugadores que hacen los goles van a festejar con él. Está así el equipo (apiña sus dos manos) con el entrenador. No hay palabras. Ese es el summum del entrenador. Hacen un gol, el que sea, abrazan al del gol y otro se acerca”.
Uno de los grandes méritos del DT es la elección del Dibu Martínez en el arco, dueño de un estilo provocador que bien podría acercarse al del Burgos jugador. ¿Estuvo bien al hablar en los penales contra Colombia? ¿No corre riesgo de ser criticado en exceso ante el primer error? “Ni las pensás esas cosas. Es normal para un jugador de la Selección. Entrar a la cancha pensando que vas a fallar y te van a esperar no existe en el jugador de fútbol moderno. Las mentes cada vez son más brillantes. Nacieron con la tecnología, sus cabezas van más rápido. Uno se tiene que adaptar a esas situaciones de cómo hablar con un tipo que está manejando situaciones con el teléfono. Es un arma más que tiene el arquero (hablar en los penales), porque el arquero tiene que esperar. El que tiene la responsabilidad es el pateador. Él utilizó un arma más que tiene para contrarrestar lo que es la agresión que va a sufrir mediante el posible gol”.
Durante 40 minutos de entrevista, Burgos se extiende para hablar de fútbol, de métodos y filosofías de juego. No se explaya tanto para revivir a aquel rockero que guardó. En el otro lado del umbral pareciera haber un catedrático de este deporte que puede expresarse en tres idiomas (inglés, italiano y, por supuesto, castellano) y mira hasta la liga de Japón. Una pregunta lo suelta definitivamente, lo pone en su costado más divertido por unos segundos: el pícaro. Como si abandonara el traje repentinamente para arrastrarse a su costado más lúdico.
— ¿Qué pelea fue más fuerte: la que tuviste con Giunta o la de Mourinho?
— Te puedo decir algo: con Giunta nos debemos unas cervezas...
— ¿Por qué?
— Porque la única diferencia es que él es de Boca y yo soy de River. Pero podríamos juntarnos en cualquier lado (se ríe)
— Y con Mourinho no...
— ¡Ya te contesté!
Algunos videos colgados en Youtube hace más de 14 años, donde está el Mono con un sobre todo negro extenso hasta los tobillos, una remera al tono con una calavera y una bandana en la cabeza durante un recital en la TV española, acumulan más de 50 mil visitas. Otros, que lo muestran dos décadas atrás en el canal CMTV, suman más de 150 mil. En los comentarios se acumulan los elogios. “¿Qué quieren hacer los pibes? Jugador de fútbol o cantante de rock. ¡Yo lo soy!”, disfruta con carcajadas otro Burgos en una vieja entrevista con TyC Sports que asoma en este archivo virtual durante una época que estaban en plena convivencia el músico y el futbolista. También hay archivos entonando uno de sus temas sin camisa en Videomatch. Todos terminan revoleando sus remeras mientras un imitador de Bielsa lo monitorea desde el control del estudio. Son escenas de lo que ya no está. Del pasado. “Es el final, el final de este amor. Es tu mirar el que me dice adiós. Mi alma ya vacía, cansada ya de andar. Buscar nuevas formas, nuevas formas para amar”, canta en El Final, uno de los temas que cierra su último disco, que editó en 2005. Un presagio de la mutación que se avecinaba...
— Le hablo a aquel Mono Burgos que está haciendo un recital en cuero en TV y le pregunto: ¿el ambiente del fútbol es careta?
— Yo creo que no. Nunca tomé el ambiente de fútbol como careta porque no es real. El careta dentro del fútbol no es real. ¿Sabés por qué? Dentro de la cancha, cuando mirás para atrás, para los costados, está la gente ahí. Y la gente llegó a la cancha como pudo, pagó la entrada como pudo, entonces uno piensa en eso. Tiene que pensar en eso. Es trasladarse a quién le brindas tu buen juego, tu campeonato. Es como decía Marcelo, esa gente también está ahí. Es mentira todo lo demás. Un día el fútbol se termina, no es para siempre. Si no lograste bajar... Es todo mentira.
SEGUIR LEYENDO: