Cifras y fechas llenan las páginas de los anales del boxeo mexicano año con año. Sin embargo, desde 1976 existe un nombre que ha permanecido inamovible debido al magnífico logro de ser el campeón mundial mexicano más joven de la historia. El 17 de julio, con 18 años de edad pero una fuerza inquebrantable en el guante izquierdo, José Pipino Isidro Cuevas sorprendió al experimentado campeón puertorriqueño de 28 años Ángel Espada. Contra todo pronóstico, lo envió a la lona en el segundo episodio de la noche.
El suceso que paralizó al mundo del boxeo no habría sido posible si el originario de Zempoala, Hidalgo, no hubiera irrumpido en la escena profesional a los 14 años. Su debut fue amargo, pues lo perdió por la vía del nocaut. Sin embargo, con el paso de los años y los combates, la seriedad en su labor y sus cualidades le dieron el privilegio de cultivar uno de los ganchos de izquierda más efectivos en el mundo.
Con 22 combates, 16 de ellos con marcador a su favor, la Plaza de Toros Calafia de Mexicali, Baja California, le abrió las puertas para abrirse paso en la cartelera más importante de su carrera. Ángel Espada, campeón puertorriqueño que un año atrás había recolectado el cinturón de la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) en peso welter, aceptó el reto de exponer su cetro en terreno mexicano.
Confiado en su edad así como en su trayectoria, la victoria por el título y la defensa exitosa que había realizado antes de viajar a México, el Cholo subestimó al rival por su corta carrera y la media docena de derrotas que figuraban en sus antecedentes. A pesar de que la estadística favorecía al boricua, el mexicano saltó al ensogado con la consigna de arrebatar su primer campeonato mundial.
Al sonar la campana, el público impulsó a su favorito, vestido con pantaloncillo rojo, hacia el frente de batalla y comenzó el equilibrio de fuerzas. Los primeros segundos fueron de mesura y cálculo, pero antes de finalizar el episodio, el pugilista local se animó a recortar la distancia con su oponente para mermar su condición física. El referee envió a los boxeadores a su esquina cuando sonó el segundo campanazo, pero nadie vaticinó lo que vendría después.
Con la reanudación del encuentro, y entre gritos de “¡Aplícate, Pipino. Por favor, Pipino!”, Cuevas amedrentó con jabs para mantener la distancia. En un descuido del puertorriqueño, Pipino logró descansar un par de ganchos en su torso y lo llevó hacia las cuerdas. A pesar del embate, Ángel logró salir del callejón y pronto volvió a ubicarse en el corazón del cuadrilátero.
Segundos después, Pipino recurrió al abrazo y apostó por golpes a corta distancia. Al recibir un golpe en la cara, el mexicano aprovechó para contragolpear a su contrincante con la misma receta y lo envió a la lona. La gente presente se levantó de su asiento al tiempo que el de pantaloncillo negro impactó el suelo. A pesar de la impresión, logró levantarse y e incorporarse a la reyerta.
Los gritos no cesaron y, cuando el referee dio la indicación para continuar, el Pipino se lanzó con una nueva combinación de golpes. Los ganchos encerraron al boricua en una de las esquinas e instantes después, una de las almohadillas lo salvó de tocar el suelo por segunda ocasión. El ímpetu del mexicano no cesó, al igual que los impactos en el rostro de su rival. En ese momento, notablemente desorientado y tratando de esquivar al mexicano, Ángel Espadas dio un paso al costado y cayó de cara al techo.
Se repuso por segunda ocasión, pero cuando el referee indicó la reanudación, Cuevas ejecutó un par de ganchos más en su rostro que finiquitaron la pelea. El duelo finalizó con 24 segundos por disputar y Pipino conquistó la gloria más grande del boxeo a los 18 años con cinco meses de edad. La rivalidad tuvo dos capítulos más, pero en ellos el mexicano salió avante por la vía rápida.
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