La dama ascendió con paso sutil los siete peldaños de acceso al edificio de la calle Viamonte 1366. Su paso sereno contrastaba con la de unos hombres que gritaban mientras entraban o salían.
Luego, como si su voz suave fuese un bálsamo para los atormentados oídos del portero Juan, le preguntó:
— ¿Puedo ver al señor Grondona ?
— ¿Tiene cita?, inquirió Juancito como si para ver a Grondona en la AFA hiciere falta…
— No, en realidad no tengo cita, pero seré breve, es sólo para entregarle éste libro y luego me voy; serán unos pocos minutos, aseguró la distinguida señora.
Fue así que el portero, tomó el teléfono, marcó un número interno y llamó a la recepción del tercer piso donde está el despacho presidencial y la sala de reuniones del Comité Ejecutivo. De inmediato, bajando la voz y medio como dándose vuelta, se le escuchó preguntar:
— Hola Laurita, mirá aquí hay una señora que viene acompañada por un señor y quieren ver al Presidente, ¿qué les digo?... A ver, esperá… Tras lo cual les preguntó: ¿A quién debo anunciar?
— Dígale por favor que soy Gabriela Arias Uriburu.
En menos de un minuto Juan acompañó a los visitantes hasta uno de los dos ascensores. Y al llegar al 3° piso los recibió la Contadora Liliana Ripoll quien además de ser su asesora, asistía cercanamente a Julio Grondona por pedido de Nélida Pariani, la esposa del presidente quien por entonces se hallaba muy enferma. Tanto que había dejado de ir cada martes a la reunión de la Comisión de Damas, tal como lo había hecho durante los 32 años que llevaba Don Julio como presidente.
Ese martes de 2011 pareció especial, atípico: pocas veces se habían visto a tantos dirigentes juntos y a otras personas que esperaban para hablar con Grondona antes de que comenzará la reunión del Comité Ejecutivo. Estaba quien venía a gestionar una cama en el Fiorito para un pariente, quien venía a proponer un negocio “imperdible” y también quien pedía por un familiar privado de libertad… Más aún, en medio de los corrillos que formaban los dirigentes de cada club de las diversas categorías, se apareció Alberto Samid con una ristra de chorizos colgados de un gancho que debía entregarle subrepticiamente a Grondona sin que se enterara su esposa Nelly –por el colesterol– para lo cual recorrió la sala de punta a punta al conjuro de su particular: “Permiso, permiso…!!”.
Entre todos ellos y en medio de un silencio marcado, los visitantes atravesaron el ámbito precedidos por Liliana Ripoll y rápidamente la mayoría advirtió que quien pasaba entre ellos era Gabriela Arias Uriburu, pues su presencia, su lucha y su ejemplo, fueron noticia –en el país y en el mundo– desde hacía más de una década.
Al verla ingresar a su módica oficina, Grondona se puso de pie y le pidió a Liliana que se quedara. Luego le dio un beso de bienvenida en la mejilla a Gabriela y estrechó la mano de su acompañante, tras lo cual cerró la puerta corrediza. Solo esas cuatro personas participaron del breve encuentro. Fue en esa inesperada reunión en la cual la Arias Uriburu, elegante, dulce, distinguida, le entregó a Grondona un libro que dedicó en su presencia.
Don Julio nunca me dijo con precisión el título del libro tan gentilmente obsequiado. Por cierto que Gabriela Arias Uriburu escribió siete libros pero sólo dos de ellos fueron editados antes del 2011. El primero –creo que fue ese el que recibió Don Julio- fue: ”Ayuda quiero a mis hijos” (1998) y el segundo “Jordania, la travesía” (2005). Obviamente, ambos refieren a su odisea por reencontrarse con sus tres hijos Karim, Zahira y Sharif quienes fueron literalmente secuestrados por su ex marido Imad Shabat, quien en su carácter de diplomático se los llevó desde Guatemala –donde cumplía funciones– hasta Jordania, su país de origen. Este indignante hecho ocurrió en 1997 cuando los niños tenían 7, 6 y 1 año respectivamente y la justicia jordana valiéndose de la ley musulmana, le dio la tenencia exclusiva sin reconocerle ningún derecho a la madre. Fue recién en el 2010, 13 años después, en que por fin pudo volverlos a ver en paz...
Larga y devastadora fue la lucha de esta paradigmática mujer que se hallaba frente a Grondona, 14 años después de tan indignante suceso. Esta “embajadora multicultural y de mil milenios por la paz”, fundadora de “Niños unidos por el Mundo” –”FoundChild”–; esta señora reconocida por el Senado de la Nación como “Figura primordial por los Derechos Humanos” –y otra veintena de reconocimientos internacionales– con humildad y gratitud se encontraba frente al presidente de la AFA para entregarle un libro y decirle: “Gracias Grondona por todo lo que hizo por mi…”.
Luego de ello hubo un instante de silencio tras el cual Grondona le respondió: “No querida, yo no hice nada…”
— Sí, sí, sí…yo lo sé Don Julio, yo lo sé…, replicó Gabriela.
Al abrirse las puertas corredizas de su oficina, unos 50 dirigentes se aprestaban a tomar asiento en los lugares correspondientes para comenzar la reunión del Comité Ejecutivo con una hora y media de atraso. Todos clavaron la mirada para volver a ver y saludar a Gabriela, pero Grondona y Liliana Ripoll los acompañaron hasta el ascensor privado pegado a una puerta lateral del despacho y los visitantes partieron sin que nadie los perturbara.
Al final de tan movido martes y mientras se retiraba hacia su casa, le pregunté al presidente –como director de Medios y Comunicación de la AFA– si reportábamos en nuestro sitio oficial la visita de la señora Arias Uriburu con la entrega del libro y su dedicatoria. La respuesta de Grondona no fue elíptica, ni retórica:
— ¿Estás loco vos? Ni en pedo, me contestó.
Quienes estuvimos cerca de él podemos afirmar que Grondona fue más importante por lo que calló que por lo que dijo y más sabio por lo que evitó que por lo hizo. Se diría que reunía como nadie las virtudes de un líder que preside, toda vez que no todos quienes presiden, saben liderar.
¿Cómo vincular la gratitud de Gabriela a Grondona? ¿Por qué? ¿Qué tendría que ver el fútbol con una causa humana tan conmovedora? Veamos:
El 61º Congreso de la FIFA se celebró entre el 31 de mayo y el 1 de junio de 2011 en el Hallenstadion de Zúrich, Suiza. Eso fue unos meses antes de la visita de Gabriela a la AFA. En ese Congreso se reelegiría a Blatter como presidente por el periodo 2011-2015. Entre las distintas cuestiones tratadas por el Comité Ejecutivo en los años 2009 y 2010, deberían quedar definidas, entre otras, las candidaturas para organizar las próximas dos ediciones del Mundial Femenino de la categoría Sub 17. Puesto que la del 2014 se le había asignado a Costa Rica, había que elegir la del 2016. Y se habían presentado para tal fin cuatro países: Jordania, Barheim, Irlanda y Sudáfrica.
Fue en ese Congreso cuando el representante de Palestina pidió la desafiliación de Israel –un hecho recurrente de cada congreso de FIFA– pues la situación en la zona de Gaza transitaba su peor momento de ataques y atentados. Tal como era habitual Grondona respondió que el tema “pasa a Comisión para ser tratado en la próxima reunión de C.E”. Tras esta intervención, surgió la voz de un miembro asiático, acaso debutante y presumiblemente representante de Guam quien pidió la palabra y el Secretario General, Jérome Valcke, se la negó por estar fuera del Orden del Dia. A pesar de ello, el vicepresidente Julio Grondona, contradijo a su secretario general y con inusitado interés manifestó: “A ver, silencio por favor, dejémoslo hablar. Y señalando al orador con su mano derecha, le expresó con cordialidad: “Diga nomás, hable amigo”. Y el hombre poniéndose de pie dijo con firmeza:
— Ya que estamos hablando de desafiliación, pido la desafiliación de Jordania por tratarse de un país discriminador y… etc., etc.
— Grondona asintió con la cabeza y Blatter, sorprendido, exclamó en medio de un murmullo general: “Bueno, como en el caso anterior de Israel pasaremos este tema de Jordania a la próxima reunión del C.E”.
Ya cerca de las 23 de ese 1° de junio de 2011, el hotel Baur Au Lac prolongaba los últimos ecos de un nuevo congreso de la FIFA. De a poco, restaurantes, bares y cálidos rincones se iban despoblando de dirigentes que comenzaban a abandonar Zurich. En el lobby, cerca de la recepción y sentado sobre un sillón Louis XV de alto respaldo imperial, Grondona se dejaba caer hasta estirar el largo de sus piernas. Su esposa Nelly, quien ya estaba enferma, prefirió irse a descansar a la habitación. Replicaban en los oídos de Don Julio el sufrimiento de su mujer tras el suceso de Gabriela.
Todos los días, luego de leer, escuchar la radio o ver televisión, la esposa de Grondona le refería la penosa situación por la cual atravesaba Gabriela Arias Uriburu. También ella prefería el bajo perfil y no dar a conocer todo cuanto desde la AFA hacían las mujeres por el reconocimiento del género. Más aún, Nelly había fundado un “Refugio de Mujeres” y luchaba por el desarrollo y profesionalismo del fútbol femenino en la AFA, en la Conmebol y en la FIFA, hablando con las demás esposas de dirigentes y funcionarios. Y el tema Jordania, cuyas leyes del Islam le impedían a Gabriela viajar para ver y estar con sus hijos, la mortificaba fuertemente. Lo sabía bien Liliana Ripoll, quien era su amiga y colaboradora más cercana. Y obviamente Don Julio fue el receptor cotidiano de su prédica, pues ella le repetía: “Julio tenés que hacer algo por esta mujer…”.
Laxo y mientras departía con Ángel María Villar –ya de jogging– y con el escribano Fernando Mitjans –vicepresidente del Comité de Apelaciones de la FIFA, presidente del T. de D. de la AFA y miembro del posterior Comité Electoral Ad Hoc de la FIFA tras la renuncia de Blatter– ocurrió un hecho que Don Julio pareció esperar: apareció el príncipe Ali bin al Hussein, hijo del fallecido Rey Husein I de Jordania, medio hermano del actual Rey Abdullah II, tío del Príncipe heredero Hussein bin Al Abdullah y hermano de padre y de madre de la princesa Haya Bint Al Husein. Además, vicepresidente de la FIFA por Asia. Este hombre de rostro gentil y redondo, con entradas pronunciadas que hacen mas ancha su frente, de cabello ralo, sonrisa cordial, dentro de un traje de seda hecho por el propio Giorgio Armani y acompañado por tres bellísimas mujeres europeas, se acercó con aparente humildad a Don Julio y le pidió:
— Señor Vicepresidente, ¿podemos hablar unos minutos a solas?
— Sí, como no. Termino aquí con los amigos y charlamos, le respondió Don Julio.
Tanto Villar como Mitjans le ofrecieron apartarse para que pudiera hablar con el Príncipe. No obstante Grondona tenía otros planes pues le dijo al escribano: “Dejalo al “turco” que espere que me viene a hablar de la desafiliación de Jordania“. Fue así que una hora más tarde, volvió a acercarse el príncipe y le dijo: “Vengo a pedirle ayuda vicepresidente, apareció uno de Guam, vaya a saber quién lo mandó y por qué y nos quieren desafiliar de la FIFA, una locura”. Grondona sereno lo invitó a sentarse y unos minutos después le aseguró: “Quédate tranquilo, no te hagas problema, déjame a mi… Ah, otra cosa –dijo Grondona tomando al Príncipe del hombro y alejándose de cualquiera que pudiese chusmear–”. Y murmuró: “Me tenés que hacer un gran favor…”, que fue lo último que se le escuchó decir. Luego volvió sobre sus pasos lo miró a Mitjans, el hombre de su mayor confiabilidad, le guiñó un ojo en señal de “tutto aposto” (todo bien) y se fue a dormir. Mientras tanto el príncipe se reencontró con sus amigas y sonrientes marcharon hacia el ascensor…
El 5 de diciembre de 2013 el Comité Ejecutivo de la FIFA designó a Jordania sede del Mundial Femenino de Fútbol en la categoría sub 17 convirtiéndose en el primer país árabe en organizar un evento ecuménico. Y este hecho le permitió descomprimir una fuerte presión internacional a sus políticas discriminatorias respecto del género.
“Gracias Grondona por todo lo que hizo por mi…”. La frase de Gabriela aún retumba, una década después, en ese austero espacio que fue su oficina.
Y también la respuesta de Grondona: “No querida, yo no hice nada…”.
El beso de la despedida en la puerta del pequeño ascensor tuvo la ternura con la que un padre despide a una hija. Y por lo general los padres no dicen las cosas que son capaces de hacer por sus hijos…
— Sí, sí… Yo lo sé Don Julio, yo lo sé…, le dijo Gabriela el día que fue a la AFA a entregarle su libro.
Tenía razón…
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