Este martes se conoció lo que todos esperamos: Emanuel David Ginóbili fue anunciado como uno de los candidatos para ingresar al Salón de la Fama del Básquet. Hay otros, de la WNBA y de la FIBA, pero el ubicado en Springfield es el más importante. Para ingresar hay un principal requisito: que el jugador lleve retirado cuatro temporadas completas, justamente algo que se cumplirá cuando la ceremonia se lleve a cabo, el 12 y 13 de septiembre del 2022. Ahora, claro, falta que los comités de evaluación del organismo definan lo que la gran mayoría cree muy factible, sobre todo viendo el listado de los nuevos nominados –no hay ninguno de los otros 49 que claramente lo merezca más que Manu-. De hecho, en la nota de prensa que acompaña el anuncio del mismo Salón de la Fama, figura Ginóbili como el primer nombre destacado...
Pero, más allá de la noticia, es fundamental analizar las chances que tiene el bahiense de ser el primer argentino, primer jugador hispano hablante y tercer latinoamericano -luego de los ingresos de los brasileños Oscar Schmidt y Ubiratan Pereira- en ser inmortalizado en el HOF. Porque uno creería que, por ser la sede en Estados Unidos, se acumulan sólo los méritos en la NBA y no es así. De lo contrario, un crack de la historia como Oscar no estaría si fuera por eso, porque no jugó ni un partido en el mejor torneo del mundo. De hecho, se negó a dar el salto cuando era una estrella en Italia. Pero en este análisis se suma todo: el aporte al básquet a nivel mundial, todo lo que hizo el jugador (entrenado, dirigente, árbitro o colaborador), lo que ganó, el impacto que tuvo en lo deportivo y hasta en lo social, a partir de su popularidad, idolatría y comportamientos fuera del campo. Todo entra en juego, en distintos niveles y es lo que analizarán los miembros de los comités encargados.
En este caso hay que informar que el Salón de la Fama funciona a través de comités de selección. Los dos primeros son el North American Commitee y el Women Committe, el primero con nueve miembros y el segundo, con siete. Los nominados deben pasar esta primera instancia para ser seleccionados por el Honors Committee, que finalmente votará por los finalistas. Los requisitos para ser finalistas son recibir siete de los nueve votos del NAC y cinco de siete del WC. Una vez que se conocen los finalistas de ambos comités, la Junta Directiva llamada Board of Trustees, que es integrada por personas ya incluidas en el HOF, periodistas y especialistas, revisa cada finalista, sus méritos, acciones o declaraciones. Si algo de eso ha dañado la integridad del juego, puede ser eliminado de la lista. Esto puede incluir actitudes inmorales, éticas o problemas con la Justicia que hayan dañado la imagen del deporte. Cada finalista debe obtener, como mínimo, 18 votos de los 24 posibles en cada comité. Es decir, si obtiene 19 votos en uno y 17 en otro, su inducción no es aprobada. Está claro que la elección no es sencillo. De hecho, Chauncey Billups, campeón de la NBA con los Pistons, no ingresó el año pasado y vuelve a estar nominado para 2002. Manu figura en el listado de las “North American Nominations” aunque podría tendría otra opción de ingresar: sería de forma directa, una nueva vía que se estableció en 2011 para colaboradores esenciales del básquet, pioneros afroamericanos, veteranos con más de 35 años de retiro y miembros internacionales, ya sean jugadores, técnicos o directivos. Jugadores como Arvydas Sabonis, Drazen Petrovic, Vlade Divac, que brillaron tanto en el ámbito FIBA como en la NBA, como el mencionado Oscar, entraron por esta vía, sin tener que pasar por las instancias de análisis de cada uno de sus méritos. Tal vez Manu pueda entrar en esa variante, más allá de estar incluido en la listada de “norteamericanos”, cuyos méritos serán evaluados al detalle.
De cualquiera forma, las oportunidades que veamos a Manu en el HOP, en nueve meses, son grandes. Méritos le sobran.
Podemos arrancar por los números fríos:
-Cuatro anillos de campeón NBA: 2003, 2005, 2007 y 2013.
-Dos selecciones para el All Star: 2005 y 2011.
-Un premio al Mejor Sexto Hombre de la temporada NBA: 2008.
-Estuvo a un voto de ser co-MVP de una final NBA (2005).
-Dos veces elegido al tercer mejor quinteto de la temporada.
-Su récord de 762 victorias y 295 derrotas arroja el mejor % de triunfos (72.1%) en la historia para un jugador que haya disputado más de 1000 partidos en la fase regular (suma 1057).
-Integrante de unos de los Big 3 –junto a Tim Duncan y Tony Parker- más ganadores y recordados en la historia de la NBA. El trío con más victorias en la historia.
-Promedios de 13.3 puntos, 50% dobles, 37% triples, 3.8 asistencias, 3.5 rebotes y 1.3 robo en apenas 25 minutos durante 1057 juegos.
-Mayor robador de pelotas (1392) y anotador de triples (1495) en la historia de los Spurs. Cuarto en puntos y asistencias de la franquicia.
-Permanencia en la NBA hasta los 40 años.
-Su N° 20 retirado en San Antonio.
-Ganador de una medalla de oro olímpica, siendo el MVP del torneo (2004), y otra de bronce (Beijing 2008). En la Selección jugó de 1998 a 2016, 104 partidos en total y logrando tres títulos (los otros son el Premundial 2001 y el Preolímpico 2011) y un subcampeonato mundial.
-Ganador de la Euroliga con Kinder Bologna, en 2001, siendo además el MVP y logrando la triple corona (sumó la Copa Italia y la Lega). También logró otra Copa Italia y dos MVP consecutivos.
-Uno de los dos jugadores en la historia en haber logrado el máximo título europeo de clubes, un título NBA y el oro olímpico (el otro es Bill Bradley)
-En la Liga Nacional fue elegido el Debutante del Año (1996) y luego el premio al Jugador de Mayor Progreso (1998).
Si bien el CV de Manu, en sus 16 temporadas y 1275 partidos -contando playoffs-, es suficientemente impactante, no alcanza para reflejar su real dimensión, lo que significó para la NBA y el básquet mundial. El bahiense fue mucho más que números, incluso que estos números, que son la envidia de miles de jugadores en el mundo. Pero, claro, a diferencia de otras estrellas, el bahiense no puede medirse sólo por ellos. Hace apenas dos meses, la NBA no lo incluyó entre los 75 jugadores más importantes (o mejores, porque nunca aclaró cómo armó ese ranking), pese a que MG20 hizo méritos suficientes. Pero, claro, en ese caso, competía contra jugadores de elite, que en muchos casos tuvieron mejores estadísticas, ganaron más premios y jugaron hasta mejor que él, aunque en varios casos sin tener tanto impacto en la historia del juego y en las conquistas de equipos que integraron. Pero, claro, en esa elección, Manu competía contra otros. Ahora es distinto. No es él u otros. No hay un máximo o un mínimo a seleccionar cada año para el HOF. Depende de un panel de personalidades que deben elegir si lo que hizo, a todo nivel –no sólo en la NBA-, alcanza para ser perpetuado en un lugar al que pocos han llegado. Es decir, no compite contra nadie…
Y, en ese sentido, a diferencia de ese ranking, en la actual elección uno siente que se tomarán muchos más argumentos, aquellos que MG acumuló como pocos, de esos que no son mensurables. Manu, hasta el 2001, no había ganado más que un torneo de handball en Bahía Blanca. De hecho se había ido al descenso con Bahiense del Norte y lo habían cortado de una selección de cadetes en la ciudad. Pero, tras brillar en la segunda división de Italia, lo contrató el equipo del momento en Europa (Kinder Bologna) y, en apenas meses, se convirtió en su estrella. De Italia y de Europa, siendo el MVP de la final del torneo más importante del continente. Así fue su salto. Y de ahí no paró. Llegó a la NBA como un rookie, teniendo que demostrar. Sus compañeros no lo conocían y su DT no termina de confiar. O, al menos, no era tan amante de su estilo arriesgado y desfachatado. Pero Popovich se dio cuenta que era una joyita, distinta, lo que un equipo estructurado necesitaba… Y lo dejó ser. “Aprendí que no debía discutir con él por un tiro que había tomado, una jugada defensiva que intentó por un robo o por lo que fuera. Hace esas cosas con el fin de ganar el partido, cada pequeña cosa necesaria... Me enseñó a admirar un poco más las cosas y no a controlarlo todo. Fue duro para mí, lo dejé hacer lo que hacía, salí de mi caja”, admitió Pop. No hay duda que el técnico lo hizo mejor jugador, pero tampoco que Ginóbili lo hizo mejor entrenador.
Manu se adaptó, entendió lo que el equipo necesitaba y lo hizo. Así, a los meses de llegar, ya era campeón de la NBA. “Sin él hubiese sido más difícil”, admitieron los compañeros, que vieron en él a alguien distinto, que se salía del molde, que destraba partidos y que, pese a un juego salvaje, siempre pensaba primero en el equipo y luego en él. Eso marcaría su historia en SA. En su caso, más allá de su juego creativo, especial e impredecible, todos empezaron a notar los intangibles que lo hicieron único, distinto, como esa mentalidad a prueba de balas que le permitía trascender su ego y necesidades. O su extrema competitividad que hizo que Pop lo pusiera, en este rubro, al nivel de Jordan o Kobe. O su ambición, por siempre por más. O su profesionalismo y ética de trabajo que no le permitieron días libres. O por su empatía para ayudar a todos. O su don de gente para nunca pelear con un compañero, un técnico, un rival o un árbitro –ni una falta técnica le cobraron en 16 años-. O su generosidad y humildad para pensar primero en el otro, en el bien colectivo.
Hay que pensar, cuando hablamos de alto impacto histórico, que hizo lo que nadie: aceptar voluntariamente ser suplente cuando era una estrella mundial y de la propia NBA. Manu tenía todo para ser el líder de una franquicia, pero le pidieron salir del banco y él, tras analizarlo, lo hizo sin chistar. Pese a que, en el camino, perdía minutos, tiros, protagonismo, flashes, chances de llegar a premios y elecciones (de quintetos ideales, de All Star) y, por ende, millones de dólares. Creyó genuinamente que eso era mejor para el equipo y lo hizo, resignando lo que ninguna otra figura había resignado nunca. Y así valorizó un premio (Mejor Sexto Hombre) que era menospreciado. En el pasado, sí, habían existido jugadores que habían sido suplentes, pero nunca con el status y el presente de Manu. Por eso el premio cobró relevancia. Por eso debería llamarse Manu Ginóbili (y no John Havlicek, como se denomina hoy). Y por él, de repente, las estrellas empezaron a aceptar ese rol, ese papel. Ya no era poco, el bahiense lo convirtió en importante, prestigioso. El dar todo por el equipo. Parece poco, pero es enorme. Un legado que quedó en la historia.
Manu pudo tener mejores estadísticas, más premios, más elecciones al Juego de las Estrellas (en dos de las temporada que jugó completas como titular llegó, en 2005 y 2011) y hasta más millones. Pero él concebía una forma de jugar. Y de pagar. Dando todo por la mejora colectiva. Y no lo hizo con palabras sino con hechos. Así cambió la forma de entender el éxito, justamente en una competencia en la que priman los números, los premios individuales, las luces, los highlights. Manu fue un ejemplo contracultural y esa huella es enorme. Pero, claro, no sólo de intangibles vive el hombre. Manu fue tangible en la cancha. Un verdadero crack. Podía hacer la jugada más linda, más creativa, o tener números o definiciones de estrella, pero a la vez ser un obrero, tirarse al piso o hacer cada pequeña cosas para ganar, como les gusta decir a Popovich. Todos admiten que, sin él, no había cuatro títulos para los Spurs. Manu fue esencial porque hizo lo que necesitó el equipo, alivianó el trabajo de Parker –lo dejó en ese rol más individual y desequilibrante, ocupándose más del armado del equipo-, de Duncan –lo complementó siendo un demonio en el perímetro-, de Pop –haciendo de generador de juego, de definidor, de defensor, dependiendo del momento de cada partido-… Fue la chispa y el motor del mejor banco de la NBA, fue el responsable del funcionamiento de una de las mejores ofensivas de siempre… Fue cada cosa que el equipo necesitó. Luciéndose o no tanto.
Y, claro, en el camino, cambió el juego, lo revolucionó con un estilo singular. Porque, antes de lo que es hoy, se recibió del prototipo del jugador moderno, versátil, polifuncional, capaz de hacer de todo, defendiendo, mejorando la ofensiva, o lo que fuera. Incluyendo tiros ganadores. Porque Manu fue un maestro bajo presión. A tal punto que, cuando se retiró, estaba cuarto entre los jugadores que más anotaron tiros para empatar o sacar ventaja en los últimos minutos de juegos de playoffs, contando las últimas 24 temporadas. LeBron era el líder con 21, lo seguían Kobe (12) y Ray Allen (11), y el argentino estaba después con nueve anotaciones. También quedó arriba en la eficacia de ese segmento, con 39.1% de campo en al menos 15 tiros ejecutados, sólo con LeBron, Allen y Reggie Miller por delante suyo. Ocho veces ganó partidos con sus tiros. Sin mencionar cuando los ganó haciendo otras cosas… Como en el 2005, cuando estuvo a un voto de ser el co-MVP de una final. Todo hizo en aquellos siete juegos ante Detroit. Sólo el status y la fama de un Duncan nos impidió de un hito que hoy lo transformaría en más extraterrestre de lo que fue.
En la cancha fue un distinto sin parecer un extraterrestre. Un blanquito sin tanto músculo, sin tanto salto ni velocidad. Un hombre común, incluso con calvicie y nariz prominente, que se cambiaba y parecía un superhéroe en las noches de Argentina. Y que lo hizo, entre los mejores, hasta los 40 años. Una vigencia que superó hasta sus propias predicciones. Alguien que, de repente, fue dueño del mejor movimiento de la historia. Porque si, un día, en una votación de la NBA, eligieron el Eurostep. Una acción que no creó él, pero sí patentó, siendo una marca registrada en la historia. Una jugada que hacía desde chico, naturalmente, pero se puso de modo por su estilo y por cómo generaba espacios en una zona donde nunca hay, la zona pintada. Una forma de cambiar de dirección en medio de una incursión al aro. Una manera de desbloquear un nuevo nivel y de, en silencio, revolucionar el juego. Sí, porque hoy muchas de las estrellas lo usan en sus penetraciones hacia el canasto. Debería llamarse Argen-Step.
Pero, claro, hablando de Argentina, cómo olvidar que fue la piedra basal de la mítica Generación Dorada, de la mejor Selección de la historia del deporte argentina, la que misma que enamoró a todos los argentinos –más allá de sus logros- y que cambió el escenario mundial, que les sirvió de ejemplo a muchos seleccionados, incluyendo al de Estados Unidos, llenos de soberbios NBA que creían que sólo iban a ganar por talento. Argentina, con Manu como estrella, puso dos veces de rodillas al imperio, la primera en su casa, en un Mundial, y luego en una semifinal olímpica, nada más y nada menos. Manu, en ambos, fue la gran estrella. Así, con él, siendo el mejor de una camada impactantemente talento y profesional, que ganó y emocionó a la vez, el básquet argentino ocupó a nivel mundial un lugar que nadie imaginó. Por una década y media. Nada menos.
Todo esto tomarán en cuenta los expertos del HOF, incluso el ejemplo que fue afuera de la cancha, el “yerno perfecto”, como alguna vez dijo el Huevo Sánchez, uno de sus DT, quien nunca estuvo en una polémica vinculada al básquet. Alguien que tuvo todo, incluido el carisma. Que demostró, con hechos, que cada día se puede ser mejor, que enseñó al mundo la importancia de la preparación, del trabajo duro, de la rutina, del profesionalismo, de que el deporte es mucho más allá de lo que pasa en la cancha y, claro, de la concepción extrema del juego en equipo. Manu fue tantas cosas que podríamos seguir mucho más. Un ganador en todo sentido que no necesita premios ni elecciones. Sólo los que hemos visto deporte sabemos que entrar al Salón de la Fama sería sólo un acto de justicia.
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