La historia del boxeo mexicano está repleto de glorias efímeras, historias manchadas por la desgracia y legados interrumpidos por las malas decisiones. Clemente Sánchez fue un prometedor boxeador que vio nacer el estado de Nuevo León. A pesar de su buen desempeño con los guantes, y haber conquistado un título mundial contra todo pronóstico, la indisciplina y su intransigente carácter lo llevaron a truncar su carrera, perder su cetro y la muerte prematura en la víspera de navidad del año 1978.
Clemente Sánchez nació el 9 de julio de 1947 en la Industrial, una colonia ubicada en Monterrey, Nuevo León. Como si hubiera heredado los años de juventud de su padre en el pugilismo, desde la infancia se caracterizó por ser peleonero y entrón, tanto en la escuela como en las calles de su ciudad. Fue tanta su renuencia a la corrección de su actitud que don Horacio optó por introducirlo al mundo del boxeo.
La química con el nuevo deporte fue inmediata. Los primeros años de su adolescencia los vivió al interior del gimnasio, forjando su nombre en el circuito amateur. Fue así que, tras una sólida preparación, decidió incursionar en el torneo aficionado más popular de aquella época en el país, es decir, el torneo de los Guantes de Oro. A pesar del éxito y la buena impresión en sus combates, la indisciplina nunca se fue de su lado.
Frente a él desfiló una gran cantidad de manejadores que buscaron meterlo en cintura para llevarlo por el camino del éxito, aunque muy pocos se acercaron a su objetivo. A los 20 años, cuando su récord estuvo conformado por 12 victorias, cuatro descalabros y solamente un par de empates, enfrentó y venció al excampeón y atleta mediático Ricardo Arredondo. Su talento era innegable y los errores poco se hacían notar.
El primer golpe por exceso de confianza lo recibió en 1967, cuando cayó ante Rogelio Lara en dos ocasiones consecutivas. Desde entonces emprendió un serio entrenamiento con miras en revertir la decepción del público. Su labor parecía resultar pues hasta que recibió la oportunidad de pelear por un título mundial únicamente fue víctima de un empate y una derrota. Tras haber conquistado las arenas del norte del país, emprendió su primer viaje al extranjero.
Con un récord de 38-7-3, ganó el mérito suficiente para retar al campeón de peso pluma Kuniaki Shibata. El 19 de mayo de 1972 los dos guerreros se batieron en un enfrentamiento en Tokio, Japón. El mexicano rompió con todo pronóstico y fue artífice de grandes fortunas para los apostadores que le dieron su confianza. Tres rounds fueron suficientes para enviar al nipón a la lona y ganarse el reconocimiento del público a nivel mundial.
Las mieles del triunfo lo empalagaron. Las adulaciones no le faltaron y el propio presidente Luis Echeverría Álvarez le dio a conocer su admiración. Aquel destello maravilló a otro histórico pugilista, pues José Mantequilla Nápoles llegó a considerar a Clemente Sánchez como el mejor púgil que había visto en tierras mexicanas. El ambiente fue idóneo para que el campeón perdiera la noción de la gloria.
Parte de los cerca de USD 10 mil que ganó con su título se esfumaron en fiestas y alcohol. Casi olvidó que los campeones deben defender sus coronas y sacrificó los entrenamientos por el confort. Fue así que, sin tener la oportunidad de afianzarse en el ensogado, perdió el cetro del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) un día antes de defenderlo por pasarse del peso reglamentario en su categoría. Al día siguiente, el retador administrativo, José Legrá lo humilló. Luego de diez rounds repletos de caídas, el juez frenó el combate y la victoria fue para el cubano.
Aquella derrota fue el inicio de una serie de resultados inconsistentes. Únicamente disputó ocho pleitos más. Del total, fueron dos derrotas, una de ellas la correspondiente al amargo adiós que le dio el tico Álvaro Rojas, del circuito profesional, en agosto de 1975. Cuando colgó los guantes, montó una cantina como negocio, pero su prioridad continuó siendo la fiesta y el respeto que, a través de la violencia y su antecedente en el boxeo, se ganó ante sus detractores.
Su carácter le acarreó varios problemas en su vida, pero en fatal se le presentó el 25 de diciembre de 1978. Pasó la nochebuena bebiendo con amigos y antes de la medianoche volvió a su negocio para realizar el cierre. Cuando se dirigía de vuelta a su hogar, a bordo de un carro sin luces y bajo los efectos del alcohol, casi chocó con un automóvil que transitaba en las calles de Nuevo León.
El boxeador, enfurecido a pesar de que la culpa recayó en sus manos, comenzó una persecución por varias calles. Finalmente, cuando llegó al cruce de Colón y Cuauhtémoc, él y su acompañante trataron de abrir las puertas del otro vehículo. Sin embargo, desde el interior, el conductor, que viajaba con su familia, descargó una pistola calibre 38 sobre su tórax. Así, motivado por su furia, Clemente murió en la navidad de 1978 a los 31 años.
SEGUIR LEYENDO: