1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11, 12, 13, 14, 15... Rebota la pelota contra el frontón y vuelve a controlar, la duerme en el empeine, 16, 17, 18, 19... La levanta con la canilla, le da altura extra y retoma el ritmo, 20, 21, 22, 23... “La última vez que contamos llegó a 1500, pero hace mucho que no contamos porque se aburre”, cuentan cerca de Pedrito Juárez, el argentino de apenas 7 años que hace goles como Messi y deslumbra desde La Masía, la usina de talento del Barcelona. El video del pequeño (nacido en Salta el 17 de febrero de 2014) haciendo jueguitos con una habilidad envidiable es apenas uno de los muchos que nutren las redes sociales. y generan entusiasmo entre los fanáticos albicelestes y del conjunto culé. En un club que disfrutó al máximo de la Pulga, otra Pulguita asoma con la fuerza de su talento innato y de los testimonios audiovisuales que lo impulsan.
El niño fue noticia hace unos días cuando se viralizó su golazo ante el UE Sant Vicenç dels Horts, una escuela de fútbol de un municipio homónimo de la Ciudad Condal. El partido estaba 5-5 cuando eludió a todos sus rivales para depositar el balón en la red y provocar los aplausos de la Ciudad Deportiva Joan Gamper.
Pero Pedrito derrama magia fin de semana a fin de semana en el equipo de la división Benjamín D (fútbol 7), donde es capitán, o en Prebenjamines, donde usualmente es citado para dar una mano. También en el frontón cercano a su hogar, en el que ensaya los trucos que muchas veces copia de videos en Youtube.
Hincha de Boca, admirador de Tevez y Riquelme, su ídolo es Messi, al punto que duerme con una foto de la hoy figura del PSG. A los dos años, su familia, compuesta por su papá Gonzalo, su mama María Agustina, y su hermano Santiago (10 años), se mudaron a Estados Unidos. En 2020, volvieron a armar las valijas y desembarcaron en Barcelona. Ya afincado allí, formó parte de un campus en el Atlètic Sant Just para probar sus cualidades y terminó jugando todo el año. Sus regates llegaron a oídos del Barça y del Espanyol, cuyos scoutings lo tentaron. Tras una prueba, quedó en el blaugrana, donde no usa el N° 10 sólo porque la numeración en estos certámenes va del 1 al 7. En consecuencia, su dorsal es el 6.
El último fin de semana, Pedrito defendió la casaca del Barcelona ante Gava en Prebenjamines, donde su equipo está en Segunda. Y luego actuó ante Bellvitge en Benjamines, ya en Primera. En ambos casos, se midió contra chicos dos años mayores. Pero, una vez más, no se amilanó.
“Pedro es un caso especial. Cuando yo estuve de coach de los más niños, de mi hijo más grande, Pedro siempre estaba afuera de las líneas con la pelota e iba y venía. Y empezó a querer jugar cada vez más”, relató Gonzalo, su padre, en una entrevista con programa Sale el Sol del canal Imagen Televisión de México realizada en el 2020.
En efecto, su papá es quien le gestiona la cuenta de Instagram (@pedritojuarez2014) y, junto a su hermanito mayor, le transmitieron la devoción por el fútbol. Nunca jugó oficialmente, salvo a nivel universitario en los Estados Unidos. En Argentina, disfrutó del balón pero a nivel amateur, en los tradicionales picados con amigos.
Igual que el pequeño crack, es mediocampista, aunque se ríe cuando le consultan si el ilusionismo de Pedrito llegó impreso en su ADN. “Lo que hace Pedro yo nunca lo pude hacer”, suele repetir, humilde. Pero, más allá de la trascendencia que alcanzaron los destellos capturados de su heredero, y del orgullo que provoca en su familia cada vez que lo ven gambetear, su entorno entiende que el mini fantasista no debe correrse de los márgenes de lo lúdico. Para las exigencias y obligaciones, todavía le falta.
“Los niños son niños, eso como padres nunca lo tenemos que olvidar. Es un juego esto. Hay que mostrarles lo importante que es el deporte, los valores que trae el deporte, lo sacrificado que es hacer un deporte de alta competencia, pero siempre haciéndolo en modo de juego”, fue otra de las sentencias de papá Gonzalo. Mientras, Pedrito seguirá soñando con que sus fintas rompan fronteras como las de Messi, el símbolo de sus desvelos, cuya foto lo acompaña por las noches y le marca el camino de la próxima aventura con la pelota.
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