Los corredores de fondo y medio fondo son, quizás, de los atletas gloriosos que menos reconocimiento han tenido en el deporte mexicano. En 1991, el país recibió la noticia de haber ganado por primera vez el Maratón de Nueva York. La hazaña corrió a cargo de Salvador García Melchor, el originario de Tingüindín, Michoacán, que causó un revuelo fugaz en el territorio, pero que años después de haber alcanzado la gloria y el reconocimiento del polémico Carlos Salinas de Gortari, pisó la cárcel y terminó vendiendo pomadas.
El capítulo que el Halcón García debió vivir para darle un giro radical a su vida aconteció en la Gran Manzana. El soldado raso del ejército mexicano fijó su esperanza en ganar la prestigiosa carrera de Nueva York para 1991, pues un año antes se hizo del segundo sitio. Fue así que, con un tiempo oficial de dos horas, nueve minutos y 28 segundos, el fondista conquistó la cima del podio y se convirtió en el primer nacido en México en escribir su nombre con letras de oro.
La fama y reconocimiento no demoró en llegar. En primera instancia, luego de su triunfo, se hizo acreedor a una estratosférica suma monetaria y un automóvil de la marca BMW por haber ganado el primer lugar. La cuantiosa cantidad de dinero que obtuvo, en primera instancia, fue bien destinada. Adquirió una casa en el Ocotal, cerca del Desierto de los Leones, en cuya fachada figura un ambicioso castillo, aunque sus adquisiciones no se limitaron a ello.
Su visión y deseo de progresar lo llevaron a adquirir un terreno de 2 mil metros cuadrados en Michoacán, otro más donde construyó un salón de fiestas, así como un par de negocios con giro de nevería y pizzería en la capital del país. Todo ello, así como su estatus de atleta de alto rendimiento, lo ubicaron como una de las personalidades deportivas favoritas para ganar una medalla en el podio olímpico de Barcelona, en el año 1992.
Los honores no se limitaron al aspecto económico. Fue nombrado el mejor atleta del año en que conquistó la gloria. En el ejército, su mérito deportivo lo llevó a ser ascendido al grado de sargento, aunque también se ganó la admiración del expresidente Carlos Salinas de Gortari. De hecho, el entonces mandatario ordenó que, a su llegada de Nueva York, lo escoltara la guardia presidencial hasta las puertas de Los Pinos, que entonces era la residencia oficial, para felicitarlo personalmente.
No obstante, el panorama se esfumó con rapidez. Su declive comenzó en Barcelona 1992, cuando declaró, explícitamente, su admiración por Sadam Hussein y Adolf Hitler, así como la confesión donde aseguró su necesidad de tener sexo antes de cada competencia para mejorar su potencial en el asfalto. Con la polémica sobre sus hombros causó baja como miembro castrense, abandonó las filas del Partido de la Revolución Institucional (PRI) y fracasó en los JJOO. Su camino, en apariencia, continuó para defender los derechos de los atletas mexicanos.
Su obstinada personalidad lo colocaron como el enemigo número uno de Mario Vázquez Raña quien, por los ataques que recibió cuando estuvo a cargo del Comité Olímpico Mexicano (COM), emprendió algunas demandas contra el Halcón por supuesta difamación y daño patrimonial por más de MXN 10 millones al CDOM. Los señalamientos lo llevaron a pisar dos veces el Reclusorio Norte, desde donde tuvo que vender algunas de sus propiedades para pagar a su defensa legal, aunque al final se comprobó su inocencia.
Años después, en entrevista para La Jornada, aseguró que siempre se consideró un luchador social. “Por eso me considero un preso político, porque ataqué y le dije sus verdades a Mario Vázquez y a sus secuaces, de ser un dictador del deporte. Nunca le tuve miedo, hice huelgas de hambre y hasta le cerré el Centro Deportivo Olímpico Mexicano (CDOM) para enfrentarlo pacíficamente, pero ningún deportista me escuchó”.
Así, luego de ganar los maratones de Houston, Nueva Jersey, Ciudad de México, Rotterdam y Nueva York, con los zapatos rotos y cabello largo, se vio obligado a vender pomadas milagrosas para sobrevivir. Según declaró al medio, con el negocio buscaba una ganancia mínima de MXN 200 para comer, en el año 2005.
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