El Gran Premio de México esconde distintas anécdotas en sus libros de historia, pues con 20 ediciones disputadas desde 1963, la Fórmula 1 se ha encargado de grabarse en la memoria de los aficionados mexicanos de distintas maneras.
La primera y más desgarradora historia ocurrió un día como hoy pero de 1962, un año antes de que el GP de México formara parte del calendario oficial de la categoría, pues el Gran Circo había aterrizado en territorio azteca para disputar una carrera de exhibición, por lo que no contaba para el campeonato de pilotos ni de constructores.
A pesar de que el grueso de la categoría se trasladó al Distrito Federal para deslumbrar a la afición por primera vez, la ausencia de Ferrari marcaba la pauta de que se trataba de una competencia sin retribución y que la primera carrera oficial sería hasta el año siguiente.
Esta decisión fue clave para un personaje histórico de México: Ricardo Rodríguez de la Vega, uno de los Hermanos Rodríguez y máxima promesa del automovilismo en el momento, pues se encontraba en su segundo año dentro de la categoría a bordo de la Scuderia Ferrari.
Con apenas 19 años, Ricardo ya había deslumbrado en otras categorías, había corrido las 24 horas de Le Mans junto a su hermano Pedro y se había convertido en el piloto más joven en llegar a la Fórmula 1. Ferrari le abrió las puertas desde 1961 y en la temporada 1962 sumaba cuatro puntos en el campeonato, además de un segundo puesto en la carrera no puntuable del Gran Premio de Pau, en Francia.
Esto había convertido al menor de los Rodríguez en una figura dentro de los amantes del automovilismo, por lo que cuando se confirmó la carrera de exhibición en México, no quiso perderse la oportunidad de brillar para su gente.
Lamentablemente para la afición azteca, Ferrari no quiso viajar a México por no ser una carrera oficial, por lo que Ricardo tuvo que solicitar un permiso especial para correr con otro auto, mismo que fue concedido por Rob Walker, dueño de Lotus e impulsor de que el joven de 20 años compitiera para su público. Le adjudicaron uno de los populares Lotus-Climax para que brillara en su circuito.
A Ricardo se le unió Moisés Solana, compatriotas que correrían para su afición en el circuito de la Magdalena Mixhuca, inaugurado en 1959 y que en su diseño tuvo la influencia del padre de los hermanos Rodríguez, quien quiso plasmar vértigo y reto en su trazado, inspirado principalmente en el circuito de Monza, en Italia.
Entre las rectas largas y las complicadas curvas que plasmó el ingeniero Oscar Fernández Gómez en el circuito, la más controversial fue La Peraltada, curva que tenía una inclinación de 15 grados y que servía para dar una vuelta de 180 grados en sentido contrario, por lo que se convirtió en la zona más peligrosa del circuito.
Lamentablemente para la historia del Gran Premio de México, esta zona fue testigo de la última maniobra de Ricardo Rodríguez, pues en las prácticas libres del jueves 1 de noviembre, el Muchacho de Oro decidió dar una última vuelta más al circuito donde ya había marcado el mejor tiempo; sin embargo, tras tomar la peraltada a más de 150 kilómetros por hora, el mexicano de 20 años perdió el control, zigzagueó y se estrelló con las barreras de contención.
Ricardo Rodríguez declaraba constantemente que no se ajustaba totalmente el cinturón de seguridad, pues “prefería morir rápido por un impacto antes que quemarse lentamente en el interior del coche”, de acuerdo con Motor.es, algo que terminó por cumplir en su primera exhibición para su público.
El conductor de Ferrari, que en ese entonces manejaba un Lotus, salió disparado contra las barras de protección y sufrió múltiples fracturas en el cráneo, cortes y una profunda herida cerca del abdomen que habría estado muy cerca de partir su cuerpo.
La prensa del momento describió la imagen como terrorífica, pues el cuerpo de Ricardo quedó tendido sobre el asfalto, con un mar de sangre debajo y fallecido de manera inmediata, a pesar de que el cuerpo médico intentó trasladarlo al hospital en busca de un milagro.
Tras la tragedia ocurrida en el autódromo mexicano, el presidente Adolfo López Mateos, apasionado del deporte motor, encabezó el luto nacional al día siguiente, acompañó a la familia durante el velorio y confirmó que se trataba de una pérdida irreparable para el legado del automovilismo en México.
Así fue como un primero de noviembre partió una de las máximas promesas del automovilismo azteca, llamado a convertirse en referente de la Scuderia Ferrari y un futuro campeón del mundo, quien no pudo hacer gozar a su afición en la primera carrera de Fórmula 1 en el país.
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