El llamado Clásico Joven es uno de los partidos que despierta más pasiones dentro del futbol mexicano. Cementeros y Azulcremas se han caracterizado por protagonizar batallas llenas de dramatismo y gran espectáculo, mismas que se han trasladado incluso hasta encuentros de finales. Sin embargo, existió una época en donde las Águilas se alzaron con una hegemonía de siete años sin ser derrotados por los cruzazulinos.
Históricamente los duelos entre ambas escuadras han tenido mucha paridad en cuanto a tema de resultados. Pero, la única gran paternidad la logró el cuadro de Coapa en la primera década del presente siglo. Desde el Clausura 2003 y hasta el Apertura 2010 América ligó una racha de 16 encuentros sin caer ante Cruz Azul, situación que dejó huellas imborrables en la afición cementera.
En ese lapso de siete años pasaron decenas de futbolistas en ambos bandos y entrenadores de renombre. La única constante eran las victorias azulcremas, o en el mejor de los casos para los Azules, un empate en el marcador. Sin embargo, todo cambió cuando llegó un volante ofensivo argentino al equipo de La Noria, quien se encargaría de eliminar todos los fantasmas y erradicar la que hasta ese momento parecía una maldición interminable.
Esa malaria de los Cementeros enfrentando a los Azulcremas se había hecho una costumbre incómoda entre ambos equipos. Incluso, en ocasiones no se llegaban a entender los hechos ni el por qué de los resultados. Cuando todo parecía indicar que Cruz Azul llegaba a los encuentros en mejor momento o con superioridad en temas de plantilla, las Águilas siempre hallaban el camino para salir victoriosos o al menos sacar un punto.
La historia parecía camino a repetirse aquella tarde del 3 de octubre del 2010 con el sol cayendo sobre la cancha del Estadio Azul. La Máquina se encontraba disfrutando de uno de sus mejores torneos recordados en los últimos tiempos, desplegando un futbol espectacular y como lideres absolutos de la tabla. Dirigidos por Enrique Ojitos Meza únicamente habían perdido un encuentro de aquel Apertura 2010 y se enfilaban a pelear por la novena estrella, pero, antes debían vencer uno de sus máximos demonios: el América.
El partido comenzó con las gradas repletas de aficionados y un estadio que se dividía entre los colores azules y amarillos. Las acciones denotaban cierto nerviosismo entre los jugadores de los distintos equipos, quienes se preocupaban más por evitar peligro en su portería antes que intentar generar juego ofensivo.
América no vivía uno de sus mejores momentos entre la incertidumbre de repetidos torneos metidos en la mitad de la tabla y cerca de llegar a zonas de descenso. De la mano de Manuel Lapuente, la institución ponía sus esperanzas en las habilidades al ataque de Matías Vuoso, Enrique Esqueda y Vicente Sánchez para sacar la situación a flote.
Precisamente Vicente Sánchez fue el protagonista del primer tiempo, pues se encargó de desequilibrar y colocarse en algunas ocasiones en posición de remate al arco cementero. Sin embargo, cualquier intento se fue desviado o parado por la zaga azul.
Fue hasta los primeros minutos del segundo tiempo cuando en una jugada aislada, Emanuel Tito Villa peleó un balón en los linderos del área. La jugada terminó en un rebote que quedó divido en tres cuartos de canchas, por lo que Christian Giménez no pensó demasiado y disparó el esférico con todo el empeine de su pie derecho.
Los fanáticos observaron el balón llegar a la zona lateral de la red americanista que en ese momento era defendida por Guillermo Ochoa. El Chaco se encargó de marcar uno de los goles más memorables en la historia del Clásico Joven, para después celebrar imitando el vuelo de un águila enfrente de toda la afición cementera.
Los minutos finales transcurrieron con el nerviosismo a flor de piel y con los azulcremas intentando sin mucho éxito hilar algunas jugadas ofensivas. Finalmente, el arbitro central dio por terminado el encuentro y con esto, una de las maldiciones más recientes en la Liga Mx llegó a su fin. Después de esperar siete años, la hinchada azul pudo celebrar un triunfo ante su más odiado rival.
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