Seis meses antes los médicos habían sido claros, crudos, absolutamente sinceros. Martín había salvado su vida en el trágico accidente automovilístico, pero las probabilidades de que volviera a caminar eran pocas, más apegadas a lo milagroso. Se lo dijeron a sus padres, quienes creyeron que el silencio era el mejor remedio para cuidarlo. Su apellido era sinónimo de futuro en el pádel argentino, pero el violento choque en el que perdieron la vida Elías Estrella y Hernán Rodríguez cambió el orden de las prioridades. Pasó los primeros días sedado sin saber lo que había sucedido con sus amigos, varias semanas sin enterarse del complejo diagnóstico inicial de los doctores sobre su salud y tres meses en silla de ruedas. Con esa mochila sobre su espalda estaba ahí, parado de vuelta en una cancha por primera vez. “Estaban todos mirándome con la expectativa de que no me pasara nada. Que no diera un mal paso y me rompiera otra vez”, revive sobre aquel renacer deportivo que vivió cuando pisó por primera vez las canchas de pádel de La Plata.
Martín Di Nenno volvió a nacer el 11 de enero del 2016. Ese día el auto que los trasladaba hasta Ezeiza para ir a disputar un torneo exhibición en Paraguay impactó contra un colectivo. Su amigo Hernán y su colega Elías –número 1 del ranking argentino por entonces– perdieron la vida y Martín se salvó de milagro. Una y otra vez repite que volvió “a nacer con 18 años”.
“Sinceramente, no recuerdo mucho del accidente. También, obviamente, no soy de hablar mucho por respeto a las familias. Prefiero que sea así y no recordar este momento. A mí me moviliza y posiblemente me movilice de acá hasta mis últimos días. Después, fue un volver a nacer, volver a nacer con 18 años. Más que nada por el proceso de aprender a caminar otra vez, a coordinar, a correr. Siempre tuve en la cabeza volver a jugar al pádel”, relata en diálogo con Infobae desde Madrid, su base desde hace años para retomar aquella carrera profesional que quedó relegada inesperadamente.
Martín había conformado durante varios años en Argentina la llamada dupla de los “súper pibes” con Franco Stupaczuk y se dirigía firme rumbo al gran escenario mundial del pádel. Hace casi seis años su exitoso futuro deportivo se diluyó y la expectativa estaba enfocada solamente en volver a caminar. Sufrió la fractura del fémur de la pierna derecha, la fractura expuesta de la rótula izquierda, tuvo contusiones en los pulmones y debió ser asistido con un respirador apenas lo trasladaron al hospital para ser operado. Estuvo seis meses peleando por volver a caminar y apenas pudo hacerlo pidió estar en una cancha de pádel, entrenar como podía. Hoy es el número 4 del ranking del World Padel Tour y el mejor argentino en el escalafón.
“Tuve la suerte de que mis lesiones no me lo impidieron. Lo único que quería era jugar al pádel de vuelta, no quería más nada. Me considero bastante cabeza dura y me gusta ir a más. Eso también me empujó a empezar con el circuito argentino otra vez, venir a España, jugar las pre previas y evidentemente perder... Pero así se fue dando todo”, repasa el camino desde aquel día en el que su vida se transformó por completo con ese choque ante un camión en la zona de Monte Grande.
“Mis papás tienen un club de pádel en Ezeiza desde que soy chiquito. Y a los dos o tres años empezó todo. Creo que soy uno de los pocos que siempre jugó al pádel. Obviamente hice fútbol un par de meses y uno o dos meses tenis, pero todos me conocen de estar adentro de una cancha de pádel. Desde que iba al colegio siempre me dediqué a esto y había hablado con mis viejos que cuando terminara me iba a dedicar a esto. Nunca me imaginé que el pádel iba a tomar la dimensión que tomó, más acá en Europa, donde se juega muchísimo. Hay cada vez más profesionales, el deporte va creciendo y mucha gente se dedica pura y exclusivamente a esto”, explica sobre un deporte que está en ascenso y del que “las primeras 40 o 50 parejas” pueden vivir solamente con lo que ganan en el circuito mundial que tiene su fecha en Buenos Aires (23 al 28 de noviembre).
Antes de aquel hecho en 2016, Martín ya había viajado con Stupa para iniciar su carrera en las grandes ligas. Hacían giras de algunas semanas por España y luego retornaban para continuar con la escuela. El plan indicaba que una vez que finalizara el proceso escolar iban a dar el salto definitivo, algo que Stupaczuk hizo inmediatamente, a punto tal que hoy es 11 del mundo e integra un selecto grupo de argentinos que se encolumnan detrás de Di Nenno como lo son los distinguidos Fernando Belasteguin (5°) y Sanyo Gutiérrez (7°) u otras figuras en ascenso como Agustín Tapia (5°).
“Era un sueño, pero sinceramente ni me imaginaba que iba a pasar. Todavía es una de las cosas que me cuesta aceptar. No me considero mejor ni peor que nadie hablando de los argentinos. Estar por encima del ranking de Sanyo o Bela, toda gente que sigo desde chiquito, que aún hoy veo y digo ‘qué increíble cómo pueden hacer esto’ o ‘qué animal que es’. Al final, yo comparto también estar ahí en la cima del ranking con ellos. Me cuesta asumirlo, pero de a poquito tendré que ir haciéndolo. Ojalá yo esté con ellos bastante tiempo”, refleja sobre Belasteguin (número 1 durante más de 16 años) y otro ex número 1 como Gutiérrez.
En compañía del español Paquito Navarro, acumuló este año cinco finales y dos títulos, cinco de esas actuaciones de élite fueron de manera consecutiva en esta recta final del año. Los magníficos rendimientos lo depositaron detrás de los españoles Alejandro Galán (1°), Juan Lebrón (1°) y su pareja Navarro (3°). Su historia, ya conocida en el ambiente del pádel, se viralizó con fuerza a fines de septiembre tras la conquista del Master de Barcelona con un 6-2, 3-6 y 6-4 ante Federico Chingotto y Juan Tello, una de las parejas de argentinos que tantas veces enfrentó en las categorías menores. Tras anotar el punto decisivo, Martín abrió los brazos y miró a la tribuna sin entender, mientras Paquito corría desaforado por afuera de la cancha. Todo un síntoma de que ese triunfo escondía algo más.
“En todas las finales anteriores nunca habíamos estado tan cerca de ganar. Me acuerdo que estuvimos 5-3 y ese game lo jugué mal, apurado. Me quebraron el saque y dije, bueno será que hoy tampoco va a pasar. Sin pensar tanto se dio el quiebre, pero estuve todo el partido pensando ‘que se termine el partido’. El festejo fue un poco como diciendo ‘no puede ser’, después de todo lo que pasé, el esfuerzo, la familia; mi novia, con la que vivimos acá hace varios años. Es un poco loco, me emocioné bastante. Lo último que me acuerdo sobre el final estaba un poco acalambrado de los nervios y era punto de oro. Me fui a la red a ver si tenía suerte y así gané la pelota. Por suerte pasó y se terminó el partido”, confiesa sobre una de las escenas más emotivas del deporte argentino en esta temporada.
Atrás estaba el accidente, la pérdida de sus amigos y también aquel diagnóstico desalentador sobre su condición física que sus padres decidieron esconderle: “Me lo contaron a los meses, cuando ya estaba en casa y mejor. Pero sé que les dijeron a mis viejos que posiblemente iba a tener dificultades para caminar. Estuve tres meses sin caminar, en sillas de ruedas, completamente asistido para todo. A ellos les dijeron eso porque por las lesiones no ayudaba una pierna a la otra. Todo se ralentizaba. Se hacía eterno. Cuando volví a jugar, me dolía la rodilla, me dolía el fémur y había que ver hasta cuánto iba a soportar. Tuve mucha suerte en la rehabilitación. Mis amigos o mi familia no me obligaron a seguir, pero me agasajaban para que me sintiera lo mejor posible dentro del sufrimiento que era ese momento”.
El barniz del humor fue un combustible para transitar ese traumático momento a punto tal que sus amigos decidieron rebautizarlo como el Rengo: “Con lo que me pasó, sería un poco tonto de mi parte no tener ningún dolor. Dolores tengo, pero son mínimos y estoy acostumbrado a ellos”. El círculo cercano fue la piedra fundamental para que Martín no cayera: “Me ayudó mucho mi familia que en los primeros meses me resguardó mucho absolutamente de todo. Fue la parte más importante de toda la recuperación. Cuando empecé a salir de casa tenía mis miedos por todo lo que podía llegar a pasar y ellos intentaban protegerme al máximo, más que nada para que yo recuperara mis piernas y volviera a caminar. Te diría que hasta el año fueron la parte clave de todo esto. Me iban adornando muchas cosas que por ahí a mí no me hacía bien saber”.
“Mi objetivo era volver a recuperarme en la parte de salud y de todo lo otro se encargaron ellos. Gracias a ellos estoy hoy en día así. Si no fuera por ellos, hubiese sido más difícil o tal vez no estaría contando esta historia”, reconoce y revive que se enteró “a los días” de lo que había sucedido con los chicos que viajaban con él en el auto porque pasó las primeras jornadas bajo los potentes efectos de los calmantes que le suministraron para contrarrestar los dolores de las graves lesiones que padeció.
El sufrimiento le fue dando paso a la esperanza poco a poco hasta que pudo reaparecer en las canchas del entrenador Sebastián Mocora para dar sus otros primeros pasos con la paleta. “Para lo que me pasó, seis meses fue poco tiempo porque después a lo largo de todos estos años conocí historias de mucha gente que tuvo accidentes o problemas de rodilla o fémur, se operaron dos o tres veces y no se pudieron recuperar. El día que volví a pelotear después de seis meses no lo podía creer. Ya para mí era un montón eso. Tengo un video de ese primer día, todos teníamos miedo y me incluyo. ¡Parezco una momia!”, cuenta con una sonrisa.
El proceso que vino después es el conocido hasta este presente en dúo con uno de los mejores jugadores de la era moderna del pádel como es Paquito Navarro o invitaciones a la mansión de Ibai: “Una de las cosas más locas que me pasó en el último tiempo es que tuve la posibilidad de ir a la casa de Ibai cuando organizó un torneo de pádel. Yo los miro mucho y hasta les he mandado mensajes hace un par de años que no me respondían y quedó la anécdota. La casa te imaginarás que es espectacular, se nota que tienen absolutamente todo y las comodidades que se ganaron con trabajo como una cancha de pádel o una de básquet. La pasamos muy bien”.
A los 24 años, aquel “súper pibe” que todavía sueña con volver a formar pareja alguna vez con Stupa –“Me gustaría volver a jugar con él alguna vez, sólo tengo recuerdos lindos”– tuvo que atravesar un camino espinoso, lleno de dolor y complicaciones para finalmente alcanzar todo el peso deportivo que cargaba sobre sus espaldas desde chico. Su caso escapa al de una cancha de pádel, es un ejemplo de resiliencia, de dar batalla a la tragedia. “Siempre dejo claro que no me creo ningún mensajero ni nada por el estilo. Tuve una situación límite como seguramente tuvieron muchísimas personas. Lo único que quise fue retomar mi vida: antes del accidente me dedicaba al pádel y lo único que quise después fue volver a hacerlo. No sabía a qué nivel me iba a dar. Si hoy estuviese 50 o estuviese jugando en Argentina, estaría contento igual. Hay que seguir hacia adelante siempre e intentar ser feliz”.
SEGUIR LEYENDO: