Pocos han sido los pugilistas que, gracias a su carisma y habilidad dentro y fuera del cuadrilátero, se han ganado el cariño de la afición. La historia de José Toluco López es uno de esos casos excepcionales. El aprecio fue capaz de trascender más allá de la esfera deportiva y su trayectoria llegó a ser reconocida por el expresidente Adolfo López Mateos, un asiduo seguidor del boxeo. Sin embargo, los excesos terminaron con su vida prematuramente.
En contraposición a lo dictado por su apodo, José López Hernández nació en el municipio de Real del Oro, en el Estado de México. No obstante, a los seis años se trasladó a la capital de la entidad, donde dio sus primeros pasos como boxeador. Desde entonces, encarnó los mismos valores reflejados por los ídolos del Cine de Oro mexicano como Pedro Infante, motivo por el cual comenzó a ganarse el aprecio de las clases populares.
Contrario a la nobleza que reflejó debajo de los encordados, cuando el Toluco se ponía los guantes se transformaba en una auténtica fiera sedienta de victoria. Esa ambición característica le abrió un importante camino en las 118 libras, de tal forma que su debut profesional estuvo marcado por los nocauts que lo llevaron a la victoria de dos duelos consecutivos.
A la par que sus cualidades resonaban en la esfera deportiva, el aprecio de la gente más allá de sus habilidades comenzó a crear en él la figura de un héroe popular. Con ese antecedente, así como el ánimo parrandero que lo acompañó durante su carrera profesional, López Hernández estrechó lazos amistosos con diversas personalidades del medio artístico.
Javier Solís, intérprete reconocido por sus letras y su frecuente presencia en el bar Tenampa de Garibaldi, fue uno de sus amigos más cercanos. Si bien el vínculo con el Rey del bolero ranchero fue uno de los más reconocidos, también supo relacionarse con otras estrellas como Pedro Infante, María Victoria o Libertad Lamarque.
Su exacerbado gusto por el baile y la música caribeña también lo llevó a establecer contacto con reconocidas personalidades en el ámbito internacional. Incluso, diversas versiones aseguran que el pugilista llegó a convivir estrechamente con gran parte de los integrantes de la mítica orquesta cubana conocida como la Sonora Matancera.
A los 22 años, en mayo de 1955, vivió su primera noche gloriosa en la gran carpa. Fili Nava fue el rival a vencer para conseguir el máximo galardón de su carrera. Luego de 12 rounds, los jueces le otorgaron la victoria por la vía de la decisión y se adjudicó el campeonato nacional de peso gallo. El paso hacia la disputa del título mundial era inminente, aunque sus referentes éticos deportivos le negaron la posibilidad.
En 1957, el promotor George Parnasuss organizó un torneo con la finalidad de que el monarca de la división, el francés Alphonse Halimi, tuviera un retador. El Toluco tuvo un avasallador paso por todas las llaves del torneo, pero cuando se ganó el derecho, el famoso mánager le propuso realizar un encuentro preliminar que no estuvo planeado con la consigna de arreglar el resultado, pero el mexicano se negó.
Al año siguiente comenzó una de las sagas más recordadas en su carrera. El 1 de agosto cayó ante José Medel El Tepiteño, por decisión dividida, resultado que orilló a un duelo de revancha. Trastocado por el desordenado ritmo de vida que adoptó, el segundo duelo le presentó el peor escenario. Cayó por la vía del nocaut en noviembre de 1960, aunque la victoria también marcó el descenso de la carrera de Medel. Incluso, Raúl Ratón Macías reconoció que “su gran error fue vencer al Toluco”, pues se ganó el odio de la gente.
Así, con la desilusión que le generó el boxeo, comenzó a gastar sus ganancias en cantinas y excesos. Finalmente, falleció el 16 de diciembre de 1972 a los 40 años. Lejos de haber asegurado el porvenir económico de su familia la única herencia fue un reloj y una esclava de oro con su nombre. Ambos accesorios le fueron regalados por el expresidente López Mateos, su seguidor confesó y a quien llegó a dedicarle algunas victorias de su trayectoria profesional.
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