Las arenas a lo largo y ancho del país están plagadas de historias que dictaron la gloria y la penumbra en la misma noche. Hombres que crecieron bajo el cobijo de los barrios capitlainos, de pronto se colcoaron en medio de los reflectores gracias a las grandes hazañas como la que Rubén Olivares consiguió contra Efrén Torres. En 1971, a pesar de no ser el favorito de la afición, se impuso a su oponente y finiquitó el pleito con su poderoso gancho.
El Púas Olivares contra el Alacrán Torres es, quizás, una de las peleas más recordadas de la década de los 70. Después de haber ganado y defendido el título mundial de peso gallo durante algunos enfrentamientos, el capitalino pactó una pelea contra el campeón del mundo en la categoría mosca, al interior del Auditorio del Estado, en la Ciudad de Guadalajara, Jalisco, el 11 de julio de 1971.
Olivares puso en juego su cetro unificado del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) y la Asociación Mundial de Boxeo (AMB) en una pelea pactada a 10 episodios. Desde el primero, trató de mostrarse mesurado y a la distancia para medir los golpes de su rival. El Alacrán, haciendo honor a su alias, se postró en el centro del entarimado y soltó golpes esporádicos mientras su oponente daba vueltas alrededor de él.
El formidable récord de Torres le brindó cierta confianza. Como si conociera cada centímetro del escenario, se desplazó mientras eludía los primeros golpes e incluso logró aterrizar algunos con éxito. Sin embargo, la fama de noqueador que respaldó al Púas no demoró en hacerse presente. A menos de 20 segundos de finalizar el round 1, soltó un jab que hizo trastabillar al oriundo de Guadalajara.
El par de izquierdazos pusieron en cuestión la integridad de Torres, pero decidió continuar. “¡Vamos, Alacrán!”, se escuchaba entre el bullicio del público mientras intentaba desquitar el daño que ya había recibido, pero los intentos fueron infructuosos. Apenas en el segundo episodio, un upper de izquierda lo derribó y, aunque al levantarse continuó tambaleándose, decidió continuar en el enfrentamiento.
La puerta del nocaut se abrió y Rubén Olivares se lanzó al ataque. Llevó contra las cuerdas a su oponente y buscó insistentemente abrir su guardia para impactar la quijada con otro golpe potente. Bastó menos de un minuto para ver la segunda caída del boxeador local. En medio del ánimo del público, volvió a ponerse de pie, aunque unos segundos volvió a tocar la lona. Todo aconteció en el segundo episodio.
A pesar de los embates, las piernas del Alacrán se mantuvieron firmes para llevarlo a descansar, recibir las órdenes de su mánager y salir a soportar la ráfaga de golpes de Rubén Olivares en el tercer round. Sin embargo, cuando parecía que el duelo estaba finiquitado en favor del visitante, Alacrán movió los puños al ritmo de los gritos del público y contragolpeó. Su técnica dio resultados, pues logró que el Púas retrocediera en su intento de buscar el nocaut.
No hizo falta llegar a la mitad del compromiso. Gran parte de la pelea había sido dominada por Olivares y estuvo a punto de concretar el nocaut. En el cuarto capítulo, los ganchos de izquierda al hígado comenzaron a tomar relevancia en el repertorio de Torres y confió en ellos como su arma principal para doblar a su símil pero, lejos de lograrlo, la combinación de golpes le reveló el camino a la victoria al Púas.
El Alacrán Torres cimbró la humanidad del adversario, aunque fue su última muestra ofensiva. Con un minuto por disputar, el tapatío se lanzó a la cacería con más fe que técnica. Púas, haciendo un movimiento inteligente, retrocedió y se dio el lujo de arrinconarse en una esquina. El referee los separó, pero cuando se reanudó el pelito, Torres descuidó su guardia y un potente gancho al hígado lo paralizó.
La caída fue dramática. En medio del alarido, el público atestiguó el derrumbe del Alacrán Torres. Los dos segundos se volvieron eternos mientras el pugilista cayó a la lona. La rapidez, fuerza y precisión del impacto conectado por el Púas le impidieron, siquiera, meter las manos. Olivares se afianzó una noche más como monarca y así permaneció hasta que, en 1972, Rafael Herrera le arrebató los cinturones.
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