La colonia Guerrero y Tepito, así como otras zonas populares en la Ciudad de México se encuentran llenos de gimnasios de boxeo. Al interior, entre costales y guantazos, se han formado grandes atletas que llegan a tocar la gloria en el ámbito profesional. Carlos Zárate Serna fue una de las promesas que logró destacar, vivir y tocar la gloria del pugilismo, aunque una derrota lo sumió en la depresión y las drogas.
“Tuve varias decepciones en el boxeo y, como muchos peleadores, caí fuerte después de conocer la grandeza. Del 80 al 85 estuve sumido en una profunda depresión por la derrota con Lupe Pintor. Ya no quería pelear después de eso. Además, ya tenía dinero y pensé que me iba a durar, pero las cosas cambian”, declaró al periódico La Jornada en el año 2009.
Su carrera comenzó después de la adolescencia. A los 18 años, en el año 1969 ganó su máxima condecoración como amateur, es decir, los Guantes de Oro en México. El ascenso fue meteórico. Ya como profesional, tuvo un debut ganador y una racha que se extendió a lo largo de 39 pleitos que lo llevaron a la disputa de su primer título profesional. De esa forma, en mayo de 1976, venció al campeón Rodolfo Martínez y se convirtió en el monarca de peso gallo por el Consejo Mundial de Boxeo (CMB).
Un año después fue nombrado el mejor boxeador del mundo, por encima de Muhammad Ali y su formidable paso lo llevó a vencer al campeón de su categoría por la Asociación Mundial de Boxeo (AMB), aunque sin el título de por medio. Se aventuró una categoría más arriba, pero al caer a la lona frente a Wilfredo Gómez, decidió volver a defender las 118 libras. Hasta ese momento, la dedicación al boxeo le había devuelto con creces el producto de su esfuerzo.
Con fama y riqueza, el Cañas llegó a adueñarse de muchas cosas. Tenía muchas casas y hasta un yate en Acapulco que se quedó un conocido suyo sin desembolsar un solo centavo. Incluso, estuvo a punto de comprarle una propiedad a Vicente Fernández, con quien guarda una estrecha amistad. Entre otras personas, llegó a relacionarse con José José, Cantinflas, María Félix, así como altos funcionarios.
No obstante, el 3 de junio de 1979 su vida tuvo un giro radical. A pesar de haberlo enviado a la lona y propinarle una grave herida en el rostro, los jueces decidieron fallar en favor de Lupe Pintor. Así fue que perdió el título que defendió en una decena de ocasiones y la decepción lo hizo caer en una profunda depresión que acarreó problemas más grandes consigo.
Los grandes ahorros que había acumulado, así como el negocio de muebles y la vinatería en que invirtió no fueron suficientes para solventar sus adicciones. Así, a lo largo de cinco años gastó los MXN 18 millones, con lo que pudo haber asegurado un futuro estable, casi en su totalidad. La carencia y su imperante necesidad de saciar su necesidad llevaron a la quiebra sus dos negocios y se vio obligado a volver al ring, aunque sus mejores años habían pasado.
El éxito parcial lo ilusionó con volver a convertirse en campeón, pero el australiano Jeff Fenech y Daniel Zaragoza le pusieron fin a su intención cuando cumplió 40 años. A pesar de ello, en sus últimas peleas logró juntar algo de dinero para subsistir. Un día, un amigo cercano lo invitó a una fiesta que lo mismo representó el retorno al modo de vida que lo aquejó años atrás.
“Parecía un sauna general. Ahí me dieron una pipa con base de coca. Me maree mucho y como son las papitas: no pude comer sólo una. Agarré una adicción muy fuerte. Me sentía igual a los artistas, protegido por la policía y halagado por los empresarios. Después ya no salía de ese departamento”, declaró al medio.
El poco dinero que juntó se esfumó nuevamente y comenzó vender las pertenencias de su propio hogar “hasta las lámparas”, recuerda. Sin muchos recursos a la mano, comenzó a vivir en hoteles de paso en zonas de La Merced, Tepito y Peralvillo, donde podía acceder a la droga con facilidad. También organizaba rifas, sorteos y exhibiciones, todas ellas falsas, para recaudar dinero. Así pasaron 15 años de su vida, hasta que su familia y el CMB lo convencieron de rehabilitarse.
Después de 10 meses internado en una clínica de Pachuca, Hidalgo, el Cañas Zárate pudo salir a flote de nueva cuenta, aunque muy lejos de los éxitos y los reflectores que lo acompañaron en los maravillosos años de la gloria boxística.
“La vida del boxeador es dramática, porque se gana a golpes y es algo brutal tener que hacer esto para obtener dinero. Uno por cuestiones de la naturaleza nace con el instinto para pelear. Luego la droga y el alcohol están ahí. Uno a veces es soberbio. Caemos”, finalizó quien actualmente está a cargo del área deportiva de las Instalaciones del Sistema de Transporte Colectivo Metro.
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