Fernando Belasteguín deambula por la casa familiar de Pehuajó. Se escurre de habitación en habitación evitando que los ojos corroídos por el dolor sean evidentes para sus viejos. Están rojos, vidriosos, inyectados. No es la primera vez que siente que se le estruja el corazón. A decir verdad, ya lleva más de 20 veces en dos décadas conviviendo con ese preciso dolor sin cura. En horas, deberá irse a Ezeiza y darles un beso a sus viejos, el último del año. El pensamiento que lo invade es recurrente. Una mosca que lo revolotea desde que se fue a ser exitoso –¡muy exitoso!– a Europa con apenas 20 años. ¿Será el último beso?
Bela permaneció durante más de 16 años como número 1 mundial de pádel, construyó una familia en Barcelona con la odontóloga española Cristina, tiene tres hijos y es un apellido de élite para la Argentina, en un deporte que durante el último lustro resurgió cual ave fénix que tiene como combustible las redes sociales. Es reconocido, admirado, elogiado y respetado. Pero los ojos verdes de golpe se abren gigantes desde el otro lado del Zoom con Infobae. No es difícil adivinar el rojizo en ellos o el esfuerzo que hace para contener las lágrimas en el nudo de la garganta. La emoción –tal vez la angustia, pero sólo un psicólogo podría tamizar esta sensación– es porque recuerda que pasa menos de un mes al año con sus viejos y once tachando calendarios mentales para volver a verlos.
— Hace muchos años te fuiste de Argentina y en el país siempre está en debate el tema de irse para buscar un futuro mejor, especialmente en épocas de crisis. Vos siendo ídolo, exitoso en lo tuyo y asentado, ¿todavía seguís extrañando a Argentina?
— ¡Sí, claro! Yo vivo hace 22 años en España y no hay un día, no hay un día eh, que mi viejo no se despierte y cuando prepara el mate a las seis y media de la mañana en Pehuajó me mande un mensaje. Hay cinco horas de diferencia y yo entreno hasta la 1. Siempre, siempre, siempre cuando salgo de pádel, sé que tengo el mismo mensaje de mi viejo: “Hola hijo, buen día”. Desde siempre eh. Hace 22 años que estoy en España, tengo a mi señora que es de Barcelona, mis tres hijos, pero vivo y siento el día como si estuviera en Argentina. Pasé 20 años en Pehuajó y llevo 22 acá, de los cuales más de 14 en Barcelona. Me fue bien a nivel deportivo, pero el precio a nivel familiar que pagás es muy alto. Quizá la gente piensa que porque fuiste 16 años número 1 del mundo dejás de extrañar y yo incluso extraño más desde que soy papá. Cuando tenés el sentimiento de padre podés entender un poquito más lo que sentían tus viejos o lo que sienten tus viejos cuando vos te vas de allá. Cuando los despedís. Pensé que con los años iba a ser cada vez más fácil y con los años es cada vez más difícil. Pero España es un país que me abrió la puerta, me permitió desarrollar mi profesión y estoy muy feliz de ver el crecimiento que tiene el pádel año a año.
— En el país por momentos se genera el sentimiento de “vayámonos, esto es un caos”. Es interesante conocer la mirada de una persona exitosa en su profesión y con una familia formada...
— Sigo mucho la prensa Argentina, ahora tomo mate a la tarde y estoy leyendo diarios argentinos. Me gusta mucho la economía y sigo mucho los diarios argentinos, españoles y del mundo. Creo que hay muchas veces que el propio desconocimiento o el propio ímpetu te hace pensar que lo de afuera siempre es mejor. Que al irte afuera vas a tener la oportunidad. Yo a veces leo casos de éxito de gente: “Se fue, puso un bar y en cinco años era dueño de una cadena de bares”. Bien, puede ser que sea uno. ¿Vos sabés cuántos han venido a jugar al pádel como yo y han tenido que pegar la vuelta? ¿Sabés la cantidad de gente que dice ‘me voy a ir a Europa’, viene y se termina dando cuenta que en el día a día, que es lo que realmente te nutre, porque vos en el día es en lo que sos feliz, no es tan fácil o idílico? Creo que el desconocimiento de no saber lo que es irte de tu país, muchas veces te hace tomar decisiones que no son las mejores. Si hay algo de lo que presumo siempre es que los argentinos somos muy argentinos, queremos mucho a nuestro país. Seamos de un partido político o de otro, seas del Interior como soy yo o de Capital, pero siempre les cuento a mis hijos para que ellos se identifiquen tanto con España como con Argentina, que vos ponés una bandera argentina y nos olvidamos de todo. Nos olvidamos de la clase social, del partido político, si sos del Interior o Buenos Aires. Es un sentimiento que tenemos los argentinos que en pocos países los veo, y para mí es un orgullo muy grande. Como vos decías, está muy de moda poner en lo público que siempre lo de fuera es mejor, cuando hay muchas veces que si centramos las energías en lo que tenemos no nos damos cuenta hasta que lo perdés.
— ¿Qué fue lo más complicado que te tocó vivir? ¿Hubo un punto de inflexión? Porque siempre vemos la máscara del éxito nosotros desde afuera...
— Hasta que no me pasó, no me di cuenta. Me voy a final de enero y vuelvo a mitad de diciembre; son once meses sin ver a mi familia. Por orden cronológico, durante los 22 años que me vine, lo más lógico es que pierdas a tus abuelos, luego a tus padres y luego a amigos. Cuando vas creciendo, la sensación de ir viendo envejecer a mis abuelos o a mis viejos por la pantalla de un teléfono. Darles un beso a final de enero, y por orden cronológico, no saber si cuando volvés en diciembre a tus abuelos le das un beso o le llevas una flor, a esa sensación, lo que nos hemos ido del país, no hay nada que te la compense. Si me voy un poquito antes de Pehuajó, el día previo a tomarme el vuelo para España, me voy escondiendo por las piezas de casa para que no me vean mis viejos que se me caen las lágrimas. Y cuando estás en el avión, cuando los nenes se duermen, te ponés a pensar y a llorar. Llegó acá, estoy dos o tres días jodidos, arranco a entrenar, me pongo a pensar en todo lo que tengo que mejorar para ser competitivo, y arranca la rueda que ya no para más hasta fin de año. Nunca se me pasó por la cabeza decir “no vuelvo”, pero sí la sensación esa de dejar a tu familia y cuando pasaron once meses no sabés si le das un beso o llevas una flor –como me ha pasado en 2017 y 2018 con mis abuelos– son sensaciones que yo en vez que me tiren para abajo las uso para seguir estando activo con 42 años. Cuando pierdo un partido, que se genera un “pierde, ya no es el mismo”... Yo pierdo un partido, me caliento, me pego una ducha y vuelvo a casa. La sensación de un partido es incomparable con la de tener que dejar a tu familia.
— Sé que de los 22 años, volviste 21 a Pehuajó, solamente el de la pandemia no volviste...
— ¡Y se me está haciendo eterno, estoy desesperado! No sabés. Se me está haciendo muy largo, nunca pensé que me pudiera afectar tanto. Ahora recién hace 15 días, cuando empezaron a permitir la entrada de gente, las compañías empezaron a abrir un poco los vuelos y a final de septiembre ya me compré los pasajes para fin de año, no sabés lo contento que estoy. Es la primera vez que después de 22 años, durante 21 fui, y estoy encantadísimo que voy a pasar 25 días en Pehuajó. Por suerte te siguen llamando para hacer exhibiciones por todo el país, pero este año voy a hacer una y después no me muevo de Pehuajó. Necesito estar en Pehuajó.
Bela parece un catedrático dentro y fuera de la cancha. Es un estudioso del pádel, el deporte que lo tuvo como rey absoluto durante 16 años y ocho meses en continuado con dos parejas distintas. Coherente, consistente y contundente. Reconoce que esos puntos que terminan con jugadores afuera de la cancha y enloquecen a la gente al nivel de ser virales, a él lo fastidian. Significan que cometió un error previo para terminar trayendo la pelota desde el límite externo. No le interesan los aplausos, le importa ganar y el mensaje de superación constante que deja. Maneja un juego dogmático que cimentó su éxito: constancia sin estridencias para lograr la meta. Se juega como se vive. Y se vive según como te educaron.
— Hace unos días se hizo viral que no le contaste a tus hijos que eras el número 1 del mundo y evitabas para ellos el “entorno del campeón”. Pero tampoco les comprás más zapatillas de las que necesitan ni les andás cambiando los grips a sus paletas constantemente, ¿cuál es el mensaje que les querés dar?
— Que en la vida hay que trabajar. Levantarse temprano y trabajar. No hay más. La única forma que vi en mi casa. Viéndola a mi vieja despertándose muy temprano para ir al colegio a dar clases y lo vi a mi viejo no faltar jamás al banco, estar siempre cinco minutos antes. Lo único que le queremos dejar a los chicos es que trabajen y sean buenas personas. No conozco a nadie que trabajando no se vuelva feliz a su casa, Que se den cuenta que para tener una zapatilla sus padres tienen que trabajar, o para poner un grip nuevo en la paleta. Hay muchas veces que como papá te preguntás: ¿vale la pena esa línea o darle más de lo que estás dando? Yo prefiero quedarme corto y que valoren, a pasarme para el otro lado.
— ¿Es cierto que te peleás con tus viejos por estos temas?
— Con el tema de las zapatillas, muchas veces. Me dicen ‘por qué esas zapatillas’. Y yo: “No, esas zapatillas pueden aguantar un poquito más”. Les decía, yo tenía un par de zapatillas para jugar al pádel e ir a la escuela. Cuando mi viejo me compró los Puma Borussia de Maradona en el 86, que me los compró en el 89 porque se los daban en cuotas, llegaba, limpiaba los botines y los lustraba. Creo que eso mis hijos lo tienen que hacer y valorar. Mis viejos me dicen: vos llamás a las marcas que te patrocinan y te pueden dar, como te dan zapatillas para todos. Claro, llamo cuando considero que se las tenemos que cambiar. Pero no tienen diez pares, tienen las que necesitan. Y tienen suerte: tienen una para el colegio, una para el tenis, una para el fútbol y una para andar con un jean. ¿Cuántas querés tener? Tenés dos pies. Sí hacemos el esfuerzo para enviarlos a un buen colegio.
— ¿Cómo nació la idea del “entorno del campeón”, no decirles a tus hijos que eras el 1 del mundo y no poner los trofeos en tu casa?
— Trofeos yo tengo; el más especial, que es el Olimpia de Plata. Los 11 están en la casa de mis viejos en una cosita de vidrio y alguno de cuando era chico. Tenía claro que en algún momento de mi vida podía tener hijos y no quería tener trofeos en casa. Es mi trabajo, más allá de que es un trabajo espectacular, pero mi señora,l que es odontóloga, cuando hace bien su trabajo no viene con un diploma “puse dos implantes espectaculares”. Entonces, yo quería que mis hijos vieran bolsos y todo, hasta que hace unos años les dijeron en el cole a los chicos (que era una estrella del pádel), pero fueron unos 7 u 8 años que lo mantuvimos. Tenían claro que jugaba al pádel, me fueron a ver a un torneo, pero en ningún momento eran conscientes de mi trascendencia en el pádel. Desde hace unos años, porque van creciendo, que es cuando más he perdido y más me he lesionado, ya tienen consciencia de lo que conseguí. Yo tuve mucha suerte, sigo compitiendo a nivel máximo con chicos 20 años más jóvenes que yo y voy a seguir los próximos años. Pero se podría haber cortado muy rápido y padre no, vas a ser siempre. El número 1, el 10 o el 100, vas a seguir siendo padre. Para mí era mucho más importante eso que los trofeos en casa. Si hacía que mis hijos me quisieran por lo que yo he ganado, ¿cuándo empiezo a perder qué pasa? Los trofeos (226 títulos) los tienen amigos y sponsors.
A los 42 años, mientras tanto prepara su regreso al Master de Buenos Aires que se desarrollará a partir del 23 de Noviembre en La Rural –”El ambiente de ahí no se vive en ningún otro torneo, es un campeonato especial”, lo define–, la palabra “retiro” no aparece en su radar porque todavía tiene ganas de “entrenar y mejorar”. Sin embargo, el proyecto del futuro se edifica en su vida para cuando el adiós irrumpa en su puerta. Encabeza un proyecto para crear centros de pádel desde Asia a Estados Unidos y se asoció con una marca (Wilson) para crear una ramificación de paletas vinculadas a su nombre. Con una frase muy especial: “Un Belasteguin nunca se rinde”.
“Eso fue increíble. Yo a mis hijos, cada vez que los acuesto desde que tienen un mes, les digo siempre: “Hijo te quiero mucho, te voy a ayudar en todo lo que necesites y un Belasteguin nunca se rinde”. En agosto del 2018 tuve una lesión en el codo por la que debía entrenar mañana, tarde y noche, pero las cosas no avanzaban y me decían que si me operaban era el final. Con mis hijos siempre estoy haciendo bromas, pero había días que estaba más serio y un día Sofía vino y me dio un dibujo que decía “Un Belasteguin nunca se rinde” con la bandera argentina porque están súper identificados con Argenitna. Agarré el papel y me fui a llorar a la pieza como un nene. Me lo guardé en el paletero y me olvidé. Volví a jugar el Máster de fin de año y cuando lo gané me acordé del dibujo”, relata sobre ese hecho que se viralizó por sus lágrimas ante la cámara y se terminó convirtiendo en un lema para la marca que lo contrato.
Ese embrión que creció de golpe y con ciertas deformidades en los 90, despertó en el último lustro como un gigante dormido para crecer a pasos agigantados con raíces en España y Argentina, pero expandiendo poco a poco sus tentáculos a Suecia, México o Estados Unidos. Las redes sociales fueron el impulso definitivo y el pádel parece tomar un espacio principal en la escena. Bela pasó todos los escenarios. De las canchas de cemento, al blindex. Estuvo con el mítico Roby Gattiker en sus inicios, dominó la escena con Juan Martín Díaz más de una década y hace semanas se unió al joven español de 19 años Arturo Coello (17°) tras separarse de otra figura como Sanyo Gutiérrez. The Boss es, al fin y al cabo, el Leo Messi o el Roger Federer de su disciplina, pero el día se marche tendrá que seguir trabajando para subsistir.
“Me considero el deportista mejor pago del mundo porque a la mañana entreno y a la tarde puedo ver crecer a mis hijos. Pero cuando no juegue más, voy a tener que ir a trabajar como todo el mundo. Ese tiempo que tengo gracias al pádel, voy a tener que salir a venderlo cuando no juegue más. Tengo la necesidad de seguir trabajando por eso armé los Bela Pádel Center y tengo armado lo de la marca. Voy a seguir trabajando, pero para mí sería un anhelo espectacular y celebraría que cuando chicos como Di Nenno, Tapia, Lebrón o Galán lleguen a los 42 años, no tengan la necesidad de ir a trabajar, que lo hagan por placer. En lugar de decir qué lástima que yo no voy a ganar tanta plata como ellos, estaré feliz de verlos generar cantidades que cuando lleguen a mi edad elijan dónde ir a trabajar si es que quieren. Yo iré a trabajar cuando me retire porque me encanta trabajar, pero también por la necesidad”. Hoy en día, los premios por ser campeón en el World Padel Tour oscilan entre los 1.425 y los 16.632 euros. Fernando conquistó más de 200 títulos en toda su vida profesional.
— El pádel te hizo conocer celebridades que no esperabas, Andrés Iniesta inclusive hizo el prólogo de tu libro, pero principalmente tuviste una amistad con Johan Cruyff, ¿cómo llegaste a eso?
— Éramos amigos. Lo veía cada cierto tiempo, lo conocí a través de un conocido que tenían un club de pádel juntos y para mí fue una de las personas con más carisma que me dejado conocer el pádel. Tuve la suerte de conocer a grandísimos deportistas, con algunos tengo trato espectacular. Pero Johan era una persona que, sin proponérselo, en cualquier charla que tenías con él, el tipo te hacia volver a tu casa pensando en lo que decía. Defendía muchísimo al jugador, para él lo más importante era el profesional: una de las pocas cosas que guardo es una camiseta de él con el numero 14, que me la dio cuando me hicieron una comida sorpresa por los 14 años del número 1. Vino aunque no se podía quedar a comer porque debía ir a su tratamiento (tenía cáncer de pulmón), me dio su camiseta con el número 14, con su autógrafo y es una de las pocas cosas que guardo. Yo me quedaría con que él consideraba que el deportista profesional era una persona sumamente inteligente, sea el deporte que sea. Porque un deportista profesional tiene que tomar muchas decisiones en un tiempo muy corto. Él consideraba que el deportista profesional tenía que ser inteligente sí o sí.
— Es excepcional que te vaya bien tanto tiempo seguido en cualquier profesión, ¿cómo se hace para evitar creerte los elogios, los amigos del campeón, las palmadas victoriosas y no marearte?
— Creo que por la educación y los amigos que elegía. Esto viene desde casa. A mí me pasó todo muy rápido. Llevo 27 años de profesional y soy tan obsesivo de mejorar todo el tiempo pensando en lo que viene para ser competitivo que es muy difícil que me pare a pensar y marear por todo lo que conseguí. Torneo que se ganó, ya no existe más. Ahora hay que trabajar para el próximo porque avanza todo muy rápido. No me caben dudas de que todo lo que no disfruto hoy, porque hoy no disfruto absolutamente nada de todo lo que gané, cuando no juegue más lo voy a disfrutar un montón. Voy a darme cuenta todo lo que conseguí en el deporte, lo que gané y tuve mucha suerte. Pero hoy no disfruto nada. Gane o pierda, descanso un día y al otro estoy entrenando con todo lo que debo mejorar. Eso me permitió no marearme, no hacerle caso a las palmaditas que durante este viaje hay muchas.
Aquel pibito de 13 años que se subía a un micro en soledad los fines de semana para ir a entrenar a Capital Federal y estudiaba los domingos a la noche en el regreso a Pehuajó se convirtió sin quererlo en una estrella del “deporte del futuro”, como él lo define. Cada día vuelve a abrir los ojos con la idea de hacer historia, de continuar ganando a pesar de doblar en edad a su rivales y de seguir construyendo el imperio que lleva casi dos décadas de dominio. “Si hoy no me levantara a entrenar como si fuera el último día y no hubiera ganado nada, le estaría faltando el respeto a mi familia, a mis hijos cuando les exijo que tienen que trabajar, y a mis viejos que me extrañan un montón desde que me tuve que ir hace 22 años. Estoy cansado, no hay un día que algo del cuerpo no me duela, pero cuando experimentaste el dolor del corazón, ese que aparecía cuando le dabas un beso a tus abuelos mientras te subías al coche para ir a Ezeiza, el dolor del cuerpo no existe”. La de Bela puede ser la historia privilegiada de un deportista glorioso, pero también el reflejo de esos tantos corazones que debieron hacer miles de kilómetros para cumplir su sueño, pero nunca dejaron de latir en el lugar donde fueron felices.
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