“Fin al genocidio trans”, fue la leyenda que lució Alana McLaughlin en el pecho durante su entrada a la jaula de Combate Global. El significado de su debut y presencia como peleadora de artes marciales mixtas fue más allá de la victoria por sumisión en el segundo round. Después de Fallon Fox, se convirtió en la segunda mujer transgénero en Estados Unidos que incursionó en el deporte de las Artes Marciales Mixtas (MMA).
Tras haber levantado el puño en señal de victoria, las críticas no se hicieron esperar. Al respecto, luego de convertirse en la segunda mujer trans que incursionó en la disciplina y estar en el ojo de la opinión de la afición, reconoció sentir “el peso de la expectativa. Es importante para mi manejar esto con tanta gracia y aplomo como sea posible”, según relató a Infobae México.
McLaughlin nació con el género masculino. Sin embargo, en una sociedad donde las normas se configuran con referencia en los valores hetero patriarcales, sus preferencias e identidad de género fueron reprimidas por gran parte de las personas que conformaron su entorno a través de prácticas que ella misma interiorizó durante gran parte de su juventud. Así, al igual que en su más reciente combate, las críticas y violencia han perseguido a la atleta nacida en Carolina del Sur a lo largo de su historia.
Desde la infancia, ella prefirió relacionarse con amigas antes que varones y su personalidad estuvo alejada de lo esperado socialmente de un hombre. Ante ello, en su hogar, influenciado por el conservadurismo religioso y las conductas homófobas, se configuraron una serie de dinámicas encaminadas a reprimir las conductas mal vistas a ojos de sus padres. A la par de ello, Alana se interesó en los deportes y decidió incursionar como corredora de larga distancia. Su buen desempeño le permitió destacar y adjudicarse diversas becas para continuar con sus estudios.
Azuzada por sus padres, desde joven asistió a un sinfín de terapias de conversión, a pesar de que estas han sido catalogadas como “degradantes y discriminatorias” por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Al no lograr el cometido de su familia, y en medio de la crisis por no cumplir con la expectativa impuesta, insinuó a su madre que “tal vez debería ir a hacer que me maten en la guerra”, en una llamada telefónica. Sin esperarlo, ella respondió que “quizás deberías”, de acuerdo con el testimonio de McLaughlin a The Guardian.
Fue así que decidió enlistarse en el ejército de los Estados Unidos en el año 2003. En ese momento halló en la institución miliciana una falsa puerta para tratar de reprimir su verdadera identidad.
El objetivo era claro, pues “estaba tratando de ser un hombre o morir”, confesó a Infobae México.
El camino pareció el adecuado al principio. En seis años al servicio de su país obtuvo ocho medallas de servicio distinguido y el grado de sargento médico de las fuerzas especiales. Incluso, como parte de un equipo conformado por 12 hombres, fue enviado a Afganistán en 2007. A pesar de ello, años después se arrepintió de su decisión. “Lamento que mi decisión egoísta me haya llevado a participar en una guerra injusta”, afirmó.
Una de las experiencias en el ejército que, probablemente, resonaron con mayor fuerza en su interior fue no poder salvar la vida de un bebé cuyo nacimiento fue prematuro. Ello derivó de la falta de apoyo de la estructura de mando. “No pude conseguir una evacuación médica y tuve que enviarla en un avión de suministros a un nivel superior de atención médica. Ella murió”, recordó.
En 2009 decidió no volver a enlistarse y comenzó su vida fuera de la institución castrense. En 2015 finalizó la licenciatura en Bellas Artes en la Universidad Asheville de Carolina del Norte, pero después se mudó a Portland. La afición por los deportes no desapareció y continuó siguiendo las peleas de MMA que comenzaron a llamar su atención desde principios del milenio.
Algunos meses después, en 2016, tomó una de las decisiones más cruciales en su vida. Su intención latente para someterse a la reasignación de género pudo ser concretada, pero tuvo que lidiar con la dura experiencia del procedimiento. “Como las intervenciones médicas para la mayoría de las personas, era aterrador, profundamente personal y debería permanecer en privado”, afirmó.
El largo camino recorrido desde su infancia, los estigmas, las violencias y el conflicto por reivindicar su identidad comenzaron a acentuar las afecciones en su salud mental. Cuando acudió al Departamento de Asuntos de Veteranos fue diagnosticada con un trastorno de estrés postraumático complejo y de por vida. Ante ello, las terapias, el apoyo de su círculo íntimo de amigos y las MMA se convirtieron en una combinación crucial para sobrellevar el panorama.
Así, luego de haberse presentado ante el mundo como mujer, tuvo que irrumpir en otro ámbito sumamente masculinizado. Los ataques de ansiedad no cesaron, pues tuvo que lidiar con las expectativas y estereotipos imperantes en la nueva esfera. Incluso reconoció que “un gimnasio me pidió que no me asociara públicamente con ellos”. A pesar de ello, y con la ayuda de Mike Afromowitz, pudo entrenar en un gimnasio ubicado en Hialeah, Florida.
“Ha habido algunos luchadores que inicialmente no apoyaron mi inclusión en este deporte y que luego me dijeron que habían cambiado de opinión. Eso tuvo un impacto enorme en mí”, señaló al ser cuestionada sobre los gestos que la impulsaron a continuar en el deporte de contacto.
La inclusión de personas transgénero en los deportes ha sido un asunto polémico en el mundo. A pesar de que algunas disciplinas, incluso olímpicas, han abierto la posibilidad, en la opinión pública suelen articularse debates que enfrenta a los portavoces de la inclusión de las mujeres trans en contra de quienes creen que dicha condición puede ofrecer una ventaja deportiva.
Al respecto, McLaughlin reconoce que “las comisiones y las personas que crean y hacen que se cumplan las reglas han sido mucho más fáciles de tratar que algunos de los fanáticos. Dicho esto, he tenido que someterme a una inspección adicional por parte de los médicos, así como análisis de sangre para confirmar que mis niveles hormonales están en el rango adecuado”.
En el año 2016, el Comité Olímpico Internacional (COI) determinó que las mujeres transexuales podrían participar en competencias de dicha categoría con el único requisito de no rebasar los 10 nanomoles de testosterona por mililitro de sangre, el máximo nivel de dicha hormona en las mujeres. En el caso de las MMA, el requerimiento es similar, pues los altos niveles de la hormona masculina fomentan la fuerza, velocidad y crecimiento muscular.
Luego de superar los obstáculos burocráticos, deportivos, sociales y culturales, Alana McLaughlin se montó por primera vez en la jaula de manera profesional. Celine Provost, quien hasta antes del compromiso contó con una pelea de MMA que registró como derrota, fue la oponente que aceptó el reto de enfrentarla.
“Sabía que ella sería una peleadora diferente después de haberse concentrado los últimos cuatro años para perfeccionar sus habilidades. Su golpeo era increíblemente preciso y técnico y junto con su ventaja de alcance la convirtió en una oponente muy difícil de vencer. Ella tenía la ventaja en estatura, alcance y experiencia”, afirmó McLaughlin.
Al término del primer round, la peleadora originaria de París, Francia se notó con mayor cansancio que su oponente. De esa forma, su ahínco a la hora de conectar golpes y patadas disminuyó en el segundo episodio. La merma en su rendimiento favoreció a Alana McLaughlin, quien sacó ventaja, derribó a Provost y obtuvo la victoria en su debut por la vía de la sumisión.
Aún después de haber conseguido su primer logro profesional, confesó que tuvo “que bloquear y borrar, literalmente, cientos de amenazas, insultos y mensajes acosadores en los últimos días”. No obstante, al ser un destacado ícono para la inclusión de las atletas trans en el deporte mundial, Alana McLaughlin busca “seguir avanzando”.
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