El Clásico Capitalino es uno de los partidos más vibrantes y emocionantes para los dos equipos en la temporada, pues además de representar un enfrentamiento ideológico, también es el cruce histórico de dos aficiones que se tienen nula simpatía.
Esta rivalidad tuvo su auge a finales en los ochenta y a principios de los años noventa; sin embargo su detonador lo activó un protagonista inesperado, pues mientras que el golazo de Ricardo Ferretti en la final de la temporada 1991 enardeció el pique entre los dos clubes, 20 años antes otro personaje fue el causante de esta antipatía.
Emilio Azcárraga Milmo puede ser considerado como el punto clave de esta rivalidad, pues además de poner al Club América como el nuevo protagonista del fútbol mexicano, manejó a la perfección las sensaciones de la afición y efectuó un fichaje clave para que el conjunto azulcrema se echara a la bolsa un nuevo enemigo.
Se trata de Enrique Borja, el espectacular delantero y canterano de los Pumas, pero quien en 1969 fue transferido a las Águilas en contra de su voluntad, algo que provocó el delirio de los fanáticos más recalcitrantes del cuadro felino y que puso a los americanistas los cimientos de su característica soberbia.
El jugador tenía 24 años y ya había disputado cinco temporadas con los universitarios, con quienes consiguió el anhelado ascenso a la primera división y quien fue partícipe de los primeros cruces flamantes entre América y Pumas, donde destacaron goleadas para ambos equipos.
Cuando concluyó la temporada 68-69, el Tigre Azcárraga continuó con la narrativa que le estaba inculcando a las Águilas, por lo que además de seguir como antagonista de las Chivas de Guadalajara con contrataciones extranjeras, decidió apostar todo por uno de los mejores futbolistas del equipo vecino.
“No soy un costal de papas”
Esas fueron las famosas y polémicas palabras de Enrique Borja a Guillermo Cañedo, directivo azulcrema, cuando se enteró de su transferencia, puesto que de un momento a otro le mostraron un contrato firmado por las dos instituciones donde acordaban su pase.
Este controversial momento lo relató en una entrevista para Excélsior, donde detalló que su enojo era tan grande que decidió llevar el caso a los tribunales y solicitar ayuda presidencial, con el objetivo de detener la transferencia y mantenerse en el club que lo forjó.
“Díaz Ordaz habló con el rector Javier Barros Sierra; sin embargo, él no pudo hacer nada; me tenía que ir al América. Lo que sí conseguí es que mandara una iniciativa de ley para que los jugadores recibieran dinero por los traspasos de venta”, afirmó el ariete felino y próxima leyenda azulcrema.
Mientras que Guillermo Cañedo de la Bárcena confeccionaba un equipo de época, Emilio Azcárraga Milmo continuaba con su planificación para convertir al América en el equipo mediático de la liga, con el principal objetivo de convertirlo en una empresa redituable y que le generara ingresos mediante sus transmisiones televisivas.
El nuevo y gigantesco Estadio Azteca, las transferencias de Zague, Moacyr y las más recientes incorporaciones de Carlos Reinoso y Enrique Borja pusieron a los Millonetas en el nuevo centro de atención del fútbol mexicano, por lo que el campeonato de 1971 confirmó la irrupción del nuevo gigante de México.
De esta forma se generó la primera gran animadversión con los Pumas de la UNAM, equipo al que confrontarían notablemente en la década de los ochenta con dos finales de liga y una más en los noventa, lapso en el que se confirmó como uno de los clásicos más pasionales de balompié azteca.
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