La historia de Hernán Florentín convulsionó al fútbol argentino. El 28 de octubre del 2000 cambió su vida para siempre. Jugando para All Boys, en un partido contra Central Córdoba de Rosario, el defensor paraguayo tuvo un salto desafortunado para despejar una pelota, chocó con el delantero rival Gustavo Medina y cayó golpeando la cabeza contra el suelo, lo que le provocó tres paros cardíacos y un derrame cerebral camino al hospital Argerich, quedando al borde de la muerte.
“Estuve 17 días en coma. El médico del club me salvó la vida. Me quedaron secuelas. Tengo parálisis en los miembros izquierdos”, indicó Florentín, quien a partir de ese accidente estuvo tres años recuperándose en la Argentina y dejó el fútbol profesional.
Sin embargo, antes de sufrir aquel difícil trance, intentaba reflotar una carrera que había comenzado meteórica. Debutó a los 16 en la Primera del Sport Colombia de Paraguay, lo cual le valió para ser convocado a la selección juvenil de su país. En 1997, disputó el Sudamericano de Chile, clasificando al Mundial de ese mismo año en Malasia. Su participación en dicho torneo fue vista por emisarios de Boca, que lo contrató por cinco temporadas. A sus 17 años y de la mano del Bambino Veira, hizo su estreno con la camiseta Azul y Oro.
“Lo más lindo que me pasó fue ser transferido al club más grande de Sudamérica. Ahí me di cuenta de que jugaba bien al fútbol”, recalcó el ex lateral derecho sobre su corto paso por el Xeneize, donde jugó con figuras de relieve como Claudio Caniggia, Juan Román Riquelme, los colombianos Oscar Córdoba, Jorge Bermúdez y Chicho Serna; y compartió entrenamientos con Diego Armando Maradona.
“Fue lo máximo como jugador y como persona, un ser extraordinario. No cualquiera puede decir que tuvo la oportunidad de compartir con Pelusa el mismo equipo”, subrayó el ex defensor, que jugó seis partidos en el club de la Ribera, antes de sufrir una lesión que lo marginó de las canchas durante 9 meses.
Tras recuperarse de la rotura de uno de sus tobillos, Florentin dejó el Xeneize para pasar a Ferro, deambular luego por Alemania e Italia, volver a Cerro Porteño y recalar en julio del 2000 en All Boys, donde sufrió el accidente que lo marcó de por vida y refleja muy detalladamente en un mano a mano con Infobae desde Paraguay.
Además, reveló que apuesta le ganó a su ex compañero y actual entrenador de Boca, Sebastián Battaglia; la enseñanza que le dejó Veira, el regalo que le hizo Maradona, el día que Mauricio Macri le prohibió salir con sus compañeros y qué club argentino le quedó debiendo 50 mil dólares.
-¿A qué se dedica hoy?
-Vivo en Ypané, a 30 km de Asunción, en mi lugar de origen. Estoy trabajando como empleado administrativo en la Empresa Eléctrica Ande (Administración Nacional de Electricidad), mientras busco la manera de regresar al fútbol como director técnico, ya que me recibí en la escuela de Educación Física de mi país.
-¿Cómo fue su llegada a Boca?
-A los 17 años arribé al club. Jugaba con el seleccionado sub 20 de Paraguay el torneo Sudamericano en Chile y me vinieron a ver emisarios de Boca. Averiguaron que me desempeñaba Sport Colombia y llegaron a un acuerdo para que se hiciera mi transferencia. Fiché por cinco años (desde 1997 hasta 2002), pero sólo estuve tres temporadas. El entrenador era el Bambino Veira, quien me recibió muy bien junto a mis compañeros. Arranqué jugando varios partidos en reserva y me subieron a la Primera División.
-Jugó 6 partidos, cuatro por Supercopa y dos en el torneo local. ¿Qué sucedió que tuvo poca participación?
-No tuve muchas posibilidades por el cupo de extranjeros. Solo estaban permitidos cuatro internacionales. En el plantel estaban Oscar Córdoba, Mauricio Serna, Jorge Bermúdez y el Ñol Solano. Conmigo éramos cinco. Formé parte de un plantel plagado de estrellas: Roberto Abbondanzieri, Juan Román Riquelme, Martin Palermo, Diego Cagna, Claudio Caniggia y entrenábamos con Diego Maradona. Cumplí el sueño de jugar con el Pájaro, porque de chico lo veía, lo admiraba y eso no tiene precio. Me acuerdo de un partido en particular que jugamos juntos.
-¿Cuál fue?
-Cuando viajamos en marzo de 1998 a Bogotá para disputar un amistoso en el Estadio El Campín contra la Selección de Colombia, que terminó 0 a 0 y evitamos el papelón. Fui titular pero terminé hospitalizado.
-¿Qué le pasó?
-En una jugada voy al ras del piso a disputar la pelota y Jorge Bolaño, defensor local, me pateó la cara y me rompió la mandíbula. Estuve un par de horas hospitalizado con anestesia. Luego, me curaron y nos fuimos al hotel. Quedé con reposo en una de las habitaciones. Esa misma noche, el presidente de ese entonces, Mauricio Macri, invitó a todo el plantel a cenar y me prohibió salir, porque debía resguardarme por el accidente que tuve. Resulta que mis compañeros junto a Macri se fueron de joda, a comer y a bailar, mientras yo estaba en la habitación sufriendo del dolor de mandíbula. Encima, cuando regresaron me contaron que fueron al mejor restaurante de la ciudad, a una disco de primer nivel que reservó Macri, y yo por adentro decía “lo que me perdí…”
-¿Le costó adaptarse al plantel?
-Yo tuve muchos problemas por el idioma. Me peleaba con mis compañeros. No hablaba bien el castellano y hay palabras que no las entendía. Entonces, cuando me insultaban en la práctica por alguna jugada o algo en especial, como cuando dicen “boludo”, a mí me chocaba. Me peleaba a cada rato con ellos, pero no sentí discriminación en ningún momento.
-Compartió equipo con Riquelme. ¿Qué tal era Román como compañero?
-Muy buena persona. Me daba muchos consejos. Me decía: “Tratá de jugar por el piso la pelota, no revientes tanto”. Me pedía que mirara para adelante y, como jugaba de volante por derecha, que llegara al fondo. Jugué un partido a su lado, ante Cruzeiro en Brasil, por la Supercopa. Perdimos 2 a 1. Román manejaba la música del vestuario. Era muy jodón. Me decía: “Paragua, mirá dónde estás. Ni te imaginabas que ibas a estar acá”. Yo le respondía: “Jamás me lo imaginé, aparte de jugar contigo”. Nos respetábamos mutuamente.
-También estuvo junto a Maradona durante tres meses. ¿Como fue compartir plantel con él?
-Con Diego no jugué un partido oficial, pero compartí entrenamientos y concentraciones. Un día, en la concentración del hotel, me llama mientras cenábamos y me dice: “Paragua, vení acá, sentate en mi mesa”. Entonces, me sumé y se me ponía la piel de gallina de solo estar ahí. Éramos tres. No podía comer de la emoción que tenía. Me temblaban las piernas y las manos.
-¿Qué decía Diego?
-Me preguntaba: “¿Qué te pasa? Sentate bien y vamos a comer. Quedate tranquilo”. Jamás olvidaré ese momento, además del obsequio que me regaló. Era muy divertido, jodón y se la pasaba contando anécdotas de su paso por Italia.
-¿Qué le regaló?
-Soy tan admirador de Maradona que durante un entrenamiento me acerqué y le dije: “Hola Diego. Quiero tener un recuerdo tuyo. ¿Qué me podés regalar? Lo que sea que tengas. Cualquier media o pantalón”. Me respondió: “Voy a ver que te traigo mañana”. Al otro día, al término del entrenamiento en Ezeiza, me dijo: “No me olvide de vos, paragua”. Y sacó del bolso una camiseta del Napoli de cuando él jugaba. Me quería morir delante suyo y de mis compañeros. Otra vez, se me puso la piel de gallina. Me largué a llorar como un niño. Viví un momento único.
-¿Qué enseñanza le dejó el Bambino Veira como entrenador?
-Que yo debía desempeñarme como defensor central. Además, tenía la costumbre de querer salir jugando del fondo con la pelota en los pies y no siempre se puede hacer eso. Entonces, me aconsejaba: “Hay momentos para salir jugando y, en otros, tenés que reventar la pelota para arriba. Porque si la pierdes, es gol en contra nuestro”. Son cosas que me quedaron grabadas del Bambino. Y aprendí al cabo en los partidos.
-Después llegó la rotura de tobillo que lo dejó afuera de las canchas durante 9 meses. ¿Sufrió mucho por no poder jugar?
-Sí, porque perdí mucho terreno y después me tuve que ir. Hice la recuperación en Casa Amarilla. Vivía en la pensión con los juveniles. Mis compañeros venían a saludarme y se preocupaban por mí. Me daban su apoyo y me deseaban pronta recuperación para volver a las canchas. No tuve contacto con Macri en ese momento, pero Boca se hizo cargo de mi recuperación. Cuando me rehabilité por completo, tuve que partir para buscar continuidad.
-¿Hubo algún compañero que se acercó más para acompañarlo en la recuperación?
-Con el que mayor afinidad tuve fue con Diego Cagna, que fue como un padre para mí. Me enseñó que “al fútbol se juega con alegría y no tenés que ser mala leche”. Además, me dijo: “Jugás en una posición muy complicada y el delantero tiene muchas artimañas. Entonces, te la tenés que bancar. Soportar y jugar inteligentemente”. Palabras sabias que me quedaron grabadas. Cagna me llamaba todos los días por teléfono y venía a visitarme a la pensión.
-El actual técnico de Boca, Sebastián Battaglia, era parte del plantel. ¿Es cierto que le ganó una apuesta?
-Seba es una excelente persona. Un día jugamos al pool en Casa Amarilla. Yo juego muy bien. Me desafió con el “te voy a ganar”. Le respondí: “No creo que me ganes. Vamos a apostar”. Apostamos 100 dólares. Al final, me terminó ganando. Después, me enteré de que es un maestro jugando al pool.
-Dejó Boca por falta de ritmo futbolístico y recaló en Ferro. ¿Qué recuerdos tiene de su paso por el Verdolaga?
-Estuve seis meses (en 1999) cuando el entrenador era Ruben Insua. Jugué casi todos los partidos de titular. Después, el club presentó la quiebra y no cumplió con mi contrato. Me quedaron adeudando 60 mil dólares, ya que sólo me abonaron diez mil por gestiones judiciales que llevé adelante.
-¿Lo dejaron libre?
-Sí, me fui con el pase en mi poder hacia Alemania, donde me probé en el Colonia, y luego recalé en el Brescia de Italia. Como estaban en pleno campeonato, me dijeron que al término de éste iban a contar conmigo. En la dulce espera, recibo un llamado de mi representante diciéndome que tenía posibilidades concretas de sumarme All Boys, que pretendía mis servicios. Viajé inmediatamente desde Paraguay, donde estaba a punto de firmar con Cerro Porteño, hacia Buenos Aires. Firmé contrato con el club de Floresta en junio del 2000 y en octubre tuve un accidente.
-¿Como se dio ese accidente?
-El 28 de octubre vuelvo a las canchas ante Central Córdoba de Rosario en el Islas Malvinas, tras recuperarme de una distensión. El técnico Salvador Pasini, me dijo: “Vas a jugar de titular”. Yo estaba re contento por volver a pisar un campo de jugo, como perro con dos colas. Entonces, llegó el sábado y estaba tan ansioso, que arrancó el juego y corría toda la cancha, quería estar en todos lados. Entonces, a los 27 minutos, llegó un centro largo y saltamos tres jugadores a cabecear. Me quise apoyar en Martín Méndez, mi compañero, y en el 11 de ellos. Salté más alto que los dos y perdí el equilibrio y al caer, mi cabeza impactó dos veces contra el piso y quedé desorientado. Tras el golpe, me sacaron y el médico del club me preguntó luego de unos minutos: “¿Estás bien, podés volver a entrar?” Le respondí que sí. Entré, pero enseguida la cancha empezó a darme vueltas y comencé a marearme feo. Entonces, el doctor llamó a los camilleros y salí definitivamente.
-¿Qué pasó después?
-Me sacaron con una camilla y vomité en el vestuario. En ese momento, ya me sentía mal pero estaba consciente. Pidieron la ambulancia, porque estaba jodido. Me acostaron en la vereda del club y ahí me dio el primer paro cardíaco. Hasta ese instante me acuerdo. Y en el trayecto al hospital Argerich, en donde luego me operaron por un derrame cerebral, tuve dos paros cardíacos más. El médico de All Boys, Daniel Tomasone, me salvó la vida, porque me hizo respiración boca a boca. Ingresé al quirófano a las 19 y duró 10 horas la operación. Llegué con mucho coágulo de sangre en el cerebro, producto de que mis venas se rompieron. Y me tuvieron que drenar la sangre para poder operarme. Estuve 17 días en coma.
-Cuándo despertó, ¿qué fue lo primero que vio?
-Estar en coma es como estar muerto, porque no sentís nada. En el día 17 abrí los ojos y sentí que me hablaban, pero como a tres cuadras de distancia. Me decían: “Si me reconocés, apretame la mano”. Pensé que estaba soñando, porque la primera persona que vi en el hospital fue a mi mamá y ella estaba en Paraguay durante el accidente. Era mi subconsciente. Sentía que alguien me hablaba, pero yo no podía hacerlo. Estuve al borde la de muerte. Si me pasaba en Paraguay, no la contaba. No hay elementos acá para semejante operación.
-¿Cómo logró salir adelante?
-Con la ayuda de mi familia, que es lo más importante para mí. Mi padres me dieron fuerzas para seguir adelante. Me dijeron: “No se acaba el mundo”. Me quedó grabado para siempre. Dios, además, me dio fuerzas para seguir adelante.
-¿El club de Floresta como actuó al respecto?
-Me ayudó bastante. Pagó la operación, el seguro y la rehabilitación durante los tres años de recuperación. Incluso, me premiaron con el sueldo que estaba percibiendo hasta que finalizó mi contrato. Se portó muy bien, especialmente Roberto Bugallo, su ex mandamás. Me dieron un departamento para vivir y pagaron los traslados al centro de rehabilitación. En ese sentido, no me puedo quejar en nada.
-¿Qué secuelas le quedaron?
-No pude volver a jugar al fútbol profesional porque perdí mucha movilidad en la parte izquierda del cuerpo, mucho más que en la parte derecha. Tengo una parálisis en toda la zona izquierda. Nunca tuve miedo de volver a pisar una cancha. Lo más importante es que estoy vivo. Le doy gracias a Dios por estar bien.
-All Boys fue su último club como profesional. ¿Qué fue lo primero que pensó cuando supo que no podía volver a pisar una cancha?
-Cuando Tomasone me dijo que iba a ser difícil volver a jugar, se me vino el mundo abajo, pero le abracé y le agradecí por salvarme la vida. Le dije que podría dedicarme a cualquier cosa relacionada al fútbol. Lloró conmigo. Lo que yo más quiero es jugar al fútbol. Por la contención que tuve de mi familia, no caí en un cuadro depresivo.
-Por último, se dio el gusto de jugar para la selección de Paraguay
-Tengo los mejores recuerdos. Uno cuando empieza a jugar al fútbol, el mayor anhelo es vestir la casaca y defender los colores de tu país. Eso no tiene precio. Gracias a Dios, jugué en la Sub 17, 20 y 23. Además, integré la selección mayor que clasifico al Mundial de Francia 98. Fui hacer la aclimatación en Bolivia. Jugábamos muy diferente a como lo hace el seleccionado de Eduardo Berizzo.
-¿Cómo observa a su seleccionado?
-Muy mal, no juega a nada. Es un equipo sin ideas, que no mojan la camiseta ni tampoco saben que están representando a todo un país. Esta selección no tiene un referente. No creo que lleguemos al Mundial de Qatar 2022, no lo vamos a disputar. Si no cambia la forma de jugar, frente a la selección argentina nos comemos 4 goles.
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