La espera del Atlas cada año se prolonga más y no parece encontrar fin. Cruz Azul acabó con casi 24 años de ayuno. Los rojinegros bien podrían mirarse en el espejo cementero: no hay maldición imposible de conjurar. Pero también las sequías tienen magnitud. La impaciencia de La Máquina podría parecerle un juego de niños a los aficionados atlistas: 70 años han pasado desde la primera y única vuelta olímpica.
Una sequía solamente la pueden terminar los elegidos. Juan Reynoso lo hizo. Pero antes de bordar la novena estrella celeste, ya le acompañaba un potente historial repleto de milagros en su natal Perú. La historia jugó a su favor una vez más y pudo poner fin a las desdichas del club de sus amores. Diego Cocca, actual entrenador del Atlas, algo entiende de eso. Como jugador, vivió en carne propia la maldición que sobrevuela al Estadio Jalisco; vistió la camiseta de Los Zorros en la década de los 90.
Ahora, como entrenador, la cúpula directiva encabezada por Alejandro Iraragorri apostó por él. Cocca conoce las entrañas del club y está consciente de la sed crónica que habita en La Madriguera. Hay algo que tiene a su favor: es experto en romper maleficios. Nadie tiene que venir a contárselo. Los consejos se los puede dar a sí mismo.
Después de terminar su carrera como futbolista, Cocca se aventuró a seguir ligado al balón desde la dirección técnica. Sin embargo, sus primera incursiones no pudieron ofrecer la mejor versión de un entrenador que desde siempre se distinguió por su valentía para mostrar un juego atractivo. Diego pasó por Gimnasia y Esgrima LP, Santos Laguna y Huracán. No le fue bien en ninguno. Tuvo que bajar un peldaño para empezar a construir una historia diferente.
En 2013 arribó a Defensa y Justifica, club de un pequeño barrio de Buenos Aires llamado Varela. El Halcón jugaba en el Nacional B (segunda división). Nunca habían ascendido a la primera categoría. Un hito así parecía imposible; les preocupaba más mantenerse en el segundo escalafón y no bajar al tercero. Cocca cambió la narrativa. Llegó, vio y venció. Un ascenso instantáneo: un año le bastó para enviar a Defensa a primera, incluso con cuatro fechas de anticipación.
Ese triunfo fue la llave que le abrió las puertas de Racing de Avellaneda en 2014. El momento del club era crítico. Un escenario conocido de sobra para Cocca. La Academia venía de una de las peores campañas de su historia. Cualquier cosa sería ganancia. Pero ese equipo no estaba para “cualquier cosa”. Diego Milito, gran ídolo del club que lo ganó todo en Europa con el Inter, regresó ese mismo año.
Todo encajó. Cocca implantó su estilo de juego en tiempo récord y condujo a un equipo que jamás se acomplejó. Racing, de a poco, se confirmó como un cuadro sólido y versátil. En la última jornada del Torneo Transición 2014 el destino ya parecía irrevocable: los 13 años de espera tenían que irse a la basura. Ricardo Centurión marcó el gol que materializó los sueños del pueblo racinguista. Desde el 2001 La Acadé no levantaba una liga. Y previo a ese título, habían pasado 35 años. Es decir, en 48 años, Racing apenas había ganado un título local.
Cocca y el Atlas tienen una obsesión en común: alzar el título de Liga. La Liguilla del torneo pasado se miró con cierto escepticismo. Pero hoy la oncena tapatía está firmemente instalada en la parte alta de la tabla. Ya les ha pasado en otras ocasiones: grandes temporadas que se evaporan en la fase Final. Si quieren encontrar algo diferente a lo sucedido antes, ahora existe un motivo: tienen al frente a un experto en conjurar maldiciones.
Paradojas del futbol, Racing y Atlas comparten muchas cosas. La etiqueta de equipos con mala fortuna, aficiones inseparables y hasta el apodo: La Academia.
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