La vida siempre pasó a toda velocidad. Aunque ahora parece andar aún más rápido. En el mundo de la gráfica se suele decir que no hay nada más viejo que el diario de ayer. Quedó antigua hasta la frase. Hoy un posteo llega al mundo en milésimas de segundos. Así, ya quedaron lejanas las lágrimas de Messi. Él lloró y más de uno, aun sin haberlo visto nunca de cerca, sintió titilar sus ojos como los de Leo. No es un slogan que hay un nuevo Messi. No sólo se lo descubre con una sonrisa plena en París. Ya se dejó ver liberado después de ganar la Copa América. Ganar con la Selección no sólo le quitó una presión que se parecía a caminar con un adoquín en los hombros. Después de la descarga de angustia en el Maracaná se permitió disfrutar del cariño de la gente.
El 2021 es un mojón en su carrera y su relación con la Argentina. Fue el año en el que por fin consiguió la unanimidad. Se terminaron los hinchas cuestionadores y los críticos agazapados. ¿Queda algún anti Messi? Ni hablar los chicos, o los jóvenes, que siempre fueron messistas. Así, Leo se permitió mostrar la intimidad de sus vacaciones sin culpa ni pudor. Es más, cuenta gente cercana al crack que ahora disfrutará el PSG, que Messi hasta se lamentó íntimamente de tener el vuelo a Miami tan rápido. Le hubiera gustado pasar unos días más en el país para sentir todo el amor del hincha.
Es todo nuevo, entonces, dentro del nuevo Messi. Uno más maduro hasta para hablar y más relajado. Él siempre disfrutó de su localía en Barcelona. Fue creciendo en todo sentido. De tamaño, cuando llegó a los 13 años. Y de status. Dentro del club, donde se transformó en el heredero de Ronaldinho, alguien que rápidamente lo integró al grupo. Vecinos en esa época, el brasileño lo subió a caballito a Leo en su primer gol. Le mostró al mundo quién era el heredero. El cambio también fue afuera. Dejó el departamento sencillo a pocas cuadras del estadio para irse a la bella Castelldefels. Ahora, con la traición de Laporta, a quien fue a votar, el 10 sintió un palazo.
No fue que el Barsa dejara de quererlo, pero sí que quien toma las decisiones no hiciera todo posible a los ojos de los Messi. Quedó claro en sus palabras en la conferencia de despedida. Y en el corto pero contundente mensaje de Jorge, su papá, antes de embarcar rumbo a París... Una vez que Barcelona le blanqueó que no habría más Messi, el propio Jorge retomó charlas con el PSG. Hace cuatro años que los franceses quieren a la estrella argentina. Habían repetido el deseo después del famoso burofax. Y ahora activaron todo a mil kilómetros por hora. Así Leo también se volvió a sentir querido. Más allá del impacto, rápidamente se dejó querer. Se dejó mimar por París. Fue un impacto para él ver a los hinchas en la calle, cerca de la Torre Eiffel, a las pocas horas del frío comunicado del Barsa -de apenas 13 líneas- para despedirlo.
A Messi nunca lo había recibido una ciudad así. Los star están acostumbrados a los cambios de país, a las presentaciones, a la nueva camiseta, a hacer jueguito en un estadio en el que antes eran visitantes. Leo no. Tenía ovaciones cada quince días en Barcelona, reverencias en todas partes del mundo. No un hotel como casa -a 500 metros del Arco del Triunfo- y cientos de personas abajo gritando en otro idioma y esperando por un saludo. La revolución fue por la transferencia. La primera, aunque hace un par de meses haya cumplido los 34 años. No hubiera sido igual ni siquiera en su despedida en España. Hinchas en motos corriéndolo, periodistas de todo el mundo, presentación de los nuevos compañeros, del nuevo DT.
El combo lo completa que no va solo como la primera vez que llegó a la prueba silenciosa en Barcelona. Allí estaba con su papá. Cero cámaras. Ahora cada movimiento es registrado por miles de personas y tiene marca personal de la gente que genera los contenidos de las redes del PSG, que trabaja mucho en la conexión con los jóvenes desde las distintas plataformas. Fundamentalmente, Leo va con sus hijos. A Thiago le cuesta un poco más porque es el más grande. Igual, tanto él, como Mateo y Ciro patean en el Parque de los Príncipes como si fuera el fondo de su casa. A Messi lo conmovió todo este amor. Fue gracioso cuando lo tomaron saludando desde una camioneta y después se preguntó: “Uh, desde afuera no se me ve nada, ¿no?”.
Aunque sean futbolistas súper reconocidos siempre disfrutan del amor del otro. Los jugadores no dejan de ser artistas que en una cancha disfrutan del aplauso. Leo dijo que quería una última ovación de la gente del Barcelona. El propio Maradona necesitaba sentirse querido, importante. Necesitaba sentirse Maradona. Y durante estos días -o en el último mes si se suma a la Selección- Messi volvió a sentirse Messi. Desde la banca de sus compañeros, que le pidieron que se sume a los Galácticos de París. De la bienvenida privada y en público.
Neymar fue uno de los primeros en salir a mostrar su felicidad. Él no tenía problemas en darle su número 10 a Leo. Ya cuando había llegado a Barcelona, cuando más de uno podía creer que iba por la corona de Messi, Ney lo primero que declaró fue “vengo a aprender del mejor jugador del mundo”. Messi se negó y eligió la 30, su primer número en el fútbol profesional. Es mucho más que marketing: es saberse importante sin quitarle relevancia al otro. El propio Sergio Ramos, cara del Real Madrid que fue la contra con Ronaldo, le ofreció su abrazo virtual. Ni hablar del amor de los dueños del PSG, que se dieron el gusto de tener a Leo con la marca que compraron en 2011. Y el calor de la gente, más picante que en Barcelona. De hecho, no hubo movilizaciones calientes porque se les fue el mejor jugador de la historia. Quizás aún no salieron del shock. Messi sí pudo salir del golpe que lo paralizó y volver a ser feliz. A todos les gusta que los quieran...
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